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Capítulo 105 Entre las Sombras de la Política Romana

Fecha: 15 de Marzo, 82 a.C.

La villa, un bastión de serenidad en la opulenta Roma, se mantenía al margen del bullicio y la intriga de la ciudad. Adrian, Clio y Lysandra, aunque habían hecho de la ciudad su hogar, optaban por mantener una prudente distancia de los complejos entramados políticos y sociales que la definían.

Un día, un mensajero, cuyas ropas desgastadas contrastaban con el sudor que perlaban su frente, llegó con una carta. Adrian la recibió, sus ojos escudriñando el sello que la cerraba: un águila, símbolo de una de las familias senatoriales de Roma.

La carta revelaba una invitación del senador Gaius Julius, conocido tanto por su astucia política como por su inmensa riqueza. La invitación era para un banquete en su domus, un evento diseñado para que los nobles y las personas influyentes se mezclaran y forjaran alianzas.

Clio, al observar la invitación, expresó con cautela. "Los senadores romanos no son conocidos por su generosidad sin expectativas, Adrian. ¿Qué busca Gaius al invitarnos?"

Lysandra, observando la expresión pensativa de Adrian, añadió, "Roma es un tablero de ajedrez para hombres como él. Cada movimiento, cada invitación, es calculada."

Adrian asintió, "Somos nuevos en la ciudad y hemos adquirido una propiedad en un área prestigiosa. Es natural que haya curiosidad. Asistiremos, pero como vosotras habéis dicho, debemos ser cautelosos."

La noche del banquete, los tres se vistieron con una elegancia sutil y se dirigieron a la domus de Gaius Julius. La residencia era un espectáculo de riqueza, con columnas de mármol y sirvientes que llevaban bandejas de plata llenas de alimentos exquisitos y vino de las mejores viñas.

Las conversaciones en el banquete eran un murmullo constante de acuerdos susurrados y risas contenidas. Adrian, Clio y Lysandra se movían entre los invitados, sus oídos captando fragmentos de diálogos sobre guerras en provincias lejanas, debates sobre impuestos y, en ocasiones, chismes maliciosos sobre otros patricios.

Gaius Julius, un hombre robusto con una barba bien cuidada y ojos que destilaban inteligencia y malicia, se acercó a ellos. "Adrian, me alegra que hayas aceptado mi invitación," dijo, su voz suave pero firme. "Roma es una ciudad de oportunidades para aquellos que saben dónde buscar."

Adrian, con una sonrisa cortés, respondió, "Gracias por tu hospitalidad, Gaius. Es un placer ser testigo de la magnificencia de tu hogar y de la compañía que mantienes."

A medida que la noche avanzaba, las conversaciones se volvían más audaces, las alianzas se formaban en los rincones oscuros y los secretos se susurraban en oídos dispuestos. Adrian, Clio y Lysandra, sin embargo, se mantenían al margen, observadores de un juego que habían decidido no jugar.

En la domus, mientras los tres se retiraban a un rincón tranquilo, la ciudad de Roma se extendía ante ellos, un mar de posibilidades y futuros inciertos. Y mientras reflexionaban sobre las conversaciones de la noche, un recordatorio sutil de que, aunque eran espectadores, las mareas de la historia a menudo arrastran incluso a aquellos que eligen permanecer en la orilla.