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Capítulo 104 Ecos de Roma (147 A.C.)

La noche se cernía sobre Roma, un manto oscuro que envolvía la ciudad en un abrazo sombrío. Adrian, Clio y Lysandra se movían como sombras, sus figuras apenas perceptibles en la oscuridad mientras se deslizaban por las calles, sus ojos inmortales observando la vida que bullía a su alrededor.

Las risas y los murmullos de los ciudadanos nocturnos, los vendedores ambulantes y los amantes secretos, flotaban hacia ellos, una melodía de la existencia mortal que observaban con indiferencia distante.

En un callejón, un grito ahogado rompió la serenidad de la noche, pero los tres no se detuvieron. La vida y la muerte danzaban a su alrededor, pero ellos no eran participantes, sino meros espectadores de la tragedia y la comedia humanas.

Continuaron su camino, sus pasos los llevaban de vuelta a la villa que habían hecho su hogar en esta era. La estructura, majestuosa y sólida, se alzaba como un monumento a la riqueza y el poder de Roma, y ellos, seres de la noche, se deslizaban a través de sus puertas como fantasmas, inalterados por los dramas que se desarrollaban más allá de sus muros.

Dentro de la villa, la opulencia de su entorno era un mero decorado, un escenario sobre el cual se desarrollaba su eternidad. Adrian se movió hacia el balcón, sus ojos contemplando la ciudad que se extendía ante él, un mar de posibilidades y historias que se desplegarían sin su intervención.

Clio y Lysandra se unieron a él, sus cuerpos cercanos pero sus mentes perdidas en pensamientos propios. No había necesidad de palabras entre ellos, su conexión, forjada a través de los siglos, comunicaba sus pensamientos y emociones más claramente de lo que las palabras podrían hacerlo.

Adrian, su voz un murmullo en la noche, habló, "Roma vivirá y morirá, sus historias se contarán y se olvidarán, y nosotros permaneceremos."

Clio, su mano tocando levemente el brazo de Adrian, asintió. "Somos testigos de su esplendor y su caída, pero no somos actores en su drama."

Lysandra, sus ojos reflejando las luces distantes de la ciudad, añadió, "Y en nuestra observación, encontraremos nuestra propia forma de eternidad."

Y así, los tres se asentaron en la villa, sus cuerpos inmóviles pero sus mentes siempre alerta, observando la danza de Roma, la ciudad eterna, mientras avanzaba a través de sus propios momentos de luz y oscuridad, completamente inconsciente de los ojos inmortales que la observaban desde las sombras.