Esperanza podía ver cómo la plata lo había herido. Debajo de su pelaje ensangrentado, podía ver las quemaduras y cicatrices esparcidas por la superficie de su pelaje. Parecía terriblemente doloroso, al igual que el resto de sus heridas. Incluso Esperanza podía oler el aroma del metal en el aire.
Sin embargo, la bestia se calmó solo por un minuto antes de que comenzara a golpear la jaula de nuevo.
—¡No, detente! —Esperanza extendió desesperadamente sus brazos para tocarlo, para calmarlo, pero la bestia no se detuvo.
La jaula retumbó fuertemente cuando la bestia golpeó su cabeza contra los barrotes de metal, como si estos fueran simplemente barrotes de metal ordinarios y no de plata que podía lastimarlo cada vez que los tocaba.
Había más cazadores que se adelantaron para ayudar a esas ocho personas, quienes sostenían las cuerdas para mantener la jaula estable, pero al final, fue solo otro intento inútil de detener a la bestia.
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