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Arco 0: Segunda Parte

Juno trató de convencerse a sí mismo de que no mentía, que lograría salvarlos a todos. Sin embargo, una pesada sombra de culpa lo golpeó inevitablemente; su frente estaba bañada en sudor y el estómago comenzaba a dolerle por los nervios. Era el peor momento para titubear, él lo sabía, pero cuando se imaginaba a la sangre de los Xarati'es cayendo por las lanzas de los legionarios, una fuerte presión atenazaba su pecho.

A pesar de todo, Juno se limitó a cerrar fuertemente sus puños y a tensar su mandíbula. "Alguien debe liderar al equipo —pensó para tratar de centrarse—. He cometido un error gravísimo, pero no es momento para lamentarme. Debo dar la cara y tratar de solucionarlo."

Con su determinación renovada a medias, continuó recorriendo los inusualmente extensos pasillos del edificio en el que él y su equipo habían estado hospedándose durante cuatro largos meses. Juno los había guiado a aquel distante planeta, Xarati, con la promesa de que la Dinastía y su Matriarca no los encontrarían allí. Pues el sistema era uno de los pocos en toda la galaxia que aún no había sido conquistado por ellos y su opresiva religión.

Tras el ataque que suscitaron a la capital, necesitaban urgentemente de un refugio temporal hasta que la situación se calmara y las autoridades dejaran de cazarlos. Y Xarati parecía un buen lugar para aquello, un pequeño planeta alejado de todo conflicto y en el que la Matriarca tenía poco o nulo interés. Lo único que se producía allí eran granjeros y ganaderos, nada que amenazara a la Dinastía.

Por ello, nunca pensó en la posibilidad de que los legionarios los siguieran casi cincuenta mil años luz hasta Xarati. Era algo impensable. Aunque Juno no pudo evitar sentirse un poco orgulloso ante la idea, eso significaba que lo que habían hecho en la capital les había dolido. Y bastante.

Perdido en sus pensamientos, llegó al final del pasillo y decidió tomar las desvencijadas escaleras de bajada en lugar del anticuado ascensor del edificio. Hasta donde Juno sabía, aquel sitio llevaba varios años sin utilizarse. Se trataba de unas rudimentarias oficinas, construidas a base de madera y cristal como casi todas las edificaciones de Xarati, y que habían servido como instalación para el gobierno de la ciudad hace ya algún tiempo. Fueron abandonadas en pos de un nuevo lugar construido en el norte de la urbe, por ello, no le fue difícil engañar al alcalde de la ciudad para que les permitiera hospedarse allí gratuitamente.

En teoría, o eso era lo que Juno se había inventado, estaban en el planeta como agronómicos deseosos de conocer los extensos campos de cultivos de la zona. Al principio, las autoridades locales se reusaron a dejarlos quedarse por temor a que en realidad fueran refugiados de la guerra buscando asilo, algo prohibido por la Matriarca, pero tras la promesa de que tenían el respaldo de la Dinastía y un par de documentos falsificados, el ayuntamiento del lugar se tragó la farsa sin cuestionamientos. Incluso les ofrecieron este edificio como "base de investigación" improvisada.

Eve los había tachado de ingenuos, pero a Juno no le sorprendió en lo absoluto. Xarati se trataba de un sistema olvidado, el turismo era inexistente y pocos sabían si quiera de su existencia. Verse visitados por extranjeros era un placer que no sucedía a menudo. Y aunque la ciudad conocida como Sabáli no era para nada un lugar pequeño, muchos de sus pobladores los habían visitado deseosos de ver caras nuevas. Inclusive los llenaron de regalos y vestimentas típicas como ofrendas de bienvenida.

"Toda esa gente tan buena, yo... no podría perdonarme si algo les llegase a suceder —se remordió Juno internamente."

Finalmente arribó a un gran salón en el tercer piso. La única luz de la estancia provenía de un pequeño foco que titilaba constantemente y que dejaba en evidencia el pobre estado del edificio. Con ese lúgubre panorama, Juno se acercó a una gran puerta corrediza que daba paso a la sala de reuniones del alcalde, y la abrió con apremio. Dentro, y para su alivio, ya se encontraban todos sus compañeros.

—Miren quien se dignó en aparecer. Unos minutos más y habría pensado que huiste en cuanto viste la nave de nuestros amigos allá arriba —dijo con sarcasmo y desdén un alienígena de tez pálida. La forma de su rostro se asemejaba a la de un felino, y por los delgados huesos que se le marcaban bajo la piel, tenía un aspecto cadavérico.

—Cierra el hocico Zaa'van, Juno es alguien con principios a diferencia de ti —mencionó una enorme mujer de gran presencia sentada al fondo de la habitación.

—Si Galia, podrá tener "principios", pero no buenas ideas, eso quedó claro. —Replicó Zaa'van con una leve risa—. Por si alguien no lo ha notado todavía, estamos a nada de ser exterminados por las decisiones de este zopenco.

—Cuida tus palabras, flacucho —dijo Galia en tono amenazante mientras se levantaba furiosa de su asiento.

Todo el cuerpo de la mujer era una masa de músculos que únicamente rivalizaban con su altura. Y aunque se acercó a Zaa'van con la idea de intimidarlo, este no se amainó en lo más mínimo y le sostuvo la mirada fijamente.

Pese a la acalorada discusión, Juno los ignoró a ambos y tomó asiento en una silla frente a una larga mesa ubicada en el centro de la habitación. Juntó sus dedos con aire reflexivo y miró a todos los que lo rodeaban. Tres mujeres y cuatro hombres lo observaban sin mediar palabra, inclusive Galia y Zaa'van acallaron su pelea con el fin de escucharlo. Necesitaban una solución al inminente cataclismo, y aunque algunos desconfiaban, esperaban que Juno les diera una respuesta.

—Chicos... la verdad estamos bastante jodidos —admitió Juno sin tapujos.

—¿¡Ves!? No sabe ni donde está parado —gritó Zaavan con tono triunfador a una sorprendida Galia.

—Genial, y yo que esperaba salir viva de aquí —mencionó una mujer apoyada en una ancha columna a un lado del salón. No obstante, tras decirlo, prendió un cigarrillo tranquilamente y comenzó a fumarlo sin ninguna preocupación. Como si la situación no fuera con ella.

—¡Espíritu bendito! ¿Y qué se supone que haremos ahora? —dijo asustada una mujer de apariencia gentil en una reacción totalmente contraria. Llevaba puesto un traje de aspecto ceremonial y unos enormes palillos recogían su cabello en un gran moño redondo.

—Juno, eso es desafortunado sin duda. Esperaba algo más de tu administración —sentenció decepcionado un apuesto joven vestido de traje. Aflojó un poco su corbata, revelando una disimulada inquietud.

Los otras dos personas en la habitación, un anciano de ojos cansados sentado en el suelo contra la pared, y un extraño ser enmascarado que se hallaba acuclillado encima de otra silla, no dijeron absolutamente nada, pero Juno pudo sentir la tensión que despedían.

—A ver, todos calmados —se tomó un momento para pensar adecuadamente sus siguientes palabras—. Se que la situación es la peor, y admito mi culpa. Subestimé los esfuerzos de la Matriarca y de todos sus fanáticos religiosos. Probablemente quieran asesinarme en este momento y no los culpo, yo también lo haría. —Lanzó una mirada significativa a Zaa'van que aún lo observaba con el ceño fruncido—. Pero antes de que lo hagan, creo que tengo un plan.

—¿Otra de tus buenas ideas? ¿En serio crees que alguien quiere escuchar esa mierda a estas alturas? —protestó Zaa'van casi de inmediato.

—Espera, yo si tengo interés por escuchar como el manco piensa sacarnos de esta —dijo la mujer con el cigarrillo, haciendo referencia a las prótesis de metal que tenía Juno en sustitución a sus brazos perdidos.

—Gracias por tu siempre incondicional apoyo Elaine —respondió Juno con una forzada sonrisa y aguantándose las ganas de devolver el insulto. Se aclaró la garganta y continuó—: Escuchen, la única forma de que los legionarios nos hayan seguido hasta aquí, fue siguiendo el pulso energético que despedía nuestra nave tras cada "salto". Y aunque por lo general, esto es imposible tomando en cuenta la inmensa cantidad de naves que se transportan por el espacio al mismo tiempo; no puedo imaginar otra manera. Entonces, si ellos creen que nos encontramos en este planeta por el rastro que dejamos detrás, lo único que debemos hacer es engañarlos para que crean que siguieron el rastro equivocado. Si piensan que nunca estuvimos aquí, probablemente se marchen de inmediato. Ni siquiera ellos matarían inocentes sin ninguna prueba o razón.

"O eso creo —pensó. Pero no se atrevió a decirlo en voz alta."

Tras terminar de hablar, un pesado silencio se adueñó de la habitación. Todos parecieron sopesar su plan detenidamente.

—Si me lo preguntan a mí, creo que es una gran estrategia —dijo en tono amable la mujer en el traje ceremonial, a la vez que ajustaba sus anteojos circulares.

—Claro que es un excelente plan, Darissa. Si logramos, de alguna forma desconocida, hackear las computadoras del navío y hacer creer a sus miles de tripulantes que su avanzadísima tecnología falló, claro que sería un excelente plan —dijo Zaa'van en su habitual tono sarcástico.

Galia, quien seguía a su lado, golpeó su hombro a modo de reproche; lo cual ocasionó que Zaa'van hiciera una mueca de dolor y sujetará su brazo en un vano intento por disipar el malestar.

—Flacucho, si no piensas ayudar mejor no hables —gruñó Galia amenazándolo con propinarle otro puñetazo.

—Esperen... por darle el beneficio de la duda ¿Cómo exactamente planeas hacer eso? —dijo Elaine tras botar su cigarrillo al suelo y aplastarlo con el pie.

—Gran pregunta —respondió Juno señalándola—. No hace falta "hackear" su nave. Únicamente hacerle ver que existen otros rastros idénticos al nuestro, pero en otros lugares. Lejanos de preferencia. Eso los hará de dudar de nuestra ubicación y de si Xarati es el planeta correcto. Y se perfectamente quien puede ayudarnos con eso.

—¡Claro! La señorita Eve podría hacerlo sin problema. No existe nadie como ella a la hora de engañar maquinas —expresó Darissa golpeando sus palmas como si hubiese descifrado un gran misterio.

—Vaya, es una propuesta encomiable e interesante, sin duda. Aunque difícil de concretar realmente —opinó el joven trajeado con una mano acariciando su mentón.

—Miren, sé que de ahora en adelante será difícil confiar en mí, pero créanme cuando les digo que Eve es capaz de eso y mucho más. La he visto en acción y...

Antes de que Juno lograra terminar su frase, la puerta se abrió de un fuerte golpe.

—¡Juno los legionarios saben perfectamente que estamos aquí! Lo están diciendo ahora mismo en las noticias locales. ¡Mira, mira!

Eve tomó a todos en la habitación por sorpresa cuando entró y lanzó a la mesa una delgada lamina rectangular que, tras adherirse a la superficie, emitió un gran holograma que iluminó toda la estancia de un verde fluorescente. En segundos, la luz tomó la forma de una mujer de hombros hacia arriba. Su frente y sus ojos se hallaban cubiertos por una extravagante mascara que se asemejaba a un sol partido por la mitad, y doce enormes puntas, simulando ser rayos solares, se desprendían por todas las direcciones a raíz de la misma.

—Habitantes de Sabáli, ciudad capital de Xarati. —Comenzó a decir la mujer en un tono frio y monótono—. Yo, bendecida vocera de su majestad la Matriarca y de su sagrada familia, los únicos con la sabiduría para presenciar a los doce grandes; les informamos que se encuentran ante el navío de guerra tres mil ciento cuarenta y nueve. Comandado por el excelentísimo general de brigada, Jefté Alaud, quien se encuentra aquí para expiarlos del pecado que han cometido. Por ello, condenamos al planeta y a sus pobladores por el crimen de alojar a peligrosos enemigos de la Dinastía, que siempre vela por todos nosotros —tras decirlo, su imagen desapareció del holograma para ser remplazada por una foto en primer plano de todos los presentes en la sala—. Específicamente, a aquellos conocidos escuetamente como: Juno, Galia, Eve, Wyatt, Murad, Zaa'van, Elaine, Darissa y Unai. Nueve personas que han insultado profundamente a los Dioses, y que tanto ellos como sus simpatizantes, merecen el peor de los castigos. Es decir, la muerte. Que los doce sepan guiarlos.

Al finalizar, las fotos se convirtieron en mera estática y pese al molestó ruido que esta comenzó a generar, el silencio mortal que se asentó entre todos era casi palpable.

Juno cayó rendido de pronto en el espaldar de su silla, su energía había sido drenada completamente y sentía como iba palideciendo. Pese a todos sus esfuerzos, las náuseas y el dolor de estómago volvieron a él como una patada.

—Como les decía —dijo con la boca seca—. Estamos jodidos.