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Arco 0: Tercera Parte

Tras decirlo, todos escucharon consternados un desagradable chirrido que se esparció rápidamente por el edificio, y probablemente por toda la ciudad. Aunque nunca las había oído, Juno supuso de inmediato que se trataban de las "alarmas de guerra". El molesto sonido que emitían los navíos de guerra de la Dinastía, con el fin de desorientar y confundir a sus enemigos en el campo de batalla. "Y vaya que funcionan como el demonio —alcanzó a pensar Juno entre toda la conmoción."

Todos cerraron sus ojos inconscientemente y taparon sus orejas tratando inútilmente de acallar el ruido, pero resultaba imposible. A Juno inclusive le parecía que en ese estado podía llegar a desmayarse en cuestión de segundos. Su cabeza le daba vueltas y su visión se volvía borrosa. El ruido blanco, que era la mejor forma en la que Juno podía describir el sonido, se volvía cada vez más y más estruendoso a cada momento que pasaba. Si no actuaban rápido, todo acabaría antes de que pudieran dar pelea.

—¡Elaine! ¡Elaine! —Juno intentó llamar a su mecánica de confianza. Pero al ver que su voz se perdía entre todo el alboroto, decidió hacerle rápidas señas con los brazos rezando porque lo entendiera.

Afortunadamente, la mujer de cabello azabache lo comprendió a la perfección e introdujo sus manos en una bolsa que llevaba atada a su cinturón. Extrajo unos pequeños dispositivos circulares platinados y los lanzó apresuradamente al centro de la mesa. Las nueve personas dentro del salón, prácticamente se aventaron a agarrar un par antes de que les explotara la cabeza. Juno, al igual que todos, se colocó los círculos en la parte interna de los oídos con el fin de que protegieran sus tímpanos. Y tras un par de instantes, los dispositivos comenzaron a ensancharse hasta que cubrieron la totalidad de la oreja.

—Aah, paz al fin —dijo Darissa, la mujer del traje ceremonial, tras soltar un suspiro de alivio.

Las "orejeras", como les decía Juno cariñosamente, no solo aislaban todo el sonido del exterior, sino que también cumplían el rol de ser potentes intercomunicadores que permitían establecer una red de dialogo entre todos los que los llevaran puestos. De esa forma, podían hablar entre ellos en situaciones de extremo peligro o catástrofe. Y no había situación más perfecta que esta para utilizarlos, a decir verdad.

—¿Chicos, se encuentran todos bien? —preguntó Juno preocupado, aún con sus oídos zumbando.

—¡Auchie! Mi cerebro está hecho papilla —protestó Eve lastimeramente. A través del auricular, su voz sonaba baja y algo distorsionada.

Tras restregarse los ojos, Juno confirmó que nadie de su equipo se había desmayado o siquiera vomitado, cosa que no le habría parecido extraña en lo absoluto. De hecho, todos parecían haberse recuperado rápidamente de la conmoción. Y aunque componían muecas de dolor o tenían expresiones abrumadas, todos coincidían en lo mismo, lo juzgaban con la mirada fijamente; algunos expectantes... otros con furia.

Zaa'van se acercó a él a grandes zancadas. Juno infló su pecho y se preparó mentalmente para los insultos y los improperios que, él sabía, los tenía bien merecidos.

—¿Y ahora? ¿Cuál será el siguiente gran plan "jefe"? —las blancas cejas de Zaa'van se contorsionaban en una gran "v", demostrando su enojo—. Desde que atacamos a la capital ha sido error tras error. Cuando Nikolai te nombró su sucesor, yo me opuse sabiendo que aún no estabas listo. Él me ignoró, me despreció, y confió en ti... Y ahora mira a donde nos llevó esa confianza.

Juno quiso responder, decirle que se equivocaba, que él sí estaba listo. Pero se contuvo. Aunque le costaba admitirlo, Juno sabía muy a su pesar que el chico tenía razón. Los últimos acontecimientos lo demostraban. Les había fallado a sus amigos, y a su maestro.

—¿Sabes? Hasta el día de hoy sigo creyendo que nunca debimos sacarte de ese apestoso monasterio en el que te encontramos —intuyendo que el silencio de Juno era un signo de debilidad, Zaa'van siguió presionando—. Él hijo del "perro sarnoso" de la Matriarca jamás podría compartir nuestros ideales, y mucho menos sernos fiel. Esto era lo que querías, ¿verdad? Que falláramos.

Antes de que continuara, Juno lo tomó furioso de la camiseta blanca que llevaba puesto y lo levantó unos pocos centímetros del suelo. Zaa'van calló de inmediato, pero enseguida levantó la huesuda palma de su mano amenazándolo con usar su ruptura, el poder que yacía en su interior.

—Insúltame si quieres, pero no te atrevas a mencionar el lugar donde nací, y mucho menos a mi padre. Soy consciente de mis errores y entiendo tu enojo. Pero hay ciertas cosas que no dejaré pasar —Juno procuró que sus nudillos de metal se hundieran en el pecho de Zaa'van. Era su líder, pero necesitaba dejar en claro que iba enserió. No permitiría que lo insultaran así.

—¡Ja! ¿Te voy a hacer llorar si menciono a tu papi? Ese sucio animal homicida solo merece nuestro odio y nuestro desprecio.

Alcanzando su límite, Juno gruñó furioso y flexionó su brazo hacia atrás preparado para ensartarle un puñetazo.

—¡Basta ustedes dos! —de pronto, el anciano de vestiduras amarillas que se había mantenido callado hasta ahora, desenvainó la espada ondulada que llevaba sujeta al cinto y la colocó entre los dos.

De inmediato, Juno soltó a Zaa'van y ambos observaron con detenimiento el extraño metal azulado que constituía gran parte de la espada. La hoja parecía emitir unos intermitentes rayos neón que revoloteaban amenazadoramente por el aire, y la postura del anciano les decía que no dudaría en cortarlos con ella.

—Tranquilízate Murad —dijo Zaa'van bajando las manos con cuidado de no tocar el filo del arma—. No imaginas cuanto tiempo me he estado aguantando las ganas de bajarle los humos al idiota de Juno. Pero eso terminará ahora, no soportaré seguir bajo sus órdenes ni un segundo más.

Los ojos rasgados y celestes de Zaa'van miraron a Juno con un intenso odio. Como si fuera a embestirlo en cualquier momento de no ser por la filosa espada que se interponía entre ambos. Juno, por su parte, tan solo se irguió y notó avergonzado como el equipo que se supone debería liderar, lo miraban con una mezcla entre preocupación y decepción. Hasta Eve y Galia, las que solían apoyarlo en estas situaciones, lo juzgaron con un notorio silencio y unos rostros afligidos. Como si se debatieran cual sería la acción más adecuada a tomar.

—No me interesan sus peleas de niños —respondió Murad visiblemente enfadado a la declaración de Zaa'van—. Lo único que les debería importar ahora es que mucha gente inocente morirá si nos quedamos aquí escuchando su estúpida discusión. —Al ver que Zaa'van iba a abrir la boca para replicar, Murad lo calló acercando el filo a su cuello—. Chico, puede que Juno se haya equivocado, es cierto. Pero sabes bien que este no es el momento para desahogar tus frustraciones. Y Juno, Nikolai te confío el liderazgo de todos nosotros; ya es hora de que honres su fe y actúes como el líder que él vio en ti.

Acto seguido, guardó la espada en la funda que colgaba de su cintura. Esta perdió su brillo azul casi de inmediato y dejó una estela resplandeciente tras de sí.

—¿Quedó claro? —dijo finalmente el anciano mientras componía una mueca de disgusto. Dejando en evidencia lo irritante que le parecía todo aquello.

—Tienes toda la razón Murad... —tras un largo silencio que Juno uso para tranquilizarse, ignoró completamente a Zaa'van quien seguía en una pose desafiante y se dirigió a una de las alacenas que decoraban la estancia—. Les seré honestos chicos, lo lamento, creí que tendríamos más tiempo. Si los legionarios hubieran tardado un poco más, estoy seguro de que podríamos haber llevado a cabo mi plan. Aunque ahora que eso ya no importa, bueno... no sé ustedes, pero yo me ceñiré al plan B. No dejaré que esa gente muera por mi culpa.

Juno partió el candado que protegía el interior de la despensa con la mano, y procedió a abrirla levantando una extensa capa de polvo.

—¿Y cuál es exactamente el "plan B"? —dijo Elaine apunto de encender otro cigarrillo; a manera de relajarse, probablemente.

Despejando el aire con la mano, Juno extrajo cuidadosamente una pesada arma que se hallaba colgando dentro de la despensa. Limpió las motas de polvo que había dentro de los cañones con los dedos, y tras activar un interruptor cercano a la culata, el arma rugió como si cobrara vida. Una potente luz naranja recorrió el largo de la misma, haciendo que el color blanco de su pintura se notara por primera vez de entre toda la suciedad que la carcomía. Juno la levantó con las dos manos, y al revisar que servía correctamente, jaló la recamara del arma haciendo que un satisfactorio ruido se extendiera por toda la habitación.

—Pueden seguirme o no. Pueden tomar la decisión que consideren correcta, pero al menos por mi parte, saldré allá afuera y trataré de arreglar esto... a la fuerza.

Sin decir más palabras, Juno salió de la habitación con pasos firmes, dejando a todos anonadados y confundidos sobre lo que acababa de pasar.

—Genial, ósea que no hay plan —dijo Zaa'van con un suspiro rabioso.

—Definitivamente no es lo que tenía en mente, pero ya es algo —opinó Elaine a la vez que desataba un par de pistolas que tenía atadas a los costados de su cintura.

—Espera, ¿¡enserio lo vas a seguir!? —protestó Zaa'van.

—Créeme, estoy igual de enfadada que tú, ¿pero tienes una idea mejor? —le cuestionó la mujer antes de retirarse de la sala tras Juno.

—¡Si! Ahora si hablamos mi idioma —gritó Galia aplaudiendo sonoramente. Al pasar a lado de Zaa'van, le espetó—: ¿Por qué tan pálido flacucho? ¿No me digas que tienes miedo? Me avisas cuando se te ocurra algo mejor; tal vez ahí si te convirtamos en nuestro líder.

—Cierra la boca, maldita gorila —respondió Zaa'van al instante, pero Galia ya había desaparecido por la puerta.

—Esperen... ¿solo vamos a ir a pelear? ¿Contra miles y miles de legionarios?, n-no me parece lo más conveniente —dijo Darissa tímidamente.

—No lo es en lo absoluto —opinó Wyatt mientras ajustaba su corbata y sus guantes. Pero acto seguido, el también salió de la habitación.

—No, no lo es —gruñó Murad, y aunque parecía reticente, terminó por seguir a los demás.

—¡Pues yo creo que el jefecín no podría haber propuesto algo mejor! ¡Vamos Darissa! Es hora de patear un par de traseros sectarios —Eve agarró la mano de una dudosa Darissa y la llevó fuera del cuarto.

Zaa'van se quedó inmóvil unos cuantos segundos. No podía creer que todos siguieran ciegamente las ordenes de tan imbécil sujeto. Y aunque estaba inmerso en sus pensamientos, un grito desgarrador lo suficientemente fuerte para anteponerse al ruido blanco, lo sacó de su pesimista reflexión.

Él lo sabía, eran los pobladores. Seguramente los legionarios ya habían comenzado a asesinar a todos aquellos que se interpusiesen en su camino. Mujeres o niños, no les importaba en lo absoluto. Y aunque todo fuera culpa de Juno, los Xarati'es no merecían morir por sus decisiones tan erradas.

—Carajo —dijo Zaa'van finalmente—. A estas alturas no me queda de otra... ¡Unai, vámonos!

El extraño hombre encorvado al que se dirigían como "Unai", aún se encontraba acuclillado en la misma silla desde que la reunión había comenzado. No emitió ni un solo sonido durante todo aquel tiempo, y la máscara blanca que llevaba tampoco dejaba ver sus gestos o expresiones. Para la mayoría era un completo misterio, pero para Zaa'van, era su recurso más preciado.

Al notar que lo llamaban, Unai saltó de la silla y su larga melena roja se meció tras él. Sus cabellos rojos le llegaban hasta la espalda y junto a su pésima postura, componían un aspecto descuidado. Eso, y que la piel de su especie era de un color grisáceo oscuro, hacía que pareciera constantemente desalineado, como si la higiene fuera la última de sus prioridades. Se acercó a Zaa'van y con una voz rasposa le dijo:

—¿Llegó el momento de matar?

—Esa parece ser nuestra única salida —dijo Zaa'van tras un cansado suspiro.

Miró a través de la única ventana que ofrecía la sala, y al notar que los edificios cercanos empezaban a llenarse de llamas y humo, maldijo a Juno una última vez. Los había llevado a la boca del lobo, y las probabilidades de salir vivos eran igual de inferiores que el cerebro de aquel zopenco.

—Estamos perdido, y tengo un muy mal presentimiento de todo esto. Y aunque a esos imbéciles les cueste admitirlo, yo rara vez me equivoco...