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Mi pueblo

La multitud rodeó a Clei, sus voces llenando el aire con preguntas y felicitaciones. Los "hermanos" de Clei, los demonios y ángeles que compartían su historia y su carga, observaban con ceño fruncido. Pero el príncipe no se inmutó.

Aceptó los regalos con gratitud, incluso cuando las joyas y los obsequios se acumulaban a sus pies. Las manos extendidas hacia él eran como pétalos de flores, y Clei las tomó con delicadeza. No importaba que fuera casadero; su corazón ya tenía un compromiso con la esperanza y la reconciliación.

"Gracias", murmuró, su sonrisa sincera. "Vuestra amabilidad me conmueve."

Los "hermanos" intercambiaron miradas, incapaces de comprender por qué Clei no rechazaba a las personas. Pero él sabía que su papel iba más allá de las alianzas matrimoniales. Era el puente entre tres mundos, el lazo que unía a los reinos en un abrazo fraterno.

Así que Clei continuó aceptando los regalos, cada uno como una promesa de un futuro mejor. Las estrellas brillaban sobre él, y en sus ojos, la determinación y la compasión se entrelazaban. El festival de las estrellas no solo celebraba la belleza celestial, sino también la fuerza de aquellos dispuestos a sanar las heridas del pasado.