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Arco 5.8

La reina madre no se anduvo con vueltas. Una vez los sirvientes prepararon la mesa, les ordenó que se marcharan y los dejaran solos. Enderezó la espalda y trató de aparentar tranquilidad y seguridad antes de hacer su pedido. Pedido que hizo fruncir el ceño de Dae. 

"Ya lo han oído del sirviente de su majestad. La situación del país es compleja y no hay otra solución más que erradicar a los alfas infectados, pero nuestra fuerza actual no es suficiente. Solo hay una persona capaz de ayudarnos, y ese es el primer ministro"

La reina madre le concedió una rápida mirada. Seiju permanecía inmóvil, acariciando la mano de Dae y observando distraídamente el paisaje que los envolvía. 

La mujer formó sus manos en puños y se dio valor. 

"Hemos intentado conversar con él pero parece indiferente. Los médicos sospechan que también está infectado, pero su reacción es un tanto diferente. No expresa emoción e interés por nadie…". Hizo una pausa y contempló fríamente a Dae. "O al menos no lo había hecho hasta ahora. El primer ministro te ha reconocido como su futura pareja y solo está dispuesto a escucharte a ti. Eres el único que puede ordenarle cumplir este pedido"

Dae rio con desprecio. 

"¿Me estás pidiendo que le ordene viajar por todo el país matando a cada uno de los alfas descontrolados?"

"Ha comprendido correctamente mi mensaje"

Aseguró la reina madre como si nada. No parecía ser ella misma quien había solicitado que se llevara adelante una masacre y miles de personas murieran. 

Su actitud era similar a la de Hyno. Ambos no sentían remordimientos a la hora de derramar sangre ajena. Siempre y cuando no les implicara, sus corazón no temblaban ni titubeaba. Eran seres frívolos y crueles. Siendo ese el caso, no tenía porqué ser cortés.

Dae bebió un sorbo de té y lo colocó de nuevo sobre la mesa. Se acomodó en el asiento e incluso ubicó una pierna sobre la otra. Respondió a las caricias insistentes de su hombre, contempló fijamente a la madre real y escupió con cizaña.

"Tienes suerte de seguir con vida tras haber dicho semejante barbaridad". La mujer frunció el ceño con ira pero Dae no le dio tiempo para responder. "Me solicitaste usar a mi hombre como una herramienta para limpiar el país, sin importar su salud ni la cantidad de sangre que absorberían sus manos. Es una vergüenza que semejante persona esté ocupando el trono en estos momentos. Un buen emperador vela por su pueblo y no los apunta con su espada"

La mujer presionó sus dientes. Su expresión serena y reservada se perdió ante las instigaciones de Dae. Jamás había sido insultada de esta manera.

Tame se sorprendió ante la respuesta de su maestro. Era la primera vez que lo veía tan enojado. 

"Mocoso insolente. ¿Te atreves a hablarme de esa manera?"

La reina madre golpeó fuertemente la mesa. Las tazas temblaron y algunas gotas de té tiñeron los pañuelos a un costado.

"No seas ignorante. No eres la reina madre omnipotente. En estos momentos eres una simple mujer, ocupando el trono del emperador. Eres como un niño sentado sobre la silla de su padre. No tienes poder alguno y no puedes enfrentarte a nadie; mucho menos a mi"

Dae estaba en lo cierto. La reina madre había perdido a sus aliados y soldados a manos de la droga de Hyno. Contaba con sirvientes, eunucos y esclavos para satisfacer las necesidades básicas del palacio pero no había nadie capaz de velar por su seguridad. 

El primer ministro era la única persona que podía brindarle ese tipo de apoyo, pero estaba claro que no iba a conseguirlo. 

"No demos más vueltas. Seré directo. Mi hombre no es una herramienta en tus manos y jamás lo será. No permitiré que se contamine con este asunto, aún si eso significa que este país deba perecer. No me interesa mantener el orden ni el poder"

Las manos de la mujer comenzaron a temblar. La desesperación se apoderó de su corazón, viajando cual corriente salvaje por todo su ser y paralizándola con impotencia. La poca esperanza que cargaba se desvaneció y solo quedó miedo y horror. 

Eso hasta que Dae le propuso un trato que pareció salvarla del abismo al que había caído.

"Pero…". Dijo. "Puedo proporcionarte una cura para esta enfermedad. Con ayuda de tus médicos podría hacer que los alfas volvieran a la normalidad. Solo necesito materiales, herramientas y mano de obra. ¿Qué me dices?"

Los ojos de la mujer se abrieron de sorpresa. Estaba consternada; enmudecida, procesando la sugerencia de un joven que no debía superar los 20 años de edad.

Si hubiera sido en otra ocasión, se habría burlado de su confianza ciega y vanidad. Sin embargo, no estaba en condiciones de rechazar ninguna propuesta por más descabellada que sonase. 

Este joven era su única alternativa. Ya sea que crease una cura, o lo utilizara para dominar al primer ministro, no estaba en posición de negarse.

La mujer respiró hondo y finalmente accedió. 

"Te daré lo que pides. A cambio, salva este país"

Dae asintió y volvió a sujetar la taza de té. Bebió otro sorbo de líquido verde claro, permitiendo que su calor y fragancia impregnaran su cuerpo. Era un brebaje delicado y fino, que el personaje original, nunca había probado antes. Valía la pena darse con este gusto. 

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Mientras Dae concluía sus investigaciones sobre la enfermedad alfa, Hyno estallaba de ira. Sus planes de conquistar la capital se habían visto obstaculizados por unos alfas "cuerdos".

En lugar de destruir la ciudad, como se suponía que hicieran, habían permanecido quietos y serenos. La lluvia, el frío y el sol, no parecían ser de ninguna molestia. No tenían interés en omegas o cualquier persona que se les acercara. 

El grupo revolucionario no pudo evitar desconfiar de lo que estaba sucediendo. Decidieron ocultar sus rastros y mantenerse en silencio tratando de descubrir lo que pasaba exactamente en la capital. 

Sin embargo, el repentino movimiento de la manada alfa los puso bajo tensión. Comenzaron a investigar y descubrieron que habían arribado a una ciudad portuaria y permanecido un par de días asentados. 

Hyno supuso que habían masacrado a todos los aldeanos bajo la influencia de su locura. Que pena que se hubiera equivocado tanto, ya que ningún pueblerino se vio afectado y el ejército se marchó con total tranquilidad. ¿Qué clase de lógica era esta?

Hyno estaba tan confundido que quería arrancarse los pelos de la cabeza. Lo que debía ser un objetivo fácil de lograr, se estaba viendo obstaculizado a causa de unos alfas que iban contra la corriente. En lugar de enloquecer, permanecían calmados y actuaban de manera irregular. No podía seguirles el paso ni comprender su manera de pensar. 

Incluso le habían informado que la manada alfa regresó a la capital y se ubicó en sus posiciones habituales. Pero un pequeño detalle lo hizo sorprender y dudar, una vez más, sobre la situación de este lugar. 

Según sus espías, el primer ministro había vuelto en compañía de un beta y un omega. El joven paseaba junto a los alfas, quienes no parecían verse afectados. 

¿En verdad la capital tenía algo que volvía inefectiva su droga? Sino, no podía explicar el comportamiento de estas personas. 

Hyno formó las manos en puños y tomó una decisión. De nada servía seguir enviando espías, permaneciendo oculto en las sombras. Lo mejor era ir y ver el estado de la capital con sus propios ojos. Si algo estaba afectando sus planes, sería capaz de descubrirlo con rapidez.

Hyno preparó su camuflaje, convocó a un par de secuaces y anotó los próximos movimientos que debía llevar a cabo el grupo revolucionario. Mientras no estuviese, confiaba en que las cosas no se saldrían de control. 

 

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Seiju no estaba de buen humor. Había ingresado al palacio, creyendo que iba a tener más tiempo para estar con su omega y cultivar el vínculo que habían establecido. Que lástima que sus deseos se hubieran hecho añicos al poco tiempo.

Dae no le prestaba para nada de atención. Se la pasaba rodeado de médicos, apenas teniendo tiempo para comer y dormir. Si no permanecía cerca de él, no podía verlo ni tocarlo. 

Seiju enarcó las cejas con enfado y se colgó sobre el cuerpo de Dae. Sujetó firmemente su cintura, pegó sus cuerpos y recostó su mandíbula contra su delicado y suave hombro. Olfateó su aroma y trató de absorber su característica temperatura corporal. 

Dae no se molestó en corregirlo. Durante los últimos días, su hombre había adquirido la costumbre de colgarse a él. Lo seguía por todos lados y no se apartaba ni por un instante. Era extremadamente posesivo, hasta el punto de liberar sus feromonas a cualquier alfa o beta que se le acercase.

Dae solo pudo suspirar y aceptarlo. Su hombre estaba siendo influenciado por la droga de Hyno, y por si fuera poco, los genes alfas eran dominantes por naturaleza. Aunque eso cambiaría muy pronto. 

Dae y los médicos habían dado con la tecla principal, a raíz de la aparición de una hierba perteneciente al continente del este. El emperador la había recibido como muestra de respeto de un comerciante mediano.

Sus efectos permitían reforzar los de otras hierbas, haciendo que fuese más sencillo fabricar un fármaco con efecto calmante. Si sus cálculos eran los correctos, Dae estaba convencido de que la cura estaría lista en cinco días. 

Dentro de poco podría deshacerse de la molesta creación de Hyno. Sin la droga interfiriendo, el ejército revolucionario perdería su apoyo y no tardaría en ser eliminado por los soldados. 

"Déjenos el resto a nosotros. Puede ir a descansar"

Un beta le sugirió a Dae ir a dormir. El sol había caído y los alrededores estaban sumidos en la oscuridad, siendo levemente iluminados por las lámparas de aceite.

Dae se quitó el uniforme de seguridad y se despidió de los médicos. Palmeó la mano de su hombre y le indicó que lo acompañara a descansar. Podrían regresar a su mansión y ponerse al día. 

El hombre se emocionó y enseguida lideró el camino. Lo tomó de la mano y prácticamente lo arrastró hasta la residencia donde los sirvientes ya habían preparado la comida y el baño para que disfrutaran.

El estómago de Dae no pudo evitar rugir cuando vio los platos finamente colocados sobre la mesa. La comida se veía apetitosa y despertaba sus glándulas salivales, obligándolo a tragar de vez en cuando.

"Comeremos primero y después tomaremos un baño"

"Entendido"

Los sirvientes se retiraron, cerrando la puerta detrás de sí. Solo quedó Dae y Seiju delante de la mesa ordenada, que emitía una fragancia tentadora. Aunque para Seiju no había aroma más exquisito que el que liberaba Dae sin darse cuenta.

La pareja tomó asiento y comenzó a engullir los platos. Dae se encargó de alimentar a Seiju, quien no tenía deseos de comer a menos que fuera de la mano de su omega. No sentía hambre como tal, y lo mismo sucedía a la hora de descansar. Dae debía cerrar sus ojos y comprobar que estuviera dormido antes de poder relajarse. 

Esto le hizo percatarse de lo fatal que era la droga de Hyno. Los alfas perdían todo control y característica humana. Eran muertos vivientes y no había forma de obligarlos a cambiar.

Dae sacudió la cabeza. Se negó a permitir que la presencia de Hyno le arruinara el hermoso momento con su hombre. Ya le haría pagar por todo el daño que había cometido, mientras tanto, disfrutaría de la comida elaborada por uno de los mejores chef del país.

Al mismo tiempo, Tame cargaba un montón de libros. Sus brazos estaban entumecidos ante la enorme pila que estaba llevando a cuestas con destino a la residencia de Dae. Su joven maestro tenía la costumbre de revisar escritos sobre plantas y recetas médicas. No se iba a dormir sin antes leer información relevante y desconocida. 

Tame dobló en una esquina, a escasos metros de la mansión. Las luces iluminaban su camino, reflejando claramente su sombra contra el suelo. Se veía a un joven delgado, pero fuerte, con un centenar de libros que obstaculizaban su campo de visión. Aún así, sus pasos eran firmes, seguros y sin un rastro de vacilación.

Pero lo que Tame no tuvo en cuenta fue la posible aparición de terceros. Al girar a la derecha, se llevó por delante a un sirviente. Los libros se desparramaron por el lugar y ambas personas terminaron cayendo bruscamente al suelo.

Tame sisó del dolor y masajeó sus acalambrados brazos. Contempló al sirviente que tenía delante; un beta un tanto fornido y de ojos penetrantes. Su aura era distinguida y reservada, desencajando con lo que estaba acostumbrado a ver.

Un rastro de duda se sembró en el corazón de Tame. Los trabajadores del palacio eran maduros, leales y atentos. Pese a los altos estatus que tenían, no miraban con desprecio al resto de las personas ni discriminaban por su lugar de origen.

Sin embargo, la persona que tenía delante no encajaba en esa categoría. Era alguien con quien nunca se había topado antes, pero decidió ignorar esos detalles y se puso de pie. Le tendió la mano y se disculpó con sinceridad. No había podido ver su alrededor con claridad, provocando semejante accidente.

"¿Estás bien?"

Preguntó consternado. Lastima que el sirviente no considerara sus buenas intenciones. Es más, observó la mano a unos pocos centímetros de él y debió calmar las náuseas que sentía.

Se puso de pie por cuenta propia y sacudió el polvo de sus ropas. Sin siquiera mirar a Tame, dio media vuelta y se marchó. No se molestó en contestarle ni ayudarle siquiera a levantar los libros. 

Tame frunció el ceño con indignación. 

"¿Qué le pasa? No le costaba nada ser educado"

Bufó con enfado y se inclinó nuevamente, recogiendo los libros y apilándolos a un costado. Poco sabía Tame que acababa de encontrarse con el personaje principal, causante de todas las desgracias de este país y enemigo de su querido joven amo.