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Sufrimiento silencioso

Como lo cuenta Dante en su comedia, su alma; antes de entrar al infierno, se encuentra en una selva donde es atacado por unas bestias, y lo salva Virgilio; y sin ir a tanto detalle y terminar robando su obra, le sigue, de allí pasan a al vestíbulo que es separado del infierno por el Aqueronte en el tercer canto. De esta forma, todas las almas vienen a dar al infierno; incluso las de aquellos que aún con vida gozan. Sus cuerpos poseídos por demonios mientras que su alma comienza su tortura –este un trato especial para los muy malvados malaventurados.

De la misma forma que Dante, las almas; para entrar al vestíbulo, deben pasar por el mismo bosque donde serán devorados por las bestias –dejando en ellos marcas con las que serán juzgados por sus pecados (dependiendo de que bestia o bestias le atacaron) y serán llevados al círculo que les corresponde, donde cumplirán sus respectivos castigos, donde pasarán una y más eternidades antes de volverse ciudadanos del infierno.

 Este bosque; que no es necesariamente un bosque, toma la forma de cualquier otra tierra –usando esta alegoría solamente para tu fácil comprensión de lo que explica realmente cómo funciona este lugar, puedes imaginarte un océano; y el alma nadando a la orilla. Puedes imaginarte un campo de guerra y el alma en una trinchera.

De una forma u otra encuentran siempre el camino al Aqueronte. Un túnel, una puerta, un agujero –entran para protegerse de las bestias que los atacaron y se dan con la realización de que no están más en el mundo de los vivos. Muchos se percatan mucho antes, incluso intentando cambiar su rumbo de vuelta a de donde venían, pero siempre recibidos con la aparente realidad de que nunca habían dado la vuelta; como si hubiesen caminado en círculos, o más bien jamás dieron marcha atrás. Algunos les toma instantes aceptar lo sucedido; otros, sobre todos los que murieron de forma repentina y sin aviso previo –luchan más tiempo por volver y explicarse como dieron con ese lugar.

Ahora que el alma pasa por la puerta, imagina una oficina, cuatro paredes y un techo color rojo escarlata; un color que da la ilusión de que todo está cubierto por terciopelo. Imagina que el suelo es piedra volcánica fría y gris, muerta. Un escritorio de madera seca; tomada del árbol más muerto con una silla que le hace juego, una planta seca y una increíble aglomeración de papeles a los lados; en estos papeles hay rostros, nombres, penas y crímenes; como un repositorio de todo aquel que ha pasado por esa puerta y pasará. También hay una señalización de personas no-gratas, ángeles; arcángeles, Dios mismo, entre otros, y hasta el final; Dante y Virgilio. Dentro no hay nadie más que dos creaturas infernales; dos demonios lesser que, con miradas serias y estoicas pasan juicio y castigo. Al entrar preguntan por tu nombre y te buscan entre tanto papelerío; enlistan cada uno de tus pecados y reportan tu castigo al segundo demonio que escucha atentamente al veredicto final.

Muchos intentan escapar en cualquier punto del proceso, tratan de volver dando la vuelta y se dan cuenta de que la puerta por la que entraron ya no está. Pero eso no es suficiente para detener a muchos que se resisten al arresto, que tratan de excavar donde la puerta solía estar, que intentan atacar a los demonios e incluso usan el nombre de Dios en vano tratando de ahuyentarlos o alejarlos, a ellos les toca pagar por ello también, esos quienes con descaro niegan haber hecho un mal y claman no pertenecer a este lugar mientras ruegan a Dios por perdón, pero es demasiado tarde.

«Mil muertes» Declara la primera creatura que habita en ese lugar «Mil muertes lo harán entrar en razón», y la segunda cumple con la orden, que con magia oscura lo destruye. El alma entonces siente la verdadera muerte, la última, el fin de la existencia del alma misma; mil veces en un solo instante. El dolor y la agonía son tales que toda alma sin excepción se pierde de toda cordura y conciencia mientras es llevada a su merecido castigo, con la mirada perdida y la voz apagada –ya no niega más, no pelea más, acepta su nueva realidad.

Estas son las almas que más disfrutan torturar los verdugos, las que tratan y tratan de correr hacía la luz de la salvación y gritan y gimen y lloran al ser quemadas por las llamas eternas. En cambio, las que toman su castigo con orgullo y como premio, son recibidas con opiniones mixtas, hay aquellos que aplauden sus pecados y su orgullo; hay otros que prefieren ignorarlas pues no es tan divertido acosarlas y castigarlas, por último, hay quienes las invitan a seguir pecando; incluso durante su castigo, pues que más pueden extender el dolor cuando no hay nada más eterno que la eternidad. Sobra decir que muchas almas no dudan ni dos veces en darse el gusto de volver a pecar.

La primera creatura se le empezó a conocer entre las almas del infierno como «La secretaria», a pesar de carecer de facciones femeninas, su voz era para muchos menos imponente que la voz de su acompañante, además de la idea de muchas épocas; donde era común ver a la mujer llevando tareas similares. Y la segunda como «El portero» –esto por el trabajo que desempeñaban en el vestíbulo, abriendo las puertas del infierno para dar paso al alma. Sin nombres reales que los acompañen son solamente familiares de Gamigin, invocaciones suyas. Él es un gran marqués que lleva las cuentas de las almas en el infierno, dando seguimiento a cada ser que cruza la puerta al infierno, que recuerda a todos los que la cruzan de una cosa:

«POR AQUÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE, POR AQUÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO, POR AQUÍ SE VA A LA GENTE CONDENADA. LA JUSTICIA MOVIÓ AQUÍ ALTO ARQUITECTO. HÍZOME LA DIVINA POTESTAD, EL SABER SUMO Y EL AMOR PRIMERO. ANTES DE ESTA PUERTA NO FUE COSA CREADA SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE. DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA

Aquí podemos detenernos a explicar el favor que Crocell le hizo a Paimon, solicitando un alma que se saltara el castigo y fuera directamente a formar parte de los condenados. Aun siendo un rey; y claramente superior a Gamigin, las cuentas del marqués son reportadas directamente a Lucifer –y Paimon siendo su mejor achichincle no podía darse el lujo de rendir cuentas por dicho capricho, teniendo que a escondidas pasarlo por debajo de sus narices. Paimon solo describió esta alma como una garantía a la cual no dio más explicación, brindándole al llegar habilidades importantes que solo podría usar cuando así él lo quisiese.

Cuando las almas cumplen su condena y pasan a ser ciudadanos del infierno, se les conoce como condenados y obtienen una forma acorde a lo que su alma verdaderamente es. También obtienen mortalidad. Al estar en su castigo son inmortales; pues deben sufrir toda su pena sin perecer en el intento –pero una vez condenados su alma se vuelve nuevamente susceptible a su destrucción y lo único que hay después de esta muerte es la nada. Muchas almas después de esto padecen de distintos destinos, quienes fueron famosos en el mundo de los vivos suelen encontrar nueva fama en el infierno y eso les mantiene a salvo por algún tiempo. Otros corren y se esconden temerosos de todo su nuevo mundo y la posibilidad de desaparecer por siempre, están los que conservaron su espíritu de pelea y aprenden de alguna manera a defenderse, muchas veces con magia que obtienen de alguna forma o que incluso demonios les obsequian con el objetivo de usarlos para mermar los números o por mero entretenimiento; algunos incluso consiguen armas, y por último están los que simplemente desean volver a una vida "normal" y hacen del infierno lo más parecido a casa.

Hacemos otra pausa para explicar el trabajo de los presidentes que discutieron Paimon y Crocell, detener a las almas que obtengan demasiado poder; o que descubran formas problemáticas de usar lo que saben y que puedan poner en riesgo la jerarquía infernal.

Ya había pasado que condenados así se organizaban y en números mayores salían de sus límites para causar terror.

También por esto se creó una purga que ayudara a eliminar esta sobrepoblación. Protagonizada por Adán el primer hombre, junto a una legión de quienes se denominaron exorcistas de estas almas. Quienes cada ciclo de 365 días infernales, salen a cazar condenados y cualquiera que se les ponga en el camino.

Este flujo de almas suele tener altos y bajos dependiendo de que tan violenta era la tierra en esos momentos; recientemente habían tenido un sobre flujo de gente que murió calcinada y otros en combate, por decir algunas casualidades de la época. A su debido tiempo serían un sobre flujo de condenados.

Así que el trabajo de los presidentes y de los exorcistas era el mismo constantemente, mientras unos cazaban posibles futuras amenazas, los otros se hacían cargo de lo que se les llegaba a escapar.

Además, con la muerte de Dios; dejando a los arcángeles a cargo y a los ángeles y santos esforzándose por mantener la fe en la tierra, el flujo de maldad era cada vez mayor y peor. Hasta querubines y otros seres benditos del paraíso hacían su parte por tratar de llevar bien a la tierra y seguir con los designios divinos; pero era claro que a cada momento las esperanzas mermaban y la fe se terminaba.

Esta información cruzaba la mente de Paimon mientras desayunaba en silencio junto a su mujer; Octavia, que también se encontraba callada y pensativa.

 

***

 

—Aún no me ha dicho por qué requiere de una garantía su alteza. —Crocell preguntaba a Paimon una vez Theia y Octavia se habían retirado—.

Los mismos imps que dieron llegada a Paimon ahora recogían las sobras del desayuno, dejando poco a poco solo una mesa con vino y dos copas; además de las sillas en las que sentaban Crocell y Paimon. La brisa sacudiendo delicada y débilmente el mantel. El pasto bailaba al mismo ritmo del compás y los sonidos de fondo que completaban el ambiente de la casa continuaban su tonada mientras muy levemente se escuchaba la risa y balbuceo de Stolas que jugaba en la proximidad de los dos. Ignorante a lo que platicaba su padre.

—No es de tu incumbencia, solo cumple como hasta ahora y tendrás tu recompensa.

Crocell aun siendo fiel a Paimon y sus órdenes, por dentro su ambición también palpitaba, siempre esperando grandes recompensas de Paimon que nunca llegaban. Siempre esperando ser recompensado.

Esto le causaba odio que debía guardarse si deseaba evitar la rabia de Paimon, pero que constantemente se acumulaba de todas formas a la par que las demandas del rey crecían en dificultad y ambición.

Theia suele calmarlo recordándole que aun si no hay un directo recolecto de deuda, el hecho de ser cercanos a él los ponía en un estatus superior a los demás; a veces los contactos valen más por sí mismos que por lo que brindaban directamente. Pero Crocell deseaba verdadero poder.

—Es solo que me cuesta creer que hay algo de lo que deba protegerse usted. —Insistía Crocell—.

Paimon simplemente respondió con una risa incrédula. Él conocía mejor que nadie la naturaleza de los demonios. Era claro que Crocell lo subestimaba.

—Déjame mis asuntos a mí y tu encárgate de los presidentes. Tu yerno debe tener algún Conde que sea medianamente competente a la hora de establecer el orden entre todos esos inútiles. No quiero tener otro Drácula si tu memoria no te falla tanto como tu juicio.

—Su alteza con todo respeto Vlad fue un capricho directo de Lucifer, él mismo le dio un Necronomicón y cito; para ver qué pasa.

Y así fue, incluso los más altos demonios como Lucifer participaban en pequeñas fechorías. Aunque al ser el mayor de todos y la razón por la que ellos si quiera tenían sus posiciones de poder; ninguno se atrevía a decir que el caso de Vlad era culpa de él. Y Paimon era el primero en fila para defenderlo.

—Eso no excluyó a los inútiles de Valac y Amy de hacer su encomienda. Y, aun así, fracasaron en darle un alto. Agradecidos deberían estar de que él mismo se hizo cargo de su juguete. —Reprimió Paimon—. No debería recordarte lo obvio. Si ellos fallan; fallan los caballeros, si ellos fallan; fallan los condes, y de ellos los marqueses y luego tu y el resto de los duques. La diferencia es que simplemente no pienso tenerte fallando y subsecuentemente hacerme fallar.

Paimon era muy claro en que no pensaba permitirse que dañaran su imagen, su estatus siendo lo más importante para él para poder llevar a cabo su servicio a Lucifer como fuese posible y de la mejor forma.

—Las organizaciones, los grupos serán neutralizados. —Le aseguró Crocell—.

—Que sea antes del fin de este ciclo. Le mostraré a Adán que no necesitamos de su estúpida pandilla.

La conversación continuó más allá de lo que vendría siendo de importancia por el momento. Estrategias, planes de confrontación, búsqueda y captura –solo ocuparían espacio en tu mente y entorpecerían tu lectura. Al final, por más que Crocell prefería culpar a los demás por incompetentes, seguir las ordenes de Paimon era algo que debía hacer independientemente si quería conservarlo como aliado.

—¿Y su esposa? ¿También la quiere fuera antes de la siguiente exterminación?

—Lidiarás con mi esposa cuando yo te diga. Dependerá de ella si quiere ser estúpida. Aún no es tarde para no equivocarse.

—Su alteza Octavia además de hermosa es perspicaz. Seguramente tomará la decisión correcta.

 

***

 

Paimon tomaba otro bocado mientras observaba detenidamente a su esposa; que apartaba la mirada como si él fuese un extraño para ella. Octavia no sacaba de su mente la plática que tuvo con Theia el día anterior.

 

***

 

—¿Cómo está manejando el pequeño Andrealphus a su hermanita? —Preguntó Octavia a Theia—.

Theia, en el momento de la pregunta le mostraba a ella una fotografía que mostraba a dos pequeños demonios, de casi la misma edad.

Cerca de ellas había también unas copas con vino tinto de la más alta calidad en una mesa de madera clara, sentaban en un sillón que bien podría albergar a cuatro humanos, pero apenas y era espacio suficiente para tan grandes demonios. La estructura de metal con sillones acolchonados para evitar la incomodidad y rigidez del acero, de aspecto y comodidad adecuados para alguien de la alta sociedad.

—Tan bien como un niño maneja ya no ser el único recibiendo atención de sus padres. —Theia respondió entre risas—. Stella se ve preciosa ¿Verdad?

Las fotografías de la época; aún en un lugar como el infierno, eran algo primitivas y carecían de color, dejando toda la imagen en blanco y negro con un tinte sepia que cubría todo el papel. En esta imagen se veían dos demonios pequeños.

Andrealphus, el hermano mayor. Con la misma apariencia antropomórfica del resto de los Goetia, su aspecto era el de un pavorreal blanco.

En sus brazos carga a una bebé; Stella, que en su caso era un cisne –apenas discernible por culpa de su temprana edad. Por la edad de ambos la diferencia en tamaño era casi mínima. Andrealphus la cargaba abrazándola del pecho y sus pequeños brazos parecían que estaban a punto de resbalarse junto con el resto de su cuerpo si él no tenía suficiente cuidado. La foto era ciertamente adorable.

—¿Cuántos ciclos tienen? —Se interesó Octavia—.

—Andrealphus ya tendrá 5 muy pronto y Stella 2, nació casi al mismo tiempo que el pequeño príncipe.

—Me encantaría que Stolas los conozca más adelante, que tenga algunos amigos con los cuales jugar. —Octavia observaba de lejos a Stolas con dolor en sus ojos—.

—Bueno, estoy segura de que están más que invitados a su mansión. O podrían verse aquí la próxima vez que vengan.

—Lo espero con ansias. —Octavia sonreía, pero su voz era melancólica—.

—¿Pasa algo?

A diferencia de Crocell y Paimon; que Paimon se refería a Crocell como su amigo, pero lo trataba como su herramienta –Theia y Octavia se llevaban mejor y su amistad era un tanto más real. Y podían ser un tanto más sinceras con la otra. Incluso había una fuerte inconsistencia entre hablarse formal e informalmente. Octavia a veces era su alteza y en otras era simplemente Octavia.

Esta amistad era la única fuente de entretenimiento para las dos cada que sus maridos se citaban para hablar, se pasaban el rato relatando chismes y situaciones un tanto peculiares entre ellas sobre su día a día o lo que se enteraban respecto a los demás. Juntas habían vivido momentos especiales, y momentos difíciles. Su amistad era sólida y cálida.

—Paimon se acostó con mi hermana, ni siquiera sé con quién estar más enojada. ¿Cuál es el punto de las concubinas si va a tomarse la molestia de hacer algo que no debería de estar haciendo?

—¿Y él sabe que tú sabes?

—Peleamos por ello anoche, ya lo sospechaba desde antes; pero cuando los descubrí… a ninguno pareció importarle. Estoy segura de que continuaron aún después de irme. —Octavia hizo una pausa para tomar aire—. Esperas de alguien que no se calla sobre Lucifer –que siga sus órdenes al pie de la letra.

Cuando Lucifer dio la orden de que el infierno se adaptaría a la virtud del hombre, todos los demonios se sorprendieron; incluso pensaron que era una broma. Era increíble ver a alguien que santificaba el mal indicar a todos una nueva y contradictoria doctrina. "Adaptad la naturaleza del hombre, mostrad el alcanzar la verdadera virtud" fueron las palabras exactas que Lucifer dio ciclos atrás una vez terminada la guerra santa. Muchos; como Paimon, Asmodeus, Beleth, y entre otros reyes y príncipes se encargaron de hacer cumplir esta nueva encomienda –aunque secretamente uno por uno, fueron rompiéndola discretamente. Estos fueron los inicios de la nueva era del infierno que tomaría riendas similares a la evolución humana y tomaría esta forma similar a la de una sociedad.

Algunos pensaban que Lucifer sabía que su orden era acatada a medias, otros pensaban que no e incluso se tentaban a delatar crímenes o usarlos como herramientas de manipulación. Pero muchas veces esos mismos terminaban muertos o arrepentidos por mínimo, de sus planes por razones que seguro podrás adivinar. Tampoco había evidencia de que Lucifer ordenara algún castigo; y otros que se castigaban solos o que eran castigados por otros demonios veían su infortunio como orden directa de él.

Nadie conocía del todo la verdad y Lucifer se había quedado en silencio al respecto –además de que nadie se atrevía a cuestionarlo, desde un punto de observación objetivo como el nuestro, casi parecía que el infierno se había vuelto; literalmente, la tierra.

En ese entonces y muy parecido a la cultura humana de la época; Paimon y los otros reyes, además de otros en la jerarquía Goetia –tenían concubinas. Una, dos, tres o más, y eran conservadas en secreto –por eso no cualquiera podía formar parte de este harem, al contrario, era casi tan difícil como ser parte de los mismos Goetia y se mantenían bajo las mismas reglas que los demás en la realeza; como todas las otras esferas previamente mencionadas. Por lo tanto, que Paimon se saltara este proceso era justamente visto por Octavia como completa infidelidad y una traición aún peor que fuera con su hermana. Aunque no se podía decir lo mismo de las concubinas, pues al estar por debajo del matrimonio no era realmente posible serles infiel. Y de la misma forma que los humanos usaban a estas mujeres como tributo de paz, negociación o símbolos de poder; en el infierno mostraban un valor similar –siendo obsequios, tributos u objetos de negociación. Incluso había casos donde eran equivalente a una moneda de pago por algún favor o deuda. Además; solo un numero pequeño de personas sabía de estas. Y en general se les tenía resguardadas en el palacio prohibiéndoles la salida.

—¿Y qué sucederá ahora?

—Cuando le mencioné a Lucifer y lo que pensaría de enterarse... solo me golpeó.

—A veces es mejor no decir nada, su alteza Lucifer seguramente se enterará por sus propios medios y dará castigo justo, en especial sí es su mayor seguidor. —Theia tomó su mano y la acarició—. No perdamos la esperanza en su justicia.

—Pero si no digo nada, ¿No será de alguna forma ser cómplice? ¿Ser permisiva verdaderamente será seguir la virtud humana que se Lucifer nos pidió que siguiéramos? —Octavia sonaba preocupada—. 

—Quizá lo que necesita es razón suficiente para no recurrir a alguien más. —Respondió Theia—.

Aunque Theia le decía esto con la intención de inspirarla a ser una mejor esposa, Octavia sentía la presión encima, pues ahora creía que era su culpa –y ese sentimiento de culpa la molestaba.

—Lo que necesita es aprender a controlarse. —Octavia respondía ahora en un tono molesto—. Y estoy segura de que Lucifer disfrutará de saber al respecto.

—Octavia, sabes que no puedes delatarlo. —Le recomendaba Theia—.

 

***

 

Octavia deseaba con todas sus fuerzas demostrar lo insultada que se sentía con Paimon, ver al pequeño Stolas era lo único que la mantenía un tanto a raya de cumplir su amenaza. Ver al pequeño príncipe la hacía preocuparse por su futuro, pues sabía que dejarlo en las manos de Paimon sería una pésima idea y terminaría criándolo a su imagen y semejanza; como siempre, saliéndose con la suya. Además de las palabras de Theia: «Quizá lo que necesita es razón suficiente para no recurrir a alguien más.», le hacían enfurecer aún más. ¿Cómo sería posible que esto fuera su culpa? Si acaso pudiera culpar a su hermana por no respetar su matrimonio o a Paimon por la misma razón; no es como si su pene tomara control de su mente y su cuerpo. Para Octavia no había forma de verse como la víctima –y aun así sentía que tenía algo de culpa. Quizá valdría la pena darle la razón a esa posibilidad por Stolas y tenerlo a salvo. Quizá estaba en ella hacer el cambio. Se veía capaz de extender un poco la farsa por el bien de su hijo, pero estaba segura de algo; traería justicia por cuenta propia.

—Por amor a Lucifer, ya supéralo mujer. —Comentaba Paimon—.

El comentario solo molestó más a Octavia, quien dejó su desayuno a medias y se retiró del comedor. Esto a Paimon no lo inmutó; y con un mal gesto simplemente terminó de comer mientras Octavia se dirigía a ver a Stolas.

Paimon quedó solo entonces, observando con molestia la mesa; de hermosa construcción, con suficiente espacio para unas 10 entidades y espacio de sobra para los platos que hicieran falta en un banquete, madera exquisita y detalles tallados a mano de estrellas y estelas. La luz del sol de la mañana pasaba por los vitrales iluminando y coloreando parcialmente el plato del rey que tenía trozos de carne y algunas verduras. Otro rayo de luz iluminaba el plato de Octavia que igual que el suyo estaba a medio comer; con la diferencia de que este estaba prácticamente intacto –si tan solo por algunas cuantas piezas mordidas. Paimon observaba los ventanales; diseñados con su sello y otras simbologías representantes de su entidad.

Con una respiración profunda de enojo terminó de comer.

Stolas estaba en su habitación pues él había desayunado junto a las nodrizas ya que Paimon aún no autorizaba que pudiera sentarse con ellos para comer.

Su peluche de conejo sentado a su lado –el tamaño del peluche y el casi idéntico tamaño de Stolas era suficiente para traer ternura al corazón de Octavia.

—Hola mi bello príncipe. —Decía Octavia mientras tomaba los primeros pasos hacia él—.

Stolas balbuceaba chillidos mientras arrastraba por la alfombra un peluche más pequeño y con forma de ratón, picoteándolo de vez en cuando. Rym lo observaba a una distancia prudente, para no molestarlo o ser un nuevo objetivo de sus picoteos.

—Su alteza. —Se refirió Rym de inmediato a Octavia—.

—Puedes irte Rym. —Dio la orden Octavia con un tono monotónico de voz—. Resume tus labores a la hora de la comida.

Rym no dijo ni una palabra y se retiró de la habitación con la mirada agachada y un paso rápido.

Stolas reaccionó a la voz de Octavia mientras el ratón de peluche colgaba de su boca de una forma un tanto graciosa, ella se acercó a él mientras soltaba una tierna carcajada y Stolas inmediatamente soltó su juguete; estirando las manos para abrazarla, le pedía su atención. Octavia conmovida por su pequeño lo cargó y prestó una de sus manos para que la tomara. Su mano pequeña pero fuerte tomaba los dedos de su madre e inmediatamente trataba de morderlos, incapaz de hacer algún daño.

Entonces salió del cuarto con Stolas en sus manos, se dirigieron al jardín principal; en la entrada del palacio, que se encontraba lleno de vida y de colores.

Un camino de piedras dividía los jardines en dos para permitir el acceso adecuando al jardín no solo por los reyes; si no también para los jardineros que le daban mantenimiento diariamente.

Stolas adoraba ver las plantas y las flores, en casa de Crocell, en su propio palacio –dónde hubiera flores él no podía resistir el buscarlas. Aunque por su temprana edad solo sabía tomarlas o comerlas.

Al Paimon y Octavia ser reyes, la seguridad en su palacio era el doble o el triple de la que había en la mansión de Crocell, no necesariamente en números, pero si en la fuerza de estos. Y el riesgo que corría el pobre tonto que tuviera la idea de intentar infiltrarse o robarles sería mejor no describirlo.

Pero aún con esta temerosa fachada Stolas parecía no inmutarse ante el hecho de que su madre pasaba cerca de demonios lesser y hellhounds con marcas y heridas. Como si estar con ella lo hiciera sentirse seguro y a salvo.

Octavia condujo a Stolas a través de los sinuosos senderos de los jardines del palacio. El aire era denso con el aroma de azufre y ceniza, pero Octavia parecía imperturbable por el entorno, las plantas se mecían de un lado para otro como queriendo atraer tu atención con su danza y sus colores. Señaló varias flores y plantas mientras caminaban, nombrando cada una y diciéndole a Stolas lo que representaba.

—Esta se llama Bloodroot. —Dijo, indicando una pequeña flor roja—. Representa coraje y fuerza.

La flor de Bloodroot se ha utilizado en la medicina nativa americana como tratamiento para una variedad de dolencias, incluyendo tos, resfriados y dolor de garganta. También se usaba como cataplasma para heridas y como estimulante para ayudar a las personas a recuperarse de enfermedades. Estas propiedades medicinales le han dado a la planta una reputación de coraje y fuerza.

—También representa protección. Algunas tribus humanas creen que tiene propiedades protectoras y la usan para alejar a los espíritus malignos o la energía negativa. —Octavia continuaba—. O nuevos inicios. Siendo las primeras en florecer en primavera.

Octavia tomó una y se la enseñó a Stolas.

—Otros la asocian con el amor, usándola como pintura en los hombres que buscan acortejar.

Stolas escuchó atentamente, sus grandes ojos rojos captaban la belleza que los rodeaba. Trató de comerse la planta, pero Octavia lo detuvo, y mejor la colocó en su cabeza, Stolas inmediatamente tratando de alcanzarla nuevamente estiraba sus manos hacia la cara de Octavia.

—Se ve bien en mamá, ¿No crees?

Mientras caminaban, Octavia y Stolas se detuvieron para admirar un parche de flores amarillas. Los pétalos eran suaves y delicados, y parecían brillar con una luz interior. Octavia se arrodilló y pasó los dedos por los pétalos, sonriendo suavemente.

—Estos son los Lightblossoms. —Dijo—. Representan la inocencia y la belleza que todavía existen dentro de nosotros, incluso en medio de la oscuridad.

Stolas miró a Octavia con asombro mientras ella seguía tratando de dispersar su mente dándole clases de botánica, así que siguieron caminando por los jardines mientras ella seguía explicando los nombres de las flores y sus significados y valor teológico para la cultura humana. Paso a paso dejaba de penar por sus problemas con Paimon y los cambiaba por sus temores con respecto a Stolas. Esperaba que compensando por esos podría hacer la vista gorda a los de su matrimonio.

Lo bueno de todo esto era Stolas, que estaba disfrutando de la belleza de las diversas plantas y flores que los rodeaban. Octavia entonces se detuvo frente a un grupo de pequeñas flores púrpuras.

—Estos se llaman Deadly Nightshade. Representan peligros y traiciones.

Stolas entendía a grandes rasgos lo que su madre le enseñaba, escuchar la palabra peligro inmediatamente lo hizo preocuparse, abrazándose de su pecho; sin llorar o quejarse, solamente escondiendo su cabeza en su busto.

Octavia vio ternura nuevamente en los pequeños gestos de Stolas, continuando sus clases.

Entonces señaló un arbusto grande y espinoso.

—Este es el Ironrose. Representa la fuerza y la resistencia que debemos poseer. Las rosas simbolizan el amor y estas; que parecen hechas de acero muestran lo fuerte que puede ser este amor.

Stolas miró el arbusto con recelo, notando las afiladas espinas que cubrían sus ramas; sabía que tocarlas le haría daño. Se preguntaba cómo alguien podía encontrar belleza en una planta tan peligrosa, pero confiaba en su madre y de esa forma perdía el miedo.

Finalmente, cuando llegaron al final del sendero del jardín, Octavia se detuvo frente a un árbol alto y majestuoso. Sus ramas estaban cubiertas de hojas brillantes, y su tronco parecía brillar con una luz interior.

—Este es el duramen. —Dijo Octavia, su voz suave y reverente—. Representa la belleza y la fuerza de nuestro interior.

Stolas miró al árbol, sintiendo una sensación de asombro y reverencia. Aunque él no entendía el sentimiento en ese momento; para ayudarte a que puedas tener una idea, se sentía diminuto comparado con el árbol, pero no por su altura; si no por su majestuosidad. Stolas desconocía aún la idea del arte y la belleza, pero podía sentirlas en ese árbol.

Intenta recordar la primera vez que sentiste calidez, amor, miedo, valor. La primera vez que te sentiste comparado con la vasta realidad que te rodea y viste lo diminuto que eras. Aunque fuera un bebé inconsciente de estos conceptos; su corazón ya lo sabía. El tuyo también.

Cuando terminaron de recorrer el jardín, Octavia y Stolas volvieron al interior del palacio, Paimon ya no se encontraba en el comedor –a Octavia parecía no importarle, pero su mente le decía que estaría otra vez haciendo su voluntad y eso calentaba su sangre. Caminando por los pasillos Octavia observaba tres grandes retratos pintados de su hijo, comisionados por ella para conmemorar el crecimiento de Stolas, casi como en la actualidad cuando un padre o madre guarda fotos de sus hijos en un álbum o los enmarca y coloca en la sala. Vitrales iguales a los del comedor iluminaban el pasillo y las pinturas, pero a diferencia del comedor –aquí la luz del sol infernal penetraba prácticamente por completo, iluminando todo a su paso.

Stolas observaba las pinturas con ella un tanto distraído; incapaz de entender por qué las veían, incluso esperando (volteándola a ver) a que su madre le viera a él o le dijera algo.

Sin una palabra en lo absoluto ella siguió caminando con Stolas en sus brazos hasta que llegaron a la biblioteca del palacio –una habitación gigantesca y amplia, con libreros igual de imponentes y gigantescos. Grandes obras de distintos escritores en cada rincón, tanto humanos como demonios. Escritos publicados desde la invención de la imprenta. Conocimiento humano y divino; incluso escritores condenados; actualmente ciudadanos del infierno y que en algún momento lo fueron.

Muchos de ellos habitantes del primer círculo; El Limbo. Lugar de los no bautizados y paganos virtuosos. No era sorpresa que muchos de ellos fueran filósofos como Homero, Horacio, Sócrates, etc. Pero también muchos científicos, biólogos, etc.

Gente que negaba o rechazaba la existencia de Dios y buscaba las respuestas de la vida. Incluso en la vida después de la muerte e incapaces de llevar su conocimiento al mundo de los vivos; lo seguían cultivando para otros que formaran parte del flujo de condenados que optaban por llevar una vida normal en el infierno. Estos libros se volvían una guía para ellos.

Paimon coleccionaba todos los libros que existieran como parte de su trabajo; siendo que es capaz de darle a quien lo invoca lo que desea; necesitaba el mismo estar al tanto de cada nueva revelación. No había libro publicado que no tuviera y muy escondidos en el fondo –libros nunca publicados y por publicar. La biblioteca de Paimon era si acaso la más completa después de la de Lucifer.

Mientras tomaba asiento Octavia, Stolas observaba la librería con detalle y curiosidad, aunque ya tenía dos ciclos (años) de vida, y reconocía las cosas que había en su casa; para él siempre todo era nuevo, un nuevo detalle, un nuevo color, un nuevo aroma y así sucesivamente. Siempre con ese espíritu de querer descubrir; observar y aprender que parecía haber heredado de su padre; que, aunque no lo demostrara, encontraba placer personal en el conocimiento –solo que él ya había absorbido tanto que se volvió obstinado.

El aroma de la madera era bohemio y los colores de caoba combinados con la baja iluminación; pues la biblioteca estaba en un piso inferior y la luz del sol no alcanzaba a llegar tan bien, daban la apariencia de calma y secreto. Las lámparas de aceite resaltaban con sus flamas anaranjadas los libros y el sonido de las patas de Octavia resonaban con un muy tenue eco. Trayéndole en conjunto, un sentimiento de calma a Stolas que le permitía resaltar su sentimiento de curiosidad.

En una silla de madera del mismo color oscuro que las librerías; con un sillón rojo carmesí estaba esperando ser usada a un lado de una mesa redonda, lugar donde normalmente Paimon se sentaría a leer cuando no estaba en su estudio.

Con su magia, Octavia levitó un libro hacia ellos titulado: «Los Jardines Botánicos del mundo: Una guía para las plantas y flores de cada continente». Un libro que nunca se publicó en la tierra.

Octavia abrió el libro y comenzó a hojearlo con Stolas, señalando varias plantas y flores a medida que pasaba las hojas. Stolas observaba las ilustraciones, sus ojos brillaban de emoción y asombro.

—Estas son rosas. —Le enseñaba Octavia—. Los humanos las han cultivado durante siglos, simbolizan el amor y la belleza.

Octavia continuó hojeando las páginas, mostrando a Stolas varias plantas y flores. Ella habló de sus propiedades medicinales, su importancia cultural y su papel en el mundo natural.

Poco a poco los ojos de Stolas se volvían pesados. Con su magia, Octavia devolvió el libro a su lugar –se había dado cuenta de esto y viéndose incapaz de perturbar su sueño simplemente se recargó cómodamente en el asiento para descansar con él.

 

***

 

Octavia apenas y había desayunado esa mañana debido a su decaído humor, el sonido de su estómago había despertado a Stolas y el despertó a su madre por consecuencia –se había hecho de tarde y la hora de la comida se aproximaba, por allí de las 2 de la tarde.

El pequeño príncipe también tenía hambre nuevamente. Octavia sabía esto como un instinto materno. Recuperando un poco la energía con esta pequeña siesta, se levantó y tomaron camino al comedor, y esta vez sin dejar a Stolas con la nodriza.

Al llegar al comedor, Paimon ya se encontraba en la mesa hablando con un sirviente, un imp que vestía como mesero, ropa negra al estilo pingüino, cuernos chicos, cola larga y pezuñas tan negras que parecía traer zapatillas, pero ni Octavia ni Stolas alcanzaron a escuchar lo que decía, el sirviente simplemente se hizo a un lado.

Y después de pedir una silla alta o taburete donde sentarlo a su lado a su lado, Octavia se sentó y sentó a Stolas.

En aquellas épocas, era muy importante que cualquiera que se sentara en la mesa supiera las etiquetas correctas a la hora de comer. Normalmente, los niños no compartían este lugar hasta que tenían la edad suficiente para aprender esta etiqueta, aunque también era labor de las nodrizas y de la madre; sobre todo, enseñar estas reglas de comportamiento. Octavia había decidido camino al comedor que era mejor empezar con estas enseñanzas de una buena vez.

—Octavia ¿Qué significa esto? —Preguntó Paimon un tanto sorprendido—.

—Creo que Stolas está listo para empezar a acostumbrarse a comer con sus padres.

La educación de los hijos estaba fuertemente implicada en las tareas de la madre, Paimon también sabía esto y abusaba de esto a su vez, dejando toda la culpa recaer siempre en ella. Pero no esperaba que Octavia fuera asertiva con esto, al menos no como estaba a punto de suceder.

—A su edad y no quiere dignarse ni a hablar. —Paimon se burlaba—. Quieres enseñarle a comer.

—Quizá es como decías ayer. Simplemente no tiene nada que decir. —Octavia respondía sarcásticamente a su comentario mientras le acomodaba un pañuelo en el cuello de Stolas—.

—Mas le vale.

El mesero sentía el aura del momento pesada como una neblina espesa, caminando lentamente hacia atrás para no que no se viera como se escondía de los dos.

La comida para los dos reyes fue excelente, y alta en variedad y calidad. La carne era suave y se deshacía en sus picos; jugosa y llena de sabor. El vino añejado por eternidades tenía el sabor más rico y profundo. Los aromas que se mezclaban eran encantadores para cualquiera que los pudiera oler. La disfrutaron y comieron ambos, en especial Octavia que apenas y había desayunado.

Stolas también disfrutó comer junto a su madre, mientras que otra parte de él sufrió el martirio de estar con su padre. Y no es que Stolas no quisiera a Paimon, pero para él, su padre era casi un extraño, solamente alguien que lo juzgaba mientras el trataba de obtener su atención; como cualquier niño pequeño; como cualquier hijo.

A la vez que tomaba un bocado de su comida con alegría, luego lo tomaba con calma y recelo mientras trataba de no ver la reacción de Paimon. Octavia trataba de ser el balance al llenarlo de cumplidos un tanto sigilosos en búsqueda de subir la confianza de Stolas, pero la penetrante mirada de Paimon que juzgaba cada mordisco no daba cuartel a el pobre príncipe.

A los niños pequeños se les enseñaba primero a comer con las manos, y poco a poco aprendían a usar los cubiertos, esto también aplicaba con Stolas, que en su caso aún usaba las manos para comer y a veces picotear; un hábito a su corta edad.

Pero Paimon lo quería listo de inmediato, no tenía ni el tiempo ni la paciencia, quería fuera un hijo digno de ser suyo. Y aun que cuestionaba la velocidad de su aprendizaje y lo paciente que era Octavia con él; incluso él sabía que, a la hora de la crianza, la que estaba al mando era ella –solo le quedaba juzgarla con la mirada e insultar a Stolas como insulto indirecto a Octavia.

Al retirarse de la mesa, Paimon se fue de vuelta a su estudio a continuar con su trabajo y Octavia debía atender a sus otras responsabilidades. Hasta el momento de la cena –Stolas quedaría nuevamente al encargo de los sirvientes y sus cuidadoras.

 

***

 

Consecuente a la plática con Crocell del día anterior, Paimon revisaba los reportes de los presidentes y caballeros que diariamente limpiaban los círculos del infierno, analizaba el desempeño de los heraldos, marqueses, y duques. Y con esto juzgaba al resto de los reyes y su servicio con Lucifer. Su gran poder y conocimiento le permitía ingerir horas de información en estos escritos de forma casi inmediata y le permitía planear y ejecutar estrategias para salir por encima de los demás e incluso quedarse con la gloria del éxito de estas campañas. Para Paimon el estar por encima de los otros era su mayor prioridad.

Pero últimamente se sentía que había algo estorbando en su camino; Stolas.

Y no era que Stolas estuviera interrumpiendo algún plan de Paimon, o que lo hiciera lento. Paimon se orgullecía en su conocimiento, sabiduría y capacidad de aprender todo prácticamente de inmediato –y que Stolas tomara su tiempo para hacer algo tan simple como hablar o comer de forma pertinente le causaba rabia.

Sentía que Octavia lo mimaba demasiado y que pasaba más tiempo jugando con él que educándole. Y aunque bien podría encargar a alguien más la educación de su hijo –Octavia apenas y permitía que alguien se metiera entre ella y su hijo. Estaba cansado de esa obsesión.

También llevaba un tiempo considerando la opción de un segundo hijo con Octavia, uno que fuera el plan de contingencia en caso de que Stolas resultara una pérdida de tiempo o una deshonra para su linaje. Quizá podría convencer a Octavia de que el engaño con su hermana fue su culpa por no aceptar más la intimidad entre los dos y hasta podría posponer la idea de su esposa de delatarlo con Lucifer, «ya se encuentra distante, es solo cuestión de tiempo para que intente una estupidez» pensaba Paimon.

Además, un matrimonio fallido tampoco era una opción viable para él, y aunque no creía capaz a Octavia de pedir el divorcio (ni mucho menos que un obispo lo auspiciara), el simple hecho de que se supieran sus deseos de terminar el matrimonio; entre los Goetia, sería suficiente para mostrarlo como incapaz de ser un marido.

Esto no lo hacía arrepentirse de sus actos, pero si le recordaban que si debía conservar las apariencias; él también debía aparentar su propio papel.

Con todas estas cosas en mente, Paimon se levantaba de su silla y se servía un trago de Burgundy, enfriado con unos pequeños cubos de hielo del último círculo –que; aunque con uno bastaba para enfriar el trago, el sonido de los hielos chocar eran un gusto culposo para el rey.

 

***

 

Al caer la noche ese día; y después de una tranquila cena dónde nuevamente no se intercambiaron palabras Paimon y Octavia, era nuevamente hora de poner a Stolas a dormir. Delicadamente le cantaba:

Pequeño bebé en la oscura casa, has visto el sol salir. ¿Por qué estas llorando? ¿Por qué estas gritando? Has despertado al Dios de la casa. —Recitaba Octavia con su voz y ahora la alteraba simulando un segundo personaje—. ¿Quién me ha despertado? Dice el Dios de la casa. Es el bebé el que te ha despertado. ¿Quién me ha asustado? Dice el Dios de la casa. Es el bebé el que te ha despertado, es el bebé el que te ha asustado. Haciendo sonidos como un borracho que no se puede sentar en su banquillo. Él ha interrumpido tu sueño. Traedme al bebé ahora, dice el Dios de la casa.

Octavia repetía esta melodía una y otra vez mientras mecía la cuna de Stolas; quién después de horas de juegos, finalmente agotaba sus energías y se sometía a los brazos de Morfeo.

Entonces besó su frente, Stolas finalmente dormido reaccionaba con una sonrisa involuntaria que llenaba de calor el corazón de su madre, y ella se retiró a su habitación.

En su alcoba ya se encontraba Paimon desnudo, que se levantaba de la cama para recibir a su esposa en sus brazos. Tomándola de sus hombros con fuerza; parecía un bruto tratando de ser delicado, solo demostrando su natural rudeza –que acompañaba al jalarla hacia él, tratando de ser seductor.

Sus garras eran frías e incluso al estar cuerpo con cuerpo, Octavia no podía sentir calor alguno en el suyo al ser abrazada. Paimon trataba de ser persuasivo al acicalar su cuello con su pico, pero Octavia no parecía inmutarse, incluso cuando su cabeza se movía involuntariamente reaccionando a las acciones de su esposo.

—Esta noche no me dirás que no, mujer. —Le reclamaba Paimon—.

—Porque eres tan seductor. —Refutaba Octavia—. Y no un bruto animal.

Con forme esta conversación seguía, Paimon se volvía más agresivo y más posesivo del cuerpo de Octavia, tratando de quitarle sus prendas o escabullir sus garras por debajo de ellas; pero ambos intentos en vano mientras continuaba la discusión. Para Octavia era imposible disfrutar de sus mimos, dejando pasar solamente los reflejos involuntarios que su cuerpo reproducía independientemente.

—Sin embargo, me reclamas a mi cuando busco lo que no me das. Si me preguntas a mí, pareciera que es exactamente lo que quieres; que busque otros brazos que no sean los tuyos. —Paimon reclamaba—.

Paimon pensaba manipular a Octavia, hacerla creer que era su culpa, y que solo acudía a otras mujeres por su constante rechazo. Octavia no creía ni una palabra que él decía. Ella sabía lo que pasaría si aceptaba sus avances y las consecuencias que esto traería si se salía con la suya.

Sin intención o deseo alguno por jugar con su suerte, trató de librarse de Paimon, pero el agarre era fuerte y apenas y podía moverse –casi parecía que mientras más luchaba más lo disfrutaba el que pasaba de tomar una parte de su cuerpo a otra, incluyendo su cuello, obligándola a alzar la mirada mientras la tomaba de la parte inferior de su pico; a la vez que hacía presión en sus mejillas.

—A menos de que pienses que tu hermana hará de una mejor madre; para un nuevo hijo. —Paimon le murmuró—.

Al escuchar estas palabras Octavia cedió por completo, su cuerpo casi parecía que se había adormecido de lo mucho que lo relajó –era como si su ser hubiera abandonado su cuerpo. Paimon se percató en un instante.

—Es bueno verte entrar en razón.

Paimon se separó de ella poco a poco, ella suspiró profundamente mientras con su magia su vestido se empezaba a mover, por debajo de la vestimenta superior del vestido; unos nudos se deshacían, abriendo la posibilidad de quitársela como si fuese una chamarra o camisa de botones. Así, se exponía el pechero que descansaba sobre el corsé, además de exponer el nudo que mantenía en su lugar la parte inferior del vestido, la campana.

Una vez deshecho este nudo; siguiendo el uso de su magia, levantó la campana por encima de su cabeza, pues no era una pieza que se abriera, si no que debía colocarse de arriba abajo –y el nudo solo servía la función de un cinturón.

De allí se retiró el estomagado, o pechera. Una pieza de tela que cubría del pecho al estómago y que estaba unida a un pañuelo de seda blanco que descansaba en sus hombros. Lo que parecía un vestido de una sola pieza era en realidad múltiples capas de distintas prendas.

Retiradas estas piezas una enagua de tela blanca reposaba sobre una almohadilla negra que se encontraba también amarrada a la cintura y sobre un negro corsé. Esto era lo que enfatizaba la cintura de Octavia cada vez que usaba sus vestidos.

Amarrado a esto había otro pedazo de tela que contaba con unos bolcillos, (así es, un vestido con bolsillos debajo). Lucy Castillo perdió su bolcillo, Kitty Fisher lo encontró con sigilo, no había ni un céntimo en él, solo un lazo muy fiel. Hecho del mismo color que el corsé para combinar.

Siguiente era el corsé que se desamarraba por su cuenta, una cuerda que le mantenía en posición poco a poco viajaba de agujero en agujero liberando así la presión que mantenía en forma la figura de reloj de arena. Aunque con el ya perfecto cuerpo de Octavia, poca diferencia había con o sin este.

De allí por fin comenzaría a verse el cuerpo de Octavia, pues ahora se deshacía de un delgado vestido blanco y una camisola del mismo color. Finalmente exponiendo su plumaje y su cuerpo.

Delgado y delicado, hermoso por donde se le viese. Sus senos eran quizá más suaves aún.

Capaces de ser cubiertos por la palma de Paimon y un poco más grandes. Grandes y firmes. Aunque el plumaje escondía sus pezones; de tocarlos te darías cuenta de que estaban sensibles al tacto. 

Sobraba decir dos cosas; primero, que, por sus formas antropomórficas, ni Stolas, ni Paimon ni Octavia; y muchas otras creaturas infernales, usaban algún tipo de zapato.

Segundo, que aun siendo reminiscentes a las aves incluso a la hora de su reproducción (pues Stolas vino de un huevo), te recomiendo no cuestionar la existencia de rasgos femeninos como los senos en lo que bien podríamos llamar un ave.

A final de cuentas, muchas creaturas y demonios fueron creados de la misma forma que el hombre, a imagen y semejanza. Y Octavia ahora estaba como nosotros diríamos de forma vulgar: "Como Lucifer la trajo al mundo".

Ahora que Octavia finalmente estaba desnuda, volteó para ver a Paimon sentado en la cama con una erección, se masturbaba lascivamente mientras observaba su cuerpo y lo vulnerable que estaba. Octavia lo observaba de vuelta, su cuerpo; grande y fuerte, del que alguna vez estuvo enamorada –no hace falta mencionar que también estaba bien dotado en todas partes de su cuerpo.

Con el sentimiento mezclado de miedo, odio y desprecio se acercó a él lentamente, en pasos lentos que Paimon interpretaba como coqueteo; cuando era Octavia pensando en lo que estaba por hacer.

Había una razón para el interés casi obsesivo de Octavia por su hijo, una razón para alimentar el miedo y el odio a su marido más allá de un simple engaño. Y esa razón estaba comiendo su cuerpo por dentro mientras se detenía frente a él.

Paimon la invitó a sentarse a su lado a lo que ella obedeció, luego él se giró a verla, empujándola violentamente contra la cama, esto a la vista de ella parecía todo en cámara lenta, y duraba más de una eternidad. Sentir su cuerpo revotar levemente en la cama y sentir a su marido trepar sobre ella.

Sin si quiera dirigirle una palabra a Octavia, Paimon jugaba con su cuerpo a su antojo. Manoseaba sus pechos y los apretaba, pellizcaba sus pezones. Pero no los besaba, no la besaba a ella, solo se postraba encima como un peso muerto que no la dejaba moverse.

El sentimiento era tan desagradable para ella que ni un gemido emitía mientras Paimon la toqueteaba; mientras rozaba su pene sobre su cloaca.

Al contrario, Paimon disfrutaba del poder –de su posición sobre ella y la gloria que sentía al tocar su cálido y suave cuerpo. Su pene rozar contra ella lo llenaba de placer y la dinámica de poder lo embriagaba.

Octavia sentía el cuerpo de Paimon gélido. Aunque ella quisiera podía sentir alguna clase de calor. Por el simple miedo de que se molestara con ella fingía disfrutar, fingía sonreír –y Paimon sabía que eran ruidos falsos y sonrisas mentirosas, pero era justo eso lo que el disfrutaba más. Él era un demonio hecho y derecho, y esta noche estaba prácticamente en su estado natural.

La única reacción genuina de Octavia fue cuando Paimon finalmente la penetró; guiñando la mitad de sus ojos mientras lo sentía entrar de forma agresiva y sin cuidado.

Sentía sus frías manos en su cuello mientras finalmente su cuerpo cedía a la situación, dejando escapar gemidos genuinos; pero que no eran de placer, si no de dolor.

Con forme Paimon aceleraba la penetración los gemidos; o gritos, de Octavia se fortalecían, forzándola a tratar de quedarse en silencio para no despertar a Stolas.

Fue en ese momento en el que tuvo la idea correcta, era justamente despertar a Stolas lo que terminaría con la pesadilla. Por lo que se permitió gritar, se permitió gemir y se permitió aullar; fingiendo que disfrutaba finalmente de tanta pasión.

Pero Paimon no era tonto, pues entonces el la silenció. Colocando su mano sobre su boca obligándola a callar.

Entonces Paimon finalmente se acercó de cuerpo completo a ella, su pico casi tocando su mano mientras silenciaba a Octavia, viéndola fijamente a los ojos mientras ella peleaba por gritar y una lagrima discreta corría de uno de sus ojos a la colcha y el colchón.

Octavia tomaba con sus manos la de Paimon tratando de hacerlo soltarla, pero no era capaz de pelear contra su fuerza, y Paimon se tensaba más y más conforme más se presionaba su cuerpo contra el de ella.

Fue finalmente que Paimon se corrió dentro de ella. La cálida sensación en su interior la hacía romper en llanto seco, ninguna lagrima volvió a salir de ella –solo cerró los ojos y esperó el final.

Cuando al final se separó de ella Paimon rompió el silencio:

—¿No fue tan difícil verdad? Complacer a tu marido, de vez en cuando.

Octavia se quedó en silencio mientras se acomodaba para descansar, dándole la espalda a Paimon una vez más, mientras que él se abrazaba de ella; recordándole donde estaba su lugar.

Y al final el pequeño Stolas nada escuchó, y simplemente durmió en total calma en su cuna, abrazado de su peluche rojo que le hacía compañía. Ignorante al frio de la noche al estar cubierto con cálidas sabanas y telas. Profundamente en sueño, soñando sobre lo que había aprendido hoy, pensando en aquellos colores y esos bellos aromas. Finalmente, de un lado giraba al otro y abriendo la boca babeaba su almohada.

Y la noche continuaba y cantaba hasta un nuevo día.

Así pasaron más noches, primero una, luego cinco; diez y quince. Hasta que finalmente pasaron 40 noches y una vieja pesadilla volvía a renacer.