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Llegó para cambiar mi vida

El padre de Claudia se casa con la madre de Alex, y ambos se ven obligados a una convivencia que a ninguno de los dos parece gustarle. #real-life #ero #+18

Hex_World · Teen
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4 Chs

Empezando de nuevo 1.2

En la cena la pendeja estuvo demasiado calladita por tratarse de ella. Sentía cómo de repente me clavaba los ojos. Yo comía, como si no hubiese pasado nada. Si la bardeaba por haberla visto en tetas, el que iba a terminar mal parado iba a ser yo. Así que me llamé a silencio y dejé que ella solita se hiciera la cabeza. Que recordara cómo la había visto en esa actitud de pendeja calientapijas, totalmente opuesta a la imagen que siempre solía mostrar.

Claudia me había enganchado haciéndome una paja, era cierto. Pero ahora estábamos a mano. Ahora los dos nos habíamos visto en un momento de vulnerabilidad. Ella, ya sea por pura vanidad, o para agasajar a algún chongo, se había sacado una foto con una tanga diminuta y en tetas. El culo estaba apoyado sobre la pileta del baño. La había atrapado infraganti, con las manos en la maza, como dice mamá.

Me regodeé en el hecho de que la pendeja se estaría sintiendo perseguida por ese tema. Quizás hasta pensaba que yo era capaz de robarle el celular y mostrarle las fotos a su papá. Porque si se había hecho una foto, seguro que tenía otras, y también era muy probable que tuviera algún video erótico.

Yo no era esa clase de tipo, obviamente. Pero si ella estaba sufriendo pensando que lo era, que se jodiera.

Terminamos de comer y me metí en mi habitación. Gonza, mi amigo, me había dicho de ir a una joda, pero no tenía un peso encima, y no quería pedirle plata a Pedro.

De todas formas prefería no ir. Las fiestas nunca me gustaron mucho. La música a todo volumen me incomoda, la gente borracha me desagrada, y con las chicas siempre me fue mal. Así que prefería pasar el día en casa, o en la casa de alguno de los pibes, jugando a la Play y tomando alguna birra.

El problema era que eso ya se estaba terminando. Mis amigos, de a poco, se iban convirtiendo en adultos. Ahora todos trabajaban. Y Juancito hasta esperaba una criatura. Ya casi no tenían tiempo para mí.

Esa noche me pintó el bajón, justamente pensando en eso. Puse un par de videos de "Te lo resumo así nomás" para reírme un poco, y después entré a una página pornográfica a la que últimamente estaba entrando seguido.

Uno de los Users a los que sigo había subido un post con imágenes de las minas más sexys de la televisión. Miré cada una de las fotos, y luego me detuve en mis favoritas.

Al toque me metí la mano adentro del calzoncillo. Y al toque me puse al palo. Humedecí mi mano con saliva y luego me froté la cabeza de la verga. Estaba como loco pensando en ellas. El tremendo ojete de Sol Pérez en traje de baño, la encantadora sonrisa de Gina Casinelli, que la hacía ver como una chica inocente, pero que tenía un culo casi tan criminal como el de Sol. La cara de muñequita de Romina Malaspina, que se le notaba las operaciones, pero tenía una pinta de puta de lujo que te volaba la cabeza. Y Claudia...

¿Claudia?

Sí, Claudia también tenía un tremendo culo, digno de un monumento, no me podía hacer el tonto con eso. Mi hermanastra era un camión, una nave. Y no solo estaba buena. Estaba tan buena que fácilmente podía rivalizar con las chicas famosas con las que solía soñar. Hasta el momento venía sobrellevando bien el hecho de vivir con una mina como ella. Pero verla semidesnuda fue un antes y un después. El culo escultural apoyado sobre la bacha del baño, solamente cubierto por una tanguita diminuta, que más que cubrirla, simplemente resaltaba su desnudez. Su torso desnudo, su cara de intelectual seductora. Sí, Claudiaestaba buenísima. Pero la odiaba. Me trataba como a un pelele. No se merecía estar en mi cabeza, no merecía que tuviera una erección por ella, no merecía mi leche.

Recé a mis diosas para que fueran a salvarme. Enseguida las imágenes de ellas fueron a mi rescate. Sol, Gina, y Romina parecieron desnudas en todas las posiciones en las que me las quería coger. Ya no daba más. Iba a largar la eyaculación. Tenía que aguantar, tenía que serle fiel a ellas. Pero el recuerdo de Claudia, de su trasero perfecto, de la blancura, ahí, donde normalmente estaba cubierta, de sus tetas paradas, del olor de su cuerpo cuando estaba tan cerquita… todos esos recuerdos se colaron. Traté de aguantar, pero ya no pude. El semen salió con mucha potencia. Tuve que ahogar un grito. Mi odiosa hermanastra me había hecho acabar por primera vez desde que le conocí.

Me sentí derrotado. No podía ser que esa pendeja maldita me calentara. Mi subconsciente siempre me había protegido del violento atractivo de mi hermanastra. Sabiendo que no solo estaba fuera de mi alcance, sino que me detestaba tanto como yo a ella, un mecanismo de autodefensa se había activado, y durante los meses que vivimos juntos no la vi como a una mujer, sino como a un ente malicioso al que debía evitar. Pero ahora me daba cuenta de que esa mentira que me había inventado se estaba desmoronando. Claudia estaba demasiado buena. Su orto era tan macizo y profundo como el de Sol Pérez, una presentadora del clima en canales de cable devenida en panelista con la que me hacía pajas desde mi pubertad. Estaba a la altura de todas esas mujeres que parecían inalcanzables, no solo para un chico tímido y torpe como yo, sino para casi todo el mundo. La jugada que me había salido tan bien al principio terminó yendo en mi contra. Ya no me parecía tan buena idea entrar en el baño. Pero no, no iba a permitir que me pasara de nuevo. Ya había sufrido mucho por fijarme en mujeres que, a priori, sabía que no se fijarían en mí. Tenía que poner un freno ahora mismo. Por suerte, por ella no tenía ningún sentimiento romántico, así que no debía costarme demasiado. Si hasta el momento la había visto como a un ser repelente, omitiendo cualquier virtud física que tuviera, ahora tenía que lograrlo de nuevo.

Me levanté al otro día a la hora del almuerzo, todavía turbado por los sucesos del día anterior. Solo comimos mamá y yo. Pedro estaba en su oficina, y Claudia había salido. Se respiraba tranquilidad cuando ella no estaba en casa. No me tenía que preocupar por las frases ofensivas que tiraba en momentos inesperados. No me tenía que esforzar por buscar una respuesta igual de filosa, aunque casi nunca la encontraba.

—Acordate de poner tu ropa sucia en el canasto —dijo mamá cuando terminamos de comer.

Fui hasta mi cuarto. Hacía como dos días que acumulaba ropa sobre una silla. Así de dejado era. Seguro mamá me iba a retar, pensé. Se ponía insoportable con esas cosas. Y siempre me sacaba en cara que era lo único que tenía la obligación de hacer. Agarré el montón y lo llevé al lavadero. Cuando iba a poner la ropa en el canasto vi que adentro ya había ropa. Un pantalón de jean y una remerita blanca. Y encima de la remera, una pequeña tela negra.

Miré por encima de mis hombros, a ver si mamá no estaba detrás de mí. La vieja tenía la costumbre de hacer esas cosas. Me observaba mientras yo no me daba cuenta, como si estuviese a la expectativa de que me mandara una macana. Ni que tuviera doce años.

Pero estaba solo. Solté mi ropa, tirándola al piso, y agarré la tela negra. Estaba enrollada, hecha un bollo. Las desenrollé. Como pensaba, era la tanga con la que Claudia se había sacado una foto el día anterior. ¿Para quién carajos era esa foto?

Me quedé observando la prenda íntima de mi hermanastra, parando la oreja, y mirando hacia la puerta a cada rato, atento a si aparecía mamá.

La tela que iba en la parte trasera no era más que una tirita. En la parte delantera era un triángulo muy angosto. Me imaginaba que Claudia debía estar completamente depilada para usar esa prenda. Hice un esfuerzo para recordar su pelvis del día anterior, pero sólo había prestado atención a su trasero y sus tetas.

Me llevé la tanga a la nariz, y la olí, quizás esperando encontrar un olor desagradable en ella. La próxima vez que me molestara le diría "callate olor a culo".

Pero no percibí nada más que un suave perfume. Ni siquiera olor a transpiración. Nada. Supuse que sólo la había usado un rato, se la habría puesto exclusivamente para hacerse esa foto. Con el calor que hacía esos días, si la había usado durante varias horas, debía tener un intenso olor a transpiración.

Pensé en qué ropa interior estaría usando en ese momento. Ahora sí, con treinta y tres grados bajo el sol, su trasero y su entrepierna estarían bañadas en sudor, y la bombacha estaría empapada. La imagen me excitó.

Hice un bollo con la tanguita negra. Era tan chica que cabía adentro del puño sin que se notara que tenía algo en él. Entonces escuché unos pasos que se acercaban. Menos mal que había estado atento, porque al toque mamá abrió la puerta de la cocina que era la que daba al lavadero. Cerré el puño con más fuerza. Tuve miedo de que una tirita de la tanga sobresaliera sin que me diera cuenta, así que, con carpa, puse la mano en el bolsillo.

—¿Qué hace tu ropa en el piso? —preguntó mamá.

Qué boludo, pensé para mí. Me había colgado morboseando con la tanga, y me había olvidado de poner la ropa en el canasto.

—Emmm —balbuceé, sin encontrar una mentira convincente.

—Andá nomás Alex, con vos no hay caso, las tareas domésticas no se te dan.

Mamá se puso a recoger la ropa. Yo esperaba la oportunidad de meter la tanga de Claudia en el canasto, pero mamá ya se disponía a lavar toda la ropa. Así que me fui a mi cuarto, con la tanga de mi hermanastra en el bolsillo.

.....................…..

Al otro día hizo muchísimo calor. Tanto que, con todo lo haragán que soy, me puse a limpiar la pileta y a llenarla. Recién para el atardecer terminé, y me di un buen baño durante un par de horas.

Fui a mi cuarto, fresquito. Me puse a ver una peli en Netflix. Ya era la medianoche cuando escuché que alguien golpeaba tímidamente mi puerta.

Sin esperar a que yo respondiera, la puerta se abrió. Era Claudia. Estaba vestida solo con una bombacha blanca y una camisa que usaba de pijama, la cual estaba con varios botones desabrochados y la parte inferior estaba anudada.

—Ya no aguanto más —dijo. Tenía un gesto de angustia. Su pelo castaño estaba mojado y las gotitas de agua se resbalaban por su cara. Supuse que se acababa de dar una ducha de agua fría.

—¿Qué te pasa? —le pregunté, confundido.

—Me muero de calor. Mi aire acondicionado no funciona. Esta noche voy a dormir acá —dijo. Y sin esperar que le respondiera, se dispuso a acomodarse.

—Deberías pedírmelo primero. ¿No? —dije.

—No te pongas en forro ahora, pendejo —respondió ella, exasperada—. Te digo que me muero de calor. Ya aguanté dos días sin dormir casi. Papá me aseguró que el técnico viene mañana sin falta, pero hoy necesito dormir bien.

Salió al pasillo y volvió a entrar, arrastrando su colchón y unas sábanas.

Puso el colchón al lado de mi cama.

— Por hoy evitá hacerte la paja. Y en lo posible no te tires pedos —dijo.

La actitud me indignó. Encima que me estaba obligando a hacerle un favor venía con esos aires de grandeza, y con esas palabras agresivas.

— Y vos tratá de no andar en bolas por mi cuarto —retruqué, ya que fue lo único que se me ocurrió decirle.

— Callate Nini —respondió ella. Siempre que no sabía qué responder me echaba en cara el hecho de que yo ni estudiaba ni trabajaba.

Se tapó con la sábana. Enseguida se durmió. Se notaba que realmente necesitaba descansar.

Así, dormida, no parecía tan temible.

De repente recordé que tenía su tanga escondida en un baúl donde guardaba mis cómics y mis mangas japoneses. Era improbable que la descubriera, pero uno nunca sabía. Además, en algún momento se daría cuenta de que le faltaba esa prenda. O eso suponía.

Me costó conciliar el sueño. Me quedé un buen rato viendo cómo Claudia dormía. Los labios estaban semiabiertos, las piernas se escapaban de las sábanas y aparecían desnudas. En un momento, luego de que se removiera varias veces, pude ver su nalga, también desprotegida de las sábanas, cubierta por la linda bombacha blanca.

No lo podía negar, estaba hermosa.

Continuará