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Una decisión

Formar parte de la realeza demoniaca trae consigo sus beneficios, sus riquezas –trae también sus responsabilidades. Para estar a la altura del nombre Ars Goetia el demonio debe estar dispuesto a seguir las reglas que sean necesarias para corresponder los beneficios que se le entregan, y como los demonios castigan a los humanos por sus actos; y los Goetia son lo más alto en esta jerarquía, era regla de oro portarse con la mayor de las virtudes –enseñarles a los humanos como se hacen las cosas, demostrar que aun siendo creaturas de las tinieblas; eran mejores que ellos en todos los aspectos, incluso siendo buenos.

Esto lo saben todos al entrar o al nacer en esta familia, se les adoctrina en esta creencia desde el primer día para asegurarse que serán dignos portadores del nombre. Pero llega a pasar que la ambición de un demonio es más fuerte que toda responsabilidad; y en búsqueda de su propio crecimiento son capaces de romper cada regla del libro. En este caso en particular es necesario explicar también que tipo de demonios son los Ars Goetia; una familia de más de 72 demonios que antiguamente fueron registrados por el rey Salomón, actualmente ya en los cientos. Jerárquicamente organizados en rangos de reyes, príncipes, duques, marqueses, condes, caballeros y presidentes –con su poder político desdiciendo en este mismo orden. Encargados de llevar un control de los 9 círculos del infierno, tentar humanos que los invocan para obtener algún tipo de beneficio y muchas otras cosas más. Los demonios del Ars Goetia podrían ser considerados como la mayor y única familia demoniaca del infierno; pero fuera de esta familia se han ido generando grupos nuevos que sirven de contrapeso en la balanza del poder, lo que ha demostrado ser una clara amenaza para estos demonios; y habilidades sociopolíticas y de negociación fueron poco a poco formando parte del repertorio necesario. Actualmente la balanza del poder les pertenece, pero no hay nadie que tenga un decir en lo que el futuro les deparará.

El infierno es un lugar que no perdona a nadie, y es capaz de recordarle a sus habitantes; sin importar quien sea, que pasar un instante con la guardia baja puede significar la diferencia entre el éxito, o la desgracia de su campaña. Al final solo quedan dos caminos, sujetarte a tus deseos aún si caes en el abismo, o formar parte de la cadena y ser un eslabón más.

 

***

 

Era una noche fría en el infierno; allí en el 4to círculo, la fúnebre luz de la luna roja iluminaba las calles, jardines y arboledas. El triste viento se escuchaba sollozar al viajar por el ambiente; acompañado en tono por los alaridos y llantos de los condenados, obligando a bailar a las plantas que encontraba en su camino al ritmo de esta fúnebre ópera. Las calles y edificios se repartían caóticamente por el territorio, compartiendo todas distintos estilos arquitectónicos; de todos los tiempos y regiones del mundo vivo que habían tenido lugar hasta la fecha. En el 4to círculo los avaros y derrochadores son castigados, pero lo que Dante olvida mencionar es que también aquí se castiga a los vanidosos y arrogantes, gente que se ve a sí misma en un pedestal inexistente de grandeza sobre los demás. Esto vuelve de este círculo uno de los más competitivos; pues, aunque otros pecados como la ira, la lujuria o la avaricia también compiten por cierto tipo de superioridades, el orgullo está dentro de ellos, al este ser el caso, se vuelve un pecado un tanto poderoso –unos consideran de cierta forma el orgullo como el pecado de los pecados. Por lo tanto, la estructura de este círculo siempre cambia a la par del tiempo humano, siempre a la vanguardia de las tendencias estructurales, pues incluso en este aspecto uno podría considerar uno u otro como el mejor –de la misma forma que tu abuelo te podría decir «en mis tiempos» mientras tu piensas que en tu presente la situación es otra o hasta mejor que la del otro. También se debe para esto explicar desde un principio que el tiempo en el mundo de los vivos no es el mismo que en el infierno, pues mientras para nosotros pasan las décadas y los siglos, para estos seres no es más que tiempo indefinido en la absoluta eternidad, de la misma forma que para un niño toma una eternidad la hora del baño, pero un instante sus ocho horas de sueño, aun conservando un concepto de día y noche; días, semanas y meses, pero a un ritmo totalmente distinto; sin embargo, para facilidad de entendimiento tuyo lector, pasaremos un tanto por alto esta realidad, y la adaptaremos a la nuestra.

Las calles esa noche estaban solitarias y vacías; si acaso con una o dos creaturas esparcidas de forma escasa entre pabellones y callejones, iluminadas por un sinfín de lámparas de vela de cera, mientras el sereno se paseaba vigilando los alrededores, al acecho de cualquiera que intentara irrumpir la paz que allí gobernaba; gritando a cada hora que pasaba, «Las 10 y todo sereno.»

Ubicado en este nivel a lo lejos de toda esta chusma; se encuentra un grande palacio, de arquitectura gótica y colores que iban desde clásicos blancos y negros; a rojos y morados. Alrededor de este, múltiples jardineras con todo tipo de flora hacían de los límites territoriales del palacio; su hogar. La variedad era indescriptible e imposible de cuantificar –pues no solo había plantas reconocibles del mundo humano, si no también otras propias del infierno; y que de acuerdo a su hábitat –poseían cualidades visuales surreales.

Así, empezamos la historia en la alcoba de uno de los reyes demonio del inframundo, decorada con papel tapiz de un rojo escarlata; con un estampado de diseño un tanto peculiar –de dos alas alzadas al vuelo formando un círculo gentil, teniendo en el centro, la figura de una corona de cinco picos; larga y puntiaguda –cubriendo la pared como un mosaico, pues se repite una y otra vez cubriendo todo. En el centro se encontraba una cama gigantesca, vestida con ropas de seda y terciopelo; que de solo verla te invita a caer en los brazos de Morfeo. A los lados se encuentran unos tocadores de madera de caoba, con hermosos relieves que claramente fueron hechos a mano; y sobre ellos unas lámparas de aceite que parecían quemar eternamente –pues el contenedor de este líquido estaba prácticamente vacío, como si solo se tratase de un detalle de adorno más que funcional, era claro que una extraña magia estaba detrás de esta función.

En la alcoba se encontraban dos individuos. Uno de ellos, Paimon; uno de los 9 reyes del inframundo, y el rey más obediente a Lucifer; y que manda doscientas legiones de demonios. Un demonio de increíble poder que ofrece a quien lo evoca todas las artes, filosofías y ciencias. Siendo capaz de revelar los misterios de la tierra, viento, agua y hasta la mente. Capaz de entregar maravillosos familiares a los evocadores o entregar el poder sobre otras personas. El poder de este ente siendo verdaderamente indescriptible lo vuelve un demonio del cual desobedecer no es una opción –y su ira algo que debe evitarse a toda costa.

Con el aspecto de un búho real de cuerpo humanoide, Paimon tiene un plumaje café brillante, con unos largos penachos (Que en un búho humano solemos comparar como si fuesen sus cejas) que superan en altura incluso a su ostentosa corona de oro y blancos diamantes, una elegante cola que llega hasta el suelo –y un porte digno de alguien de su nivel. Su cara está cubierta por una máscara de antifaz victoriana; de color blanco y ornamentas doradas, por donde se asoman dos ojos rojos brillantes como rubíes en contraste con sus negras corneas –casi como si estos ojos fuesen dos bolas de luz suspendidas en la oscuridad de sus cuencas.

Su ropa reminiscente de la época final de los 1800; acentuaba su cuerpo de una forma elegante y poderosa, acentuando la amplitud de su pecho y hombros, mientras su torso delgado le permitía mostrar con acentuadas curvas su esbelta cintura –con una camisola blanca y chaleco de color rojo vino y botones dorados con cordones negros, la camisola dejaba salir una guirindola que amplificaba la fuerza de su pecho elegantemente al salir por sobre del chaleco, mientras que en sus manos; negros guantes de cuero le hacían parecer como si fuese a salir de caza, y su pantalón de tela oscura que remarcaba la forma de sus pies completaban el conjunto. A este atuendo le adornaba una capa de cuello alto que llegaba hasta el suelo, dorada por dentro con suaves brillos blancos como si fuesen estrellas, y por el exterior tenía un degradado de distintos tonos de rojo y una homogénea continuación de brillantes estrellas a lo largo de la base de la capa. 

A Paimon se le podía ver que discutía con el segundo individuo, una mujer llamada Octavia; su esposa. La reina Octavia –poseedora de todo el conocimiento que los astros pueden brindar al hombre. Aunque no está al mando de ninguna legión; sus labores se direccionaban más a las de una esposa común, esto siendo cosas como las relaciones públicas con la muchedumbre, y la aristocracia de importancia superficial –así como llevar un control de la crianza de los hijos; fruto del matrimonio. 

Con una figura fina, similar a la de un reloj de arena –la belleza de Octavia era solo comparable con la belleza de su vestimenta. Su aspecto también similar a la de un búho. De plumaje gris con tonalidades de un azul grisáceo y claro, su rostro de un blanco puro como la nieve invernal del polo norte; con una mirada fina y seductora. Poseía 6 ojos, cuatro de ellos colocados en su frente, de un infinito color rojo como la sangre, y los dos principales compartiendo el mismo tono, pero contrastado con un iris blanco completamente uniforme, todo aparentando la misma mascara que parecía usar Paimon, pero de rostro completo. Sus cejas largas y acentuadas marcaban su feminidad con suma elegancia y porte. Un pico fino y pequeño completaban el rostro de una madre gentil y una esposa hermosa.

Su vestido con una tela brillante y diseño de una sola pieza –tan ornamentado que parecía estar formado por varias, formaba una estructura ostentosa y delicada con un estilo similar al de su esposo; reminiscente de los finales del siglo XIX. Poseía todos los colores del oscuro espacio, con tonalidades negras, grises, azuladas y blancas –provocando un sutil énfasis en las decoraciones doradas que acompañaban en la cintura, cadera, pecho, cuello y mangas. Unos guantes de tela oscura semi transparente completaban el conjunto y una pequeña corona dorada de tres picos delataba su posición. De solo verla podías sentir un cálido sentido de amor maternal, al mismo tiempo que una intimidante aura de respeto y fineza emanaba de su ser.

La discusión parecía intensa, ambos portaban una mirada infundada de ira y resentimiento. Sus gritos despertaban al pequeño príncipe que dormía en su cuna en la recamara contigua.

Esta recamara compartía el diseño de la habitación de sus padres, solo teniendo la diferencia sutil de que; a un lado de una cama como la de sus padres, se encontraba una cuna hermosamente decorada con pequeños adornos de colores brillantes y una suave tela roja que cubría al pequeño búho como un techo improvisado, esta cuna; hecha con madera de cedro –y ornamentada con hermosas figuras talladas a mano a los costados; que simulaban ser constelaciones en un espacio profundo, se mecía lentamente por cuenta propia –claramente hechizada para ayudar al pequeño a conciliar el sueño.

Una aproximación nos mostraría a un polluelo de plumaje gris como el de su madre, y una blanca cara como la de su madre, con cuatro ojos, todos profundamente rojos y brillantes como el rubí. Pequeño y redondete, vistiendo un pequeño piyama azul celeste de rayas. Cubierto por una suave y cálida manta de azul marino que abrazaba temeroso a los gritos que escuchaba venir de sus padres. A su lado, un peluche de una creatura roja similar a un conejo, pero con una siniestra sonrisa con dientes puntiagudos y afilados.

Volviendo a la alcoba de los padres, se podía escuchar la violenta charla continuar.

—¿Qué no me enfade? De todas las cosas estúpidas que puedes hacer. ¿No se supone que nosotros ponemos el ejemplo? —Enfurecida gritaba Octavia—.

—No seas dramática mujer; te recuerdo que aquí en los Goetia, yo estoy a cargo, puedo hacer lo que me viene en gana si así lo deseo. —Respondía Paimon con un tono burlesque—.

—Y porque el rey no puede mantener su miembro en su lugar por más de cinco minutos; debe tener el derecho de acostarse con quien se le dé la gana.

—Te ahogas en un vaso de agua Octavia.

—¡Te acostaste con la puta de mi hermana! ¿Qué te parece si le preguntamos a Lucifer qué opina de que su perro favorito no puede poner el ejemplo?

Paimon inmediatamente enfureció al escuchar la amenaza de Octavia; era cierto que Paimon estaba en la cabeza de los Goetia, pero compartía ese título con los otros reyes, y si uno queda mal –todos quedan mal. Y Lucifer siendo el mayor de todos; era quien mandaba a los demás, así que Paimon no podía arriesgarse a hacerlo quedar mal.

Enfurecido por esto, tomó a Octavia del cuello con una mano, mientras con la otra sujetaba su cara por las mejillas, y la pegó contra la pared con todas sus fuerzas –el golpe sonando seco y cruel. Octavia, sosteniendo con ambos brazos la mano que le tomaba del cuello; en defensa propia mordió la mano de Paimon de un picotazo, lo que molestó a un más al demonio, soltando esa mano para formarla en un puño con el que la golpeó. El pico de Octavia comenzó a sangrar mientras Paimon la soltaba para atender su mano. Mientras que él solo recibió una casi invisible marca; su esposa se había llevado la peor parte, manchando su cara y ropas con sangre. La repentina violencia espantó al pequeño polluelo, incitándolo a llorar incansablemente; preocupado por los sonidos fuertes que salían de la pared. Su terrible llanto era audible desde cada parte de la casa, causando un punto de quiebre para Paimon, que estaba teniendo suficiente con las insolencias.

—¡Eres un sucio animal! —Gritó Octavia molesta, tratando de contener su propio llanto—.

Inmediatamente Octavia se limpió con su manga el rostro y acudió al llamado de su hijo –que ya estaba en los brazos de un imp mayordomo que se había adelantado al conflicto, y entró tan pronto el llanto había comenzado; pero el pequeño no le daba cuartel. Los imps son fáciles de reconocer; de muy baja estatura; quizá la mitad y un poco menos que la de los demonios Goetia, su piel es roja como la sangre y dos cuernos blancos con rayas negras salen de su cabeza. Una clara variación entre cada imp es la forma de los cuernos y el rayado de estos; unos siendo de un solo color; blanco o negro, y otros siendo o muy rayados o escasamente rayados, pueden ser puntiagudos y cortos, gruesos y largos; parecía a veces un juego de azar el adivinar como sería el siguiente, pero esto ayudaba a identificarlos fácilmente si eres alguien distraído, fuera de estos detalles los imps eran muy variados; por lo que bien podría estarme saltando aún más detalles en el afán de dar una descripción general. Los imps al ser creaturas inferiores son también quienes tienen las tareas más variadas, pues forman parte de la mayoría de la población infernal. Para los demonios de alto rango como los Goetia, sin embargo, los imps no eran más que la muchedumbre y empleados si acaso, rozando con el equivalente a la esclavitud de las antiguas épocas, haciéndolos víctimas de la opresión jerárquica de sus jefes. Otro detalle importante de los imps es que, a diferencia de los aristócratas, ellos podían degustar del pecado a sus anchas y ser tan primitivos como sus corazones lo permitieran, pero si trabajabas para un Goetia la cosa era diferente, obligándote a tomar el mismo patrón de porte virtuoso, formal y derecho. Así como estos demonios, sus empleados imp debían también dar el ejemplo a su raza, demostrando que incluso creaturas tan inferiores podían llegar a ser de bien.

Este imp en específico era de cuernos medianos y puntiagudos; completamente erguidos en vertical, con tres franjas negras. Piel roja a excepción de su ojo derecho que era un tanto más claro, lo que le daba la apariencia de tener un monóculo. Un curioso mostacho blanco al igual que una blanca melena denotaban su avanzada edad. Tres espinas en su cola, la cual terminaba en forma puntiaguda como una flecha. Y portaba un uniforme formal de camisa blanca de cuello alzado, un moño morado rojizo, un saco gris y pantalones negros, además de largos calcetines blancos y unos zapatillos negros.

—Mis más sinceras disculpas su majestad. Era justamente mi intención evitar que él príncipe les causara una molestia durante su conversación. —Inmediatamente comentó el mayordomo mientras entregaba la cría a los brazos de su madre, lo que lo hizo percatarse de la condición malherida de Octavia—. Pero qué barbaridad; permítame llamar al doctor para que trate su lesión.

—No es necesario Raél; puede retirarse. —Respondió Octavia con una voz tan dulce que cualquiera en la posición del empleado, no dudaría en sentirse culpable por no hacer nada al respecto—.

—De inmediato, su alteza.

El imp se retiró rápidamente. Mientras esto ocurría; Octavia arrulló a su hijo en sus brazos, lo que inmediatamente silenciaba su tétrico llanto.

—No hay nada de qué preocuparse pequeño, mamá está aquí. —Le reconfortaba Octavia—.

El bebé seguía llorando mientras con sus manos trataba de alcanzar el rostro de su madre.

—No es nada, mamá está bien. Ahora; ¿Me prometes que vas a dormirte y dejarás de llorar?

Su incesante llanto seguía hasta que Octavia en su sabiduría de madre buscó su chupete, que al dárselo; el bebé se enfocaba en su nueva distracción mientras le sonreía a la vez que agitaba sus brazos y pies, mientras Octavia lo regresaba a su cuna. Ya acostado, ella inmediatamente se dirigió de regreso a su habitación.

—Dulces sueños, mi querido Stolas. —Le decía Octavia a través de la puerta cerrada de su alcoba, antes de abrirla y volver con Paimon—.

Octavia entró de vuelta a su alcoba con el deseo de no haberlo hecho. Paimon parecía inalterado por lo sucedido; claramente confiado de su posición en el argumento, el daba por hecho que no había hecho nada mal; y que, en todo caso, las consecuencias caían en Octavia.

—Vendrá el doctor a revisarte, no quiero a los demás haciendo preguntas en el desayuno de mañana. —Le avisaba Paimon a Octavia—.

En el tiempo que no estuvo Octavia en la habitación, Paimon había tomado la iniciativa en irse desnudando para irse a dormir. Mientras avisaba a Octavia de la visita médica se retiraba la camisa, y con un movimiento único la doblaba y aventaba a un cesto donde otra ropa sucia se encontraba. Quedando solamente con la ropa interior.

El cuerpo de Paimon era aquel de un adonis, los músculos; a pesar de no estar necesariamente marcados, eran visibles en una forma agradable a la vista, el pecho amplio acentuado por moldeados pectorales –pero Octavia ya era inmune a su belleza física; que se opacaba por su toxica personalidad. Sin embargo, Paimon no se preocupaba por eso, él seguía pensando que cada encanto suyo era tan efectivo como la primera vez y sus fallas se volvían inexistentes. Esto era visible en este momento; Paimon se acercaba a su esposa y la tomaba fuertemente de los hombros, acariciándolos de forma sensual como intentando cortejarla, pensando que ella entendía por qué la trató como lo hizo, el solo absolviéndose de sus pecados. Octavia molesta alejaba la vista de Paimon y trataba de quitar sus brazos de encima, pero no fue hasta instantes después que alguien tocó la puerta; que Paimon le volvería a brindar su momentánea libertad.

—Adelante. —Habló Paimon en tono grueso—.

—Con su permiso sus majestades. ¿Me llamaron? —Preguntó la creatura que abría la puerta—.

El doctor era otro imp. Cuernos cortos y horizontales casi por completo, como el manubrio de una motocicleta, rayados por dos franjas negras. De nariz redonda y pronunciada; y cuerpo regordete. Traía puestos unos lentes redondos más grandes de lo necesario y portaba un traje negro similar a los de los famosos «doctores de la peste», solamente exceptuando la icónica mascara similar a la cabeza de un cuervo, lo que le daba un aspecto un tanto más amigable y cálido. Traía consigo un maletín negro de piel de dónde sacó numerosos utensilios para revisar su rostro y cuello; que fueron las partes heridas por Paimon.

Velozmente utilizó una misteriosa crema en el cuello de Octavia para evitar algún tipo de marca, además de que poseía cualidades reparadoras para el plumaje; evitando así también que se notara por algún ángulo alguna pluma lastimada o dañada. En el rostro de Octavia colocó una toalla que cubría un extraño hielo; esto para contra arrestar cualquier tipo de moretón o inflamación que pudiera darse en su rostro debido al puñetazo.

—Estos hielos son una bendición del 9no círculo. —Decía el doctor con una risa bonachona—. Nunca se descongelan. Solo mantenga esto en su pico por unos minutos más y puede irse a dormir.

—Gracias doctor, cuando termine puede retirarse. —Ordenó Paimon—.

—No se preocupe su alteza Octavia, no fue nada grave. —Le reconfortó el imp cariñosamente—.

Después de un minuto o dos, Octavia regresó el trapo helado al pequeño doctor. Y este; dando una reverencia a ambos, guardo sus cosas y se retiró de la alcoba, dejando de nuevo solos a Paimon y a ella.

—La próxima vez, recuerda tu lugar. —Volteó Paimon a decirle a Octavia—. Ahora vamos a dormir, no pienso llegar tarde mañana.

Paimon se acercó a la cama y se recostó; quedándose viendo fijamente el techo mientras esperaba a su esposa, ella; sin embargo, una vez sintiéndose mejor, se tomó su tiempo para quitarse su vestido, quedando también solo con su calzón y corpiño. Procedió pues entonces a ponerse una suave y delicada bata como piyama, y contra todos sus deseos se acostó con su marido; quien inmediatamente la tomó entre sus brazos en un gélido abrazo hipócrita. El corazón de Octavia no podía hacer más que sentirse destrozado mientras sentía el cuerpo de su esposo tocar el suyo lascivamente mientras ambos sucumbían al sueño.

Llegó la mañana, anunciada por el sol matutino que salía del horizonte y lentamente comenzaba a iluminar los pasillos del palacio. Las plantas reaccionaban al baño maría del incandescente sol, abriéndose al reconfortante amanecer.

Estos mismos rayos de luz comenzaban a penetrar la ventana del cuarto de los reyes, al igual que el del pequeño Stolas, que conforme su pequeña carita era iluminada; sus ojos reaccionaban y poco a poco se comenzaba a despertar, y un nuevo tipo de llanto comenzaba.

—Octavia... —Murmuraba Paimon a su mujer, su voz siendo amortiguada por la almohada—.

Octavia dejó pasar un minuto, de un instante a otro el llanto se había detenido. Aunque Paimon dependía de su esposa en gran parte para el cuidado de Stolas, pues él no podía molestarse en las tareas de un padre; constantemente ignoraba el hecho de que había niñeras en el palacio que se encargaban de apoyar a Octavia en los cuidados del infante, siempre pensando que eran innecesarias y que realmente no aportaban un verdadero beneficio al funcionamiento del palacio –pero era gracias a ellas que Octavia podía velar por su hijo al mismo tiempo que velaba por sus responsabilidades reales. Cosas como darle de comer; cambiarlo, o asegurarse de que había hecho sus necesidades eran la tarea principal de estas niñeras. Y Octavia; a pesar de ser una genuina madre, realmente no llevaba a cabo muchas de las tareas pesadas del trabajo, lo cual muchas otras madres considerarían «hacer trampa», o no ser una madre de verdad –pero Octavia hacía todo lo que podía por serlo de todas formas. Ella siempre llevó el nombre Goetia con honor y buscaba honrar la idea que se le había en comendado de ser un demonio sobresaliente y de verdadera virtud, y según ella, cuidar de Stolas era parte de esa virtud. Sin embargo, uno que no ha vivido este estilo frívolo de vida podría estar en desacuerdo, viendo a Octavia como una madre desatendida y antipática con su creatura.

Esta idea invadía la mente de la reina constantemente, lo que le ayudaba a levantarse; y aunque el pequeño Stolas ya no lloraba, atendía su llamado.

Así era cada mañana lo mismo, y así estaba sucediendo este día también. Octavia se levantó y ordenó a su personal como era la costumbre, dando las ordenes primordiales del nuevo día –preparar el baño para su esposo y para ella, arreglar al pequeño Stolas, y aunque el personal ya sabía estas cosas; Octavia consideraba el llevar este control como parte de su trabajo, pidiendo que estuviese listo todo para la salida y anunciando las tareas a cumplirse durante su ausencia.

—Buenos días mi príncipe. —Cantaba suavemente Octavia al entrar al cuarto del bebé—.

—Buenos días su alteza. —Le respondía la niñera en turno—.

—Buenos días Rym. —Octavia respondía el saludo—.

Rym, era la niñera principal, después de ella le seguían sus dos hijas que le ayudaban. Un poco más alta que el imp común, esa cualidad le servía bastante para llevar a cabo sus tareas, pues al ser los Goetia demonios considerablemente más grandes; eso hacía a sus crías ser un más grandes también.

Octavia se acercó a la niñera y tomó a su pequeño en los brazos. Que, a diferencia de la noche pasada, ahora mostraba una gran alegría y chuscamente jugaba con el pico de su madre.

—Ya vamos a bañarlo, de allí le daremos su primer alimento para que puedan viajar tranquilos. —Le informó Rym—.

—Muy bien. Vendré por él cuando estemos listos para partir. —Concluyó Octavia—.

Le regresó entonces al bebé y se dirigió a la siguiente parte del palacio. Revisó cosas como los jardines, los patios, la cocina, entre otras áreas más. Como es bastante obvio, el papel de Octavia en el palacio era primordial.

Mientras esto sucedía, las niñeras bañaban al pequeño Stolas, que juguetón se sacudía las plumas en el agua como un ave humana cualquiera mientras las mujeres peleaban por aplicarle la limpieza. El pequeño príncipe se bañaba en una gran tina de hierro fundido, una gran moda en el mundo humano en ese entonces. La de Stolas estaba pintada de colores morados y finas capas de oro decoraban los bordes de la bañera y las llaves del agua, una gran cortina descansaba atrás, que permitía cerrarse si el que usaba la tina deseaba algo de privacidad –aunque este no era el caso aún para el pequeño; pues ni siquiera entendía el concepto por su temprana edad. El cuarto de baño al igual que la alcoba –estaba decorado de las paredes con los mismos patrones y decoraciones, pero de un color diferente, este más blanquecino; como acostumbran a decorarse los baños para dar ese aire de limpieza y pureza que nosotros los humanos adoramos tanto al punto de obligarnos a seguir estos esquemas y arquetipos sin sentido ni valor pero que al normalizarlos nos dan un sentido de orden y lógica. Bien podríamos decorar nuestras cosas y casas de todos los colores del espectro lumínico y encontrar un orden en ese desorden; y dejarnos llevar por las emociones que estos nos emanan –haciendo de nuestro entorno un tanto más placentero. Pero la misma necesidad de vanidad y belleza es un conflicto interminable donde el solo ganador es el que se sienta superior pues la objetividad del entorno al final no importa. Una cosa a cada quien y un cada quien para cada cual.

Pero divago demasiado en mis pensamientos, y es que de alguna forma debo darles tiempo a las pobres empleadas de terminar el baño de Stolas, que no cumple ningún servicio describirlo o anotarlo; cuando es más fructífero describir el desenlace, donde con gran atención al detalle lo peinan y lo visten, de ropas finas y preciosas. Con un pantaloncillo negro muy mono y una camisa blanca de suaves telas –seguido de un pequeño chaleco rojo con botones dorados y una minúscula capa del mismo rojo amarraba por sus hombros. Le ponían su pequeñísima corona y lo mandaban de regreso a su habitación, donde a continuación lo sentaban en la cama para cuando su madre pasara a recogerlo. Último paso era arreglar la carriola. Un carrito de acero adornado con capas y capas de telas distintas, con un asiento hecho de almohadas y con un adorable techo para cubrir el sol. Las cuatro rueditas con un brillante tono planeado las hacían parecer piedras preciosas.

En la habitación de los padres, Paimon esperaba a que su bañera estuviera lista, mientras tranquilamente se desnudaba. Cada mañana Paimon empezaba estirando su cuerpo pues la cama a pesar de ser la más cómoda de todas; no era la apta para su cuerpo –por lo que cada mañana despertaba con algún dolor en la espalda o en el peor de los casos, todo el cuerpo. El doctor ya le había dicho que seguramente no era la cama si no su pésimo estilo de vida y su constante estado de tensión, que a su vez alimentaba su pésimo temperamento y carácter, pero era algo que él no podía aceptar pues estaba seguro de que él era perfecto.

De los tres miembros de la familia, el baño de Paimon era el más largo –Octavia podía hacer su rutina que acabo de explicar a grandes rasgos; al menos unas tres veces. Todo empezaba con sumergirse en su tina, que estaba decorada de la misma forma que la tina del príncipe, con la única diferencia de ser más grande para cubrir no solo su cuerpo si no también el de su esposa si se quisieran bañar juntos –cosa que cada día pasaba menos al mismo ritmo que Paimon hacía más y peores actos de adulterio y machismo. Profunda y fuertemente pasaba el agua entre sus plumas. A la hora de ponerse jabón el proceso era incluso más violento; normalmente le ayudaría alguien a tallar los lugares difíciles de alcanzar, pero se negaba pues él estaba seguro de ser el único que sabía cómo debía hacerlo. Su vanidad le hacía repetir el proceso dos veces para después acicalarse frente al espejo otras dos veces más mientras se secaba el cuerpo más y más. Aprovechaba esto para admirarse a sí mismo y su cuerpo, inspeccionando cada parte para asegurarse de lucir perfecto e impecable. A la hora de vestirse era práctico, usando magia para hacer la tarea más fácil. La única razón por la que no la usaba en otras partes del proceso era simplemente por la idea de que de esta forma trabajaría un poco sus músculos, lo que le permitiría mantener su forma.

La última en hacerlo sería Octavia, que era de los tres la más elegante a la hora del baño, no tomaba su tiempo, pero tampoco lo apuraba –lavándose y tallándose con gran atención al detalle, pero con la suavidad con la que acaricias una tela de seda. Cariñosamente tocando su cuerpo por completo en una forma altamente femenina y sensual. Después del baño el cuidado era el mismo, maquillándose y vistiéndose con exquisita precisión en los detalles que hacían relucir su belleza innata.

 

***

 

Había llegado la hora de partir. Octavia recogió a su pequeño de su habitación y le descansó en su carriola abrazado de su peluche de conejo que previamente te describí lector. La idea era que de esta forma te hagas a la idea de una vez de lo mucho que lo quería, y recuerdes en tu pasado si te pasó algo similar. Un juguete o una manta que nunca dejabas ir, y que a donde fueses te acompañaba de una u otra forma –y que si alguien te la arrebataba el poder de tu llanto era tal que como si fuera magia de inmediato recuperabas eso que se te había arrebatado. De la misma forma Stolas amaba a ese peluche.

Rápidamente subieron todos al carruaje, y se marcharon al evento social. Un desayuno previamente planeado con Crocell.

El carruaje era como todo lo que he mencionado hasta ahora –ostentosamente adornado. El carro hecho de acero con ornamentos por todas partes claramente basado en la idea gótica. Pintado de negro y con laminado de oro en los patrones. En el frente habría un asiento para que un imp o alguna otra creatura manejara; pero solo había dos caballos infernales atados al carro por magia manifestada en forma de cadenas que parecían estar hechas de nube o gas morado.

Para Paimon era muy importante ver ese día a Crocell, pero se había vuelto una necesidad después de la pelea que tuvo ayer con Octavia.

Comidilla era la razón principal para estas reuniones, Paimon era un lambiscón de Lucifer y para demostrar su capacidad de control requería saber de las acciones de los otros reyes, así como de otros demonios de importancia, y Crocell era por así llamarlo el informante de más confianza –pero al mismo tiempo era quien cubría la espalda de Paimon cuando él se pasaba de la raya. No te culpo de pensar que esto era demasiada coincidencia dados los sucesos de la noche pasada, pero tendrás que creerme cuando te diga que lo es –el desayuno se había planeado con anticipación por otro suceso similar donde Paimon había sido encontrado haciendo de las suyas, y la idea era platicar la recompensa de Crocell por haberle ayudado a "esconder" el problema. Pero ahora con uno nuevo en el horizonte, la paga tendría que ser mayor, pero Paimon sabía exactamente cómo lidiar con eso.

Una habilidad muy peligrosa de Paimon era su capacidad para manejar el arte de la aristocracia y el balance de poderes –pero sobre todo el valor de ese poder. Si la familia Goetia fuera un juego de mesa, un tablero de ajedrez sería la mejor metáfora para explicar la forma en la que él podía jugar con los roles de los demás –y hoy era un día para demostrar esas habilidades. ¿Qué podía darle que se equiparara? Debía ser algo importante, no era la primera vez que Octavia lo atrapaba haciendo las cosas que no debía hacer; y sabía que era cuestión de tiempo para que intentara hablar.

La mansión de Crocell era sin lugar a dudas hermosa, aunque no tan grande como la de Paimon o los otros reyes, si acaso la mitad y un poquito más. Pero la arquitectura seguía siendo exquisita, era una mezcla de la era renacentista humana al exterior y entremezclado con el arte gótico que perduró desde el siglo XII al XVI en el interior. Donde colores como el blanco mármol y el negro danzaban con tenues marcas de un rojo vivo. Esto era también una construcción hecha con cierta premeditación –pues, así como por fuera se ve puro y claro; y por dentro oscuro y vil –de la misma forma era Crocell, apareciéndose ante él exorcista que le invoca con la apariencia de un ángel, pero la maldad de un demonio.

Por culpa de esta imagen, y a pesar de su bajo nivel jerárquico –Paimon siempre sintió cierta envidia estética, pareciéndose más a su querido Lucifer, literalmente; un ángel caído. Paimon no podía vivir con esto y por eso lo mantenía tan cerca –que para su bendición Crocell nunca se percató, pues Paimon no era tan ignorante como para dejarse notar.

Otra cosa observable desde el exterior es la entrada principal, que como tal está adornada por dos estatuas de gárgolas una de cada lado de la mansión, con alas de murciélago y cuerpos de imp, pero delgados casi al punto de desnutrición, haciendo observables sus huesos pegados a la piel, estos tipos de imps, por cierto, fueron en su momento los ancestros del imp actual, que servían como soldados del infierno antes de la guerra celestial, ligeramente más grandes y temibles, y aunque estas estatuas carecían de color estos imps eran rojos como la sangre coagulada y sus alas negras como la noche más oscura, donde ni la luna ni las estrellas iluminan en lo más mínimo la escena. Además, un pequeño jardín mostrando el perímetro con una barda de arbustos enanos. Y a los alrededores una pequeña arboleda para separarla de las casas de la muchedumbre.

Otra cualidad de este lugar era el sonido de fondo que podías escuchar en cualquier parte del perímetro, donde escuchas el ambiente que de otra forma sería imposible encontrar allí –agua corriendo, aves cantando, una fogata levemente ardiendo, pasos en pasto seco –era Crocell que había encantado su hogar con su propia magia, generando estos sonidos de la misma forma que lo hace con los humanos. Ciertamente era un lugar que, de existir en el plano del hombre, sería un maravilloso lugar de meditación, turismo o fuente de inspiración para cualquier artista.

En el área trasera había un gran patio con muchas plantas hermosas, además de unas mesas blancas de acero fundido con su par de sillas, creerías que los sonidos vendrían de la arboleda o de este patio, pero como ya dije, no es así.

Al llegar el carruaje de Paimon a las puertas de la mansión, dos hellhounds hacían guardia.

Los hellhounds son creaturas antropomórficas con aspecto lobuno. En los momentos de guerra eran los exploradores, ahora reducidos a personal de seguridad y hasta mascotas en algunos casos, más altos que los imps, podías empezar a notar un patrón entre el aspecto físico de las creaturas y su rol en la sociedad. Leales pero feroces y capaces del mismo nivel de violencia que un soldado cualquiera.

Uno de los hellhounds rápidamente abrió la puerta y avisó su llegada, mientras que el otro hacia lado para que un imp mayordomo corriera a recibirles.

Este pequeño en específico, cabeza de los demás imps de la mansión, tenía una cara un tanto perturbadora –con cuernos cortos pero enrollados como los de una cabra montesa y voz grave.

Inmediatamente abrió la puerta del carruaje y de allí bajaron Paimon, Octavia y con ella, el pequeño Stolas que seguía en su pequeña carriola –que en este momento levitaba lentamente hacia el suelo por la magia de Paimon. Al pequeño le encantaba flotar, así que podía oírsele reír.

—¡Bienvenido, su alteza! Un honor tenerlos aquí con nosotros.

Dijo la esposa de Crocell que salía rápidamente a recibirlos, Crocell le seguía a su lado.

—¡Paimon, su alteza! —Saludaba alegremente Crocell a su rey, su voz era profunda—. Agradezco aceptara nuestra invitación a este refrigerio.

—Crocell, amigo mío, sabes por qué estoy aquí. Theia, tan hermosa como siempre. Tengo de buena fe que tu nieta heredó tu belleza. —Respondía Paimon con voz seria y grave, denotaba su hombría—.

Crocell, también conocido como Pucel o Procell, es el cuadragésimo noveno demonio mencionado por Salomón. Es un duque del infierno; grande y poderoso. Aparece con el aspecto de un ángel (probablemente para engañar a los humanos que lo invocan) y habla místicamente de las cosas ocultas. Enseña el arte de la geometría y ciencias liberales. Al mandado del exorcista produce grandes ruidos, como el de torrentes de agua, aunque no las haya. Calienta las aguas y descubre los baños termales. Pertenecía al orden de las potestades antes de su caída, tal y como lo declara Salomón. Gobierna sobre cuarenta y ocho legiones de demonios.

Crocell, que se mostraba ante los hombres con el aspecto de un ángel, no era tan diferente en el infierno. Siguiendo el aspecto tradicional Goetia, Crocell tenía el aspecto humanoide de un híbrido entre un cuervo y un águila harpía, de plumaje gris como la ceniza en su cuerpo y suaves tonos de blanco opaco adornaban las plumas de su cabeza. A diferencia de Paimon y Octavia; Crocell tenía un ala de plumas absolutamente negras en la espalda, pero solo un ala, no dos –como si estuviera incompleto. Ojos negros como la noche se perdían entre su plumaje.

Theia era la contraparte de Crocell, de aspecto blanco; casi celestial. Parecería fuera de lugar de no ser por su personalidad. Su cuerpo y plumaje igual al de una paloma blanca y vestido del mismo color que su plumaje. Su ropa recordaba a la era grecorromana de las épocas de Sócrates o Diógenes. Su aspecto a pesar de verse puro y casto, escondía su demoniaca identidad.

Con la capacidad de darle a quien la invoca, conocimiento sobre la tierra, sus plantas, animales, geografía y todo lo que señala a la tierra como la madre de toda la vida.

Una mujer orgullosa de sí misma y de su esposo. Como duques hacían un excelente trabajo. De los 23 duques del infierno se veían a sí mismos como los mejores; pero esto era una idea que se repartía entre todos los duques, lo que Crocell y Theia usaban para defender su argumento; su amistad con Paimon.

—Su majestad, me honra con su cumplido. —Respondía Theia, su voz era femenina pero oscura, como la de una mujer psicótica—. Oh, y el pequeño Stolas, que adorable.

—Entrando en su segundo ciclo, y se sigue negando a hablar. —Responde Octavia sonriendo y riendo, con su mirada puesta el en pequeño Stolas—.

Stolas solo respondió con una risa y balbuceo, no hablaba; pero entendía lo que escuchaba. Su madre se aproximó a él; rascando su plumaje por debajo del pico –su cabeza girando al sentido de las manecillas del reloj como respuesta, chillando feliz.

—Sabe que es mejor no hablar si no tienes nada bueno que decir. —Respondía Paimon, viéndolo con la mirada alzada—.

Octavia se molestó con el comentario, para ella siempre parecía que Paimon odiaba a su propio hijo, pero era que Paimon era orgulloso de su posición y deseaba lo mismo de su hijo –que fuera poderoso, inteligente, un demonio hecho y derecho que mereciera ser un heredero de los Goetia si llegaba a ser necesario. Aun siendo una cría le trataba de forma fría y estricta con la creencia de que eso lo formaría desde pequeño.

—Bueno, no perdamos tiempo su majestad. —Insistió Crocell—. Seguramente están hambrientos.

El pequeño Stolas empezó a balbucear y extender sus cortas manos.

—Parece que el pequeño príncipe está de acuerdo conmigo.

Todos entraron a la mansión de Crocell y caminaron hasta el patio trasero. Mientras tanto la conversación continuaba:

—¿Qué reportes hay del primer círculo? —Preguntaba Paimon—.

—El flujo de almas se ha estabilizado. —Crocell sonaba aliviado—. Su alteza Lucifer tenía razón.

—Recuerda a los presidentes de su trabajo; si un condenado se vuelve demasiado fuerte será su trabajo encargarse del problema. Si resultan incompetentes, que llamen a los caballeros, y más les vale haber muerto primero.

—Se supondría que Adán los tendría en control durante los ciclos.

Crocell comenzaba a sonar molesto mientras se sentaban todos para el desayuno. Deliciosa fruta de todos los colores en grandes platos, pan, agua fresca, café, y huevos.

—Suponer no va a llevarnos a nada. Además, ese hombre condenó a toda su especie; no esperaría nada de él. —Paimon mantenía su calma—. Ve nuestro desayuno como un ejemplo; la gula. El hombre siempre tiene hambre, tanto que solo hace poco un rey suyo; con la excusa de comer tan pronto se levantaba lo llamó desayuno, como si lo hubiera inventado. Y sus crías, tan hambrientas. Hicieron un libro con la idea de que las crías comieran con sus padres con tal de fermentar esta idea.

Paimon tomó una manzana, de entre sus garras salió un pequeño gusano que inmediatamente empezó a penetrar la manzana. Pero al entrar a ella salió un gusano diferente; el doble de tamaño, que se tragaba al primer insecto y devoraba la fruta hasta dejar nada atrás. Quedando solamente ella, moviéndose entre las garras de Paimon una y otra vez.

—Ve este gusano, por ejemplo. Crece tanto como lo alimentas. —Continuaba Paimon—. Come demasiado y te quedarás sin frutos, luego querrá comerse la vida y todo a su paso.

El gusano logró "saltar" de Paimon a la mesa, dirigiéndose al gran plato de fruta, pero al llegar a este, el demonio lo quemó vivo en fuego fatuo que no se detuvo hasta haber desintegrado cada rastro y ceniza.

—Si no detienes la plaga antes de que termine con todo lo que está antes de ti, solo tu quedarás para darle sustento. —Concluyó Paimon—. No me importa si Adán hace o no su trabajo, nosotros haremos el nuestro. Nunca subestimes la ambición del hombre Crocell o serás el siguiente en su lista.

—Entendido, su alteza.

Al final del desayuno Octavia dejó a Stolas jugar libre por el jardín, mientras que ella y Theia se dirigían a seguir su propia charla lejos de sus maridos.

El pequeño Stolas estaba divertido jugando con las plantas que allí vivían, ignorante de sus alrededores, incluso les balbuceaba; como si pudiera oírlas.

—Ahora que estamos en privacidad, Crocell. ¿Hiciste lo que te encargué?

—Nadie lo sabrá, su alteza. Pero si habla-

—Nadie va a hablar. —Interrumpió Paimon—. Además, tengo un nuevo problema.

—Será un placer ayudarle.

—Es Octavia.

—Entiendo… una lástima; es una mujer hermosa.

Continuaron hablando respecto a Octavia y el hecho de que sabía de uno de sus tantos adulterios. Si investigaba, hablaba, preguntaba o descubría más; podría fácilmente delatarlo a Lucifer, siendo incapaz de imaginar las consecuencias de faltar a sus órdenes directas.

 

***

 

Del otro lado del palacio, Octavia ya estaba delatando a su marido con Theia; quien, de la misma forma que Crocell con su esposo, ella era de su mayor confianza.

—Octavia, sabes que no puedes delatarlo. —Le recomendaba Theia—. Si Paimon se entera; antes o después de que Lucifer lo sepa, va a acabar contigo. Si no lo haces por ti, hazlo por Stolas. ¿Cómo crecerá sin su madre? Ese hombre solo lo ve como su trofeo, nada más que tener su sangre en el trono en caso de que algún otro rey cometa algún tropiezo.

Ambas podían ver a través de las ventanas a ambos aún hablar. Imaginando lo que discutían. Theia era quizá aún mejor madre que Octavia, algo dentro de ella y su conexión con la vida misma le permitía ver en esta un infinito potencial, y adoraba ver este potencial llegar a su clímax en la muerte. Para ella no había punto en las almas de los pecadores si su vida no fue explotada al máximo. Y veía lo mismo en la vida de los demonios.

—Theia, no lo entiendes, esta vez lo descubrí y no le importó. ¿Cuántas veces lo habrá hecho entonces? No puedo permitir que me siga escupiendo en la cara.

—Lucifer te proteja, Octavia.

 

***

 

Al caer las primeras horas de la tarde, Crocell ofreció que se quedaran para la comida, pero Paimon se reusó sin dar excusa.

Se podía ver en la cara de Paimon una fuerte sensación de convicción y serenidad. Pero en el fondo sentía una profunda ira que debería guardar por un largo tiempo.

Octavia se le veía distante y estoica, solamente cambiaba a una débil sonrisa cuando el pequeño Stolas la volteaba a ver. Pensaba en lo que haría y si debía hacerlo. Pensaba en las consecuencias y si estaba dispuesta a correr el riesgo.

Pero ella sabía que hiciera lo que hiciera, no podría salvarlo –por más que quisiera, no podría evitar que el pequeño creciera en las terribles influencias de su padre.

—Cuento contigo Crocell.

—Si, su alteza, así será.

Después de una buena comida en casa, todos en silencio mientras que una nodriza daba de comer al príncipe; lejos del comedor. El resto de la tarde Paimon lo pasó en su estudio, mientras Octavia lo pasaba con Stolas, mostrándole como leer, relatándole cuentos de las antiguas épocas; relatos de la historia humana y fábulas y demás.

Stolas escuchaba siempre atento, adoraba ver la magia de su madre mientras leía, relatando no solo en voz; si no en visualización también lo que el cuento decía. Ver en un fondo del color del cosmos una constelación en forma de un patito detrás de otros que gradualmente lo dejan solo, o una niña que bailaba y bailaba hasta que tienen que cortarle sus pies para que pueda dejar de bailar y los zapatos se van bailando solos.

Octavia le leía y cantaba hasta que volvía a dormir.

Ella también debía descansar, no estaba segura aún de la decisión que tomaría; y definitivamente no la tomaría a la ligera, pero si debía hacerlo –primero velaría por el pequeño, después podría ver por ella misma. El tiempo sobra en este plano, pero la mentira es de patas cortas, y la verdad tarde o temprano la ha de alcanzar.