"...Jannie, madre siente que debe darte lo mejor y por eso intenta que tengas todas las cualidades de una mujer de sociedad..."
Carta de John Stirling a su hermana Jane Stirling, el día 1 de septiembre de 1806 con destino al castillo Kilmartin de Escocia.
La rutina de Jane continuaba hasta dos semanas de la misma forma –tomar el té con su madre, ir a un encuentro romántico con Arthur y por último, las clases de sociedad que su tía adoraba dedicarle- hasta que por fin decidió contradecir las palabras de su amante que la vida se puede cambiar en menos de dos semanas.
Rechazando ir a tomar el té con su madre el día que la carta de John le llego, dejando ir a sus clases de su tía y pidiendo una audiencia con su padre en el despacho de anteriormente nombrado para discutir acerca del mensaje que ella le hizo llegar con Laurel cuando pidió la audiencia, siendo este mensaje «Padre, espero que podamos hablar acerca de mi futuro»
—¿Qué me tenías que decir? —La voz plana y sin sentimientos del conde de Kilmartin resuena por todo el despacho.
Antes de siquiera abrir su boca para intentar pronunciar alguna palabra coherente decidió tomar un gran sorbo de su té –el cual estaba antes en la mesa donde habitualmente descansaban los documentos importantes de los asuntos del condado- con el exceso de azúcar habitual típico de ella. Un largo suspiro por parte de la más joven Stirling que se encontraba allí fue su única respuesta.
—Patético, ve con Helen y continúa tus clases.
—No quiero seguir asistiendo a esas clases. —La voz nerviosa de la rubia se escuchó inmediatamente de que el conde terminaran sus palabras
—¿Disculpa? —Pregunto frívolamente George como respuesta al comentario –que para él no tenía ninguno sentido- de su primogénita.
Las palabras viajaban a la velocidad de la luz en la mente de Jane, en menos de tres segundos su mente ya había formulado más de cincuenta maneras para contarle la verdad o la razón de su decisión.
—Estoy cansada de esas clases que me enseñan a ser una excelente dama de sociedad por la simple razón que yo no quiero seguir en la sociedad. —La voz sonaba bastante entrecortada en este momento, ya sea por nervios o las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos esmeraldas. —Quiero casarme y vivir en el campo, pero sabiendo que seré la mujer más feliz del mundo y no soy una mujer frívola que solo le preocupa que vajilla de mármol deben estar para la cena de un esposo que no me ama. Si tu decisión es desheredarme, pues lo aceptare, pero yo jamás será la esposa sumisa y perfecta que mi madre lo es contigo.
En particular, las últimas de las palabras de Jane se notaban que la mujer estaba sobresaltada por el tono de voz bastante agudo que tenía.
Ante las palabras de la rubia, el conde solo quedo expectante al futuro analizando algún movimiento por parte de su descendencia que le desagradara –como su incapacidad de controlar sus emociones y su falta de respeto al levantarle la voz- para meditar el mejor curso de acción.
—¿No dirás nada, padre? —La voz era casi inaudible por los constantes sollozos que Jane había dejado escapar mientras daba sus argumentos y su opinión.
—Seguirás con tus clases y fin del asunto, Elladora.
Ante las palabras del conde que hacían que Jane tuviera la opinión de su padre ante sus palabras, la cual la desgracia de la joven fue una negativa, la rubia respiro profundamente por unos segundos ante de levantar su cara y retirarse con una frase en la punta de sus labios «Mi futuro, mi vida y mis creencias»
Si alguna vez en aquel año, se llevaran a cabo un concurso de atletismo en las cercanías de Kilmartin, no existía ninguna de duda que el premio mayor fuera para Jane y su gran destreza a la hora de correr –sin contar que lo lograba hacer con vestido y en un estado emocional bastante perjudicial para la salud.- cuando tiene un motivo y destino para huir. Un detalle particular del castillo Kilmartin son las pequeñas cabañas para la servidumbre –cosa que hicieron para quedar como los mejores empleadores ante los ojos críticos de la sociedad- y para la suerte de la rubia, la familia Spinster fue una de las afortunadas familias ligadas al condado como la ubicación de la cabaña era de conocimiento basto para la rubia –la cual había emprendido viaje hasta allá con la intención de hablar con su amante acerca de la corta conversación nada fructífera como su padre-
—¿Qué necesita, mi señora? —La voz llena de aprecio de la madre Arthur, Lilian Spinster, tras abrir la puerta resonó más de las veces recomendadas en los oídos de Jane, calmando de forma leve sus emociones.
La duda –que acompañaba en todo el día a Jane- se hace presente antes de contestar dicha pregunta sin revelar nada que pudiera perjudicarla a ella o su familia.
—Necesito el consejo personal del jardinero en cuanto a las flores que quiero en mi siguiente pintura y mi doncella me dijo que lo podía encontrar aquí; no vi la necesidad de un acompañante si estás aquí y mi doncella nos espera luego. —Una mentira hábil salió con toda la confianza de la boca de Jane para evitar más problemas.
—Oh, mi señora, mi hijo salió hace rato y puedo decirle que vaya a la casa principal para discutir eso con usted.
—¿Puedo esperarlo en su casa, señora Spinster? Si no es ninguna molestia, claro. —La petición no tardó por parte de la rubia en llegar debido a que ir a la casa principal está fuera de sus planes por la tensión que habría en ella.
—Técnicamente, es tu casa también. Por cierto, ¿puedes llamarme Lilian? Es complicado si mi propia señora me dice señora. —Las palabras amables de Lilian causa una sonrisa suave en el rostro de Jane –la cual había asistido con su cabeza a la petición de la señora mayor para luego entrar a la cabaña- que fue un aire de soplo de aire fresco.
La cabaña era bastante hogareña –en su estructura era para una sola persona, mas podía ser acomodada para más de cinco personas si llega la oportunidad- y, sin que Jane se diera cuenta por estar sumergida en sus pensamientos, una pequeña rubia que no pasaba de dos años abrazo los pies de Stirling causando indignación a Lilian.
—¡Amélie, suelta a la señora Stirling! —El grito maternal de la castaña cobriza causó que Jane volviera al mundo real.
La niña no hizo caso a estas palabras por parte de su madre y no dejo de abrazar a Jane, hasta que la rubia mayor se arrodillo a la altura de la niña y separo su abrazo con el mayor cuidado, quitando sus guantes de seda como si fuera algo sin valor y poniéndolo en el suelo de madera de la cabaña para tocarle el cabello a la rubia menor como si fuera un recién nacido.
—¿Eres una princesa?
La pregunta llena de curiosidad infantil de Amélie causo un grito ahogado en su madre y una risa verdadera en Jane –que realmente sonaba como parte de una melodía del piano-
—No soy una princesa, pero mis padres son condes y siempre me inculcaron que debo parecer como si fuera mejor que la propia reina, pero no digas que te dije eso, me pueden matar por creer mejor que la reina. —Bromeo Jane con una amplia sonrisa, al tiempo que estaba jugando con la niña.
—¿Puedo hacer eso?
—Todas las mujeres debemos hacer eso por obligación.
La química natural de las dos rubias –más instinto maternal por parte de Jane- era una obra de arte digna de admirar, desde la conversación llenas de preguntas en la entrada de la casa hasta los juegos entre las rubias en la sala de estar, preguntas de cuidados como nuevos estilos para el cabello o cual flor de las tierras Kilmartin es la más bella eran algunos de los temas que entre las rubias –cuya diferencia de edad es de doce años-
La sensación de respeto que Lilian y Jane tenia entre ellas en un inicio había mutado con el tiempo –aproximadamente una hora- desde la hija del conde se relacionaba con la hija menor de Lilian a una sensación de confianza –aunque un poco de pena por parte de Lilian de creer que ella sería alguien frívolo y egoísta-
Durante una hora, las tres mujeres estaba llevando una conversación que hasta las mayores olvidaron la razón de la llegada inicial de Jane a la cabaña Spinster –reunirse con su amante para informarle la opinión de su padre- hasta que el golpe de la puerta de la cabaña resonó en toda la cabaña dejando ver a un Arthur con sus vestimentas especificas al trabajo y cubierto de la tierra, su llegada causó una lluvia de reacciones: un inaudible grito ahogado por parte de la rubia mayor, una sonrisa llena de alegría por parte de la castaña cobriza y la exclamación de su nombre por parte de la rubia menor.
—Arthur, hijo mío, ¿desconfías tanto de mí que no me dijiste que trabajas directamente con la señorita Stirling? —Como se mencionó antes la relación de las mujeres había cambiado tanto que Lilian utilizaba señorita en vez de señora y sus palabras estaban llenas de confianza.
—Es un proyecto privado.
Esas cuatro palabras helaron la mente de Jane impidiendo que pudiera procesar la breve conversación familiar que los Spinster llevaban enfrente de ella –lo que la mente de la rubia podía captar era la esencia de la conversación que era una breve explicación de Arthur de la situación, comentarios infantiles por parte de Amélie y exigencias de Lilian con su tono maternal-
—¿Señorita Stirling, nos marchamos? —Las palabras frías y la mano estirada de Arthur recupero la mente de la luna de Jane.
Un escalofrío recorrió toda la espada –posiblemente por la forma de hablar o la forma de reaccionar de Arthur- de la rubia mayor al tiempo se ponía sus guantes para corresponder el gesto al castaño.
—Necesito que me aconseje cuales son las flores más idóneas para mi siguiente cuadro. —Una mentira se escapa de los labios de Jane con total dominio, abandonando cualquier inseguridad a la hora de hablar.
En aquel momento los dos guantes se juntaron –uno impecable y otro cubierto de tierra- causando una breve conversación visual entre Arthur y Jane que intentaba explicar de qué manera estaba la hija de la casa en la vivienda de un jardinero y sirvienta, mientras que el hombre ayudaba a levantarse del sillón a la mujer.
—Vuelve cuando quieras, señorita Stirling.
—Lo haré, Lilian. —Confirmo Jane sin apartar su mirada de los ojos grises de Arthur por unos segundos más hasta que cambio la dirección a los ojos azules de Amélie y dirigirle unas palabras. —Debo enseñarle a esta niña ser la mejor.
Ante estas palabras las risas de las tres mujeres resonaron en la sala –siendo el único hombre que mantuvo en todo momento su rostro serio con mirada fija a la rubia que no era de su familia-
—Vamos. —Susurro Arthur esta palabra a Jane de un tono de voz que solo sería audible para ella.
—Adiós y les agradezco el buen rato que me hicieron pasar hoy. —Se despidió Jane soltando su mano de la del hombre y dirigiéndose a la puerta seguida por Arthur.
—Adiós, princesa Jane. —La voz de la niña –y su rostro- fue lo último que escucho Jane antes de abandonar la cabaña Spinster.
Por unos cuantos minutos, el camino de este par de amantes fue en total silencio hasta que un susurro enojado por parte de Arthur se hizo presente.
—¿Por qué lo hiciste?
—¿Hacer qué?
—Por favor, presentarte ante mi familia y hacer como si se conocieran de toda la vida
De lo que había comenzado como susurros por la posible cercanía de otras personas se había convertido en un par de frases en gritos.
—Tuve una discusión con mi padre y te busque, amor. Yo solo hice clic con tu familia, ¿no es bueno? —El nerviosismo había tomado el control de las emociones de Jane al ver la reacción –que en su mente estaba totalmente injustificada- por parte del hombre que había amado desde los catorce.
En un segundo, la situación había mutado por la reacción ante estas palabras de Arthur, la mano –aunque aún cubierta por un guante- izquierda había llegado al cuello de la rubia con una fuerza moderada con la intención de apretar la tranquea de esta antes de darle una respuesta con palabras y no una con acciones.
—Simplemente creo que no lo hacías con esa intención, querías sentirte poderosa a costa de mi pobre familia, perra sin escrúpulos.
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