Alice
Escuché la voz lejana de Skay gritando mi nombre y me sorprendí de lo mucho que me gustaba que simplemente lo pronunciara.
Me encontraba inconsciente y tendida en el suelo, abochornada por las imágenes que sin aparente sentido habían cruzado mi mente. Sólo se trataba de tres conejos siendo degollados.
Había visto miles de animales muertos en la carnicería, yo misma había comido paella de conejo con total tranquilidad. ¿Por qué me sentía dolorida tanto física como mentalmente? ¿Y por qué sentía que la muerte de esos conejos la había llevado a cabo yo misma? Las manos que con un cuchillo se habían dirigido al cuello de los conejos habían sido las mías, pero no podía controlarlas. Yo solo era una mera espectadora de algo que parecía haberme pasado en la realidad.
- ¡Alice! Por favor... despierta. – escuché que decía la voz de Skay, esta vez más cercana.
Entonces, sentí una fuerte bofetada en la cara y aquello me hizo reaccionar y volver al mundo real.
Cuando abrí los ojos, Skay estaba llorando y sus manos, las cuales me cogían la cara, se encontraban más frías de lo habitual.
Abrí los ojos como platos al verlo en aquel estado. ¿Estaba acaso preocupado por mí? No podía creer lo que veía. Realmente estaba llorando. En toda mi vida, nunca había visto a ningún hombre llorar y mucho menos por lo que pudiera pasarme a mí. Los entrenaban para ser fuertes, incluso a pesar que la fortaleza de una persona no se base realmente en la cantidad de lágrimas que permites soltar. Yo, mejor que nadie, sabía que llorar era algo necesario a veces.
Por si la sorpresa había sido poca, Skay me atrajo hacia él, levantándome del suelo y me quedé perpleja cuando encontré mi rostro hundido en su pecho, que subía y bajaba de forma acelerada.
- La barrera tiene la capacidad de matar a los fríos... creía que no había ningún peligro contigo ya que de alguna manera tenías que haberla cruzado para llegar a palacio.
- He tenido una extraña visión. Sólo eso... - murmuré, todavía confusa por todo lo que acababa de pasar.
A continuación, salí de entre los brazos de Skay, visiblemente cohibida. Entonces, los dos nos encontramos cara a cara, sentados en el suelo.
Las lágrimas de Skay ya se habían disipado, pero le habían dejado los ojos rojos y algo hinchados. ¿Cuánto tiempo había estado llorando? ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente?
Observé después a mi alrededor, completamente desorientada. Había pasado la barrera inconscientemente y árboles empezaban a verse a unos metros por delante de nosotros.
Fue en ese momento, que Skay me acarició la mejilla con suavidad y apartó la mano cuando mis ojos se detuvieron en los suyos.
- Creía que te había matado. – susurró bajando la mirada.
- ¿Está hablando el mismo chico que hace unos días me amenazaba con matarme él mismo? Me cuesta hacerme a la idea. – le reproché recordando lo mal que me había tratado al hacer acto de presencia en su vida.
Skay rio de forma sarcástica sin mirarme directamente a la cara, ya que parecía que había encontrado una piedrecita en el suelo más interesante que yo.
- Ojalá fuera capaz de matarte... ojalá. Todos los problemas que has traído contigo se irían de nuevo.
Sentí una pequeña punzada de dolor al escuchar sus palabras. Pero no sabía por qué me extrañaba, era lo que siempre me había dicho la gente, a pesar de que yo no quisiera causar ninguna molestia a nadie. Lo único que había deseado siempre había sido desaparecer.
- Si tanto deseas que me marche, puedo irme – repuse muy decidida –. En realidad, eso es lo que pretendía hacer antes que mi madre decidiera por fin enseñarme la verdad. A veces siento que todavía estoy soñando, que en cualquier momento me despertaré y volveré a ser "Alice la fría" en lugar de una reina.
- No sigas, por favor... – me dijo Skay tajante –. No quiero que te vayas, al menos, no en este momento.
- No quiero que sientas lástima por mí. Estoy acostumbrada a que me digan todo tipo de insultos y también a que no me quieran a su lado. Por eso, quiero decirte que en cuanto descubra quién soy y de lo que soy capaz de hacer... me marcharé. – dije finalmente, muy seria y sin pensarlo dos veces.
De repente, Skay perdió el interés en la piedrecita del suelo y me observó detenidamente con el ceño fruncido.
Si algo tenía muy claro era que no era apta para reinar un mundo desconocido y en constante guerra yo sola. Skay había nacido para eso, no yo. Se casaría con Diana y ambos cumplirían con el papel que tanto tiempo llevaban ensayando.
No quería ser un problema. Y mucho menos para Skay.
- Mi padre jamás dejará que te marches. Eres la esperanza que tanto tiempo lleva buscando... la única capaz de hablar con los Dioses para que nos ayuden a acabar con esta guerra interminable. Serás una decepción para él. – empezó a decir Skay entonces, totalmente histérico y fuera de sí.
- No me importa. No creo en los Dioses y siempre he sido una decepción para todos. – confesé.
- No. Eso no es cierto. – espetó el chico molesto.
- Los Dioses no existen, son solo una gran mentira, inventada por alguien para poder tener todo el poder – insistí –. Y si realmente existieran, no nos ayudarían. Deben de estar muy ocupados atiborrándose a comida allá donde estén. ¡Los problemas de los mortales no les interesan!
Skay me miró perplejo.
En ese momento, no logré comprender por qué me sentía tan enfadada con unos seres en los que no creía, pero mi voz retumbó en el aire de manera tan convincente que incluso me sorprendió. ¿Qué me estaba pasando?
De repente, no tan solo me había convertido en una experta con el tiro al arco, sino que también había tenido una visión en la que mataba tres conejos y ahora, hablaba con un odio irrefrenable sobre los Dioses.
Tenía miedo, miedo de mi misma. Porque realmente sentía en lo más profundo de mi alma un rencor, una rabia y una antipatía inimaginable hacia aquellos seres que todos adoraban. Y no entendía por qué.