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BATALLA AEREA

Las órdenes eran simples: Matar a toda la escoria aliada. Lo habrían hecho múltiples veces en otras oportunidades con los planetas que conquistaban. Destruían las naves salvavidas con sus misiles de plasma y luego vaciaban su munición sobre los infelices que quedaban aun en la superficie del planeta antes de lanzarles la ráfaga sonora que terminaba por destruirlos. Nada nuevo para aquellos soldados que servían al Emperador Kant y que en ese momento tenían a una de las naves salvavidas en la mira.

Detrás de su mascara, aquel soldado se lamía los labios con su áspera lengua mientras se imaginaba a los aliados dentro de esa nave, gritando al verlos mientras poseían la esperanza de sobrevivir antes de que él lanzara dichos plasmas que los destruirían. Amaba esa esperanza que sus víctimas tenían debido a que era una dulce y desgarradora tortura cuyo dolor era mucho más cruel de lo que todas las torturas que ellos conocían podían llegar a generar. Destruir todo tipo de esperanzas los hacía sentir genial, porque les daba la razón y adoraban sentirse más listos que la mayoría.

Su dedo acariciaba el rojo gatillo del comando direccional mientras les permitía alejarse solo un poco más, lo suficiente como para que ellos creyesen estar a salvo para luego derribarlos como la escoria que eran. Estaba listo para atacar, tenía el objetivo en la mira y ya se encontraban en el límite. ¡Era hora!

Repentinamente su nave fue golpeada por una ráfaga de energía que obligó al Kantiano a fallar su disparo solo por un misero milímetro. La nave dio vueltas en círculos mientras caía hacia tierra firme con aquellos Kantianos gritando todavía debido al horror que sentían. Aterrizando de forma abrupta sobre una edificación, la nave comenzó a perder un líquido negro que servía como una especie de combustible para sus medios de transporte y, al igual que la gasolina o el gas en los vehículos terrestres de los siglos veinte y veintiuno, este líquido era altamente inflamable. De los tres tripulantes que había en esa nave, uno estaba muerto y los otros dos heridos. Viendo como un pedazo de viga se enterraba sobre el cuerpo de su compañero de armas mientras que su otro colega se encontraba tirado en el suelo con las piernas rotas. El Soldado Kantiano que quedaba dentro de la nave, descubrió que aun podía caminar, por desgracia la puerta de emergencia estaba trabada y el ordenador de la maquina se encontraba destruido. Si quería salir de allí, sí o sí tenía que romper el vidrio de la nave para poder huir. Sin perder tiempo comenzó a golpear con su enorme bota dicha mientras oia a su compañero decirle con un tono tembloroso:

- Higail, Por favor... ayúdame

Higail ignoró los pedidos de auxilio, solo se concentró en continuar golpeando la maldita ventana

- Higail, no siento las piernas, por favor ¡Ayúdame! - alzando su brazo en señal de súplica, añadió con un tono más bajo y desesperado- ¡Por favor!

Haciendo oídos sordos ante dichas suplicas, solo le contestó:

- Cierra la boca o te mataré, ¿Entendido? - con una fuerte patada, pudo tirar la ventana y dio un salto hacia afuera de la nave, solo para recibir una descarga de luz dorada en su pierna derecha. 

Zero-One se acercó a Higail apuntándole con su puño cerrado, el cual largaba un leve resplandor dorado. Sus ojos dorados lo miraban con severidad, oyendo el sonido del Kantiano que se arrastraba por el suelo, largó por su propio puño una ráfaga de luz dorada que golpeó la nave y entró en contacto con aquel viscoso liquido negro. La nave estalló en pedazos con aquel Kantiano aun dentro.

Higail se cubrió mientras sentía como varios pedazos de metal se enterraban en su espalda, haciéndolo gritar de dolor. Internamente sentía como se iba muriendo de manera lenta debido al sangrado interno como también externo.

Acercándose a él, Zero- One todavía se veía en una sola pieza, a pesar de que la explosión también la tomó de lleno. Un leve resplandor dorado cubría su cuerpo, sirviendo como un campo de fuerza o algo por el estilo. Aun intentaba levantarse mientras veía la sangre que había escupido en el grisáceo pavimento, cuando oyó a Zero preguntarle:

- Bueno Kantiano, ¿Higail, no?, dime- señalando la enorme nave destructora del Imperio, le preguntó- ¿Cómo hago para entrar allí?