webnovel

Llegó para cambiar mi vida

El padre de Claudia se casa con la madre de Alex, y ambos se ven obligados a una convivencia que a ninguno de los dos parece gustarle. #real-life #ero #+18

Hex_World · Teen
Not enough ratings
4 Chs

Empezando de nuevo 1

Capítulo 1

Eran más o menos las nueve de la mañana, demasiado temprano para mí. Estuve un rato haciendo fiaca y aun así no tenía ganas de levantarme, mucho menos tratándose de un domingo. Pero mamá me había hecho prometer que no me levantaría recién para la hora del almuerzo, como hacía siempre. Ese día vendrían de visita los tíos de Pedro, mi padrastro.

Me dispuse a realizar uno de mis más sagrados rituales. Lo hacía antes de levantarme, y luego, de nuevo, antes de ir a dormir: una buena paja para despejar el estrés. Estaba en plena faena, fantaseando con las más hermosas mujeres de Argentina, con mi mano envuelta en mi verga totalmente al palo, jalando frenéticamente, cuando la puerta se abrió estrepitosamente.

—¡Los tíos llegan en media hora!

Desde la entrada de mi cuarto me miraba Claudia, mi hermanastra. Primero se quedó observándome, sorprendida, pero no tardó en aparecer en su rostro un gesto de sorna.

Yo estaba cubierto por un acolchado, pero a la altura de la pelvis se había formado una pequeña montaña, debido al movimiento de mi mano, cosa que dejaba en evidencia lo que había estado haciendo. Además, por si eso no bastara, mi cara de vergüenza y culpa habrían despejado cualquier duda que ella tuviera.

—Perdón, no sabía que estabas ocupado —dijo Claudia, largando una carcajada—. Me pidió tu mamá que te avise que te vayas preparando. Pero ahora le digo que enseguida "acabás" con lo tuyo y bajás —agregó después, sin ningún tipo de piedad, dejando en claro que se había percatado de que estaba con las manos en la masa.

—No seas boluda, no estaba haciendo eso —mentí inútilmente, sintiendo el calor subiendo por mi rostro, poniéndome más colorado de lo que ya estaba—. Y de todas formas deberías golpear antes de entrar —le eché en cara después, agarrándome del más mínimo detalle para intentar desviar el asunto hacia otro lado, cosa totalmente inútil, como era de esperar.

—Sí claro, quedate tranquilo que la próxima lo hago —dijo ella, cerrando la puerta a sus espaldas.

Me dejó con la palabra en la boca, totalmente humillado. Realmente me caía mal esa pendeja. Siempre buscaba la manera de hacerme quedar mal. Era todo lo contrario a mí, y ese no de notaba solo en nuestra personalidad. Claudia destacaba por su inteligencia. Terminó la escuela con promedio de nueve ochenta, cosa casi imposible de lograr en el exigente establecimiento privado al que asistía. Desde hacía ya dos años tenía un emprendimiento de bijouterí con el que ganaba suficiente dinero para comprarse sus cosas (la mayoría, ropa) sin necesidad de acudir a su papá, y ahora había ingresado a la universidad, y en el primer año ya había metido ocho materias, lo que significaba que si seguía a ese ritmo, terminaría la carrera en el tiempo récord de cuatro años. Era una joven ejemplar, con las aptitudes que todo padre querría para su hija.

Era imposible no compararnos. Yo ni siquiera había pasado el curso de ingreso universitario, y eso que lo intenté tres veces. Y en mi último trabajo había durado sólo cuatro meses. Claudia me llamaba despectivamente Nini (Persona que ni estudia ni trabaja), lo que me hacía sentir degradado cada vez que tenía que depender de que mamá me tirara unos pesos, o peor aún, cuando debía acudir al padre de Claudia. Era realmente despreciable conmigo, no perdía la oportunidad de dejarme en ridículo cuando yo emitía una opinión sobre política, sobre cine, o incluso, sobre fútbol (Hasta en esa temática me superaba). Su habilidad para el habla hacía que pareciera que podía manejar cualquier tema, e incluso cuando estaba convencido de saber más que ella en determinado tema, la desgraciada siempre se las arreglaba para señalarme algún error en mis argumentaciones.

Su papá, Pedro, y mi mamá, Rosa, se habían juntado hacía un par de años, siendo ambos bastante veteranos. Esa unión era una apuesta por la que nadie daba dos pesos, pero para sorpresa de todos (sobre todo la mía), la cosa iba muy bien, y no había la menor señal de que se tratara de una relación efímera. Más bien al contrario, parecían dos adolescentes que descubrían el amor por primera vez. No fueron pocas las veces en las que me sentí profundamente avergonzado cuando los encontraba toqueteándose en cualquier rincón de la casa, como si fueran dos quinceañeros que acababan de iniciarse en la sexualidad.

Con la muerte de papá, hacía ya diez años, los problemas económicos enseguida nos alcanzaron. El banco no se apiadó de una viuda y su pequeño hijo, y nos embargó la casa, cuya hipoteca no podíamos pagar.

Vivimos un tiempo alquilando lugares baratos, por lo que, cuando nos unimos a Pedro y Claudia, ellos, al tener propiedad, nos recibieron.

Estar de visitante era jodido. He de reconocer que Pedro siempre fue bueno, no sólo con mamá, a quien trata como a una reina, sino que también conmigo. Pero Claudia se había mostrado sobradora desde un principio, y no perdía la oportunidad de resaltar mi condición de "invitado". Y ahora que yo ya tenía veinte años, no paraba de repetirme que ya era hora de que me fuera buscando un lugar a donde vivir, después de todo, ya estaba grande. Una cosa era aceptar que mi mamá, su madrastra, viva con ellos, pero otra muy distinta era albergar a un casi adulto que no aportaba nada.

Estas cosas me las decía con sus palabras enrevesadas de universitaria petulante, y siempre lo hacía cuando estábamos a solas, asegurándose de que ante los ojos de Pedro y de mamá, era un chica buena y educada. Frente a ellos solo mostraba un desinterés permanente que en el peor de los casos se transformaba en una hostilidad que exteriorizaba con indirectas y sarcasmos que, dado el contexto en el que lo hacía, solo lo entendía yo.

Básicamente estaba harto de la actitud soberbia de Claudia, y ahora que me había visto en pleno acto de autosatisfacción, sabía que iba a utilizarlo para humillarme. La idea de que esa pendeja altanera me tuviera en sus manos me generaba una impotencia violenta. Pero no me iba a dejar amedrentar fácilmente por ella.

Durante el almuerzo estuve tenso, esperando algún comentario ponzoñoso de mi hermanastra. La muy turra se hizo esperar. Sabía que la espera hasta que se decidiera a tirar su veneno iba a ser una tortura para mí. Cada tanto me miraba de reojo con una sonrisa maldita en sus labios. Los tíos conversaban de algo con mamá y Pedro, pero yo no captaba nada. Estaba muy ocupado tratando de esconder mi vergüenza. Pero después de un rato, por fin se decidió a tirar el golpe.

—Me parece que la carne está demasiado "dura" —comentó, mirándome de reojo, remarcando la palabra "dura", alargando las sílabas más de lo necesario, para dejarme en claro a qué se refería.

—No, para nada —dijo Ester, la tía de Pedro, totalmente ajena a la burla que la perra de Claudia estaba ejerciendo sobre mí—. Está muy buena.

Mamá aseguró que la mujer estaba en lo cierto. Por lo visto ninguno había entendido el doble sentido de la frase. Eso era algo que mi querida hermanastra hacía muy bien. Me humillaba frente a todos sin que ellos se percataran de lo que estaba sucediendo. Aunque estoy seguro de que mi cara me delató. Por unos minutos todo fue sonido de cubiertos y dientes masticando la comida, pero el silencio no tardó en romperse.

—Y cómo van los estudios —. Preguntó en un momento Álvaro, el esposo de Ester.

—Genial, si sigo así, me recibo en tres años más —Se apuró a decir Claudia, con arrogancia camuflada. Luego, mirándome a mí, fingiendo curiosidad agregó —¿Y vos Alex? ¿Te estás preparando para el curso de ingreso?

Sentí que la comida empezaba a caerme mal. La pendeja sabía que ese era una de las cosas que más me afectaban, sobre todo, porque realmente había hecho un esfuerzo considerable para ingresar a esa maldita universidad, y aun así solo conseguí como resultado un fracaso tras otro. Una cosa es que no conseguir algo por flojo, pero no alcanzar una meta solo porque la cabeza no te da para tanto es terriblemente frustrante.

—Ah, no sabía que eras tan chico... —comentó Álvaro, visiblemente confundido—. Pensé que ya estarías en segundo o tercer año.

Había calculado muy bien en hacer ese ponzoñoso comentario. Álvaro había caído con impresionante facilidad.

—No es chico, ya tiene veinte —se metió Claudia—. Es que ya intentó entrar a la universidad varias veces, pero no pudo. Pero bueno... —Largó un suspiro, tomándose unos instantes para por fin terminar de lanzar su veneno—. Seguro que la próxima lo logra. ¿No Alexa? —agregó después, dando un golpe extra que no me había visto venir.

Odiaba que me llamara así: Alexa. Le daba un aire afeminado a mi nombre . La primera vez que me llamó así fui lo suficientemente inteligente como para no demostrar que me molestaba. Pero lo que Claudia tenía de maldita lo tenía de astuta, y no tardó en darse cuenta de que causaba en mí el efecto que esperaba. Así que empezó a llamarme así con frecuencia. Pero luego dejó de hacerlo, quizás porque había encontrado otras cosas que me afectaban y que a ella le divertían más. Pero ahora, después de ya unas cuantas semanas de que no distorsionara mi nombre de esa manera tan nefasta, lo largaba de nuevo. Eso era un golpe bajo, era como pegarle a alguien que ya estaba tirado en el piso. Pero de todas formas me tragué mi orgullo y no le di el gusto de verme enojado, aunque lo cierto es que ya empezaba a sentir que mis orejas ardían.

—Sí, seguro que sí — dijo Pedro, con sincera esperanza.

—¿Y están de novios? —Preguntó Ester.

Claudia abrió grande los ojos, para luego mirarme a mí, y volver la vista a la mujer.

—¿Nosotros dos? ¡Ni loca! —Dijo, y todos rieron a carcajadas. Estaba claro que la mujer no había pensado que nosotros dos salíamos. La pendeja simplemente aprovechó la oportunidad para hacer una broma a mis costillas—. No, estoy sola, no tengo tiempo para esas cosas —Dijo después, haciéndose la importante.

Luego, la tía Ester me miró a mí.

—Yo también, estoy soltero. —dije, antes de que a la otra se le ocurriera decir alguna estupidez.

Claudia me miró con los ojos entrecerrados y burlones. Era la mirada que ponía cuando estaba a punto de hacerme pasar un mal momento. Pero no dijo nada. De todas formas me puso muy a la defensiva. ¡Pendeja odiosa! Me la imaginé diciendo, en frente a toda la familia: "Alexaito sale con Manuela", aludiendo a mi supuesta afición a hacerme la paja, idea que acababa de ser alimentada hacía unos minutos, cuando me descubrió en mi habitación.

Cuando se fueron los tíos, aliviado de que la comida familiar por fin terminara, y sobre todo, de no estar expuesto a los ataques de mi hermanastra, me encerré en mi cuarto a jugar a la Play. En un momento me llegó un mensaje de Claudia al celular. Debí intuir que lo mejor era no mirarlo, pero no lo pensé, simplemente lo abrí por inercia. Era un video de un monito que se masturbaba frenéticamente. Tenía los dientes apretados, los ojos desorbitados, y una gotita de sudor se resbalaba por su cara. No me dio ningún poco de gracia. "Idiota", le respondí.

Lo que más me molestaba de ella no era su actitud pedante y burlona hacía mí. Lo que me hacía detestarla era el hecho de que la única manera que se relacionaba conmigo era a través de sus comentarios hirientes. Si alternara eso con actitudes amistosas, hasta podría reírme de alguna de las boludeces que me solía decir. Pero cuando no me estaba agrediendo, actuaba de forma totalmente indiferente. Era como si mi existencia solo tuviese sentido para ella cuando necesitaba mofarse de mí.

Durante lo que restó del día hice lo posible para evitar su presencia. Me recluí en mi habitación, dejando que las horas pasaran. En esas horas no pude evitar pensar en mi situación actual. Por más que la detestara, no podía negar que los defectos que ella solía resaltar en mí, eran cosas que realmente quería mejorar. No solo lo de entrar a la universidad. También me hubiera gustado tener un buen trabajo, y que fuera estable. Pero en los cuatro trabajos en los que logré pasar la etapa de las entrevistas, no había pasado el período de prueba. En dos de ellos debo reconocer que en parte fue mi culpa, porque solía llegar tarde. Es que como quedaban lejos, siempre que había alguna mínima demora con el transporte, terminaba llegando media hora tarde. En los otros trabajos, sin embargo, creí haber estado haciendo las cosas bien. Pero a la hora de la verdad, los gerentes preferían "dejarme ir". Y eso que ninguno de esos puestos era la gran cosa. Y con respecto a lo de la paja… Supongo que es algo normal hacerlo con frecuencia, pero me hubiese gustado que, a mis veinte años, ya tuviera bastante experiencia con mujeres, y por supuesto, no era el caso. Y eso que no es que me considerara alguien particularmente desagradable desde lo estético. No era un príncipe azul, claro, pero me daba cuenta de que tenía lo mío, solo que a la hora de concretar algo la cosa no se daba. Las mujeres que me gustaban solían ser inalcanzables, ya sea porque tenían novios, o porque eran "de otra liga", es decir, eran increíblemente hermosas, o porque eran de un estrato socioeconómico muy por encima del mío. Ahora me doy cuenta de que simplemente tenía una tendencia a autosabotearme, pero en ese entonces no me daba cuenta de ello. En fin, que estaba solo y conformándome a pura pajas.

Recordé que pronto Claudia se iría de vacaciones con mamá y Pedro. Yo los había convencido de no participar. Iba a ser un alivio no tener cerca a esa mina. Pero luego volvería. Si quería dejar de lidiar con ella le tendría que dar el gusto e irme de la casa. Pero para eso faltaba mucho.

A la noche, cuando ya era la hora de cenar, bajé a la cocina. Como no había comido nada después del almuerzo, me sentía hambriento. Mamá acababa de apagar la hornalla de la cocina. De la olla salía un delicioso olor a salsa.

—¿Por qué no le avisás a Claudita que baje a cenar? —pidió mi mamá.

Le iba a decir que "Claudita" ya sabía a la hora en que comíamos, que ella ya bajaría por su cuenta. Pero lo cierto es que no quería molestar a mamá con esas cosas. A pesar de todos los defectos que pudiera tener, me daba cuenta de que ella era feliz con Pedro y no iba a estar perturbando la paz de su relación por mis conflictos con la pendeja esa. Además, se me ocurrió una idea que me hizo cambiar de opinión. Le daría una dosis de su propia medicina a mi hermanita.

Fui hasta su cuarto. Entré sin golpearle la puerta, para que se diera cuenta de lo invasivo que resulta cuando te hacen eso. Quizás si se daba cuenta de que por cada cosa que ella me hiciera yo le devolvería con lo mismo, disminuiría sus constantes ataques. Pero no la encontré. En la computadora había un video musical reproduciéndose a todo volumen. Vi que la puerta del baño estaba media abierta. Supuse que estaba ahí, y no me había escuchado abrir la puerta por el volumen de la música. Tanto mejor para mí. Entraría al baño para avisarle que ya estaba la cena. Dudaba de que estuviera haciendo sus necesidades con la puerta abierta. Pero no hubiera estado mal encontrarla en exactamente la misma situación en la que ella me había encontrado al mediodía.

Caminé hasta el baño. Terminé de abrir la puerta y me metí adentro. Me quedé boquiabierto, mirándola. Mi hermanastra no se estaba pajeando, pero estaba haciendo algo casi tan íntimo como masturbarse: se encontraba con las nalgas apoyadas en la piletita del baño, mirándose en el espejo. En una mano sostenía su teléfono celular y con él enfocaba su propia imagen en el espejo. Pero lo que me llamó la atención no fue esa acción. Es decir, no la tenía como una chica particularmente vanidosa. De hecho, quien la conociera sabría que con solo subir unas cuantas fotos en Instagram se ganaría miles de seguidores en unas semanas, pero Claudia solo subía fotos suyas en contadas ocasiones, y en ellas no solía presumir su figura. Pero como dije, lo que me asombró no fue el hecho de que en este caso sí parecía estar haciéndolo. Lo que me dejó mudo y con cara de estúpido fue el hecho de verla desnuda, o mejor dicho, casi desnuda. Porque debajo la cubría una diminuta tanga negra de hilo dental. La tela se metía sin pudor entre sus sólidos glúteos. La piel estaba pálida en las partes donde normalmente era cubierta por una lencería más grande. Y arriba... arriba estaba totalmente desnuda.

—¡Qué querés pendejo! —me dijo, indignada.

Pensé que me iba a empujar para luego cerrar la puerta en mi cara, pero solo se me fue al humo, como queriendo insultarme, aunque no le salieron las palabras. Por primera vez vi que se sentía avergonzada.

—Ya está la cena —dije, fingiendo normalidad, aunque no pude evitar mirar sus pechos. No eran grandes, pero tampoco pequeños. Estaban bien parados. Los pezones tenían un color rosáceo. Se veían increíblemente firmes.

—¿Qué te pasa? ¿Nunca viste una teta? —dijo Claudia, dándose cuenta de mi obvia mirada, ya que había quedado petrificado ante sus pechos desnudos.

Se cruzó de brazos, cubriéndose los pechos. Pero eso fue todo lo que hizo. Era casi como si quisiera que la mirase así, totalmente expuesta. Ahí se me prendió la lamparita. Ahora ella quería dar vuelta la tortilla. Hasta ahí la anécdota sería que yo la pesqué infraganti cuando se sacaba una foto en bolas. Pero si me quedaba un rato más entonces ella podría decir que yo me quedé como un degenerado mirándola de arriba abajo. Pero esta vez no iba a caer.

La miré a los ojos, no sin hacer un considerable esfuerzo.

—Obvio que vi muchas —dije, hablando con total naturalidad—. Y las tuyas no son nada de otro mundo —agregué, todavía iluminado por esa fugaz inteligencia que se había apoderado de mí—. Apurate que se va a enfriar la comida —die finalmente, entregando el mensaje que me había encomendado mamá. Me di vuelta y abandoné el baño con dignidad, dejándola con la palabra en la boca.

...…