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Capítulo 8: Banquete

Atravesamos la penumbra con el vampiro forastero hasta llegar ante unas imponentes puertas de madera oscura.

Envolví a Joe con mis brazos, aterrorizada por lo que pudiera pasarle.

—Confía en mí, estaremos bien —susurró cerca de mi oído, acariciando mi mandíbula con su nariz.

El Zephyr abrió las puertas antes de indicarnos que ingresáramos a un lóbrego salón. Tan pronto como los tres nos adentramos, el esplendor de las velas nos iluminó sutilmente, dibujando nuestras sombras en las paredes y el suelo.

El sujeto que nos acompañaba se quedó afuera y se cercioró de cerrar las puertas tras nosotros. Mientras mis ojos se habituaban a la tenue luminosidad y al cálido ambiente, distinguí a una mujer en el centro del espacio. Vestía una túnica negra y un velo cubría su frondoso cabello. Sus ojos eran grandes, con un fulgor siniestro. No obstante, tras ese manto aterrador, percibí la mirada apacible y amorosa de una madre.

La madre de Alan.

—Hijo —exclamó la dama, surgiendo de la penumbra como si en ese momento hubiera advertido nuestra presencia. Abrazó a Alan, quien correspondió con auténtica devoción. El velo de ella se deslizó hacia atrás, revelando su rostro, y percibí un atisbo de temor en su expresión—. ¡Estaba tan preocupada! Pero ahora estarás a salvo.

—¿Cómo dices? —inquirió su hijo, liberándose del abrazo.

—Estarás bien —suspiró—. Alan, han sido reclamados por los Ravenwood. Han ordenado que no les causemos daño, tienen su resguardo.

El muchacho permaneció inmóvil, estupefacto.

—¿Cuál de los Ravenwood, madre?

—Jonathan Ravenwood. Ha insistido en liberarlos, afirmó que cuentan con su protección. Sabes que tu padre no puede intervenir mientras estén bajo protección. Y tú ya no perteneces a este lugar.

Alan asintió antes de posar su mirada en nosotros.

La Sra. Black trazó un círculo en el aire con su dedo índice y luego nos señaló a cada uno. Nuevamente, el suelo osciló bajo mis pies. Mi visión se distorsionó, volviéndose borrosa e imprecisa. Tambaleándome, caí sobre el frío mármol, después de haberme golpeado la cabeza contra un mueble.

Estábamos en casa.

Alan aterrizó sobre sus pies, imperturbable como una roca, mientras que Joe perdió ligeramente el equilibrio y sacudió su cabeza, aturdido.

—¡Hogar, dulce hogar! —exclamó el último, jubiloso y risueño—. Ya era hora, estoy hambriento, sediento y hasta el último hueso de mi ser duele.

Un estruendo parecido al galope de una manada de caballos resonó en el pasillo cuando Nina y Adolph acudieron a toda prisa hacia nosotros. Coloqué mis manos en mi cabeza mientras mis ojos se aclimataban a la luz diurna que se filtraba por las ventanas. Joe me ayudó a levantarme del suelo con un movimiento ágil.

Adolph, con un porte majestuoso, nos escudriñó con incredulidad y escepticismo en el rostro.

Nina se precipitó hacia los brazos de Alan y los dos se abrazaron durante minutos. En esta ocasión, ella no estaba utilizando una cabellera postiza. Llevaba su melena rubia despeinada, la cual caía sobre su frente. Tampoco tenía ningún rastro de maquillaje. Vestía una camiseta blanca y una falda sencilla.

—¡Volvieron, volvieron! —exclamó luego de besar las mejillas de su exnovio. Después repitió la misma acción con Joe y conmigo.

—Han regresado —la entonación de Adolph casi sonaba a pregunta—. ¡Cielos! ¿Están bien?

En ese momento comprendí que quizás él había perdido las esperanzas, algo que yo misma había llegado a hacer. Sin embargo, ahí estábamos, de vuelta y casi íntegramente ilesos.

—Estoy bien —respondió Alan—. Joe necesita algunas horas para recuperarse por completo de sus heridas, pero creo que estará bien. Lo único que necesitamos es una profunda y reparadora sesión de sueño y un poco de sangre fresca. Me atrevo a decir que hablo en nombre de los tres.

Joe y yo asentimos, confirmando su teoría. Me sentía agotada, sin fuerzas y exhausta.

—¿Cómo mierda lograron escapar? —indagó nuestro líder.

Nina corrió hacia la cocina a la velocidad de un rayo, desapareciendo de nuestra vista.

—No vas a creer esto —declaró Alan—. Jonathan Ravenwood se comunicó con mi padre, solicitando nuestra liberación porque, al parecer, todos poseemos protección. Desconozco la naturaleza de esa salvaguarda, pero aquí estamos. Lo extraño es que fue Edmond Ravenwood quien le indicó a mi padre dónde hallarme. ¿Todo para que Jonathan nos salvara el culo luego?

—Hay algo muy sospechoso en todo esto —murmuró Adolph.

—Lo sé —concordó Alan, desplomándose en el sofá.

Como si la conversación no fuera lo suficientemente relevante, Joe los ignoró a todos para sellar mis labios con un beso. Su sabor era tan celestial que hacía que mis piernas temblaran. Había estado muchas horas codiciando sus labios, y aunque también me sentía hambrienta, lo único que anhelaba en ese momento era dormir a su lado y abrazarlo tan fuerte como mi cuerpo me lo permitiera. La sensación de saber que pude haberlo perdido aún me dolía en el pecho, la garganta y el corazón.

Cuando Nina regresó, sostenía tres de esos termos que disponíamos para almacenar sangre. Tan pronto como nos los entregó, bebí con premura. La sangre… Su sabor evocaba en mí la memoria de un corazón humano palpitando bajo mi peso y la sublime sensación de mis colmillos hundiéndose en la suave piel, degustando sus emociones mientras su pecho dejaba de latir entre mis brazos. La sangre, más que alimento, era como una droga, capaz de transportarme a otra dimensión.

Recobré la consciencia cuando el líquido se agotó y el recipiente quedó vacío. Relamí mis labios para saborear los residuos. Los demás me observaron boquiabiertos ante mi sed descontrolada.

Con una ardiente sonrisa, Joe se acercó para lamer mis labios, avivando mi sentidos como el fuego del mismísimo averno.

—En mi opinión, esta noche merece una celebración —apuntó Nina, que traía una bandeja de galletas—. Debemos festejar que estamos bien y juntos, ¿no?

—No puedo estar más de acuerdo —expresó Joe antes de introducir unas tres o cinco galletas en su boca mientras se peleaba de forma juguetona conmigo para ser el primero en saborearlas.

Me hizo cosquillas en un vil intento de hacer que me rindiera. No pude evitar arrojarme al sofá entre risas mientras trataba de capturar sus manos para que se detuviera. Él se adueñó de las últimas galletas antes de que siquiera pudiera probar alguna. Cuando comencé a protestar, acercó a mi boca una galleta de chispas y me la dio.

Chocolate, chispas de chocolate. Eran tan adictivas como la misma sangre.

—Hmm… —me deleité—. Están deliciosas.

—También tú —me dijo Joe.

Me atraganté mientras mi rostro se volvía de un tono carmesí. Todos rieron.

Cuando Joe se tumbó a mi lado en el sofá, volvió a ponerse de pie al instante, de un salto, al tiempo que emitía un siseo de dolor.

—Quítate la camisa, Joe —le ordené.

—¿Acaso quieres abusar de mí, hermosa?

—¡Joe!

Me puse de pie a sus espaldas y comencé a levantar la prenda desde atrás. Como anticipé, su dorso presentaba heridas aún abiertas que, sin duda, tomarían tiempo en cicatrizar. La visión era desalentadora. Él se tensó tan pronto como dejé al descubierto su piel magullada.

—Parece que tengo trabajo que hacer. —Inspeccioné las laceraciones que recorrían su columna.

Después de hacer lo posible por atender las heridas de mi novio, me dejé vencer por el cansancio y me quedé dormida en el sofá del salón, en medio de su abrazo. Desperté horas más tarde debido a ruidos de voces y autos a mi alrededor. Una grácil luz plateada alcanzó mis ojos y un inquietante aroma a sangre impregnaba el aire. Al abrir los párpados despacio, me di cuenta de que Joe ya no se encontraba a mi lado. Las puertas principales estaban abiertas, la noche irrumpía dentro.

—Sí, puede poner eso allá atrás, junto a la piscina —le indicaba Nina a un par de hombres que se encontraban en casa, alzando una mesa de billar.

—Y coloquen eso aquí —ordenó Alan a otros dos trabajadores que sostenían un monumental equipo de sonido.

A través de la ventana logré vislumbrar un camión aparcado frente al pórtico. Adolph entregaba dinero al conductor, mientras que Joe se encontraba de pie a su lado.

—¿Qué es todo esto? —curioseé al tiempo que me incorporaba.

—¡Eh! ¡Hola! —saludó Nina con una sonrisa, meneando su cabellera roja con rizos—. Adolph ha decidido invertir algunos dólares para divertirnos esta noche. Deberías echar un vistazo, hay una gran mesa de póker y uno de esos videojuegos de baile.

Tan pronto como Adolph y Joe regresaron, los hombres del camión se retiraron. Una vez que Nina subió el volumen de la música, el hip hop vibró en mi pecho, retumbando en mis oídos

Ella empezó a bailar, sosteniendo una copa de algún cóctel en sus manos. Su atuendo seguía siendo igual de seductor que siempre, su cuerpo se movía de manera provocativa, convirtiéndola en la reina de la seducción. Lucía tan fuerte y llena de valentía que, en ese estado, parecía que nunca se la vería llorar.

Mientras pasaban las horas, se acumulaban en la mesa vasos de vodka, cerveza, whisky y cócteles. Los muchachos habían sintonizado un juego de los Yankees y gritaban efusivamente al televisor. La sala estaba atestada del aroma de las palomitas de maíz de mantequilla y nachos con queso que habían preparado como snack.

Cuando me senté en el regazo de Joe, acercó su vaso a mi boca. Bebí de su trago, que era una mezcla de licores y soda. Reí al percatarme de que todos estaban ligeramente ebrios.

Me giré para besarlo, famélica. Sus labios capturaron los míos, dejándome un refinado sabor a vodka. Nuestro beso se volvió cada segundo más salvaje, su lengua recorría mi boca con fervor. Me chupó, me mordió y lamió con arrebato. Su rostro mostraba una sonrisa traviesa, sus manos me acariciaban la espalda y hombros.

Desenfrenada, besé su cuello. Un gemido brotó de su garganta mientras sus dedos se enredaban en mi cabello.

—Te amo —susurró, buscando el botón de mis vaqueros.

Enardecida y sin aliento, volví a besar sus labios antes de detenerlo.

—También te amo —dije contra su boca—. Contrólate, Blade, estamos en público.

—¿Quieres ir a mi habitación? —preguntó en mi oído.

En lugar de responder, esbocé una sonrisa. Abandoné el sillón y me entregué al baile, moviéndome al compás de la música, la cual resonaba intensamente por encima de los alaridos del resto y la narración del partido. Él se puso de pie precipitadamente, atrapando mi cintura. Sus manos en la parte baja de mi espalda me apretaban contra su torso. Nuestros cuerpos se movieron suavemente, rozándose, encontrándose en una danza sensual. Su muslo presionaba mi entrepierna intencionalmente mientras bailábamos, generándome un ardor tan déspota y ferviente que rozaba lo insoportable. Rodeé su cuello con mis brazos, ansiando desnudar su cuerpo, tocarlo, probarlo...

Me tomó un par de segundos liberarme de su agarre para retroceder y desabrochar los dos primeros botones de mi blusa. Me sentía extremadamente acalorada.

Él avanzó, intentando acorralarme contra la pared. Lo empujé de forma coqueta.

—Ven aquí, chiquilla atrevida —sonrió al decirlo. Esa sonrisa retorcida con colmillos.

—Atrápame, cariño. —Le devolví la sonrisa al tiempo que me alejaba provocativamente, tentándolo.

Adolph se aproximó y rodeó mis hombros bajo su pesado brazo.

—Mis chicas no deberían estar bailando así cuando hay tres hombres medio borrachos cerca —bromeó, sin salir de su papel de hermano mayor sobreprotector.

—¡Vamos, Yankees! —exclamó Alan con entusiasmo, de pie frente a la gigantesca pantalla mientras sostenía un pequeño vaso de cristal con alguna bebida fría.

Sigilosamente, Nina estaba tratando de robar el control remoto del televisor para cambiar el canal sin que los chicos se enteraran. Entretanto, Adolph elevaba el volumen de la música y Joe intentaba atraparme para confinarme en su habitación. Una idea que no me incomodaba en lo más mínimo, quizás incluso la acogía con agrado. Me escabullí más de una vez de sus brazos de manera juguetona. Adoraba la sonrisa que adornaba la comisura de sus labios y aquella mirada diabólica que insinuaba devorarme, a lo cual no protestaría si fuera el caso.

—Deja de seducirme de esa manera, preciosa —me dijo en tono depredador—. Es un gran error cuando estoy tan hambriento.

—¿Qué harás? ¿Morderme? —sugerí, fingiendo inocencia.

Al verme acorralada, hice un movimiento para hacerle creer que daría un paso a la izquierda, sólo para escurrirme ágilmente por su derecha. No obstante, él se giró con rapidez, apresando mis caderas con destreza.

¡Maldición! Era demasiado veloz.

—Probablemente —contestó en voz grave.

Le mostré mi lengua en un gesto infantil, desafiándolo. Pero antes de que pudiera dar marcha atrás, atrapó mi rostro, lo atrajo hacia el suyo y succionó mi lengua a modo de castigo.

A pesar de que hice un gesto de asco, aquello se había sentido tan bien que me sentía mareada.

—¡Eres desagradable! —proclamé, ocultando mi timidez.

La alerta de mentiras se activó en mi mente.

¿Él? ¿Desagradable?

Sí, claro.

Inclinó la cabeza para besarme, pero, desdichadamente, llamaron a la puerta justo cuando sus labios comenzaron a rozar los míos.

—¡Yo voy! —se interrumpió.

Se separó de mí para dirigirse hacia la entrada.

—¿Henrie? —dijo después de abrir la puerta. En su tono de voz pude advertir su risa.

—¡Oh! Hola, José —escuché la voz de Jerry del otro lado.

Casi pude sentir cómo Joe fruncía el ceño.

—Es Joseph, idiota —gruñó antes de activar nuevamente su voz encantadora—. ¿A qué viniste?

—También tengo derecho a celebrar.

—¡Angelique! —clamó Joe sin volverse, manteniendo su atención en el horizonte—. Tu pequeña mascota quiere unirse a nuestra fiesta. Y ha traído a todos sus amigos que respiran.

—Ni lo piensen —intervino nuestro líder—. No quiero hacerme responsable de todas las vidas humanas que se pierdan esta noche, y mucho menos compartir el licor.

La mirada de Adolph resplandecía con una chispa salvaje, oculta tras su fachada de hombre responsable.

—Creo que deberíamos dejarlos entrar —propuso Joe, todavía bloqueando la entrada con su cuerpo—. Hombre, trajo una multitud de mujeres ardientes y bien dotadas.

—¿Una multitud de qué? —dije con voz filosa.

Se giró hacia mí, esbozando una sonrisa nerviosa y coqueta. Fruncí el entrecejo.

—Hombres peludos y aterradores —se corrigió, riendo de forma inquieta.

—Eso creí haber escuchado —murmuré, martillándolo con la mirada.

—Deja que se unan, así podremos darnos un banquete para acompañar la diversión —sugirió Alan mientras se llevaba un puñado de palomitas a la boca.

Adolph se encogió de hombros en señal de aparente rendición.

—Está bien —Joseph abrió la puerta más ampliamente—. Pero ten en cuenta que todo ser viviente que traigas a esta casa corre el riesgo de morir. Incluyéndote.

—No hay problema, ni siquiera son mis amigos —aclaró Jerry de manera simpática.

Tan pronto como Joe se apartó, Jerry atravesó el umbral, liderando una multitud de al menos unas cincuenta personas. ¿De verdad los habían dejado entrar?

Mierda.

Ellos no sólo eran comida, también podrían haber sido cazadores.

En su mayoría, eran adolescentes y jóvenes adultos entre los dieciséis y veinte años. Había mujeres, hombres, gays, góticos, nerds, populares, deportistas, y si tenías suerte hallarías algunos chicos del tipo "A positivo" para beber. Indiscutiblemente, sería un enorme festín.

Cuando Nina se encontró frente a frente con Jerry, cruzó los brazos sobre su pecho. Posteriormente, comenzó a merodear al humano, estudiándolo con la mirada mientras daba vueltas a su alrededor de manera acechante. Sus tacones repiqueteaban de manera rítmica contra el suelo.

—Tú —dijo de manera teatral, entrecerrando los ojos y alargando la palabra de forma que parecía tener muchas más sílabas. Lo dijo lentamente, igual que una amenaza.

—Tú —repitió el humano, casi como una burla—. La próxima vez no permitiré que me hagas correr desnudo.

Ella bebió un sorbo de su trago.

—Ya lo veremos.

Al cabo de un rato, se generó un clima turbio. De un momento a otro, los humanos desbordaban nuestro hogar. Las mujeres rodeaban a nuestros compañeros masculinos, mientras que los hombres se aglomeraron alrededor de Nina y de mí. No pasó mucho tiempo hasta que estos jóvenes estuvieron ebrios, entregándose a pecaminosos bailes sin censura. Asqueada, me sumergí en el torbellino de mortales para llegar hasta Joe. Un grupo de mujerzuelas danzaban a su alrededor, tocando su pecho de manera sugerente mientras trataban de arrebatarle algunas prendas de ropa. Un arranque de furia me asaltó. Algo oprimía mi pecho.

Celos.

Intenté pensar en esas mujeres como simples alimentos; nadie debería sentir celos por la comida de su pareja, ¿o sí? Esos sacos de sangre claramente ansiaban llevarse a mi hombre a la cama. La ira comprimía mi garganta.

Joe me dirigió una mirada de disculpa, encogiéndose de hombros mientras luchaba por mantener su ropa en su sitio. Continué caminando con actitud presumida, furiosa como el infierno. Sin dejar de parecer aterradora, aparté a su multitud de fanáticas y lo besé de manera insidiosa. Saboreé sus suaves labios con un beso tan escandaloso que hasta un actor porno se habría sentido intimidado.

Es sólo mío, perras.

Retrocedí, estirando mi brazo para limpiar con mi pulgar los restos de labial sobre su barbilla.

Acalorado, estiró el cuello de su camiseta antes de beber de un trago lo último que quedaba en su copa. Era la primera vez que lo veía tan vigorosamente ruborizado. Su rostro estaba teñido de un tono escarlata, como si tuviera fiebre.

—Hermosa, si vuelves a hacer eso, juro que te desnudaré en público —balbuceó después de tragar el líquido.

Le sonreí con malicia, esa clase de malicia de la que te avergüenzas al recordar tus acciones. Cuando avancé hacia mi hombre, retrocedió, provocándome, entrando en mi juego. Era esa clase de juegos peligrosos, como jugar con fuego, o incluso peor, con vampiros.

Presioné mis manos sobre su pecho y lo empujé al sofá antes de subirme a horcajadas sobre su regazo. Besé su cuello, luego sus labios, al tiempo que su cabello se escurría entre mis dedos.

Eso sí era divertirse.

El sonido de algo de cristal rompiéndose hizo eco en el aire, interrumpiéndonos. Por un instante creí que se trataba de copas o jarrones, hasta que todo se sumió en la oscuridad. Separándome de los labios de mi amado, observé lo que sucedía a mi alrededor.

Aquello no era más que una fiesta sórdida de jóvenes lascivos y desenfrenados. Había bebidas derramadas por el suelo, chicos zambulléndose en la piscina, algunos saqueando el bar, otros tocándose en la oscuridad, mujeres danzando obsenamente sobre las mesas y un grupo jugando al póker, donde la apuesta era despojarse de prendas de ropa. Además, se llevaban a cabo otros juegos, como el de los besos con una botella.

La puerta principal permanecía abierta, convirtiéndose en una trampa para atraer mortales, debido a que continuaban uniéndose a la celebración más de ellos a cada momento.

Alan compartía risas con una joven sentada sobre sus piernas mientras le daba de beber de su vaso. Era reconfortante verlo disfrutar, es especial cuando Adolph y Nina no estaban a la vista, lo que indicaba que probablemente se habían escabullido para tener tiempo a solas.

Haciendo una mueca, contemplé los vidrios rotos esparcidos por el suelo, los cuales provenían de una de las lámparas del techo que los humanos habían hecho caer. Ese incidente no sólo representaba una pérdida económica, sino también posibles complicaciones…

De pronto, había sangre en la escena.

Jerry se había cortado accidentalmente la mano con los cristales. A pesar de su herida, mantenía una gran sonrisa mientras yo le dirigía una feroz mirada, sedienta. Mis ojos parecían pesarle, porque el apuesto rubio de jeans desgastados se volvió, encontrando mi mirada. Por un momento sentí que su expresión era de completa satisfacción.

Levantó la ceja en la que llevaba un piercing, echándome una ojeada de pies a cabeza.

Jamás me había percatado de lo sensual que un hombre podía lucir con un piercing en la ceja, mientras la arqueaba de esa forma.

Mis instintos exigían que me abalanzara sobre él para ingerir su sangre, la cual tenía un aroma agudo y exquisito. La necesitaba, ansiaba poderosamente beberla. Abandoné el cuerpo de Joe para abrirme paso entre la muchedumbre, dando lentas zancadas hacia el humano. Sus tatuajes ocultaban los músculos de sus brazos y sus anteojos escondían el brillo sagaz en sus ojos completamente negros. Comencé a sentir dolor en la mandíbula mientras mis colmillos se expandían en mi boca. Sonreí, dejando que mis dientes se mostraran en toda su ferocidad. Esa parte irracional y salvaje en mí se despertó.

Y salté sobre Jerry.

Mis colmillos estaban desnudos, preparados para morder. Desde el frío suelo, con su cuerpo debajo del mío, el mortal hizo una mueca de incomodidad. Sin embargo, parecía disfrutar el momento.

Detente, me dijo una voz en mi mente.

En lugar de morderlo, tomé su mano ensangrentada y la llevé a mi boca. Tan pronto como succioné el líquido que brotaba desde la hendidura en su piel, siseó, permitiéndome beber plenamente de su herida.

Había algo en su sangre que era suculento y majestuoso, tenía ese toque dulce que me hacía sentir más fuerte y poderosa. Mis sentidos se agudizaron, pero no conseguía concentrarme en nada más que la sangre que fluía. Por desgracia, la cortadura en su palma no era lo suficientemente profunda y su organismo comenzaba a detener la hemorragia.

Cuando alguien tocó mi hombro, supe inmediatamente que era Joe, debido a la energía que provocó en mí y al distintivo calor de su piel, que me sacudió en una ola de placer.

Dejé de beber.

Sentada en las caderas del humano y aturdida, retrocedí. Joseph sujetó mi brazo, forzándome a levantarme. Me sonrió y probó la sangre de mis labios con un beso delicado.

—Tranquila —susurró, su aliento rozando mis labios—. Nadie recordará nada mañana. Y si lo hacen, creerán que estaban bajo los efectos del alcohol. Hoy puedes beber tanta sangre como quieras.

Su voz resonaba con intensidad en mis oídos, eclipsando incluso la música. Su rostro estaba ligeramente coloreado por la tenue iluminación. Por un instante, parecía ser el único en esa habitación. El brillo de su sonrisa era más radiante que la luz de la luna que se filtraba por las ventanas.

Lo que antes era una multitud de cincuenta personas, ahora se había transformado en una amalgama de aproximadamente doscientos individuos, danzando apretujados sobre los muebles y derramando alcohol en nuestra piscina. Un completo caos. Pero resultaba agradable si eras un vampiro que sólo anhelaba beber sangre hasta al amanecer.

Un par de cócteles fueron suficientes para comenzar a verlo todo borroso. Durante toda la noche estuve bailando, coqueteando, besando a mi novio, bebiendo sangre, asesinando a unos cuantos mortales y contemplando con horror cómo los adolescentes enloquecidos desmantelaban nuestra casa.

Desperté cerca del mediodía, tumbada en la alfombra, sin recordar mucho de lo sucedido la noche anterior. Mi cabeza martilleaba dolorosamente. Parpadeé para aclarar mi visión.

Joe descansaba en un sillón con una botella vacía en su mano derecha, la cual colgaba fuera del mueble. Tenía un aspecto desaliñado y la ropa arrugada. Sus ojos estaban cerrados, sus largas pestañas se extendían sobre sus pómulos, su rostro lucía preciosamente sonrojado… Dormía como un ángel, o quizás un pequeño diablillo. Ni siquiera se había quitado los zapatos. A diferencia de mí, que me encontraba descalza.

Alan dormía en el sofá grande, sin camisa ni zapatos, con sus rizos desordenados cayendo sobre su rostro. Adolph, por su parte, nunca había parecido tan encantador, sentado en el suelo de mármol con los ojos cerrados y con la cabeza recostada en uno de los cojines del sofá. Sus manos descansaban torpemente en su pecho, asomándose a través de su camisa abierta. Su aspecto era greñudo y desgarbado, mostrando una faceta que no solía sacar a luz.

Si un huracán hubiera azotado nuestra casa, probablemente estaría más ordenada que en ese momento. Los muebles estaban manchados, había comida y botellas esparcidas por el suelo, lámparas rotas, todo estaba de cabeza… Incluso encontrarías humanos dormidos por ahí y gente semidesnuda con resaca desmayada en los alrededores.

Cualquier cosa podría haber pasado esa noche. Lo único que sabía era que había bebido sangre hasta hartarme de su sabor.

Jerry también seguía ahí, durmiendo en el tapete junto a la chimenea.

¡Qué alivio que a nadie se le ocurriera encender el fuego!

El cuello del muchacho tenía marcas recientes de mordeduras, quizás mías, pero en la nebulosa de mis recuerdos, no podía afirmarlo.

Sintiéndome enferma y con náuseas, permanecí tumbada, sin poder moverme.

Alan se revolvió en el sofá hasta estar recostado sobre uno de sus brazos.

—Me acosté con ella —murmuró con la voz ronca. Había despertado, pero todavía no era capaz de abrir sus ojos.

—¿Con quién? —contesté con gran dificultad.

El silencio que siguió a mi pregunta fue tan largo que creí que Alan se había quedado dormido una vez más.

—No lo sé —admitió finalmente. Su voz denotaba cierto malestar—. Con una chica, dos o quizás tres. Pero mi mente sólo pensaba en ella, sólo en Nina.

—Mierda —balbuceé sin ánimos, ocultando mi rostro entre los cojines.

Justo cuando iba a preguntarle si estaba bien, se anticipó.

—Mejor que nunca. Salvo por el hecho de que vomité tres veces y no puedo levantarme.

—No recuerdo casi nada —musité

—Tampoco yo, y necesito mucho café.

—Lo preparé, todos lo necesitamos.

Ponerme de pie resultó espantosamente complicado. Mareada y con un dolor de cabeza que nublaba mi visión, esquivé algunos cuerpos para aproximarme a Joe. Cuando le quité la botella vacía y le di un suave beso en los labios, se despertó, igual de desconcertado que yo. Parpadeó durante varios segundos, sin entender nada. Luego se enderezó en el sillón.

—¿Qué hora es? —largó con un tono de urgencia.

Miró el reloj de su muñeca con los ojos entrecerrados.

—¡Maldición! Tengo que ir a trabajar —se quejó mientras Alan reía por lo bajo—. Voy a darme una ducha.

Joe se apresuró hacia el cuarto de baño. Lo vi alejarse, caminando con una sofisticada elegancia que le confería sensualidad. Su espalda y hombros anchos se movían en perfecta armonía.

Estaba loca por ese hombre.

Nina irrumpió en la habitación, perfectamente maquillada. Llevaba el cabello negro y un vestuario especialmente diseñado para despertar la admiración masculina. Después de una noche tan intensa, parecía lista para otra fiesta.

—¡Fuera de aquí! —vociferó, taconeando mientras expulsaba a los últimos humanos ebrios que aún se encontraban por todas partes: la piscina, las habitaciones, el pasillo, el jardín, la cocina, los baños…

***

Después de haber tenido una batalla con la cafetera, Nina se ofreció a preparar el café, relegándome de esa tarea. Acepté la taza que me tendió, porque a pesar de que no solía beber café, esta vez lo necesitaba.

Adolph parecía sinceramente arrepentido de haberse divertido tanto, especialmente porque tendría que afrontar los gastos de los daños ocasionados. Joe entró apresurado en la cocina y bebió de un sorbo su taza mientras se colocaba una chaqueta de cuero para salir. Me besó fugazmente antes de marcharse a toda prisa.

Me convencí a mí misma de que tendría tiempo para indagar sobre su nuevo empleo más tarde.

Jerry, el único humano que permanecía en casa, se unió a la mesa con el resto del grupo. Ya era un rostro familiar para todos.

—Necesito hablar contigo, Angelique —masculló cuando le ofrecí mi taza de café, la cual se negó a aceptar.

¿Hablar conmigo? ¿De qué quería hablar conmigo?

Los demás no pasaron por alto sus palabras, cada uno de ellos tuvo su propia reacción: Probablemente Alan intentaba leer la mente del humano, Adolph estaba demasiado agotado como para alarmarse y Nina mantenía su característica expresión de astucia.

—¡Habla! —le pedí al mortal una vez que estuvimos solos.

—Somos amigos, ¿no?

Interesante pregunta, pensé.

Su entonación me recordó a la que yo misma solía emplear cuando estaba a punto de pedir dinero a mis padres. Era algo como... "¿Me quieres, verdad? Necesito cien dólares".

Entorné los ojos, dirigiéndole una mirada desconfiada.

—¡Oh, vamos! Ya dime qué quieres.

—¿Cómo supones que quiero pedirte algo? —dio pasos lentos, examinando tranquilamente los objetos de valor en nuestra casa—. Podría ser cualquier cosa, podría ser…

—¡Jerry!

—De acuerdo —reconoció—. Necesito un lugar dónde quedarme. Y la cosa es que… quiero estar con ustedes.

Quería unirse a nosotros, ¿eh?

¡Como si yo pudiera verdaderamente decidir sobre tal asunto!

—Adolph… —comencé.

Él me cortó.

—Sí, lo sé. Por razones importantes, necesito estar bajo la protección de vampiros. Si estás de acuerdo en que me quede con ustedes, me gustaría que convenzas a Adolph y al resto de tus amigos para que me acepten aquí. No necesitan convertirme en vampiro, podría ser su esclavo. Conseguiría víctimas a diario, les dejaría beber de mi sangre y limpiaría la piscina si es necesario. Pero en serio, necesito quedarme con ustedes si es posible.

—¿Eres un fugitivo o algo así?

—Um, de cierta forma, sí.

La parte difícil sería persuadir a Adolph.

***

—Ni de broma —sentenció Adolph después de habérselo mencionado—. ¿Quieres saber lo que pienso? Que este niñito trabaja para la pandilla de Deborah y Donovan. Probablemente se unirá a nosotros para proporcionarles información a esos malnacidos. Nos pondrá en peligro. Rotundamente, es un no.

El semblante de Jerry palideció.

¿Acaso era eso lo que pretendía? ¿Me había dejado engañar?

—No, no es así —se defendió—. Venga, hombre, tienes más de setenta años, ¿no es cierto? Estás lo suficientemente capacitado para oler si estoy mintiendo. ¡Hazlo, olfatéame! Estoy diciendo la verdad, no trabajo para ellos. Al contrario, si quieres, podría infiltrarme en su clan y mantenerte al tanto de los movimientos que planean contra ustedes. Aunque intentaron matarme, sé que confiarían en mí.

Adolph se aproximó al humano y, como le pidió, lo olisqueó.

—Parece que está siendo sincero —comentó—. Aún así, no confío en ti. Algunas personas son maestras en el arte de la mentira. Alan, ¿tú qué opinas? ¿Está mintiendo?

Alan y Nina se encontraban uno al lado del otro, sin decir una palabra. Él parecía absorto en sus propios asuntos. Observaba al mortal con los ojos entrecerrados, receloso.

—No lo sé —contestó después de un par de minutos mientras se frotaba la barbilla. Su respuesta me sorprendió—. Su mente está hecha un caos, sólo hay imágenes y palabras flotando. Pero creo que dice la verdad.

Adolph exhaló un suspiro que sonaba como si se estuviera dando por vencido. Tal vez mis encantos terminarían por convencerlo. No es que me importara demasiado el mortal, pero algo de ese chico realmente me agradaba.

—Por favor, me haré responsable —le rogué, agarrando las solapas de su abrigo y mirándolo suplicante, sin ser demasiado coqueta para no provocar celos en Nina.

Él me contempló con seriedad.

—Esa mirada puede funcionar con Joe, pero no lo hará conmigo —me advirtió, haciéndome sonrojar de vergüenza. ¡Demonios!—. Mira, es una tentación tenerlo viviendo con nosotros. Si bebiéramos de él por error, nos meteríamos en problemas sin duda. ¿Qué dicen ustedes? —consultó al resto.

Nina asintió despacio.

—No me molestaría que viviera con nosotros, ¿y a ti? —preguntó ella, dirigiéndose a Alan.

—Si dice que trabajará para nosotros, no veo por qué no —Alan respaldó mi posición—. Y con respecto a beber sangre, Joe y Angelique son los únicos que tienen problemas para controlar sus instintos. Pienso que si se acostumbran a vivir con él, les será más fácil salir en público.

¡Sí! Éramos mayoría.

—Tienes suerte de que vivimos en un país democrático y libre. Pon tus cosas en una habitación —demandó Adolph a Jerry—. Y podrías empezar limpiando el desastre de anoche, que, por cierto, tú causaste.

Ahora el desafío sería decírselo a Joe.

***

—¿Qué hace este individuo todavía aquí? —gruñó tan pronto como llegó a casa esa noche, pasadas la una de la madrugada.

Explicarle no fue lo más difícil, sino afrontar su reacción.

—Te juro que me haré cargo de él.

—Angelique, no estamos hablando de una mascota, es un mortal. Una bolsa de sangre —me dijo en voz alta, claramente sobresaltado.

Yo conocía la manera de suavizarlo. Me acerqué para besar su cuello con ternura una y otra vez. Sentí que su cuerpo se tensaba con cada contacto.

—Joe —insistí, dándole un besito en la barbilla.

—No intentes distraerme.

—No lo hago —mentí.

De manera seductora, acaricié sus robustos y firmes brazos, descendí mis caricias hasta sus manos, entrelacé mis dedos con los suyos y recorrí su rostro con dulces besos. El sutil sabor de su piel era asombroso, algo de lo cual nunca podría saciarme. Sus labios poseían una exquisitez suculenta y jugosa. Su cuerpo había sido hecho para ser saboreado y para proporcionar placer.

Tenso y caliente, sujetó mi cintura, apretando su vientre contra el mío. Sentí hormigueos recorriendo mi interior y mi corazón precipitándose.

—¿Cómo podría enojarme contigo alguna vez? —se quejó—. Esto es serio, es injusto eso que haces para seducirme cada vez que quiero estar molesto.

Le sonreí, descansando mis manos en su pecho. Lo había extrañado durante todo el día, lo deseaba. Ansiaba sentir sus manos en mi cuerpo, su boca en cada parte mí, sus mordidas rasguñándome, el roce de sus labios en mi cuello…

Estaba desesperada por tenerlo a solas conmigo.

Atrapé sus labios en un furioso beso, saboreando su lengua contra la mía. Me aferré a su cuerpo mientras pasaba mis dedos por su cabello. Avancé, conduciéndolo a través del pasillo de las habitaciones. Lo embestí con mi cuerpo, presionándolo contra una pared para profundizar el beso.

—¿A dónde me llevas, preciosa? —me preguntó entre besos.

—A mi cuarto —susurré, jadeante.