webnovel

Prólogo

Había una vez un niño llamado Oliver, de once años, alto y delgado, que esperaba su turno para continuar la lectura. Cuando comenzó la clase de español, los alumnos ya tenían la indicación de leer fragmentos de "Geografía del Estado de Nuevo León". El niño se aseguró de contar los asientos que faltaban antes de él mientras sus pies no dejaban de moverse debajo del banco. Con sus manos envueltas en sudor, se removió de su asiento sin que pudiera mantenerse quieto. Las ideas y escenarios catastróficos viajaban a una velocidad del millón por hora. Llegado su turno, el tiempo se detuvo. Aquel niño se levantó de su pupitre cuando la maestra le pidió que continuará con la lectura. Entonces, tomó entre sus manos sudorosas un libro del que, por los nervios, ya había olvidado el nombre. Sus oídos se ensordecieron. Tan solo podía escuchar un pitido sobre el canturreo de los alumnos que se agudizó conforme avanzaba la lectura en voz alta. Su voz sonaba accidentada, con altibajos muy pronunciados y sin modulación de por medio. Las siguientes palabras brotaron desconfiadas y torpes. En las demás, el ritmo caía y subía en respuesta a su nerviosismo y al conflicto interno gestado en su mente. Sentía que los estudiantes lo fulminaban con la mirada mientras lo criticaban por cada error o, en el peor de los casos, se burlaban de su constante atropello vocal. Pese a todo, Oliver continuó leyendo, enfocando su vista endeble en el texto que la maestra le asignó con anterioridad.—Bueno, ¿eres tonto o te haces? — escuchó la voz de su papá. Giró, pero no lo vio por ningún lado.—¿Tavares, todo bien? — cuestionó la maestra, preocupada.—Si — carraspeó el niño. Atrás de él escuchó una risita, la cual decidió ignorar para no echar más leña al fuego.Las delgadas piernas del niño comenzaron a temblar, sentía que en cualquier momento perdería el equilibrio. En su cabecita surgió la imagen de él en el piso; derrotado y humillado ante las burlas, desaires y desprecio de los niños. De la distracción se equivocó al pronunciar mal la siguiente palabra. Luego carraspeó, una, dos, hasta que su voz se quebró. Oliver tragó saliva con dificultad, ya no se atrevía a mirar a nadie. Estaba muy seguro de que sus compañeros le ponían demasiada atención por el incómodo y frio silencio que se sintió en el salón. Aunque al principio se daba ánimos; conforme pasaba el tiempo, tanto su optimismo como su valentía fueron mermando hasta volverse añicos.«Debes aguantar, esto es fácil, eres inteligente, es solo un texto, uno nada más», pensó Oliver como un tranquilizante para su tormento mental.Sin embargo, su voz falló al leer la siguiente palabra, posterior al punto y seguido. Entonces, su vista se nubló.Cerro los ojos para descansarlos; pero al abrirlos, las palabras se duplicaron y otras rebotaban de un lado al otro. Pensó que la mala suerte lo acompañaba y que por más que tratará de esforzarse jamás conseguiría dominar sus emociones y mucho menos sería el mejor alumno de su clase y de su generación. Quizás se convertirá en el bicho raro que se da ínfulas de saberlo todo. Y es que, no es la primera vez que Oliver pasa por la agonía de leer en voz alta y que la tragedia lo acompañe. Aunque por ser nuevo en la escuela y haber entrado a mitad de ciclo escolar, pensó que tenía todas las de ganar. Quería ser un ejemplo a seguir y en un chico con dotes histriónicos en el estudio.No obstante, ahora salieron a relucir todas sus debilidades a pesar de ensayar por las tardes frente al espejo. Cuando, desde la comodidad de su dormitorio, imitaba la voz de cualquier presentador de noticias o locutor de radio. Pero por alguna extraña razón, frente a sus compañeros, no podía recitar simples palabras sin que algo malo le pasará. Si tan solo la maestra se compadeciera de él y le pidiera que dejará de leer el siguiente párrafo, pero no ocurrió así. Ella era, a ojos de Oliver, una mujer malvada y despiadada, que quiere ver sufrir a todo aquel que se cruce en su camino. Era igual que su padre, según el niño.Oliver volvió a detener la lectura cuando empezó a toser. En ese momento deseo con todas sus fuerzas que la tierra lo tragará y lo enviará muy lejos del salón. A donde nadie lo conociera, a otro mundo o a otra dimensión.El tormento continuó hasta que terminó de leer su porción de lectura, nada menos que cuatrocientas cincuenta y cinco palabras. Volvió a sentarse, pero el ridículo ya estaba hecho. Ahora el niño tenía las mejillas sonrojadas, el cabello castaño humedecido y la respiración alterada.—Gracias, Tavares — dijo la profesora. Una mujer a la que el niño pocas veces había visto; ella de encantadora sonrisa taciturna.Tenía ganas de llorar, pero decidió que las guardaría para cuando regresara a casa, a la tranquilidad y cobijo de su habitación. Si algo había aprendido bien, era que nadie podía verlo débil y vulnerable, que jamás debía mostrar sus emociones en público. ¿Por qué?, ni él mismo lo sabía a ciencia cierta, solo debía seguir la regla. Aquella impuesta por su progenitor y que más tarde se haría realidad.