Solo era algo rutinario, cualquier miembro del Imperio Kantiano lo habría dicho sin sentirse mal o consternado. Cuando poseían a un prisionero de guerra, muy por lo general buscaban hacer dos cosas con él: ejecutarlo de manera ejemplar, en el mejor de los casos para el prisionero. O romperlo, deconstruirlo y luego volver a construirlo para que en su lugar hubiese un nuevo miembro del Imperio Kantiano. Aquel trato era algo especial, más no excepcional debido a que los Kantianos preferían reeducar a sus presas antes que matarlas. En el fondo ellos sentían que debían de hacerlo para que su filosofía pudiese llegar más lejos, mejor un Aliado convertido antes que uno muerto. Sin embargo, para poder llegar a convencer a alguien que debían de aceptar su modo de vida, llevaba tiempo, un tiempo que tristemente no tenían. Por esa razón decidieron que lo mejor era apurar el trámite rutinario antes de que fuera tarde. De todos modos, dentro de una hora se retirarían de allí, por lo que contarían con más tiempo una vez que ellos hubiesen llegado a una zona segura.
Pero antes de cualquier cosa, incluso cosas completamente filosóficas, tenían que comenzar con lo básico, por órdenes del General Riffle, aquel colono aliado debía ser molido a golpes cuanto antes. Tenían veinte minutos, que los aprovechasen al máximo.
Toda su vida fue un hombre bueno, o por lo menos trató de serlo. Cuando se casó con su novia de la preparatoria, Charles intentó darle a ella y a su pequeño hijo Tommy un modo de vida digno. La tierra era un lugar idílico y las Colonias sonaban como lugares exóticos y prometedores para cualquier futura carrera. Un mundo donde el progreso es completamente imparable puede ofrecer muchas alternativas de vida, Y Charles tomó lo que creyó correcto. Trabajaba como biólogo en los laboratorios de la Colonia Mancher en donde lograba grandes avances dentro de su ambiente, gracias a él la colonia había podido crecer lo suficiente como para poder generar un nuevo río y una zona agradable en lo que antaño fue un planeta selvático y hostil. En muchos aspectos Charles fue el responsable de que Mancher existiese en un primer momento y aunque su fundación se la adjudicaba a Henry Harrigan, Charles fue quien hizo posible que la zona fuese habitable. Era el orgullo de su mujer y de su hijo, a la vez que él vivía por y para su familia. Tommy era su razón de existir, el motivo por el cual se levantaba cada mañana y por el cual quería continuar con todas sus investigaciones en el planeta, para que este fuese similar a la tierra para cuando su hijo o sus nietos viviesen. Sin embargo, ahora, con el Imperio Kantiano destruyendo la ciudad, veía eso como algo imposible de lograr, o soñar.
Cuando fueron a buscarlo, él aún estaba convaleciente. El ataque había sido repentino, se encontraba fuera de la casa mientras que su esposa estaba dentro y Tommy se encontraba dentro también, aunque en ese momento de confusión no sabía si su pequeño estaba allí o si se encontraba afuera jugando, una parte de él se decía a sí mismo que no estuvo dentro de la casa cuando esta estalló delante de sus narices por culpa de la nave del Imperio Kantiano en donde se encontraba en ese momento. Dos de los soldados enemigos lo encontraron cerca de su hogar y lo atacaron sin piedad mientras que Charles oía a su hijo gritar de dolor. Tras darle una patada en el rostro, se lo llevaron a donde estaba su general y despues retornaron a donde se encontraba el pequeño para rematarlo. Mientras tanto Charles se quedaría allí, en la celda, hasta que los Kantianos supiesen que hacer con él.
La puerta de la celda se abrió y los soldados entraron con sus porras en las manos, tras sus aterradoras mascaras se podía ver en su mirada un brillo maligno de color verde que los volvía más amenazante. Sin previo aviso, con su porra, aquel monstruo golpeó el codo de Charles haciendo que aquel pobre hombre diera un brinco y cayese al suelo mientras se sobaba su brazo, provocando en el segundo soldado Kantiano una risa. El tercero no rió, sino que se molestó un poco con Charles y con un solo movimiento de su cabeza, les ordenó a sus subordinados que lo tomasen de los brazos y se lo llevaran a donde se encontraba el cuarto de torturas. Los Soldados obedecieron y tras trasladarlo a rastras hacia un enorme cuarto oscuro, procedieron a golpearlo por varios minutos. Tras terminar de golpearlo, dándole patadas hasta el cansancio, lo dejaron tirado como si fuese un saco de papas, solo para darle un poco de energía antes de volver a continuar con sus ataques. tan solo habían pasado diez minutos de sus veinte minutos y todavía faltaba una larga hora antes de que la nave partiera con él adentro.
La cuenta atrás estaba comenzando.