"...Nuestra madre no deja de molestar con qué mejore mis acuarelas e intente aprender a tocar el piano, te extraño mucho, John..."
Carta de Jane Stirling a su hermano John Stirling, futuro conde de Kilmartin, el día 17 de agosto de 1806 con destino Eton.
El hogar ancestral Kilmartin siempre se ha sentido vacío a pesar de que no hace muchos años hasta tres infantes corrían por el salón de niños de dicho castillo, el ambiente solitario y -cierto modo- tétrico del castillo nunca pudo borrarse, este hecho era bastante conocido por todos los habitantes, pero solo una persona, la única hija del conde Jane, había intentado cambiar esto con pequeños gestos cada día, clases que llenaban su agenda y eran visibles a todos los Stirling, y -aunque todos lo negarían- con su actitud alegre como su forma de nunca poner algún filtro a sus palabras.
Jane siempre se ha considerado que su forma de mostrar su afecto era bastante obvio hacia la gente que ella ama; su madre, su hermano John, su tía Helen, su padre, su primo Michael y Arthur Spinster. Las leyes que su padre le había dado cuándo cumplió diez años -a pesar de los múltiples intentos de sus padres- nunca pudieron convertirse en un credo a seguir para ella, lo que siempre había causado grandes enojos al séptimo conde de Kilmartin.
—Jane Elladora Minerva, te casarás con el príncipe Jorge de Gales. —Pronunció estas palabras la condesa con el mayor sarcasmo posible para romper la burbuja de pensamientos de su hija.
—Seré la primera o segunda esposa de su Alteza real —Empezó con su dramaturgia Jane —Debo saber eso para saber dónde viviré.
El salón era como el resto de la propiedad Kilmartin vacío y -fuera de los lujos que debía ser un castillo- era ordinario, más un lugar para la condesa y sus posibles hijas que para el conde y sus hijos varones, este hecho era fácil de hace de deducir por la decoración afeminada del lugar.
—Tus actitudes no son dignas de una señorita de sociedad.
—Tengo quince años y no haré mi debut hasta dentro de un año. —Refutó Jane con toda su confianza.
—Mmnh, con tu actitud, me llevarías mínimo cuatro temporadas en Londres y que tu padre triplique tu dote. —Contradijo Lady Janet Stirling con la misma actitud que su hija.
Las risas leves de ambas Stirling mientras bebían de sus tazas de té, una sin azúcar y la otra con tres cucharadas de azúcar, para aliviar la risa que causaba la simple mención de matrimonio a ambas.
—Alguna noticia de tu hermano y tu primo, siento que pronto me dejarán a mí y a Helen solas.
—Michael intenta no quedar mal y John intenta, que cuando padre muera, el no cause un desfalco económico a mi dote por mal manejo. —Las palabras de la joven de quince años tenía la intención de aparentar ser una dama de alta sociedad de la misma edad de su madre como jugaba con su pañuelo y su voz era una imitación.
—Tu, mi niña, serás mi ruina mientras estés soltera y cuando te cases, serás mi mayor alegría.
A la tarde de té de madre e hija, llegó el invitado más inesperado -vamos, ¿Qué hombre dejaría sus obligaciones para estar con su esposa y su hija?, ni que estuviera enamorado- George Stirling, que a su llegada toma asiento a lado de su esposa y se llevaba una de las múltiples galletas que se encontraba en la mesa a la merced de todos.
—Hablando de bodas, mis señoras, creo es bastante temprano para eso.
—Patrañas, querido, nuestra hija pronto entrará al mercado matrimonial y después habrá niños corriendo por aquí otra vez.
—Yo considero que mi hermano sigue siendo un niño corriendo por acá. —Jane susurró para sí misma.
—¿Dijiste algo, hija? —Preguntó Janet con sus toques de malicia.
—Que considero que mis hijos estarían más tiempo en el lugar donde viva mi esposo y yo que acá. —Aclaró con una sonrisa Jane cambiando totalmente sus palabras.
El ambiente se quedó en silencio frívolo, nadie se atrevía a hablar e intentar que el conde se llegará a sentir no invitado.
—Mi tía Helen me pidió que la acompañará al jardín para que ambas pintemos juntas, así que les pido permiso para retirarme del salón y encaminarme a mi lugar de encuentro. —La voz de Jane era -por primera vez en toda la conversación- sumisa y cargada de respeto.
—Claro que sí. —El permiso fue dado por Janet, mientras que George solo asistió la cabeza con su ceño fruncido habitual.
Al tiempo en el que la joven se retiraba del salón con su doncella favorita Laurel, Janet soltó un suspiro de alguna forma calmar sus malos pensamientos -los cuales varían desde que su hija se demora en casarse por su actitud hasta que algún George se cansaría de su hija y la separaría de ella- y como respuesta de esta acción, el conde le dedico unas frías palabras de apoyo.
—De alguna forma, sé que podrás casarla, así sea en paquete con Michael.
—Tu sobrino antes se escapa a Australia que casarse con veinte y yo no permitiré que mi hija se casa a esa edad.
Si le preguntas a Helen y Jane cual es el mejor lugar de todo ese castillo, siempre dirían que el jardín lleno de una variedad exótica de flores y las especies de árboles cuyos nombres solo estaban en latín. Pero los motivos del por qué es el mejor lugar son totalmente diferente, Helen diría por los momentos que vivió allí con su sobrina e hijo, mas Jane diría que es un lugar romántico –basada en todas las veces que Arthur y ella se encontraron a escondidas- ideal para escribir algún soneto que haría sentir orgulloso al mejor poeta inglés.
— ¿Una flor a cambio de tus pensamientos, mi señora? —Exclamó con una sonrisa que pretendía ser romántica Arthur Spinster.
Pero como dice aquel dicho, el corazón es ciego y, en especial para el caso de estos enamorados, el amor entontece lo suficiente como parar no distinguir alguna actuación de este.
—Señor Spinster, no esperaba encontrarlo aquí.
Ante la sorpresa fingida por parte de Jane digna de la mejor dama de sociedad, solo se escuchó una leve risa por parte de la espectadora de este encuentro; Laurel, la doncella más cercana de Jane por su actitud imponente.
—Deberías mejorar tu actuación de señorita para el siguiente baile, mi señora. —El sarcasmo y dolor que el jardinero soltó su consejo para la señorita Stirling se ocultaba de forma magistral en sus palabras que parecía humor
—De todas formas, como si fuera a ir a un baile, cuando tenga la edad, nos casaremos y no creí que fueras un aficionado a las galas, ¿me equivocó? —Intentando seguir lo que creyó un intercambio de bromas Jane devolvió le devolvió la mención de los bailes –cambiando la palabra por gala, ya que en la mente de la rubia, la actuación es para las galas y el talento para el baile- con la diferencia que ella si deseo hablar con el mayor cariño la frase.
—Tienes razón.
—Siempre la tengo, señor Spinster. —Después que Arthur declara su derrota antes que una verdadera guerra de comentarios se desatará, Jane exclamó con la mayor felicidad y ego por su victoria. —Y como usted ya declaro que tengo razón, consideras lo mismo que yo; deberíamos ir a un lugar más privado para hablar con tranquilidad.
Ante las palabras de Jane, la tensión apareció en el cuerpo de su doncella, abriendo su boca para soltar dicha sensación y deshacer malos pensamientos.
—Mi señora, perdón por mi intervención, pero creo que los rosales son más que un lugar totalmente privado, la ubicación de estos rosales son la conoce su hermano, el señor John, y su primo, el señor Michael. Si es por mi presencia volveré a ser una fantasma y ni me sentirán. —Refutó la doncella con el mayor respeto y una sonrisa plasmada en su rostro la proposición de su señora a poner en riesgo su honor.
Siendo estas palabras llenas de respeto, ofendieron de una forma terrible a Arthur –que por su bien tuvo que ocultar la mirada llena de odio hacia la intromisión de la doncella de su novia- y, por todo lo contrario, causo que Jane demostrara su aprecio por la doncella llena de gratitud por su comentario mientras que al mismo tiempo se dedicaba a tratar de robarse una rosa para algún motivo romántico que después diría.
—Tienes razón, Laurel, no hay mejor sitio que estar en los rosales, ¿concuerda conmigo, señor Spinster?
—Totalmente de acuerdo, ni sé porque recomendó ir a otro lugar.
—Una tontería mía, ya sabes, Jane Stirling y sus delirios románticos.
Si no fuera por risa nerviosa de la rubia, la tensión de dos de las tres personas que se encontraban en aquel lugar hubiera llegado a su punto máximo y hasta una tragedia hubiera sucedido allí.
—¿Ya le conté acerca de la última carta de mi primo Michael, señor Spinster? —Como si Jane hubiera sentido la tensión que se tornó a su comentario, decidió cambiar el tono de la conversación.
—Creo que sí y de todas formas, no creo que en unos dos meses la vida de una persona puede cambiar tan drásticamente para ser de importancia. —Contestó con la felicidad recuperada –o lo que sea que sienta el en ese momento- y una sonrisa plasmada en su rostro llena de complicidad.
—Debo hallar sus palabras, en cierto modo, correctas, señor.
—Mejor cuéntame cómo van sus clases de pintura. —Las palabras del hombre fueron totalmente por el grito ahogado de la señorita Stirling.
—Señor Spinster, debes perdonarme, mi tía Helen me pidió que la acompañara en endroit pour peindre y debo macharme —Mustió la joven de quince años con una mueca en su rostro.
—Tranquila, mi señora, ve con toda la calma; con solo de tres minutos de su presencia me basta. —El hombre de veinticuatro le dedico una sonrisa llena de apoyo –o era lastima o una forma de canalizar el enojo-
Tras unos cuantos minutos, ambas mujeres se levantaron y se preparan para macharse con cuatro rosas, como una forma de excusar el retraso para inventar que estaba buscando un presente para la viuda. Antes de marcharse, Jane se giró y se despidió del hombre con una frase que solo se puede ver a través de los labios siendo esta frase «Adiós, mi señor»
—Un poco más y por fin, después de más de un año de cortejo, lo lograba. —Hablo para sí mismo de forma inaudible. —Si no fuera por esa tonta y molesta doncella.
La forma tan única de Helen Stirling de nombrar sus lugares preferidos de cada vivienda que está vinculada al conde Kilmartin –cosa que había heredado su sobrina de todo menos de sangre- desde endroit pour peindre, que era en realidad un lugar lleno de estatuas con una fuente inspiradora en medio, hasta la casa Non utique propriam, que es en realidad la casa Kilmartin en Londres. A pesar que endroit pour peindre –la traducción al francés de un lugar para pintar- era simple y aburrido, el diverso material de arte esparcido por todo el lugar causa una diversión inexplicable.
—El retraso no es digno de una señorita de sociedad.
—Creo que eso lo enseñan en las academias que mi madre decidió no enviarme, ya que dice que ella podía enseñarme mejor.
—Siempre estaré enojada con tu madre por no enviarte a esas academias. —Al momento que Helen dijo esas palabras, Jane realizo una señal a su doncella para le entregará las rosas y le dedico una sonrisa tímida a su tía.
—Si ella me hubiera enviado, te hubieras sentido sola y nadie te daría las rosas como yo.
—Comienza a pintar para ver si perdono tu tardanza.
La risa de la rubia fue lo siguiente que se escuchó en el lugar por varios segundos. En cada pincelada de la joven al lienzo en blanco que la mujer había preparado para ella mejoraba el ambiente, la rubia estaba totalmente sumergida en su mundo –ignorando lo que pasa con sus acompañantes- y siendo la principal atracción de su tía como su doncella.
—¿Dónde estaba?
—Mi señora, su sobrina solo estaba recogiendo rosas para buscar inspiración para comenzar su cuadro. —Laurel encubrió a su señora de una forma hasta convincente.
El resoplo nada educado de la mujer mayor fue lo que rompió la concentración de la pintora que decidió no pronunciar ninguna palabra y dejo que su expresión de incertidumbre se dejara plasmar claramente en su cara.
—Nada, querida, recordé una cosa desagradable; sigue pintando mejor.
—Como si fuera la verdad. —Susurro levemente Jane con una molestia oculta en sus palabras.
—¿Dijiste algo, querida?
—Para nada.
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