Cuando el sueño estaba por vencerlo, Oliver se estremeció y se alejó del escritorio. El estruendo afuera de su casa fue tan fuerte que hizo retumbar las paredes y alterar la luz de los focos. Enseguida volteó hacia la ventana segundos después de que apareciera un relámpago acompañado de truenos. La iluminación de los relámpagos fue tan intensa que, por unos instantes, Oliver quedó atarantado y sus oídos se ensordecieron. Presa del miedo, no se lo pensó dos veces y se armó de valor para salir al pasillo y correr rumbo a la habitación de sus padres. Para nadie en la casa era un secreto que Oliver les temía a las tormentas por todo lo que conlleva. Desde truenos que chamuscan personas o incendian casas hasta lluvia intensa y destructiva y vientos huracanados que luego se transforman en tornados.
En el instante en que Oliver acercó su mano a la puerta, la luz se desvaneció dejando la casa en total oscuridad.
«No tengas miedo, Oliver. Quizás se cortó la luz o un trasformador falló o le cayó un rayo, no pasa nada», pensó.
En ese punto los pensamientos comenzaban a jugar en contra del pequeño que no dejaba de mirar a todos lados mientras un montón de sombras danzaban siguiendo el patrón de los relámpagos.
El dolor en su pecho y brazo no hizo más que recrudecer su tormento mental, aunado a su falta de respiración y ritmo cardiaco acelerado. Estaba tan cerca y a la vez tan alejado de la puerta. Quería entrar, pero se contenía por temor a enfadar a su padre y provocar la escalada de violencia. El niño sabía muy bien que despertar a un borracho geniudo no era buena idea. No obstante, su astrafobia le obligaba a pedir ayuda.
De pronto, Oliver escuchó un trueno y un relámpago esclareció el pasillo desapareciendo las sombras que parecían burlarse de su miedo. Por un momento, creyó haber visto una cara al otro extremo de donde se encontraba.
«! No puede ser, es un fantasma, se me apareció un maligno ¡».
Luego, la luz en los focos comenzó a parpadear hasta que a los pocos minutos recuperó la estabilidad. Aclarado el entorno, Oliver dejó escapar el poco aire acumulado en sus pulmones mientras comenzaba a sentirse mareado. El dolor en el pecho se intensificó y ahora le sudaban las manos y la frente.
«¡Voy a morir!». Oliver pensó que esta vez sí iba a sufrir un infarto.
—Me voy a morir, me voy a morir—se dijo así mismo, con voz tensa y afónica. Cuando pensó que el aire no ingresaba a su sistema respiratorio, procedió a inhalar con la boca abierta. Enseguida, sintió que se ahogaba. Aterrado, comenzó a tomar grandes bocanadas de aire y a brincar para aliviar el calambre en la planta de los pies. Al mismo tiempo, se debatía sobre qué decisión tomar: si entrar al cuarto, aunque signifique soportar la reprimenda, o quedarse en el pasillo a riesgo de morir ahogado.
Entonces, una mariposa celeste y brillosa revoloteó cerca de su mejilla y emprendió la huida hacia a la perilla. En ese momento, sintió que dos manos (invisibles) lo sujetaron por la espalda y lo obligaron a retroceder en dirección a la puerta de su habitación. El niño grito pidiendo ayuda a su mamá, pero nadie acudió a su auxilio. Usó todas sus fuerzas para soltarse y salvar su vida cuando la puerta de acceso a la habitación de sus padres se abrió de golpe. En medio de la oscuridad se hallaba una figura humanoide blanquecina, esquelética, de dos metros de altura, con enormes ojos centelleantes. Aquel robot comenzó a caminar en puntillas hacia el chico. Por la horripilante escena, el niño quedó petrificado, sin saber qué hacer.
—Oliver, hijo del traidor — vociferó el humanoide con una voz etérea, inhumana pero entendible. Luego se relamió los labios como si estuviera ante un festín.
—¡Aléjate de él! — grito una voz gutural detrás del pequeño.
En un movimiento involuntario, Oliver giró sobre su propio eje para encontrarse al robot creado por su padre, meses antes, y por el cual, se encerraba todas las tardes después de llegar a la casa alcoholizado. Robot al que bautizó con el nombre de Adam. Oliver lo había visto un par de veces, por lo que aún podía recordar cada detalle del autómata.
El robot tenía una cabeza triangular similar a la de una víbora de cascabel, un poco más grande en comparación a su cuerpo que era delegado y alargado. Extremidades cortas: brazos, piernas y pies constituidos de fierro (en su mayoría partes de chasis oxidado). Con ojos grandes y ovalados. Cada ojo contenía pupilas elípticas verticales. Su torso dorsal, decorado con intrincados patrones entrelazados en forma de espiral.
Finalmente, Oliver dejó de respirar. Ver a ese monstruo acechando en medio de la oscuridad, fue la gota que derramó el vaso. Aquello parecía una escena sacada de una película de terror. Se llevó una mano a la garganta cuando sintió que no podía respirar. Quiso gritar, pero la voz no le salió. Luego, tosió para recuperar el habla al mismo tiempo que luchaba contra el ritmo cardiaco descontrolado, así como el temblor en sus brazos y piernas.
—¡Histriónico, Adam!, debes completar la transición, ahora que tu cuerpo ha despertado. Tú misión es cuidar al ser humano, obedecerlo y proteger tu existencia o en su defecto, autodestruirte. Es la regla y la cumplirás — advirtió el humanoide de género femenino que se encontraba justo adelante del chico.
El niño no pudo contener las lágrimas. Las piernas le estaban fallando, sentía que en cualquier momento iba a caer al suelo. Pronto, su cuerpo dejó de responder a su mente. Oliver quería correr, pero sus piernas no reaccionaban.
—¡No, yo no soy un robot! Esto es… es un error — dijo Adam acercándose a Oliver — es un accidente, tienes que creerme.
Esta vez, el autómata miró al niño como si buscará su aprobación.
Oliver no aguanto más y se desmayó, pero antes de estrellarse contra el suelo, Adam llegó a tiempo para detenerlo quedando suspendido en el aire, con las manos extendidas.
Entonces, la frente del robot humanoide brilló como un latido en forma de aro, al igual que la batería de luz de Adam en el costado derecho de su torso. De alguna manera, ambos robots se alinearon en respuesta a lo que sea que los estaba llamando.
—Ella abrió el portal, es una oportunidad que no se repetirá en un tiempo —. El humanoide esbozó una sonrisa de satisfacción —haré que ese pequeño humano pague tu crimen— puntualizó el humanoide mirando al robot víbora y a Oliver.
Acto seguido, el robot humanoide unió las palmas de sus manos y en cuestión de segundos, fabricó una esfera de luz del tamaño de una bola de cristal. Ahora tenía el poder para unir ambos mundos y delimitarlo mediante el portal. Gracias a su pequeña aliada. Enseguida, se produjo una chispa de luz púrpura dentro de los focos del pasillo que derivó en un corto circuito y en una consecuente explosión. Al poco rato, la casa estaba en llamas y con las estructuras destruidas o siendo devoradas por el fuego. De los escombros, el polvo y el humo, apareció un enorme circulo en llamas violetas, azules y doradas. La esfera atrapó al niño y lo introdujo al portal que actuaba bajo un campo magnético. Adam siguió a Oliver. Todo ocurrió en cuestión de segundos sin que nadie pudiera salvarlos. El robot humanoide desapareció en el acto, dejando la zona del siniestro en completa oscuridad.