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Emboscada en la mañana

Me despierto con una sensación extraña en la boca. Algo se mueve dentro.

–Dormilón– me reprocha Song, dejando de besarme.

Sin darme tiempo a reaccionar, noto que algo cubre mi miembro. Noto la humedad de unas paredes suaves pero apretadas que se restriegan a él. Las caderas de Song suben y bajan. Sus ojos verdes me miran. Sus pechos botan suavemente.

–Pervertida– la acuso.

Ella sonríe y vuelve a besarme. Intento mover mis manos para agarrar sus nalgas, pero no puedo. Estoy atado. Miro alrededor. Shi está un poco más allá. Liang a un lado, mirándonos. Nuestros ojos se encuentran.

–A mí no mires, no ha sido idea mía– se defiende. Sé que está aguantándose la risa.

–¿Y tampoco habrás colaborado?– la acuso.

Ella no responde y aparta la mirada. Shi se ríe. Cuando la miro acusadoramente, solo se ríe más. Una mano me acarician la cara y me obliga a girarme, a mirarla. Me besa. Le devuelvo el beso primero. Luego la muerdo, aunque con suavidad. Ella ríe mientras me cabalga.

Acelera. Su respiración también se acelera. Y la mía. Sus pechos se mueven con más fuerza, hipnóticos. Quiero cogerlos y estrujarlos. O chuparlos y morderlos. Pero no puedo. Cuando me pidieron la cuerda, no debí creerme su excusa.

Se corre. Cae sobre mí. Respirando para recuperarse. Así que, como pequeña venganza, muevo mis caderas.

–¡Aaah! ¡Malo!– protesta.

Me aseguro de inyectar más qi, para que sea intenso. Ella se agarra a mí. Aún no se había recuperado del primero cuando tiene el segundo. Toda ella tiembla. Quiero continuar, pero consigue levantarse. Me mira desafiante.

–Así que quieres contraatacar…– me susurra en tono amenazante.

Espera a recuperarse para volverme a introducirme dentro de ella. Es más brusca ahora. Más intensa. Se muerde el labio, lascivamente. Yo solo puedo controlar el qi que inyecto en ella. Que la va llevando al orgasmo de nuevo. No tardamos en corrernos los dos.

Luego descansa unos segundos sobre mí. Me besa con suavidad. Me sonríe.

–Me vengaré– la amenazo.

–Lo estaré esperando– se despide con un beso.

Liang la sustituye. Me besa dulcemente.

–De ti también. Y de Shi– las amenazo.

Las dos ríen. Me vuelve a besar. Su piel contra la mía. Noto sus pequeños pechos, sus erectos pezones en mi piel. Su mano acaricia mi miembro. 

Cuando está erecto, me mira con deseo. No puedo evitar sonreírle. Ella lo mete en su interior. Se mueve despacio, con suavidad. Nos besamos. Noto el roce de su piel. Por fuera y por dentro.

–Lo mimas demasiado. ¡Plash!– interviene Song, dándole una palmada a Liang en el trasero.

–¡Au! ¡No seas mala!– protesta Liang.

–Si me ayudas, nos podemos vengar de ella– le susurro al oído.

Ella me mira. Sonríe. Asiente. Tengo una aliada. Nos seguimos besando mientras se mueve. Sus gemidos son ahogados por los besos. Sus orgasmos se alargan. Son menos bruscos.

–Aún no han acabado contigo– me dice entre culpable y divertida. Suspiro. Ella se ríe. Me besa y se aparta.

No tarda en llegar Shi. Me lame alrededor de los pezones. En el cuello. En mi oreja. Juega con los besos. Apartándose en el último momento. Apretando poco después.

–Te estás divirtiendo– la acuso.

–Mucho.

Me besa de nuevo. Me introduce poco a poco en ella. Provocándome. Luego se mueve despacio. Luego rápido. Luego otra vez despacio. Sigue jugando conmigo. Tanteando mi cuerpo. Acariciándolo. A veces pellizcando. Sé que no solo juega. Que también busca mis puntos más sensibles. Con el tiempo, ha encontrado algunos. E incluso ha empezado a jugar con qi.

Aprovecha que me tiene atado para investigar mientras cabalga sobre mí. Dándome placer. Llevándome al límite. Sonríe satisfecha cuando me arranca un gemido. La miro desafiante. Ella ríe. Me besa con pasión.

Se mueve más y más rápido a medida que el placer aumenta. Hasta que se corre y cae sobre mí.

–Kong…– me susurra al oído.

La beso en la mejilla. Sin pensarlo. Por impulso. Ella se gira y me sonríe de nuevo. Adoro cuando sonríen. Nos besamos. Pero eso es toda la tregua. Pronto vuelve a la acción. Poco margen tengo para contraatacar, así que simplemente me rindo a ella. A su rostro jadeando de placer. A su pelo negro que cae sobre mí. A sus preciosos ojos azules.

–Llama a las gemelas– me pide cuando acabamos.

Estoy atado. Es cierto que podría devolverlas y no hacerle caso. Pero hacer eso sería traicionar la confianza. Nuestro juego. Tengo que reconocer mi derrota. Suspiro y aparecen. Me miran al principio sorprendidas. Yi es la primera en reaccionar. Una malvada sonrisa aparece en su rostro.

–Eso sí que es un bonito regalo– dice, colocándose sobre mí.

Suspiro resignado. El resto ríen. Yi me monta con más brusquedad. Yu casi me pide perdón. No por eso desaprovecha la oportunidad. Ambas me tientan. Me besan. Juegan conmigo. Me provocan. Contemplo sus modestos pechos botar, moverse, tentadores, sensuales.

Aún se ríen un rato de mí antes de desatarme y que las mande de vuelta.

–Te dejo las cuerdas aquí– insinúa Shi, antes de volver.

—————

Veo que Wan ha vuelto a su habitación y está organizando las plantas. Quizás necesitará más muebles. Aunque, por ahora, tampoco tenemos mucho para elegir.

Llamo a mis tres esclavas. Hago que me ayuden a atar a Ning. Sus muñecas contra los tobillos. Sus piernas abiertas. Totalmente expuesta. Sin poder moverse. Le doy una palmada cuando acabamos. Está empezando a mojarse.

Rui parecía mirar a Ning con envidia. Así que la ato igual, con la ayuda reacia de Rong. Las dejo en la cama mientras ato las manos a la espalda de Rong. La tiro sobre la cama, bocabajo. Le hago abrir las piernas. Acaricio su clítoris y sus nalgas hasta que está mojada. Entonces, la penetro de golpe

Embisto desde atrás. Con brusquedad. Su boca contra las sábanas. La someto una vez más a mí. Reparando mi orgullo roto. Incluso la sacudo en las nalgas algunas veces, sin mucha fuerza.

No ofrece resistencia. Simplemente se deja follar. Resulta excitante tenerla a mi merced. Empujar hasta el fondo cada vez. Ir aumentando poco a poco su excitación. Llevarla al orgasmo y llenarla de mí. Sobre todo si recuerdo su mirada de desprecio cuando era yo el esclavo.

La dejo allí, en esa posición. Me acerco a Ning. Mete mi miembro en su boca en cuanto lo tiene enfrente. Cuando está erecto de nuevo, lo saco y la penetro. Empujo con fuerza. Le hago sentir placer en la primera embestida. 

–Primero vamos a subir de etapa. Concéntrate en tus meridianos.

Me obedece. Ya tiene práctica. Y sabe que hasta que no acabemos no hay sexo. Cuando lo conseguimos, está en la etapa siete. Luego la llevo casi al orgasmo en la segunda embestida. En la tercera. Su cuerpo se arquea cada vez.

–Aaaah. No. Amo. Sigue– suplica cuando salgo de ella.

La dejo al borde del orgasmo y me acerco a Rui, arrastrando a Ning a su lado. Penetro a Rui, que está completamente mojada. Atada. Sus piernas abiertas. Casi se corre.

–Aaaaa… Aaaamo…– gime con pasión.

Embisto un par de veces más, sin dejarla llegar al orgasmo. Luego, cambio de nuevo a Ning. Voy alternando. Tentándolas. Provocándolas. Estrujando sus pechos. Sin dejarles llegar al orgasmo. Atadas. A mi merced.

Finalmente, le doy la vuelta a Ning. Las piernas totalmente abiertas y atadas. La penetro por detrás, empujándola contra la cama. Llevándola a un fuerte orgasmo que la deja casi sin respiración.

Hago lo mismo con Rui. Me miraba con deseo tras haber visto a Ning ser follada. Luego inserto un consolador en cada una.

–Desataros vosotras mismas. No rompáis las cuerdas– les advierto, antes de devolverlas. Me pregunto si serán capaz. O si tendré que ayudarlas.

Cojo a Rong del pelo para alzarle la cabeza.

–Acaba el trabajo y trágatelo.

Ella obedece. Introduce mi miembro en su boca y empieza con una felación. Cada vez lo hace mejor. Cuando me corro en ella, la desato. Tiene trabajo que hacer. Aún quedan pieles y animales que tratar. Aunque antes la cojo por detrás, estrujando sus pechos unos segundos. Ella solo se deja hacer, sumisa. Aunque no colabora.

—————

Estamos todos sentados, incluida Wan, un poco alejada de mí. Aún tiene miedo a Rayitas, que está bocarriba en mi regazo, exigiendo mimos.

–Buscábamos el Jardín. Es un lugar donde crecen muchas plantas medicinales. Cada vez que se abre la zona, envían a gente para encontrarlo. Aunque no siempre se consigue. Yo soy una de ellas. Me tenían que ayudar, pero creo que solo lo hacían ver– explica Bai Wan, refiriéndose a los muertos.

–¿Y dónde está? ¿Cómo se supone que hay que encontrarlo?– pregunta Liang con curiosidad.

–Estamos aquí– explica, señalando un punto en el mapa –. Y hay que ir a este bosque. Está en algún lugar en su interior, pero no hay más información. La entrada se mueve cada vez.

–¿Y cómo es esa entrada?– pregunta Liang una vez más.

–Es un árbol bastante grande, con las hojas azules y tronco amarillo. Hay varios en el bosque. Cada vez uno diferente tiene la entrada. Ese tendrá un brillo metálico en las hojas.

Nos miramos sorprendidos.

–¿Pa… Pasa algo?– pregunta Wan, extrañada y algo intimidada por nuestra reacción. En serio, es demasiado asustadiza.

–¡Lo hemos visto!– revela Yi –. Cuando veníamos por el bosque, vimos ese árbol. ¡Las hojas brillaban como tú dices!

–¿¡De verdad!?– exclama ella, con los ojos muy abiertos, claramente excitada.

–¿Podemos ir?– pregunta Yu, casi en una súplica.

–Supongo que sí. Tenemos tiempo de sobra. Nos podemos quedar aquí una temporada– acepto. Ninguna parece oponerse a la idea.

–No podéis quedaros– interrumpe Wan, indecisa.

–¿Por qué?– le pregunto.

–Eh… Bueno… Yo…

¿Quizás no le tiene miedo a Rayitas sino a mí? Supongo que tampoco puede extrañarme. A saber que le han contado las gemelas. Tendré que hablar con ellas.

–Wan'er, dinos que pasa. Nadie te va a hacer nada– interviene Yu, conciliadora.

–Bueno… Después de que volvemos, lo abren durante un año para estudiantes de reinos superiores. Se dice que son mucho más crueles. Que se matan entre ellos para conseguir tesoros ocultos que nosotros no podemos obtener. Se atacan unos a otros. Muchos llevan mecanismos de detección. Sería muy difícil esconderse de ellos.

Todos fruncimos el ceño. Yi y Yu tranquilizan a Wan, diciéndole que no es culpa suya. De hecho, tenemos suerte de que nos lo haya contado. Si no estuvieran los hechizos rotos, podríamos escondernos en aquella cueva. Pero parece que no tenemos más remedio que volver.

–¿Cuánto tiempo tenemos?– pregunta Shi.

–Quince días. Estamos a tres o cuatro días del campamento base, así que nos quedan once.

–Bien, entonces podemos intentar ir al árbol, tenemos tiempo de sobras. ¿Os parece bien?– preguntó Shi.

Todos asentimos, aunque hay otro problema que tratar. Y Liang en la primera en mencionarlo

–El problema es cómo volver. ¿Cómo podemos convencerles de que un esclavo en la etapa uno ha conseguido escapar y volver con vida?

–Podemos darles el anillo. Puedes decir que lo encontraste con los restos de algún estudiante. Eso explicaría cómo has conseguido comida y ropas. Aunque no cómo has conseguido cruzar las zonas de peligro y escapar de las bestias– sugiere Song.

Todos nos quedamos en silencio. No es fácil encontrar una buena excusa que sea suficientemente creíble. Que no me interroguen cuando volvamos a la secta, donde no puedo mentir.

Mientras, veo que Rui está logrando escapar. Aunque lo hace sin quitarse el consolador, que sería lo más fácil. ¿Quizás lo disfruta? ¿O lo considera una orden?.

Ning ni siquiera lo está intentando. Parece disfrutarlo. Ya se cansará. Así no puede masturbarse bien.

–Qui… Quizás hay una forma, aunque es muy desagradable– interviene Wan, de nuevo indecisa.

Todos la miramos, lo que no hace sino asustarla un poco más. Sus primas la animan.

–Di lo que piensas, no pasa nada– le dice Yi.

–Bueno, se dice que… Bueno, primero hay que encontrar una bestia de nivel alto. Bueno, no exactamente una bestia…

Le cuesta un rato explicarse. Sin embargo, la solución es buena, realmente buena. Es algo que muy pocos estudiantes harían, aunque lo sepan. Puede que sea desagradable. Pero no soy un estudiante, sino esclavo. Estoy acostumbrado a cosas peores.

Finalmente, con los planes decididos, salimos de la cueva. Shi me acompaña. El resto se quedan en la Residencia.

Tardamos varios días en llegar aquí desde que vimos el árbol. Aunque no fuimos directos. Estábamos buscando pistas de nuestros objetivos. Deberíamos llegar en dos días, tres como mucho. Otros tanto de vuelta, y tres o cuatro para volver al campamento. Nos sobran cinco días o más. No deberíamos tener problema.

Agarro a Shi de la cintura. Ella me mira. Me sonríe. Nos besamos.

–Me las pagaréis– le recuerdo.

Ella ríe. Es nuestro último momento de relax antes de empezar la marcha. A partir de ahora, debemos estar atentos. Es peligroso.