Dicen que el tiempo lo cura todo, pero es mentira. Hay heridas que el tiempo no toca, cicatrices que arden incluso después de décadas. Yo lo sé mejor que nadie, porque llevo una de esas heridas en el alma, tan profunda que ningún día, por más largo o brillante, lográ anestesiarla. Esta no es la historia de un hombre bueno, ni de un héroe que venció a sus demonios. Tampoco es el relato de un monstruo, aunque eso es lo que dirán los titulares cuando mi nombre finalmente se apague. Es simplemente la historia de alguien que amó demasiado y perdió todo. La historia de un hermano que hizo lo único que supo hacer: destruir aquello que destruyó lo único puro y verdadero que tenía. No busco redención. Tampoco simpatía. Lo que quiero es que estas palabras, estas memorias escritas en el rincón más oscuro de esta celda, sean testigos de lo que la justicia ignoró y de lo que el amor me obligó a hacer