Como muchas otras veces, Madeline se sentía perdida en cuanto a las palabras para responder a lo que Calhoun acababa de decir. ¿Qué quería decir con que quería verla llorar? Madeline no entendía a Calhoun. No era que no lo hubiera intentado, pero sentía que era demasiado complejo para descifrarlo.
Sentía su corazón y mente siendo retorcidos en las palmas de la mano de Calhoun, sobre las cuales no tenía control alguno. El hombre era retorcido, más de lo que las palabras podían describir. Había sentido pena por Calhoun, pero sus palabras a veces la asustaban. Era exactamente lo que él se había llamado a sí mismo—el gran lobo malo que se comía cualquier cosa y todo.
—¿Siempre has sido así? —preguntó Madeline para escuchar la risa de Calhoun.
La miró a los ojos. —¿Lo descubriste? —¿Era eso un sí? —Quédate quieta, a menos que quieras que el pedazo de vidrio entero se te quede clavado en la planta del pie —sonrió él, con los ojos brillantes antes de volver a mirar su pie.
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