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Capítulo 9: Malas Juntas

—Me gusta cómo suena eso —dijo Joe, cambiando su expresión de divertida a salvaje.

Eludiendo mis brazos, me empujó contra la pared contraria con fuerza. Mi espalda se estrelló contra la dura superficie, haciendo un ruido sordo.

Sus manos vagaron impetuosamente a través de mis sinuosas curvas, retozando entre los pliegues de mi indumentaria. Intentaba rasgar mi camiseta. En ese instante, un lujurioso estallido de deseo se apoderó de mi interior. Mis sentidos y hormonas estaban alterados.

—¡No! —lo frené con severidad.

Se detuvo para observarme jadear después de ese estimulante y enloquecedor beso. Sus ojos se estrecharon mientras me examinaba con deseo. Me apreté contra su cuerpo y, sin soltar sus labios, lo conduje hacia mi dormitorio, empujándolo constantemente con mi cuerpo al tiempo que tocaba los contornos de sus músculos con pasión.

Cuando cerré la puerta detrás de mí, la habitación se quedó a oscuras. Mordiqueé la piel de su cuello. Había decidido que él no iba a hacerme perder el juicio. Estaba dispuesta a hacerle el amor hasta que no pudiera moverse y a tener todo el control sobre su cuerpo.

—Permíteme guiarte, seducirte… —le ordené en un susurro diabólico—. Déjate llevar, Joe.

Lo empujé con fuerza hacia mi cama, la cual había estado bastante abandonada los últimos días. Se dejó caer en las sábanas de satén, extendiendo su cuerpo firme y musculoso sobre el colchón. En sus labios se asomaba una maliciosa sonrisa torcida. Tenía las mejillas ligeramente ruborizadas, como si estuviera acalorado. Admiré su torso, advirtiendo el modo en que la tela de su ropa se adhería a su piel, revelando su tensa musculatura para mi deleite.

Me desplacé con pasos lentos hacia las ventanas y aparté las cortinas, permitiendo que la luz de la noche se filtrara a través de los cristales. Volví mi atención hacia mi hombre: su negro cabello resplandecía con destellos de luz blanquecina y plateada, creando un contraste fascinante con el tono dorado de su piel. Evitar sonreír era un caso perdido.

Él me observó con interrogantes en sus ojos grises, bañados en un brillo vigorizante. De manera provocativa, me acerqué a la cama, donde estaba recostado sobre los almohadones de plumas, sosteniéndose con los codos. Gateé sobre el colchón de manera sensual, trepándome por su cuerpo igual que una pantera.

Capturé sus labios con avidez, anhelando su exquisito sabor. Él abrió mi boca con la suya. Los movimientos de sus labios eran firmes, furiosos y frenéticos. Gimió dentro de mi boca, regocijándose de placer. Una de sus manos atrapó la parte de atrás de mi cuello, atrayéndome más cerca, de manera que era imposible hacer el beso más profundo.

Dimos vueltas en la cama. Tan pronto como rodó sobre mí, lo hice girar nuevamente, situándome encima de su apetitoso cuerpo. No permitiría que tuviera el dominio sobre mí, quería que alucinara de deseo y se retorciera en mis brazos, aunque su orgullo masculino estuviera en contra.

Él solía satisfacerse dándome placer, saciando mis necesidades. Pero esta vez sería diferente, porque lo haría rogarme piedad.

Al percibir el cálido aroma en su ropa, una dulce fragancia a sándalo y cuero, hundí mi nariz en su camiseta, inhalando hasta embriagarme de su olor. Sus palmas acariciaron mis muslos delicadamente, apretándome, tentándome y causándome cosquilleos en cada parte de mi espíritu. Respiré de manera entrecortada, sumamente conmocionada y excitada.

¡No! Pensé. Tendré el control.

—Recuéstate, Joseph. Sé que puedes ser más dócil —murmuré contra su oreja, consciente de que mi aliento en ese lugar le haría estremecerse.

Sacudió la cabeza.

—No, no puedo.

Alzó el borde de mi blusa antes de ahuecar sus manos en mis pechos.

El calor en mi interior era insufrible, estaba quemándome en todas partes.

Su aliento sobre mi cuello… ¡Ah! Era una sensación cercana al paraíso, tan arrebatadora como placentera.

Tenía que sobreponerme a esa debilidad, debía ser más fuerte que mi propio libido. Me encontraba en un estado de delirio, sintiendo el pecado serpentear en mis venas y el infierno tan cercano que escuchaba los susurros del mal. El fuego de las tinieblas me estaba alcanzando.

Le obligué a permanecer tumbado debajo de mí, sujetando sus muñecas. Seguidamente, acaricié su pecho despacio, arrastrando los dedos hacia sus brazos, cuello, rostro, cabello, oreja… hasta rozar sus labios sugestivamente. Gimió una vez más. Le dediqué una sonrisa antes de lamer la manzana de adán que sobresalía en su garganta.

La ironía de saber que el hombre que tenía delante era el responsable del nombre que le habían asignado a esa parte del cuerpo, me hizo reir internamente.

Cuando mis besos descendieron hacia sus pectorales, sentí la superficie de algodón de su camiseta contra mis labios.

—No, no puedo más —se impacientó.

Su voz sonó como un ronquido grave. Puso sus manos a cada lado de mis caderas, moviéndome suavemente contra el bulto de su pantalón. Luego deslizó lentamente los tirantes de mi blusa hacia abajo, a través de mis hombros desnudos.

Antes de continuar, se quitó la camiseta rápidamente y la arrojó al suelo. Ansié besar sus abdominales desnudos tan pronto como aparecieron ante mis ojos. Se sentó al borde de la cama para descalzarse y quitarse los jeans.

Me puse de rodillas detrás de él mientras desanudaba los cordones de sus zapatos. Vislumbré su espalda repleta de músculos, resplandeciendo bajo la mortecina luz. Al tocar su piel, se sentía suave, a pesar de la rigidez y tensión de su musculatura.

Me quedé atónita en el acto.

—Joe, tu espalda… —murmuré, asombrada. Su piel era tan tersa y... — ¿Cómo ha sanado tan rápido?

No había ninguna marca, ninguna cicatriz, ni rastro de la tortura. Incluso Alan aún se encontraba en proceso de recuperación, pero en Joe no quedaba evidencia alguna de los latigazos que había recibido. El día anterior había visto las horribles laceraciones abiertas y ahora no había nada.

Él se paralizó durante un breve instante antes de aclararse la garganta.

—¿Y esto? —cuestioné, pasando mis dedos sobre su omóplato.

Allí había un símbolo grabado con tinta negra, como un tatuaje o algo similar. Era una especie de signo, una runa intrigante, con dos círculos entrelazados y algo que se asemejaba a un ojo en su centro. La piel alrededor lucía enrojecida, tal como si el tatuaje se hubiera realizado hace pocas horas. Podía jurar que eso no estaba ahí antes.

Mis dedos recorrieron su clavícula y ascendieron hasta la base de su cuello, donde pendía aquel pequeño medallón plateado. Sujeté la pieza metálica, fría y circular, estudiándola. Y entonces lo descubrí: el colgante ostentaba el mismo símbolo que se había tatuado en la espalda. ¿Qué significaría aquello?

Tan pronto como notó que estaba analizando su collar, apartó mis manos de su cuerpo, casi de forma brusca.

—¿Vas a ponerte dramática porque me hice un tatuaje? —gruñó.

Desconcertada, retrocí.

—Pero… tus cicatrices, Joe, no tienes nada. ¿Y qué significa ese símbolo?

Su semblante mostró una repentina molestia. Frotó sus sienes con las yemas de sus dedos antes de largar un suspiro.

—Olvida eso, ¿sí? —me pidió—. ¿No estábamos en medio de algo?

Sí, recordé. No obstante, mi mente estaba haciéndose tantas preguntas que era difícil concentrarse en cualquier cosa.

No tenía importancia, ¿verdad? Sólo era un tatuaje, un símbolo…

La figura escultural de su maravilloso cuerpo me distrajo por completo. Lo único que podía pensar era en lo mucho que ambicionaba tenerlo más cerca. Así que me quité la blusa y el sujetador fugazmente para que ambos estuviéramos en las mismas condiciones.

Todavía de rodillas, acorté la distancia entre ambos, adhiriendo mi abdomen a su espalda caliente. Sentí cómo se puso rígido cuando mis pechos desnudos tocaron su piel.

—Hey —proferí—. No es porque sea un vampiro, pero tengo muchas ganas de morderte.

Comencé a mordisquear sus hombros, luego su cuello, ascendiendo poco a poco para conservar su sabor en mi lengua. Sentí cómo se estremecía de arriba abajo y noté la forma en que apretó los puños cuando pasé mi lengua por el lóbulo de su oreja. Su pecho se movía pesadamente, ascendiendo y descendiendo con agitación.

Mi cuerpo demandaba el suyo. Tan pronto como sentí que mis colmillos se dilataban, lo mordí en el hombro, cerca de la raíz de su cuello. Una vez que mis dientes se hundieron en su suave piel, su sangre estalló en mi boca, causando que sus emociones fluyeran a través de mí. Fue impactante, como si pudiera entrar en sus pensamientos. Él estaba conmocionado, sobreexcitado, me amaba... Jadeó, inclinando la cabeza hacia atrás, arqueándose.

En cuanto cesé de morderlo, una línea de líquido escarlata corrió por su pecho.

De manera salvaje, se dio la vuelta y me aplastó contra el colchón. Todo mi cuerpo tembló al sentir su boca explorando mis pechos, succionándolos. Mi corazón se agitó, golpeando exigentemente mis costillas. Ansiaba dolorosamente más de él.

Estábamos en una persistente lucha por el control, tratando de no dejarnos dominar por el otro. Una pelea de besos y caricias. Me senté a horcajadas sobre sus caderas para limpiar con mi lengua los residuos de sangre que manchaban su pecho y abdomen.

Al sentir que se quedó inmóvil debajo de mí, supe que había tomado la delantera en esta carrera.

—No te detengas, por favor —gimió con esfuerzo.

Sonreí satisfecha.

En cuanto desabroché sus pantalones, su erección se liberó, dejándome sin aliento.

Estaba tan grande e hinchado…

Mis labios se separaron por el estupor que me provocó admirarlo. Tuve que aspirar aire bruscamente para intentar calmar mi respiración.

Él me veía con un travieso interés, expectante.

Decidida, moví todo mi cabello hacia uno de mis hombros y me incliné para llevar su miembro a mi boca.

—¡Ah! —lo escuché sisear de goce inmediatamente—. Vas a matarme, Angelique, lo juro.

Se llevó una mano al pecho, el cual se sacudió cuando lamí su punta, trazando círculos con mi lengua.

Ahí estaba, débil, sometido a mi voluntad, gruñendo palabras inentendibles y maldiciones.

Atrapé sus ojos con los míos al tiempo que introducía su masculinidad hasta lo más profundo de mi garganta, sin conseguir llegar hasta su base. Sus dedos se hundieron en mi cabello, empujando suavemente mi cabeza mientras succionaba el largo de su virilidad, de arriba abajo.

Él trepidaba en mis manos, enorme, imponente. A pesar del miedo que sentía por ser la primera vez que hacía algo parecido, mis ansias de complacerlo eran más grandes. Había una oscura sensación de felicidad invadiéndome.

Lo vi cerrar los ojos, gruñendo.

—Espera, o voy a… —Me apartó gentilmente antes de limpiar con su pulgar la mancha de labial corrido sobre mi labio inferior.

Sin demoras, rodó sobre mí y me despojó de mis pantalones. Con urgencia, me penetró en un movimiento brusco, haciéndome gritar de satisfacción. Mi interior se apretó alrededor de su miembro.

Sus embates fueron firmes, violentos. Yo me meneaba contra su cuerpo, siguiendo su ritmo. Sus dedos dejaban marcas en mi piel.

—Muérdeme, Joe. ¡Hazlo! —le supliqué, al borde del éxtasis más deseado.

Mi vientre se contraía cada vez más, casi a punto de estallar.

Lo único que necesitaba era sentir sus colmillos hundidos dolorosamente en mi piel.

Él cerró los ojos al tiempo que sacudía la cabeza.

—Podría lastimarte. Tengo miedo de hacerte daño —explicó, jadeando.

Seguía asustado por la situación de días atrás, cuando había bebido de mí hasta un punto peligroso.

—Confío en ti, Joe. Sé que no me harías daño —balbuceé mientras mis piernas comenzaban a trepidar.

Jugué con su cabello al tiempo que buscaba su boca con la mía.

Justo después de inhalar mi aroma, sus colmillos se desplegaron, hundiéndose en mi garganta.

Y grité. De placer, de dolor, de ardor, de locura…

Mi cuerpo pareció flotar, para después caer, convertido en cientos de mariposas.

Inmediatamente, se deslizó fuera de mí, salpicando mi ombligo de su orgasmo.

Y detuvo su mordida, conteniéndose.

Aquella noche hicimos el amor una y otra vez, sin descanso. Hasta el amanecer, hasta estar sudorosos, exhaustos y adoloridos.

Al terminar, me acosté sobre su torso. Sus brazos me rodeaban la cintura, su respiración cálida rozaba mi frente. Nuestros cuerpos desnudos estaban entrelazados bajo las sábanas.

—Te extrañé —musité, acariciando cariñosamente su mandíbula con mi nariz.

Sonrió después de besar mi cabello.

—Sólo me ausenté unas pocas horas.

—No me refiero a eso —aclaré—. Hablo de tenerte así. Junto a mí, desnudo en mi cama.

Hablaba de su calor dentro de mi cuerpo, de sopesar su peso, de su piel quemando la mía, de sus abrazos, su sabor, su amor…

—Yo también te he extrañado de esa manera. —Alzó mi barbilla para besar con dulzura mis labios—. Me dejaste agotado, nena. No puedo siquiera moverme. Pero, sí, valió la maldita pena —hizo una pausa para contemplarme con detenimiento—. Eres lo más increíble que me pasó, Angelique Moore.

—Y tú eres el hombre de mi vida, Joseph Blade.

Después de todo lo que habíamos hecho, hasta mis dedos estaban entumecidos por haber estado toda la noche aferrados a su cuerpo con tanta fuerza. Era el dulce dolor del placer.

Tracé los bordes de su rostro con la punta de mi dedo índice, pinchándome con su barba incipiente cuando llegué a su mandíbula. Después descendí hasta el hueco de su garganta, donde descansaba su medallón. Sentí un escalofrío antes de sujetarlo con cuidado. Esta vez, me dejó examinarlo, a pesar de que había cierta tensión en su semblante.

—¿Qué significa? —insistí, refiriéndome al símbolo que compartían su colgante y su nuevo tatuaje.

Tras exhalar un suspiro, se sumió en un prolongado silencio, manteniéndose callado por varios minutos. Cuando descansé mi cabeza en su clavícula, apartó tiernamente el cabello que caía sobre mi rostro con una mano, mientras la otra reposaba en la parte baja de mi espalda descubierta. Acto seguido, besó mis labios de forma tan romántica que por un instante tuve la absoluta certeza de que me amaba. Sus labios hinchados y húmedos se sentían tan bien sobre los míos, tan blandos y abrasadores…

—Tenemos que hablar —rompió el silencio.

Alcé el rostro para verlo a los ojos.

—Vaya, eso suena aterrador.

—Bueno, lo es.

Me separé de su cuerpo, tumbándome a su lado. Él se giró para enfrentarme y me abrazó, pasando una pierna por encima de mis caderas.

Traté de prepararme mentalmente para una trágica noticia. ¿Qué era eso tan aterrador que tenía que hablar conmigo?

—No te preocupes por esto —señaló el colgante en su cuello—. Es parte de mi nuevo empleo.

Bostecé, exhausta y somnolienta por haber pasado toda la noche despierta. Él continuó observándome con una sonrisa seductora que pronto se desvaneció. Desvió la mirada hacia el techo.

—He cometido un grave error —confesó. Fruncí el ceño, pero no lo notó. Su atención estaba fija en las sombras—. He hecho algo terrible para poder volver aquí. En este momento debería estar muerto. Y no quiero hacerte daño, Angelique, pero estoy seguro de que alguien vendrá pronto a buscarme. No pertenezco aquí.

Parpadeé un par de veces, perpleja.

—¿Qué me estás diciendo, Joe? ¿Qué quieres decir? —mi voz denotaba inquietud.

—Cálmate —sostuvo mi rostro entre sus manos—. Es sólo un presentimiento. Creo que tal vez alguien vendrá a arrastrarme de nuevo al infierno. Por eso quiero que sepas que entenderé si decides alejarte de mí, porque quizás no estaré aquí para siempre.

—¿Joseph, estás loco? ¿A qué te refieres cuando dices que has cometido un grave error? No entiendo, por favor, explícame.

Rápidamente, se sentó. Y después de echarle un vistazo a su reloj, empezó a buscar su ropa en el suelo.

—Lo siento, linda, tengo que ir a trabajar. —Subió el cierre de sus pantalones y agarró su camiseta.

—Pero... —protesté—, es demasiado temprano, y ni siquiera has dormido. ¿Cómo demonios piensas marcharte así, Joe? ¡Habla conmigo primero!

Ya se había puesto los zapatos y avanzaba hacia la puerta.

—Discutiremos sobre esto más tarde, preciosa.

—¡Joseph Blade! —vociferé—. ¡Ven aquí ahora mismo!

Envolví mi cuerpo en las sábanas para seguirlo.

—Regresaré en unas horas, Angelique. Estaré bien —anunció, cerrando la puerta de golpe.

Suspiré, consternada. Luego descubrí su billetera arrojada en el suelo. Supuse que se le había caído del pantalón. Tan pronto como la recogí, surgió la tentación.

Sí, debía revisarla.

Se me revolvió el estómago al pensar que me estaba volviendo paranoica, celosa y obsesiva. Pero de todas maneras le eché un vistazo. Estaba vacía, salvo por diez mil trescientos dólares en efectivo que abultaban ese trozo de cuero.

De acuerdo, Joe estaba bastante acomodado. Su nuevo empleo parecía pagar bien.

Salí de la habitación y me dirigí al recibidor para devolverle la billetera. Sin embargo, al asomarme por la ventana, lo vi alejarse en una de las motos.

Mientras regresaba al dormitorio, observé a Jerry jugando con el fuego artificial de la chimenea en el corredor. Manipulaba el control remoto para cambiar el color de las llamas a variados matices.

El mortal llevaba su mochila negra en la espalda y vestía pantalones caqui, combinados con una camiseta veraniega. Me escuchó acercarme por detrás.

—Deberías ver esto —dijo sin mirarme, en tono de asombro.

Presionó algunos botones, causando que el fuego falso cambiara de un matiz verdoso a uno púrpura. Todo el pasillo se iluminó de ese color.

Una guitarra eléctrica yacía a sus pies, pero él apenas le prestaba atención, fascinado por el resplandor cambiante de las llamas. Entonces se giró para mirarme, elevando su atractiva ceja rubia adornada con un piercing y curvando la comisura de su boca.

Miré hacia abajo para comprobar que la sábana que me envolvía estuviera cubriendo adecuadamente mi cuerpo.

Sí, todo estaba en orden. La tela caía hasta mis pies, abrazando casi por completo mi figura como una toga. Sólo mis hombros y brazos estaban al descubierto.

—¿Qué haces? —curioseé.

Él arrojó el control a una silla acolchada antes de levantar la guitarra del suelo.

—Espero a Nina —respondió—. Adolph no está, así que la llevaré a ver cómo toca mi banda en el garaje. ¿Te gustaría unirte, encanto?

Le dirigí una mirada de reproche.

—¿Qué tan difícil puede ser llamarme por mi nombre?

—¡Perdón, Angie! —se excusó—. Hey, Angelique es un nombre verdaderamente largo. ¿Nueve letras? ¿En qué pensaban tus padres? Te llamaré Angie. Entonces, ¿vienes con nosotros?

¿Salir? Lo único que deseaba era dormir. Mis músculos seguían resentidos después de esa noche.

Exhalé con cansancio.

—Lo siento, no tengo ganas de ir. No he dormido nada.

—Sí, me imagino —recalcó, escudriñándome de arriba abajo con agudeza. Me ruboricé—. Bueno, si cambias de parecer, estaré aquí esperando. No creo que Nina se apresure demasiado, lleva horas arreglándose.

La idea de conocer más a fondo a Jerry me entusiasmaba.

¿Era músico? ¿Tenía una banda? ¿Su banda era de humanos o vampiros?

Reflexioné mientras observaba el resplandor púrpura reflejado en sus anteojos y en las zonas de su piel al descubierto.

—Está bien, me daré una ducha y volveré. Espérame unos minutos —cedí.

Un baño profundo alivió mis músculos tensos, aunque eliminó de mi piel el aroma de Joe y las marcas de sus caricias. Extraje de mi armario unos viejos jeans andrajosos, remendados y desteñidos, junto con una camiseta gris.

Cuando regresé con Jerry, mis ojos se abrieron ampliamente al ver a Nina. Vestía pantalones de cuero con cadenas que colgaban en sus caderas, botas negras de terciopelo deshilachado, una camiseta de malla, prácticamente transparente, que dejaba a la vista su sujetador, y una chaqueta abierta, también negra, también de cuero. Su cabello corto llevaba mechones de distintos colores: negro, púrpura, plateado, amarillo, rosa y verde. Su maquillaje era blanco y negro.

Era toda una estrella de rock.

—¡Vaya! —le comenté al humano—. Se tomó muy en serio lo de ver a tu banda, ¿no?

El muchacho asintió con una sonrisa.

En el mismo momento en que salimos de casa, mi piel empezó a chamuscarse dolorosamente bajo los fulgentes rayos del sol, provocándome un fuerte ardor.

Maldije en voz baja.

Nina se puso unos lentes oscuros y cada uno subió a una motocicleta.

Mi corazón latió con fuerza mientras me colocaba el casco, aún sentía miedo de conducir esa máquina. Nos dirigimos hacia Brooklyn, siguiendo al humano a través de las avenidas hasta llegar a un vecindario corriente.

De pronto, un fuerte sonido inundó las calles. Metal pesado, instrumentos eléctricos y ruido estridente.

Nos detuvimos frente al lugar del que provenía el sonido, una casa ordinaria, pequeña y acogedora. Una casa familiar

Deshice rápidamente los recuerdos de mi familia que invadieron mi cabeza. Debía pensar en otra cosa. Odiaba recordar lo que había perdido.

El amplio garaje estaba abierto para cualquiera que quisiera entrar, pero dentro sólo estaba la banda. Había un viejo automóvil al final del cobertizo, algunos sofás polvorientos más adelante, una pila de instrumentos musicales, dos chicos tumbados en los divanes bebiendo Coca Cola y comiendo M&M's, otro componiendo solos en la batería, y una joven afinando las guitarras.

—Traje a unas amigas —anunció Jerry una vez que nos unimos al resto de sus compañeros.

Él depositó su mochila y la funda de su guitarra en un mueble, liberando una nube de polvo gris y telarañas que irritó mi nariz. Los dos chicos que disfrutaban de la Coca Cola se levantaron tan rápidamente que me sorprendí.

Parecían tener quince y dieciséis años respectivamente. Eran de estatura baja, atractivos y con cabello largo.

La única chica del grupo nos ignoró por completo. Su atención pasó al teclado, en el cual comenzó a mezclar sonidos. El último muchacho, sentado frente a la batería, tenía el cabello corto, con las puntas teñidas de verde. Era aparentemente mayor que el resto. Alzó la vista con desinterés al notar nuestra presencia.

Los más jóvenes nos saludaron afectuosamente, como si nos conocieran desde siempre. Eran humanos.

—¿Trajiste vampiros aquí? —le reclamó el de cabello verde a Jerry—. ¿Estás loco? Las dos son vampiras.

Jerry se encogió de hombros con aburrimiento.

—Tú también eres vampiro. ¿Qué tiene de malo? —se defendió.

En ese momento me di cuenta de su naturaleza. También era un chupasangre. De ahí su descomunal palidez.

—Pero yo no voy a beber de ustedes. Ellas son jóvenes, puedo olerlo. Es posible que tengan poco control de sus instintos. Les drenarán la sangre y me quedaré sin banda si eso sucede.

Finalmente, la chica alzó su mirada hacia nosotras, estudiándonos minuciosamente.

—No le hagan caso. Él cree que es un vampiro y afirma tener más de cien años.

—Los tengo —rebatió el vampiro.

—¡Qué extraño! —bromeó Nina—. Yo le habría calculado unos noventa.

Todos rieron.

—No sé al resto, pero a mí realmente me agradan tus amigas, Jerry. ¿De dónde sacaste a estas bellezas? —expresó uno de los adolescentes de cabello largo.

Jerry se aproximó a un pequeño refrigerador y nos entregó una lata de Coca Cola a cada una.

—Las compré en un catálogo. Son inofensivas.

Nina sonrió perversamente. No supe si era por haber sido llamada "belleza" o por la ironía de la palabra "inofensivas".

—Eso crees —pensé en voz alta.

Me sorprendí al escucharme a mí misma pronunciar esas palabras.

Por fortuna, los demás lo interpretaron como una broma y soltaron risitas, a excepción del vampiro, que preguntó malhumorado:

—¿Vamos a ensayar o qué?

—O qué —respondió Jerry, haciéndose el gracioso.

Una vez que se acomodaron tras los instrumentos, comenzaron a tocar. La chica era la vocalista principal. Aunque el sonido era poco afinado y no tan limpio, iba a la perfección con la música grunge y pop punk que tocaban. Sonaban increíble.

Al terminar la canción, Jerry dejó su guitarra a un lado y besó a la cantante en los labios, con mucha fuerza, pero de forma veloz. Ella lo empujó, quejándose entre gruñidos.

—Por menos que eso podría mandarte a la cárcel por acoso —rumió, sacándoselo de encima—. Odio cuando te emocionas.

No era su novia, eso quedó claro. Entonces era cierto que el mortal besaba a cualquiera que estuviera cerca cuando la emoción lo embargaba.

Después de horas de práctica, nos recostamos en los sofás para disfrutar de una pizza. Las bromas sobre el cabello verde del vampiro no tardaron en llegar.

—Creo que es la pareja perfecta para Nina —declaró Jerry de forma traviesa, agarrando un mechón fucsia del pelo de mi amiga.

Me reí.

Asombrosamente, Nina estaba sonrojada.

—Beberé de tu sangre la próxima vez que insultes mi genial cabello —dijo con un falso enojo.

—Estoy seguro de que lo harás —insinuó el otro vampiro.

Ella lo aniquiló con la mirada.

Creí que al consumir suficiente alimento humano podría mitigar mi sed de sangre, pero sólo logré que la banda hiciera chistes sobre mi apetito de lobo. Esto derivó en una charla sobre las destrezas de los licántropos y los vampiros, y quién ganaría en una batalla. Su escepticismo e inocencia no les permitía ver que estaban compartiendo la habitación con tres chupasangres.

—Hmm… —Saboreé el pepperoni y el queso de la pizza—. Si los hombres lobo existieran, claro —añadí después de engullir un bocado.

Luego de charlar entre música y comida chatarra hasta el anochecer, nos despedimos de la banda con bromas sobre salir a cazar bajo la luna llena y transformarnos en murciélagos. Cuando me dieron un abrazo de despedida, tuve que dejar de respirar para evitar la tentación de sus cuellos expuestos.

—No te ofendas, pero hueles a chico —comentó el último humano que me abrazó.

Mis mejillas se tornaron carmesí mientras Nina y Jerry se burlaban.

—Ya era hora de que alguien te lo dijera —estuvo de acuerdo Nina—. Ese perfume costoso de Joe parece estar adherido a tu piel. Siempre hueles a Dior Sauvage y cuero, exactamente igual que él.

Olfateé un mechón de mi cabello.

¡Cielos! Era cierto.

—¿Cómo puedes conducir con todo el cabello en la cara, Angie? —me preguntó Jerry mientras nos subíamos a las motocicletas.

Enfurecí al recordar a mis padres.

Él me llamaba como lo hacían ellos, ¿y ahora se quejaba de mi cabello suelto como ellos solían hacerlo?

—Nunca me verás con el cabello recogido, nunca —aseveré secamente—. Siempre está suelto y así se quedará.

—Te queda muy bonito, pero tu rostro también merece ser admirado. No ganas nada cubriéndolo.

Había escuchado eso antes, incontables veces en mi vida humana.

***

Antes de regresar a casa, hicimos una parada en Starbucks. Mi cuerpo necesitaba cafeína debido a que llevaba muchas horas sin dormir.

—Eres bastante musculoso. ¿Qué haces para mantenerte en forma? —escuché que Nina halagaba a Jerry mientras bebía mi café dulce.

—¡Oh! ¿Esto? —el mortal le mostró su musculoso brazo tatuado.

Los dos estaban completamente locos.

—Deberían advertir en alguna parte que salir con ustedes dos juntos es dañino para la salud mental —comenté.

Estábamos teniendo conversaciones sin sentido cuando el establecimiento se quedó a oscuras.

Un apagón.

Inmediatamente, las personas comenzaron a gritar y se apresuraron a salir del lugar.

—¿Un robo? —cuestioné con serenidad.

Jerry me tomó del brazo para que me levantara de la silla.

—No es un robo, es tu novio —resonó su voz en la oscuridad.

—¿Joe?

—No Joe, el otro.

Mientras los tres nos dirigíamos hacia la salida, comprendí a quién se refería.

Donovan.

—¿Cómo sabes que es Donovan? —inquirió Nina.

—Míralo tú misma.

En el exterior había muchísima gente asustada. La oscuridad se extendía por toda la calle, lo cual significaba que el corte eléctrico era masivo. Sólo se podía apreciar el brillo de los faros de los automóviles y los teléfonos móviles.

Fue entonces cuando lo vi.

Donovan, con su cabello desordenado cayendo sobre su frente, junto a varios vampiros. Se encontraban encima de unas imponentes motocicletas entre la multitud de transeúntes.

—¡Corran! —ordenó Jerry en voz alta.

Nina agarró mi mano y me arrastró hacia donde estaban estacionadas nuestras motos. Di un traspié hacia adelante antes de llegar al vehículo.

Después de subir a la máquina, Jerry me sonrió con picardía y señaló el casco que sostenía en sus manos.

—No querrás romperte la cabeza —dijo con una voz tan divertida que nadie creería que estaba a punto de formar parte de una persecución.

Una vez que encendí el motor, me sumergí entre el caos de personas y vehículos que llenaban las calles a esa hora de la noche. Nina y Jerry venían detrás de mí, transitando en medio del humo y la basura. Atravesé a toda velocidad charcos de agua mugrienta, mirando constantemente hacia atrás para no perder de vista a los chicos.

Jerry se adelantó y nos hizo señas para que nos detuviéramos. Las dos obedecimos.

—No miren, pero nos están siguiendo —susurró el mortal, como si no quisiera ser escuchado por alguien más.

Ambas giramos.

Más allá del tráfico, Donovan y su séquito esquivaban los automóviles con sus motocicletas, persiguiéndonos discretamente. Parecían simplemente un grupo de motorizados apuestos y sanguinarios, no como esos rudos, fornidos, con la cabeza rapada y bigotes, sino más bien esbeltos, elegantes y jóvenes.

—Les dije que no miraran.

Nina bufó con aburrimiento.

—¿Alguna sugerencia, saco de sangre andante? —preguntó, evidentemente irritada por tener que seguir órdenes de un humano, su alimento.

—Iremos por allá —Jerry apuntó con su barbilla hacia un oscuro callejón que parecía no tener fondo—. ¡Muévanse, bellezas!

Giré el manillar para acelerar y seguí a mis dos amigos con tal rapidez que mis ojos lagrimeaban y mis labios se resecaban debido al aire que me golpeaba en cara. Mientras avanzaba, escuchaba cada sonido de la ciudad amplificado, a un volumen tres veces mayor que cualquier mortal. Las bocinas, las conversaciones, los ladridos de perros, las sirenas de las patrullas o ambulacias, todo al mismo tiempo.

De pronto, el rugido de las motos se hizo diez veces más ruidoso. En menos tiempo del que pude parpadear, Donovan estaba a mi lado, intentando alcanzarme en su Harley-Davidson plateada. Lo miré de soslayo mientras trataba de aumentar la velocidad. Él no llevaba casco, por lo que su cabello castaño claro volaba hacia atrás. Tampoco estaba viéndome. De alguna forma, intentaba no prestarme atención, como si no quisiera causar la impresión de que estaba persiguiendo a alguien. Sus amigos motoristas venían detrás de mí.

—¡Más rápido, Angelique! —oí el alarido de Nina por debajo de todo el ruido.

Sabía que si aceleraba más no sólo me arriesgaba a una multa por exceso de velocidad, sino que también corría el peligro de perder el equilibrio y enfrentar un desenlace fatal.

El Succubus se aproximó peligrosamente, casi rozándome. Con la garganta seca y la vista puesta en las calles sombrías, intentaba seguir el paso de mis dos amigos. Ambos giraron a la izquierda en la esquina. Yo iba a hacer lo mismo, hasta que sentí un fuerte agarre en mi brazo. Donovan me sujetaba desde su motocicleta.

Luché por mantener el control del trémulo vehículo, pero perdí de vista a Nina y Jerry.

Con el corazón latiendo contra mi garganta, me liberé de su sujeción y apreté el paso para perderlo. Las vías se quedaron atrás a una velocidad mortal, todo a mi alrededor se volvió difuso, las aceras y edificios eran líneas borrosas mientras que las luces de los postes se desdibujaban. La noche se volvía más fría a medida que aceleraba.

Giré a la izquierda y luego a la derecha al final de cada calle, al tiempo que el Succubus y su clan me pisaban los talones.

¡Mierda! ¡Realmente era un imán de problemas!

Donovan se acercaba inexorablemente, podía escucharlo justo detrás de mí. Los espejos retrovisores reflejaban su figura amenazadora y la de los demás vampiros.

Cuando intenté torcer el manubrio en la siguiente esquina, el Succubus ya me había alcanzado. Desde mi costado, pateó la rueda trasera de mi moto para hacerme perder el equilibrio. Grité. Y aunque intenté con todas mis fuerzas evitar la caída, un enorme charco me hizo resbalar, salpicando agua en todas direcciones. Salí disparada por el aire, para luego aterrizar entre bolsas de basura con un olor putrefacto que me provocó náuseas.

Tendida entre la basura, podia oír las motocicletas aproximándose. Mi respiración alterada causaba que mi pecho se moviera pesadamente, el cielo ante mí adquirió un tono azul profundo con estrellas ocultas tras las luces de la ciudad. Demasiado conmocionada para moverme, tragué saliva. No obstante, hice un esfuerzo para ponerme de pie.

Cuando Donovan apareció, me salpicó una vez más de agua sucia al frenar su moto delante de mí. Busqué desesperadamente una vía de escape, pero sólo veía basura, ratas y penumbras. Entonces, divisé una escalera de mano en la pared de ladrillos, que conducía hacia los pisos superiores de un edificio.

La mirada del Succubus se encontró con la mía en un silencio tenso. Él aguardaba con calma cualquier movimiento de mi parte. Tomé la decisión y salté hacia las escaleras oxidadas y húmedas. Mientras ascendía, mis manos resbalaban en cada peldaño, desgarrándose con el metal punzante. Unos cuatro pisos se alzaban frente a mí y, a medida que avanzaba, me preguntaba qué haría al llegar al tejado, pero dejaría ese dilema para después.

Cuando sentí que sujetaron mis tobillos, solté un grito ahogado. Resbalé, pero conseguí aferrarme a las barras mohosas. Donovan, varios escalones más abajo, tiraba de mi pierna. Traté en vano de liberarme, sacudiendo mi pie, pero era más fuerte que yo. Mis gritos hicieron eco entre los muros mientras era arrastrada hacia abajo y arrojada al aceitoso pavimento.

—¿Ahora sí me tienes miedo? —me dijo con una tonalidad jactanciosa y amenazante.

Aclaré mi garganta al tiempo que me alzaba sobre mis temblorosas rodillas para ponerme de pie.

—¿Qué quieres, imbécil?

Él frotó su barbilla con astucia, fingiendo pensar una respuesta.

—Sólo quiero hablar, no tienes por qué huir —me informó—. He escuchado que tu adorado Joseph ha vuelto. ¿Es eso cierto?

Una vez que conseguí erguirme, abrí la boca para responder, pero me arrepentí enseguida.

—¿Por qué te importa si está vivo o muerto? ¡Vete al mierda! —exclamé con arrogancia, apretando los puños.

Él se rió.

—¡Pero qué vocabulario! Eso es lo que has aprendido con tus malas juntas —soltó entre carcajadas pérfidas—. Y, ciertamente, me preocupa la vida de tu amante, porque si está vivo, me temo que tendré que matarlo.