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Llegó para cambiar mi vida

El padre de Claudia se casa con la madre de Alex, y ambos se ven obligados a una convivencia que a ninguno de los dos parece gustarle. #real-life #ero #+18

Hex_World · Teen
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4 Chs

Esa noche 1

Fue muy difícil dormir teniendo a la pendeja de Claudia en mi cuarto. Me había acostumbrado tanto a mi ritual nocturno y mañanero de hacerme la paja, que el hecho de que esta vez no podía hacerlo porque mi hermanastra estaba dormida tan cerquita me dio bronca.

Encima la forra ni siquiera se había calentado en pedirme de onda quedarse en mi cuarto. Como dice mamá, no se le puede pedir ropa a Tarzán. De una pendeja arrogante y maleducada como ella, no se podía esperar que pida las cosas por favor. Al menos no a mí, a quien consideraba un ser inferior. Pero por lo menos hubiese venido con más humildad.

Ya eran como las dos de la mañana y no podía pegar ojo. Mi pija se había puesto más dura que un tronco. Para colmo, antes de apagar la luz para dormirme, había visto cómo la sábana con que se cubría Claudia, se descorrió por tantos movimientos que hacía mientras dormía. No pude evitar mirarla. La mina era una porquería de persona, pero estaba demasiado buena.

Desde la última vez que la imagen de ella, sacándose una foto semidesnuda, se había filtrado entre las mujeres que más me calentaban, ya no podía escapar de fantasear con ella.

Mi amigo seguía firme como mástil y duro como acero. Escuché cómo Claudia respiraba profundamente entre sueños. Hacía como media hora que tenía la erección, y no había manera de que mi amigo se ablandara. Había leído en alguna parte que tener erecciones por mucho tiempo podía ser peligroso. Así que empecé a acogotar el ganso. Claudia seguía con sus largas exhalaciones. La recordé, de nuevo, en tetas, sentada sobre la pileta del baño, con el escultural orto entangado. Luego la Imaginé, calladita, como estaba en ese mismo momento, pero no dormida, sino despierta y amordazada, con las manos atadas, totalmente indefensa y a mi disposición.

Qué no daría por tenerla frente a mí, y humillarla, pero de una manera diferente a como ella me humillaba. Hacerla suplicar. Obligarla a que me pidiera perdón por todos los insultos y agresiones que me había propinado. Luego le arrancaría la ropa a tirones. La dejaría en pelotas y la penetraría por todas sus hendiduras.

Se me ocurrió una idea algo arriesgada. Encendí la lámpara que tenía en la mesita de luz. Ahí estaba mi odiosa hermanastra. No se había vuelto a cubrir con las sábanas. Y eso que el aire acondicionado largaba bastante aire frío. Pero para mi mejor. Estaba acostada boca arriba. Se la veía en un sueño profundo, era difícil imaginar que se fuera a despertar, pero de todas formas mantuve una mano en la perilla del velador, listo para apagarlo apenas ella hiciera un movimiento. La otra mano fue a mi verga, obviamente.

Lo que lamentaba era que no estuviera boca abajo, para poder mirarle el orto bien de cerca. Pero igual no estaba nada mal así como estaba. La hija de puta era hermosa la mirase donde la mirase. Ahora podía ver sus firmes tetas debajo de la camisa. Su boquita era una tentación. Sus labios estaban un poquito separados e invitaban a meterle algo por la boca. La genética la había favorecido, era de esas personas que eran bellas sin hacer el menor esfuerzo. Pero ella potenciaba su atractivo manteniéndose en forma. Iba al gimnasio con frecuencia. Y eso que entre su trabajo y la facultad parecía no tener tiempo para nada más. Pero igual se ejercitaba varias veces a la semana y las piernas eran las más beneficiadas con tanto entrenamiento. Eran largas y torneadas, y los muslos eran anchos y musculosos. Quizás en otra mujer eso podría parecer desfavorable, muy masculino, pero en ella no, porque esas gambas hacían juego con el contundente culo que tenía.

Qué hija de puta, ¿cómo podía estar tan buena?, pensaba para mí, mientras me mataba a pajas, evitando hacer ruido. La telita blanca de la bombacha marcaba la hendidura de su vagina. Me daba bronca que justamente esa tipa detestable estuviera tan buena, y encima viviera conmigo, y encima ahora durmiera en mi habitación. Pero, aunque sintiera rechazo por su persona, no podía dejar de estimularme la verga mientras la miraba. La desgraciada era toda una obra de arte.

Acabé, ahogando un fuerte gemido. En ese momento se movió apenas. Por lo visto fue una falsa alarma, pero eso bastó para que apagara la luz. Saqué de abajo de la almohada algunos papeles de cocina, que como buen pajero que era ya los tenía preparados, y me limpié. Después, haciendo el menor ruido posible, para que la pendeja no se despertara, fui hasta el baño para deshacerme de la evidencia incriminatoria y lavarme la verga que había quedado toda pegoteada y despedía un fuerte olor a semen.

Cuando volví a mi cuarto, teniendo mucho cuidado de no pisarla, noté que se encendió la pantalla de su celular. Le había llegado un mensaje. No soy de ir por la espalda y dar golpes bajos, pero se me ocurrió que podía ser útil tener información de ella. Lo de la foto era algo muy raro tratándose de alguien como Claudia. Me había quedado la duda de a quién mierda le iba a mandar esa imagen, porque estaba seguro de que no era solo para tenerla ella. Era vanidosa y egocéntrica, pero tampoco la pavada.

Encendí la luz de nuevo. Por suerte parecía ser alguien que dormía muy profundamente y que no se iba a despertar con un simple sonido. Según había dicho, hacía dos días que no dormía bien, así que eso también ayudaba.

Cuando la pantalla se había iluminado el celular no había hecho ruido ni había vibrado, así que para ella era como que no había pasado nada. Me bajé de la cama. Me incliné para agarrar el teléfono. Pero me cuidé mucho de no alejarme de donde estaba. Me quedé, así como estaba, inclinado, como si me hubiera agachado a agarrar algo que había caído al suelo. Si la traviesa de mi hermanastra se despertaba, simplemente soltaría el celular y haría como que me estaba yendo al baño. Es más, ante el primer movimiento soltaría el aparato.

No tenía clave de seguridad. Eso me extrañó viniendo de ella. Pero mejor para mí. El mensaje había sido de un tal Alejandro. Me llamó la atención que fuera un SMS. ¿Qué clase de psicópata usaba eso? Además, si le escribía a medianoche de seguro que era alguien con el que tenía algún tipo de relación. Me limité a leer el mensaje desde la notificación misma, ya que si abría el SMS, ella sabría que alguien leyó el mensaje antes que ella. ¿Estás despierta? Decía el tal Alejandro.

Se me ocurrió una idea. Busqué a Alejandro, ahora sí, en los chats de WhatsApp. Como era de esperar, ahí estaba. Vi su foto de perfil. Era barbudo que hacía rato había pasado los treinta. Así que a Claudita le gustaban los veteranos. Qué curioso. El tipo estaba bloqueado, pero sin embargo era una de las últimas personas con la que había chateado. El último mensaje de Claudia había sido borrado por ella misma. Pude ver que había algo entre ellos. Aunque no me puse a leer la conversación entera, obviamente. Pero eso no me importaba. Revisé algunos otros chats, pero nada. Entonces ¿No le mandaba a nadie esas fotos? Abrí la galería de imágenes. Nada. Justo cuando me iba a dar por vencido, vi que entre los accesos directos que tenía en la pantalla principal estaba el drive. Lo abrí inmediatamente. Era razonable que no guardara las fotos en la galería, pero seguramente estaba en la nube. Y así era. Y no solo pude ver la foto que se había sacado en el baño. Tenía otras tantas guardadas en una carpeta. En todas ellas salía en pelotas. ¡Qué carajos!

No me considero una persona prejuiciosa, pero que alguien como ella tuviera esas fotos era algo inusual, y no podía dejar de pensar que había algo turbio en todo eso. Pensé en robárselas. Pero era difícil hacerlo sin dejar rastros. Entonces Claudia hizo un movimiento y soltó una palabra. Como decimos en Argentina: me cagué en las patas. Más que nada porque justo en ese momento había dejado de prestarle atención, y me dio pavor darme vuelta y encontrarme con que tenía los ojos abiertos, mirándome, mientras yo revisaba su celular. Pero por suerte solo estaba balbuceando algo entre sueños.

El miedo me escarmentó. Ya había corrido demasiado riesgo solo impulsado por el morbo. Así que dejé el celular donde estaba y volví a la cama. Me costó otro tanto dormirme, pensando en las imágenes que acababa de ver, en donde mi dulce hermanastra mostraba el ojete sin timidez ante una cámara. Por fin después de un buen rato, en el que estuve muy tentado de hacerme otra paja, me quedé dormido.

Pero me desperté más temprano de lo normal ¡A las nueve de la madrugada! Porque Claudia había encendido la luz y empezaba a prepararse para comenzar el día.

—¿Hace falta que hagas tanto quilombo? —Le pregunté, bostezando.

Claudia no se molestó en mirarme. Estaba vestida solo en ropa interior. Estiró su espalada, haciendo fiaca. Era flaquita y tenía tremendas curvas la hija de puta.

—Algunos tenemos cosas que hacer —contestó.

—Si no estás cursando... y esas bijuteries que hacés, las podés hacer a cualquier hora.

—No jodas pendejo, mirá se te voy a estar dando explicaciones a vos. Ah y otra cosa... ¿No viste mi tanga?

Me quedé petrificado ante la pregunta.

—¿Tu tanga? ¿Estás loca? —dije, haciéndome el ofendido—. Qué se yo dónde está tu tanga.

—Bueno... ¡Tan susceptible vas a ser! Pensé que a lo mejor se me había caído en algún lugar cuando fui a llevar la ropa al canasto, y vos la encontraste.

—Si encuentro una tanga tuya tirada en el piso, no la toco ni con un palo —aproveché para decirle.

—Quedate tranquilo, nunca vas a tocar una tanga como esa. No creo que las chicas con las que salgas se animen a ponerse algo así —Me contestó la perra.

Corrí las sábanas a un costado, y salté de la cama. La agarré de la muñeca, y se la apreté con fuerza. No sé si fue porque ya venía acumulando bronca desde hacía meses, o porque este insulto me pareció mucho más ofensivo de lo normal debido a que ella estaba de invitada. Sería que el saberse dueña de la casa la hacía sentirse lo suficientemente impune como para disponer de mi dormitorio sin siquiera pedírmelo, y de agredirme en ese mismo lugar, el cual todos sabían que era como mi santuario.

—Pendeja de mierda, vos no sabés nada de mí —le dije, furioso.

Estaba totalmente sacado. Claudia, por primera vez desde que nos conocíamos, me miró con miedo. Tal vez la próxima vez que pretenda romperme las bolas lo pensará dos veces, me dije recaliente.

—¡Soltame tarado! —dijo ella, casi llorando.

Pero yo apreté más fuerte.

—¡Me estás lastimando pendejo! —gritó después.

La solté. La muñeca quedó con la marca roja de mis dedos. Claudia hizo un puchero al verla.

—Pendejo boludo —Insultó.

Agarró su colchón y lo llevó a rastras hasta su cuarto.