24 Capítulo 23

Alice

No iba a ser fácil cruzar la ciudad central del reino de los cálidos de lado a lado. No sólo teníamos que ir al ritmo de un Skay todavía dolorido por mi "pequeño" accidente, sino que además mi aspecto era un problema.

Para el actual rey era la verdadera legítima al trono de aquel reino y me tenía un respeto infinito que no acababa de comprender, pero para el resto de la población era la imagen de aquello que más temían y odiaban. Si hubieran visto mi pálida piel, mi claro cabello o mis fríos ojos, habrían optado por lanzarme piedras hasta matarme antes que adorarme por ser hija de la reina Opal, la más cálida entre los cálidos, la más fuerte y la más respetada.

Por eso mismo, Skay me obligó a taparme completamente con una capa de color rojo antes de salir de palacio. Me hizo sentir como la caperucita roja a punto de ser devorada por el lobo.

- Mantente a mi lado en todo momento. No te separes. Si vas conmigo nadie hará preguntas sobre ti, como mucho intentarán averiguar quién se esconde tras la capucha que llevas puesta, pero no debes dejar que te vea nadie.

- ¿Y si me ven? ¿No hay otra manera? Llamaré mucho la atención con el color rojo... – empecé a decir de forma nerviosa y angustiada por lo que estaba a punto de hacer.

- El color rojo es el que utilizan las personas de alta casta. Nadie te molestará si ven que llevas ese color y que vas conmigo. – explicó Skay, mientras se acercaba a mí y me ponía la capucha con suma tranquilidad.

Yo, en cambio, tuve que respirar profundamente para relajarme, al percatarme que se había vuelto a acercar a mí repentinamente y de forma voluntaria. Entonces, esbocé una pequeña sonrisa y le agradecí el detalle.

- ¿No vamos a avisar a tu padre de esto? – le pregunté al chico cuando nos dispusimos a salir por la puerta.

Skay rio sarcásticamente y después respondió:

- Él jamás lo aprobaría. Eres como un preciado tesoro... para él. Mi padre realmente cree que los Dioses eligen los reyes. No se cree digno de llevar la corona, porque los Dioses nunca le han hablado y sabe que no le hablarán.

- Entonces vuestros Dioses son crueles. – remetí en contra esos seres que tanta gente adoraba con ceguera y que probablemente nunca habían hecho nada por ellos.

- Hay Dioses de todo tipo... crueles, sí, pero también los hay bondadosos, inteligentes, hábiles... Pero a pesar de que algunos sean crueles, todos son superiores a nosotros y perfectos. Un Dios no puede equivocarse jamás y es por eso que les respetamos, además de por habernos creado.

En ese momento, quise hablarle de todo lo que había aprendido en el colegio, explicarle que un mundo no puede surgir de la nada, la materia surgía de algo, no podía surgir de la mano de un ser que creía fantástico. ¿Por qué si los Dioses nos habían creado, quién los había creado a ellos? En mi cabeza no cabía la posibilidad de que las montañas surgieran porque sí, sin el movimiento de las placas tectónicas bajo nuestros pies, tampoco que el agua y los ríos no se hubieran formado a partir de la condensación de distintos gases... pero Skay no me escucharía, ya que a él le habían enseñado a creer en los Dioses, igual que a mí me habían enseñado a creer en la ciencia.

Y a pesar de que no creía en absoluto en los Dioses, no conseguía quitarme de la cabeza a la Diosa Minerva. Quizá tan sólo se tratara de un truco por parte del rey para que aceptara que los Dioses existían... quizá tan sólo me habían engatusado. ¿Pero por qué seguía cuestionándomelo? Yo sabía mejor que nadie la respuesta, pero en ese momento todavía me costaba admitir lo mucho que me infravaloraba y lo poco que me quería a mi misma, por ello, me veía incapaz de ser alguien que no fuera "la fría".

Me sorprendió la facilidad con la que pudimos salir de palacio al ir yo tapada con una capa. Nadie hizo preguntas sobre mí, ni sospechó que yo me escondía tras la capucha. Aquello me dio ánimos y esperanza para cruzar la ciudad hasta la barrera, sin que ocurriera nada malo.

- Mantente a mi lado en todo momento. – me repitió Skay con un tono de voz autoritario que no daba lugar a ninguna réplica.

¿Y cómo no iba a hacerle caso? Él estaba haciendo por mí lo que nunca nadie se había arriesgado a hacer. Me había tenido entre sus brazos y estaba dispuesto a enfrentarse a su padre si eso significaba que yo podría descubrir quién era realmente y liberar toda la tensión que llevaba dentro.

Había desconfiado de Skay en un primer momento, pero en el fondo siempre había querido poder confiar en él. Y en ese momento, confiaba en Skay ciegamente, tan sólo esperaba no estar equivocándome.

Recorrimos los jardines reales de manera acelerada, con miedo a que algún guardia pudiera comunicarle al rey nuestras intenciones. Salir al espacio entre fríos y cálidos era peligroso según me había confirmado Skay, pero era la única manera de poder explotar la energía que cargaba dentro de mí como un peso invisible.

Finalmente, conseguimos salir de palacio y respiré hondo, aliviada de haber pasado la primera fase, pero buscando la fuerza que necesitaba para pasar entre la gente del pueblo sin ser reconocida como una enemiga.

De repente, mientras miraba el horizonte mentalizándome de la situación, sentí una mano sobre la mía. Era Skay, intentando tranquilizarme. Aunque aquello sólo consiguió ponerme mucho más nerviosa, ya que no estaba acostumbrada a que me tocaran tan a menudo. Es más, mi tacto siempre había provocado dolor, pero puede que lo que cambiara en el caso de Skay fuera que él era cálido y no era como las demás personas en la Tierra... ¿pero aquello no lo hacía más vulnerable ante mi simple roce?

- Relájate... sólo así podrás pasar entre la gente sin llamar la atención. – me dijo el chico, esta vez con voz suave para tranquilizarme.

Entonces, empezamos a caminar de nuevo, pero antes de llegar al pueblo y callarme definitivamente, quise hacerle una pregunta que llevaba concomiéndome la cabeza desde el primer día:

- ¿Por qué te gusta tocarme?

Instantáneamente, las mejillas del muchacho se acaloraron ante semejante pregunta y fruncí el ceño, extrañada, ya que no creía haber dicho nada que no fuera ya obvio.

Una gota de sudor resbaló por la frente de un Skay de color rojo, antes de responder:

- Tu tacto... es diferente. No sabría explicarte... es frío, pero también es cálido. Debe ser debido a que nuestras temperaturas corporales están muy contrastadas, muy alejadas la una de la otra.

Debí poner una cara de póker ante su respuesta, ya que no lograba comprender cómo podía ser mi tacto cálido a la vez que frío.

Skay retiró la mano en ese preciso momento, pues lo había incomodado con mi repentina pregunta y por dentro algo de mí se arrepintió de haberla formulado.

Poco a poco fui visualizando casas humildes, como si hubiera viajado al pasado y en ese momento me encontrara en otra época, quizá en la Edad Media. Las calles estaban sin asfaltar y los niños jugaban en cualquier parte, llenando mis oídos de melodiosas risas. Tanto mujeres como hombres trabajaban de comerciantes o se encontraban trabajando en pequeños huertos.

Me habría gustado poder retener más detalles, pero no me podía permitir levantar demasiado la cabeza, no fuera que la capucha dejara entrever mi pálida piel.

Tal y como Skay había dicho, nos cruzamos con gente curiosa que intentaba descubrir quién era yo, pero sus intentos eran en vano, ya que el chico conseguía taparme con su cuerpo frente a mí.

Al final acabé acostumbrándome a estar rodeada de aquella gente, cálida y siempre con una sonrisa que iluminaba el rostro. ¿Por qué no había nacido entre esa gente común y humilde? Prefería seguir siendo nadie a descubrir que realmente era la heredera al trono de un reino desconocido, que parecía sacado de un libro de fantasía y ciencia ficción.

No sentía los pies del dolor de caminar, cuando finalmente llegamos a nuestro destino.

La boca se me quedó abierta de par en par al descubrir la barrera transparente que se cernía tanto delante de nosotros como por encima de nuestras cabezas.

- ¿Estás preparada? – preguntó Skay y me habría echado a reír si no hubiera sido porque lo había dicho en serio.

- No creo que esté nunca preparada para esto... pero no quiero ser una cobarde. Necesito hacer esto... necesito ver qué soy capaz de hacer y aprender a controlarlo.

El chico asintió con la cabeza y traspasó la barrera sin ninguna dificultad, como si se tratara de un espacio vacío. Yo, en cambio, me mostré recelosa y acerqué una mano a la transparente barrera, con miedo a que me rechazara o con temor a poder romperla, como si se tratara de una burbuja de jabón con las que me entretenía yo sola cuando era una niña.

No sabía a qué se debía aquel miedo, pero sentí una advertencia, como si el hecho de tocar la barrera pudiera provocar algo en mí.

Dirigí la mano con lentitud a la barrera, ante la atenta mirada de Skay, pero cuando la punta de mi dedo índice la tocó, mi respiración se cortó y mi corazón dio un fuerte latido que consiguió paralizarme y prácticamente partirme la espalda al caer hacia atrás.

Pero la barrera no me estaba rechazando, todo al contrario, imágenes fugaces pasaron por mi mente.

Tres conejos corrían por una hierba espesa... no, mejor dicho intentaban huir del peligro. Y por alguna extraña razón, sabía lo que iba a pasar a continuación, lo intuía y el pecho me oprimía de forma dolorosa, como si no quisiera recordar.

Grité inconscientemente.

La sangre lo había teñido todo, nublándome la visión.

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