Hyno corrió hasta los sanitarios y enjuagó sus manos. Raspó violentamente su piel con una esponja, tratando de borrar la desagradable sensación que sentía por todo el cuerpo.
Hyno detestaba profundamente el contacto con alfas, omegas y aquellos betas que se hubieran rendido a estos. Consideraba a los sirvientes y eunucos del palacio una abominación, ya que a pesar de contar con genes excelentes y privilegiados, habían optado por ubicarse en una clase inferior. Eligieron servir en lugar de dominar.
Hyno se lavó con abundante agua antes de soltar un suspiro de alivio. Volvía a sentirse limpio otra vez. Enseguida abandonó el área y regresó a su trabajo habitual: vagar por los pasillos del palacio.
Infiltrarse no había sido para nada complejo con una seguridad tan escasa. La falta de alfas hacía que los pocos betas disponibles no fueran suficientes para patrullar las zonas.
Lo primero que hizo al entrar fue vestirse como un sirviente. Se adentró en los dormitorios y encontró aquellas prendas de ropa que podrían calzar su tamaño. Así se camufló como un beta más al servicio de la realeza.
Hyno debió admitir que la situación en la capital no era como lo había supuesto. Se encontraba en orden y paz. Se asemejaba a un oasis en medio del desierto de la locura y la masacre.
Dentro del palacio esto era más evidente aún. Los omegas reales seguían disfrutando de lujos y beneficios sin temor a ser atacados por alfas. Dormían plácidamente y hasta organizaban fiestas de té. Sus risas ocasionales despertaban la furia de Hyno, tiñendo sus ojos de rojo y transformando su expresión en una aterradora y trastornada.
Debió respirar un par de veces antes de regresar a la normalidad.
Hyno continuó investigando los alrededores, topándose con la carpa de los médicos. Sabía que estaban desarrollando una especie cura, aunque no se molestó en indagar. No creía que pudieran hallar la solución a un problema que venía de un tiempo más desarrollado que el de ellos. Decidió ignorarlos y probar suerte en la cocina.
Hyno revisó los ingredientes con los que se alimentaba a la población, pero tampoco encontró nada interesante. La comida era simplemente comida. Ningún ingrediente obstruía el efecto del fármaco, lo mismo en el caso de inciensos o hierbas aromáticas.
Al cabo de un día, Hyno se había quedado sin alternativas. Revisó cada rincón sin tener suerte.
Abatido, tomó asiento sobre una roca y permitió que la brisa nocturna sacudiera sus cabellos.
Sus planes se habían visto obstaculizados por una causa inexistente prácticamente. No había podido dar con el problema principal o algo que pudiera servirle como una pista.
Siendo ese el caso, no le quedaban muchas opciones. Si quería llevar a cabo el siguiente paso de su plan, debía enloquecer a estos alfas.
Hyno formó la mano en un puño. Estaba claro. Si no había podido manipularlos con una dosis, probaría con una segunda. Soltaría más de su fármaco y vería si ese dichoso inconveniente podía ganarle esta vez.
Hyno esbozó una tétrica sonrisa. Su sangre ardía de solo imaginar el caos que muy pronto podría desatarse en el palacio y la capital. Los gritos de omegas aterrados, y el gruñido de alfas sin cordura, parecían llenar su corazón de placer y felicidad.
Hyno se levantó nuevamente y se marchó del lugar. Su figura se perdió entre las sombras del castillo y los sirvientes que pasaban ocasionalmente.
Nadie lo detuvo ni le hizo preguntas. No parecía despertar las sospechas del público. Esto garantizó que pudiera atravesar las líneas defensivas sin dificultad y regresar con su amado ejército revolucionario.
Hyno tenía en claro que la próxima vez que pusiera un pie en este lugar sería para la batalla final.
Así comenzó la cuenta regresiva. El reloj invisible hacía tic tac, acompañando el paso del tiempo que todos parecían percibir. Dos frentes estaban en constante movimiento, preparándose para la instancia que definiría el destino de este plano.
¿Dae sería capaz de elaborar una cura antes de que Hyno liberara su droga nuevamente? Esa es una pregunta que a continuación te responderé.
.
.
.
Si. Al tercer día, los médicos corrieron hacia la residencia de Dae. Ingresaron abruptamente, sin importarle la resistencia del eunuco y los sirvientes. Su emoción era tal, que no midieron el tiempo ni el lugar.
Irrumpieron a Dae que se encontraba recibiendo un masaje de su hombre. Seiju emitió violentas feromonas ante la presencia de extraños y se encargó de envolver el cuerpo de su bebé con sábanas. Estaba vistiendo una simple prenda de ropa, exponiendo sus delicadas curvas y piel de jade.
Los ojos de Seiju se oscurecieron y sintió deseos de destrozar a estas personas inoportunas. Dae debió tomar su mano y besas su mejilla, antes de calmar sus alocados sentimientos.
Los médicos parecieron notar su falta de respeto e inclinaron la cabeza con temor. Contemplaron el suelo brillante y colorido, informando sobre las novedades de la investigación.
Con una voz llena de alegría, el médico principal dijo.
"¡Lo hicimos! La cura es un éxito"
"¿Las pruebas dieron resultados positivos?"
"Si. Le entregamos la cura a unos guardias alfas y automáticamente recuperaron el raciocinio. Parecen haber olvidado lo que ocurrió durante ese lapsus de tiempo, pero no parece haber mayores complicaciones"
"Es bueno saber que funciona, ¿pero qué sucede si un alfa entra en contacto con feromonas omega? ¿La cura sigue siendo efectiva?"
Otro médico dio un paso adelante y se encargó de responder.
"Se hicieron las pruebas correspondientes tanto en alfas enfermos como en recuperados. La cura sigue funcionando a pesar de todo. Es oficial"
Dae asintió. Así es como debería ser. Ahora solo quedaba alimentar a los alfas de la capital, soldados, sirvientes y la realeza. Una vez se recuperara el control en esta zona, sería solo cuestión de enviar diversos equipos para vacunar al resto de la sociedad.
"Infórmenle de las novedades a la reina madre. Podemos iniciar con la curación de los soldados y el primer ministro de inmediato". Dae besó la mejilla de Seiju una vez más. "Trae una muestra que se la daré yo mismo"
Los doctores hicieron como dijo. Se distribuyeron en diversos equipos para notificar a las autoridades y curar a los enfermos.
Dae no tardó en recibir un recipiente con la medicina de color morada. No tenía olor aparente y su apariencia era bastante suave. Se asemejaba a un jugo de remolacha. Nada apetitoso la verdad.
Dae llevó el cuenco hasta la boca de Seiju y le indicó que lo bebiera. El hombre no dudó en ingerir el líquido que no contaba con buena apariencia o que podría tratarse de veneno. Todo lo que viniera de las manos de Dae, estaba bien para él.
La medicina no tardó en surtir efecto. Seiju sintió un ligero dolor de cabeza y al instante recuperó el control de su cuerpo. Su mente se plagó de sus pensamientos y su corazón recuperó la calma habitual.
Seiju contempló a la persona que tenía delante y esbozó una amplia sonrisa. Lo abrazó con fuerza y aspiró su inconfundible aroma.
A diferencia del resto de alfas, Seiju contaba con vagos recuerdos. La mayoría eran fragmentos borrosos u opacos. Sin embargo, los que contenían momentos con Dae brillaban intensamente y hacían palpitar su corazón.
"Gracias bebé"
Comentó con felicidad. Ahora podría estar con su omega destinado sin sentirse vacío o controlado.
—--------------
La reina madre se limpiaba las lágrimas de alegría que se asomaban por sus pestañas. El pañuelo absorbía el líquido salado que secretaban sus ojos, acompañando la completa emoción que sentía su portadora.
La reina estaba extasiada. Tras largos meses de lucha, temor y desconcierto, por fin todo iba a regresar a la normalidad. Eso incluía su amado hijo, el emperador de este país.
El emperador ingirió la cura y sacudió la cabeza con dolor. Sus manos se aferraron a sus prendas cambiadas con mucho esmero y sacrificio. Los sirvientes habían batallado para limpiarlo y vestirlo.
El hombre masajeó sus sienes y pareció recuperar la razón. Contempló su alrededor perdido, con evidentes dudas en su mirada. Lo último que recordaba era estar celebrando un banquete, ¿cómo llegó hasta sus aposentos?
Identificó a su madre llorando a su lado y las dudas en su interior no hicieron más que aumentar. Tomó su mano callosa y envejecida y le preguntó con desconcierto.
"¿Qué sucedió? ¿Por qué estás llorando?"
La reina madre sonrió y palmeó sus manos.
"Estoy feliz. Muy feliz"
Sin embargo, su respuesta no respondió en nada sus interrogantes. ¿Estaba feliz? ¿Feliz de que?
El emperador no podía comprender el estado de su madre, el cual era compartido por el resto de los sobrevivientes de este calvario.
Los médicos, y algunos ayudantes, comenzaron a distribuir la cura a los miembros de la realeza y los principales soldados. Otro equipo se encargó de encaminarse hasta las calles y reunir a los aldeanos dispuestos en contribuir. Muchos se acercaron desesperados después de escuchar los beneficios de este medicamento. Querían recuperar a sus familiares cuanto antes.
La cura lentamente fue distribuida. La capital estaba volviendo a ser lo que solía ser. Lástima que toda historia siempre debe tener su momento culmine. La batalla final no había transcurrido todavía.
Hyno liberó la droga por los alrededores de la capital y preparó a su ejército para atacar cuando los alfas se descontrolaran. Su objetivo era hacerse con el trono y eliminar a la familia real en su totalidad. No planeaba dejar con vida ni a un solo eunuco o sirviente por más que fueran betas.
La droga no tardó en hacer efecto. Los alfas infectados reaccionaron de manera inmediata y no pudieron ser dominados por las feromonas de Seiju. Su locura alcanzó límites inimaginables, haciéndolos golpear y destruir todo a su paso. Los médicos y ayudantes huyeron despavoridos en dirección al palacio. Debían notificar de lo ocurrido a Dae y a la reina madre.
Los escasos soldados recuperados intentaron poner orden. Se enfrentaron contra los enloquecidos, pero fueron rápidamente superados en número. La situación se volvió caótica con pueblerinos corriendo de un lado al otro y clamando por ayuda.
Dae, que se encontraba disfrutando de un cálido momento con su hombre, fue interrumpido por uno de los sirvientes. Le notificaron que los alfas habían perdido el control y no podían administrarles el fármaco. No se podían ni acercar siquiera.
Dae comprendió al instante lo que estaba ocurriendo. Hyno parecía haberse cansado de esperar y optó por hacer uso de su droga nuevamente. Aunque su plan no iba a salir como lo tenía en mente. Esta vez lo frustraría desde el inicio.
Dae observó a Seiju y le transmitió sus pensamientos.
"Trae esos alfas hasta aquí que les haré beber la medicina lo quieran o no"
Seiju sonrió con amor y acarició su mejilla, antes de acceder a su petitorio. Enseguida reunió a sus soldados y les indicó que se distribuyeran por toda la capital. Impondrían orden por la fuerza bruta.
Dae contempló la espalda de su hombre erguida y segura, perdiéndose en el horizonte. Estaba convencido de que podría cumplir con su pedido, por lo que también debía ponerse manos a la obra.
"Dile a los médicos que reúnan toda la medicina que puedan"
"¿Eh? ¿Pero para qué necesitamos…?"
Dae lo interrumpió.
"No pierdas el tiempo. Esos alfas estarán aquí en cualquier momento"
El sirviente pareció aterrarse ante sus palabras. La llegada masiva de esos alfas pondría la vida de todos en peligro.
Tragó con nerviosismo y se encaminó hasta la carpa de los médicos. Cumpliría las órdenes de su superior costase lo que costase. Después de todo, no tenía intención de perecer en este lugar.
Al mismo tiempo, Hyno montaba un caballo y observaba emocionado la escena que había creado. En unos simples minutos, su droga había desatado el caos en la capital y los gritos se podían escuchar por los alrededores.
Hyno rio. Sus carcajadas sorprendieron a sus aliados, quienes lo miraron con desconcierto y un poco de temor. Estaba fuera de sí y los hacía desconfiar si no se había contagiado de la enfermedad de esos alfas. Sus ojos rojos, y la sonrisa macabra en su boca, les hacía erizar la piel.
Los miembros del ejército revolucionario guardaron silencio. Intentaron reducir su sentido de existencia y se apartaron sigilosamente del lado de Hyno. Pero no es como si a él le interese de qué forma lo miraran sus compañeros.
Hyno estaba perdido en las imágenes que tenía delante. Se divertía siendo testigo sobre cómo los alfas corrían como bestias salvajes, siendo temidos, detestados y repudiados por las demás personas. Su sola existencia, antes admirada y envidiada, ahora era motivo de rechazo.
Ese hecho quemaba su corazón y le transmitía la paz que tanto había anhelado. En su mundo había estado tan cerca de cumplir con su objetivo y no fue hasta llegar a este tiempo que lo consiguió. Por fin le diría adiós a esos alfas y omegas.
"¡Preparados!". Gritó con emoción. Los latidos de su corazón eran caóticos, haciéndolo temblar de nerviosismo y expectación. "Es momento de hacernos con la capital"
"¡Siiii!"
Los revolucionarios clamaron a viva voz. Levantaron sus espadas en alto y apuntaron hacia la ciudad a unos pocos metros de distancia. Sujetaron con firmeza las riendas de sus caballos y, tras la seña que tanto esperaban, se lanzaron al ataque. Iban a conquistar la capital, y con ello, el mundo entero.
"¡En marcha!"