Rosina estaba sentada en el sofá frente a la oficina de Pepe. Llevaba allí la última hora mientras observaba a Pepe trabajar en silencio. La habían sacado de las celdas para encontrarse con Pepe, pero no intercambiaron palabras cuando ella llegó.
—¿Qué demonios estoy haciendo aquí? —pensó Rosina y suspiró profundamente. Tenía hambre y sed al mismo tiempo que no tenía la energía para lidiar con las tonterías de Pepe. Se recostó en el sofá y decidió echar una siesta.
—La boda se celebrará más tarde en la noche —dijo Pepe sin mirar a Rosina.
Rosina arqueó una ceja. Le sorprendía que Pepe no hubiera terminado con su obsesión por ella.
—No soy tu pareja —afirmó Rosina con firmeza y cruzó los brazos.
—¡LO ERES! —gritó Pepe, seguido por un gruñido amenazador.
Rosina sacudió la cabeza con decepción ante la reacción de Pepe. Ni siquiera estaba enfadada en ese momento.
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