A través del ventanal de su habitación, Juno observó tembloroso como el cielo se oscurecía. La luz de los soles que iluminaban al pacifico planeta de Xarati, desapareció tras el enorme navío que ahora surcaba ominosamente las nubes. Sus motores, enormes como estadios, emitieron una intensa luz azul que pronto cubrió a la ciudad entera, y llenó de terror a los miles de habitantes que huían despavoridos a la protección de sus hogares. En cuestión de pocos minutos, Juno fue testigo de cómo la situación se tornó en un auténtico infierno, los Xarati'es, presas del miedo, en su búsqueda por una vía de escape se empujaban unos a otros en las calles y chocaban sus naves en las autopistas. Todos esperaban poder escapar de la ira de la Matriarca; esconderse en los sótanos de sus casas y esperar a que todo pasase. Pero Juno sabía que no había salvación, ni lugar donde esconderse.
La Dinastía los había encontrado.
"¿Pero cómo? —pensó Juno con un nudo en la garganta—. ¿En qué nos equivocamos? ¿Cómo hallaron nuestro escondite?"
Ajena a la duda y al pavor que crecía tanto en la ciudad como en la mente de Juno, la colosal máquina de metal continuó su lento pero constante descenso. A medida que se acercaba a los edificios más altos, las ráfagas de viento que generaba se tornaron insoportables; al grado que los cristales de las ventanas comenzaron a agrietarse y los árboles a ser arrancados de la tierra. La fuerza del navío era tal, que parecía como si un gran terremoto sacudiera al planeta entero. Los cuadros y estatuas que decoraban la habitación de Juno empezaron a caer bruscamente al suelo, el hombre se vio obligado a apoyarse en una de las paredes laterales, antes de que la fuerza del movimiento terminara por derrumbarlo a él también. Era como si el lugar entero fuera a colapsar en cualquier momento.
En medio de aquel cataclismo, las puertas de su estancia se abrieron de par en par con un fuerte golpe.
—¡Juno los legionarios nos encontraron! ¡Su navío está justo afuera! —gritó una mujer pequeña con desesperación. La camisola que llevaba, varios tallas mayor a ella, caía por sus hombros permitiendo ver las placas metálicas que estaban incrustadas por todo su pecho. Por su aspecto desalineado, quedaba claro que se había vestido en un desesperado apuro.
—¿Acaso crees que no me he dado cuenta? —respondió Juno visiblemente molesto. La cabeza le iba a mil por hora tratando de encontrar una solución a todo aquello. En ese momento cualquier cosa lo irritaba profundamente; y el sonido infernal que aquella nave producía no ayudaba en lo absoluto.
—Carajo, puta mierda, hijos de puta —comenzó a balbucear la mujer en un estado neurótico—. ¿Y qué se supone que hagamos ahora? —varias lágrimas de preocupación empezaron a caer por sus ojos sintéticos, haciendo que su rostro se deformara en una mueca lamentable.
Por fortuna (o desafortunadamente pensó Juno), la inmensa nave de la Dinastía detuvo su avance abruptamente, deteniendo el ruido agobiante y las constantes sacudidas. Juno logró incorporarse rápidamente, y alisó la camiseta azul que los pobladores le habían confeccionado por su visita. En ella se hallaban tejidos unos intrincados glifos amarillos; "representan tiempos de cambio" le habían dicho antes de entregársela. Ahora temía por si aquellos tiempos de cambio en realidad significarían lo peor.
—Escucha Eve —dijo Juno con un suspiro, a la vez que tomaba una capucha de lino de su armario y se la colocaba alrededor del cuello—, necesito que los convoques a todos al tercer piso urgentemente. Diles que acudan a la sala del alcalde. Si todo ocurre como creo que ocurrirá... tan solo tenemos unos pocos minutos. Y sécate esas lágrimas, que nada malo ha ocurrido todavía.
—¡Uuh, está bien jefecín! A sus órdenes —respondió Eve con una voz y una sonrisa temblorosa. Recuperándose casi inmediatamente de su crisis de hace un momento.
A continuación hizo algo similar a un saludo militar, seguramente tratando de animar el depresivo ambiente, pero Juno no le prestó ningún tipo de atención y salió de su habitación con pasos veloces. Eve corrió tras de él mientras apretaba su dedo índice en un costado de su rostro. Tras unos pocos segundos, un holograma verde en forma de visor se generó frente a sus ojos, y con unos sutiles gestos de su cabeza, redactó la misiva en tiempo récord.
—Listo Juno, todos te estarán esperando abajo —mencionó la mujer con un notable nerviosismo. Su ojo izquierdo se contorsionaba constantemente debido a un tic.
—Gracias Eve —dijo Juno mirándola de arriba a abajo. La ropa estaba a punto de caérsele, revelando su blanca piel y las decenas de cables e implantes que atravesaban toda su delgada figura—. Como dije, aún tenemos algo de tiempo, ve a tu habitación y ponte algo más apropiado. Pero deprisa, porque necesitaremos de todas tus habilidades.
—¡Carajo! ¿Por qué no me lo habías dicho antes? —Eve dio un pequeño grito antes de dar media vuelta y huir hacia su habitación. Sin embargo, a pocos de pasos de tomar un pasillo lateral, se detuvo en seco para mirar a Juno y le dijo—: Juno... Todo estará bien, ¿verdad?
A Juno se le cayó el alma al piso al ver a su pequeña amiga en ese estado tan vulnerable. Había sido su culpa. Él había movilizado al grupo a aquel planeta, él fue quien prometió a los Xarati'es que su presencia no les provocaría ningún problema. Ellos le dieron la bienvenida con las manos abiertas y habían creído en él sin dudar.
Ahora la monstruosa nave de los legionarios, los principales soldados de la Matriarca, se encontraba justo encima de todas estas amables personas. En cualquier segundo sonarían las alarmas de guerra y los militares comenzarían a destruir la ciudad y asesinar a su gente sin piedad. Todo por él, todo por su culpa.
Sin embargo, pese a todas las dudas que lo asaltaban en ese momento, sonrió como pudo y con una voz rígida, respondió:
—Claro que todo saldrá bien. Lo prometo.
—Bien. —dijo Eve mirándolo a los ojos. Y finalmente desapareció tras las paredes amarillentas del recinto.