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Capitulo IV

"pastel de limón" La profesora McGonagall siempre había sido una mujer templada en su carácter, se había formado como una mujer severa y recta, permitirse mostrar sus emociones abiertamente a su pensar, podía dificultar el aprendizaje de los estudiantes y por eso había decidido hace mucho que se mostraría así.

Cuando ayer en la tarde había sido informada por el mismo Dumbledore de su aventura de hoy, se había opuesto totalmente a la idea que dejara sus deberes por un niño, después de todo, era el trabajo de la subdirectora ir e informar a los padres o encargados de los niños que poseían magia sobre su estado y su plaza para Hogwarts.

Pero cuando lo discutió con Albus el fue completamente cerrado sobre dar alguna razón válida, hasta que en la noche volvieron a discutir y ella se enteró la razón por la que Dumbledore estaba actuando así. Ella había sido profesora de los padres del niño e incluso fue amiga del padre del niño y ella estuvo ahí cuando murió junto con la madre del pequeño, ella misma lo había sostenido cuando su madre había dado su ultimo aliento.

"¿Cómo está el Albus?" la pregunta que hizo la profesora McGonagall sonó más autoritaria de lo que ella misma quería parecer, ella había querido adoptar al niño, pero al igual que con Harry Potter, Albus negó a cualquier adoptarlos, solo que este niño no tenía más familia que Narcisa Malfoy y Sirius Black, ninguno mejor que el otro.

"Oh, profesora McGonagall, la estaba esperando, tome asiento" Dumbledore habló con calma mientras miraba a la agitada profesora frente a él. Sabía los sentimientos encontrados que ella tenía, el mismo también los tenía, pero sabía que había sido la mejor decisión. "Para responder a su pregunta… el se encuentra bien"

"Es bueno escucharlo… pero ¿Cómo es el?" cuestionó más la profesora, quería saber si se parecía a su amigo fallecido, o a su esposa igualmente fallecida. "Tiene la apariencia del padre, el encanto natural de su madre y los ojos de él" mencionó Dumbledore mientras acariciaba a un pájaro majestuoso de color rojo.

"Ya veo… ¿y su comportamiento?" cuestionó, realmente esperaba que pudiera tenerlo en Gryffindor, así estaba segura de que el estaría bien y podría conseguir amigos.

"Se parece mucho a su padre, aunque los niños Muggles tienen muchos prejuicios sobre su apariencia destacable… lo que causó que no consiguiera ningún amigo, pero a diferencia de Riddle, el aun mantiene su corazón puro" mencionó Albus, algo que alegró a McGonagall, aunque su padre hubiera estado en Slytherin, ella sabía más que nadie que la razón de eso fue por su amor a Lyra quien era una Slytherin en toda regla.

"Es muy bueno escuchar eso, esperare para que se una a Gryffindor" La sonrisa de la profesora contagió a Dumbledore que se levantó y miró al sombrero que descansaba tranquilamente en un estante junto a otras cosas.

"Si, yo también" mencionó Dumbledore acercándose al sombrero.

Los rayos de sol golpearon la cara de Gerald que dormía pacíficamente, esto causo que poco a poco se fuera despertando hasta que con lentitud y pereza abrió los ojos, como todas las mañanas miró al techo, pero se extraño de no ver el techo amarillento y arruinado del orfanato. Poco a poco los recuerdos del día anterior llegaron a su mente y saltó de la cama con una gran sonrisa, se había temido que todo fuera un sueño y despertaría para seguir con su monótona vida. Se alegraba de que no fuera así.

"¡hora de desayunar!" Se gritó a sí mismo, mientras de la maleta sacaba un par de galeones y tomaba las llaves cerrando su habitación. Cuando bajo las escaleras pudo oír el bullicio de las personas en el bar, ese tenue pero agradable sonido le hizo sonreír mucho más, tal vez y solo tal vez, podría obtener amigos en Hogwarts, no necesitaba muchos, por ejemplo, el chico llamado Ron, aunque un poco tonto y despistado, podía ser un buen amigo, solo necesitarían conocerse mejor.

"Buenos días, señor Tom" saludó mientras se sentaba en el taburete que estaba casi vacío, el hombre lo miró y sonrió. "Buenos días, señor Grindelwald ¿Qué va a desayunar hoy?" preguntó sonriendo.

"Llámeme solo por mi nombre por favor y ¿qué tal unos wafles?" Gerald sonrió cuando el hombre asintió y se fue a la cocina, no había muchas personas sentadas en el comedor, pero las puertas se abrían y cerraban con regularidad, era una de las entradas principales al callejón si Gerald podía adivinar.

"Aquí está, esta vez, va por la casa" Tom le guiñó un ojo a Gerald que le sonrió un poco avergonzado en cambio.

"Gracias, entonces… Buen provecho" Gerald empezó a comer cuando Tom se alejó para atender a otros clientes, después de todo, seguía siendo un bar.

Después de haber comido y agradecer nuevamente a Tom, Gerald se levantó y se regresó a su habitación, era hora de seguir comprando los útiles, ayer se había ido casi todo el día en conseguir su dinero y aprender lo básico sobre el nuevo mundo que se había abierto ante él.

"Bueno… primero iré por mi varita" Se dijo a si mismo emocionado cuando bajaba las escaleras corriendo, de tanta emoción se había olvidado de descubrir que era su maleta, sabía que era probable que fuera algo igual a Gringotts con el espacio, tal vez no a esa escala, pero con el mismo concepto.

Caminando por el callejón después de haber pasado el muro tocándolo con la mano en los 3 puntos que ayer miró a Dumbledore tocar, se dirigió al lugar que decía varitas.

Ollivander's Tienda de Varitas Leyó con curiosidad, también decía algo sobre haber iniciado en 382 antes de cristo, pero no lo podría confirmar, ni siquiera Dumbledore se miraba tan viejo.

Al abrir la puerta, unas campanas sonaron lo que supuso alertaría al dependiente, pero no encontró a nadie, con confusión avanzó hasta estar al frente del taburete y trató de mirar más allá de aquellos estantes.

"ah, un cliente nuevo" la voz salió detrás de uno de los estantes lo que asustó un poco a Gerald que dio un paso atrás haciendo reír al anciano que bajo de una escalera y caminó detrás del taburete. "Oh, llevaba algún tiempo esperando por usted señor Grindelwald, sí, un tiempo" el extraño anciano semicalvo se dijo a sí mismo mientras miraba detalladamente al niño.

"eh… hola, quisiera una varita" mencionó algo perturbado por el anciano frente a él, parecía que podía ver a través de su alma o algo así.

"¡sí! Usted vino a mi por su varita, dígame, ¿cuál es su mano dominante?" Ollivander salió de detrás del taburete y se acercó al niño con una cinta métrica manejada por magia, esta cinta sola empezó a medir el tamaño de su brazo, la distancia entre su brazo y su cabeza y el diámetro de su cabeza. No tenía idea de que serviría todo eso, solo tomaría la varita que más cómoda se sintiera ¿no era así como funcionaba esto?

"Eh, la derecha" contestó inseguro, después de haber tomado sus medidas, Ollivander asintió y se dirigió a la parte trasera donde estaban aquellos estantes llenos de cajas negras y de otros colores más llamativos como el color rojo de la primera caja que traía.

"Pruebe con esta" Ollivander extendió una varita negra, larga y bastante liviana. "Madera de abeto, núcleo de pelo de unicornio, 28 centímetros, liviana y flexible, buena para transfiguraciones"

Con torpeza, Gerald tomó la varita y la sacudió, de un momento a otro, la varita soltó un rayó rojo y varios de los estantes explotaron regando las cajas con las varitas. "Ups" se disculpó apenado mientras devolvía la varita cuidadosamente.

"Esta no es… déjeme pensar…" el señor Ollivander tomó la varita y pasando entre las cajas tiradas en el suelo se dirigió hasta el fondo. Unos minutos de silencio, y susurros después, el salió y mostro una caja negra con algunas marcas doradas. "Si, creo que esta puede ser" se dijo a sí mismo mientras entregaba la varita, esta lucía muy elegante e incluso tenía varios tallados en la madera que era rojiza, en la punta tenía oro y en la parte inferior tenía tallados de oro con una B.

"Madera de ébano, núcleo de corazón de basilisco, 26 centímetros, resistente y elegante, perfecta para el combate y los hechizos" cuando Gerald tomó la varita, una luz roja cubrió todo su brazo y desapareció como si nunca hubiera estado ahí.

"interesante" susurró Ollivander mirando la varita en la mano de Gerald que se miraba a sí mismo pensando si la luz roja había sido su imaginación.

"¿Qué es interesante?" cuestionó Gerald a Ollivander que sonrió de manera misteriosa.

"Señor Grindelwald, recuerdo cada varita que he hecho, pero esa varita la hizo mi bisabuelo tercero, le dijo a mi abuelo, que le dijo a mí padre que me dijo a mí que solo un verdadero Black podría empuñarla, esa varita esta infundida de los ideales del antiguo señor Licorus Black primero" Gerald se sorprendió de escuchar la historia de la varita, luego miró su mano donde estaba y por un momento sintió como si alguien le estrechara la mano.

"¿Cuento cuesta?" preguntó curioso Gerald, seguramente sería muy cara.

"Esa varita ha estado aquí durante más de 3 siglos, si no se la lleva hoy, probablemente moriré sin que alguien la use"

"es suya" El señor Ollivander sonrió al chico que tenía delante, esperaría grandes cosas de él, solo esperaba que no fuera otro Gellert Grindelwald e hiciera temblar todo el mundo mágico.

"Gracias" Gerald agradeció al señor Ollivander, ya había aprendido que, si alguien le quería dar algo, no se negaría para no herir a la otra persona. "Ahora que debería comprar…" saliendo de la tienda de varitas, miró a ambos lados mirando muchas personas caminando de aquí para allá.