La reunión con el rector de la universidad no había sido muy satisfactoria, el hecho de haberme ausentado de mis prácticas y no tener ni siquiera una página escrita de mi tesis, había logrado ofuscarlo más de lo que esperaba.
El profesor Bollinger consiguió hacerme entrar en razón, había puesto mucho de mi esfuerzo y no podía dejar todo así cuando ya estaba casi por llegar a la meta.
Entrar a Columbia había resultado todo un desafío, ya que al pertenecer a la Ivy League era una de las más prestigiosas a nivel internacional, y mantener el mejor promedio durante los cuatro años de carrera tampoco había sido tarea fácil.
No podía dejar todo inconcluso, había trabajado mucho por eso y merecía tener mi título, aunque a mis padres les pareciera la nada misma.
Nada era Justo en esta vida, salvo las cosas que uno conseguía por mérito propio.
Un mensaje de mi mejor amiga con la propuesta de una cena de chicas me sonsaco una sonrisa.
Mackenzie Donovan era casi tanto como la hermana que nunca tuve.
Era la única capaz de saber todos y cada uno de mis secretos, las locuras que tenía en mi cabeza, las decisiones de mierda que solía tomar a menudo y no era capaz de emitir algún tipo de juicio al respecto.
Todo el combo de su metro cincuenta, una larga cabellera de color castaño oscuro y unos grandes ojos grises eran capaces de ponerme en mi lugar cuando nadie más lograba hacerlo.
Al llegar a mi departamento en la avenida Lexington y verla esperándome en el lobby, me arrojé de inmediato sobre ella logrando que cayéramos ambas al suelo mientras las miradas curiosas de los transeúntes nos observaban gracias a los paneles de cristal en la entrada.
—¡Te extrañe, rubia! —dijo tironeando de mí cuando intentaba reincorporarme —¡No vuelvas a dejarme por tanto tiempo!.
—¡Nunca más! —replique encima de ella —¡Sabes que cuando no te tengo cerca suelo ocasionar problemas!.
—Cuando me tienes cerca también los ocasionas, y muchas veces me arrastras a ocasionarlos contigo —vocifero poniendo su mano en mi cabello y revolviéndolo.
—Aún así eres la única capaz de darme una patada en el culo y enderezarme en el camino.
El conserje del edificio se acercó a nosotras con una sonrisa en el rostro. Era un hombre de estatura enorme, de una escasa cabellera que se había vuelto gris con la vejez, ojos negros plagados de arrugas y larga barba al estilo Santa clauss.
Vestía un traje ajustado que resaltaba su estómago prominente y zapatos de manera impecable, como si hubiese salido de los hombres de negro.
—Buenas tardes, señoritas. Estoy contento que se hayan reunido nuevamente, pero comprometen mi trabajo haciendo espectáculos de lucha libre en la recepción del edificio.
Kenny había sido testigo de las tantas llegadas bajo los efectos del alcohol que hemos tenido a lo largo de nuestra adolescencia y también había sido cómplice en varias oportunidades para que nuestros padres no se enteraran de ciertos episodios que habíamos vivido.
Tristemente, se preocupaba más por mi bienestar que mi propia familia.
—¡Lo sentimos mucho, Kenny! — dijimos al unísono.
—Traje algo para ti... —exclamé mientras el hombre ayudaba a levantarnos tendiendo su mano —¡Espérame un segundo!.
—¿Para mi? —preguntó sorprendido.
Trague duro al notar su emoción. La mayoría de las personas que vivían aquí ni siquiera le dirigían el saludo; a no ser claro, que necesitaran algo de él. Subimos rápido al apartamento y volví a bajar con el único propósito de enseñarle mi regalo.
—Toma —le tendí la bolsa —Son chocolates Callebaut Belgas, los mejores de toda Europa.
El hombre abrió los ojos sorprendido.
—Oh, gracias. Muchas gracias, señorita Jessica —exclamó lanzándome una sonrisa de gratitud.
Al subir al pent house note como la mesa estaba servida. Las copas de cristal y el Champagne francés que yo tanto amaba se encontraban junto con una enorme bandeja de metal.
Quise revisar su contenido, pero Mackenzie golpeó mi mano con rudeza.
—¡Auch! —me quejé.
—¿Has hablado con el rector?.
Mi amiga cruzó los brazos, provocando que pusiera los ojos en blanco ante su insistencia. Para ella, que yo me graduara era más que importante.
—Si, me ha dado la última oportunidad de presentar mi tesis. Tengo solo un mes, espero llegar para entonces.
—Lo lograrás, lo sé —dijo, guiándome hacia su sala y exhibiendo lo que había en la enorme bandeja, repleta de mis rolls de sushi favoritos —¡Bienvenida, Romanov!.
—Sin dudas eres perfecta. Debería casarme contigo si no consigo esposo a mis cuarenta.
—Deja tus comentarios homosexuales para tu amiguita Cassy —gruñó llevándose uno de los rolls a la boca —A propósito de la fulana, ¿Como la han pasado?.
Mi mejor amiga contaba con celos enfermizos que la hacían parecer una novia tóxica, pero en el caso de Cassidy Sparks, era inexplicable.
La detestaba tanto que el solo mencionarla hacía que su rostro se deformara de fastidio.
—¡Espectacular! Ya sabes que nunca me niego a una buena fiesta. Hemos estado en Ibiza, vivimos algunas noches parisinas en todo su esplendor, fuimos a Madrid y terminamos en Santorini.
—Vaya —exclamó abriendo los ojos —¿Y Lucifer se ha vuelto contigo?.
—No, tenía reservas en Mykonos.
—Es toda una diva —espetó con malicia.
—Si que lo es —respondi —¿Y tu? ¿Cómo está el nerd de las computadoras que te habla sobre bitcoins mientras tienen sexo?.
Antes de irme por mi travesía europea, Mackenzie me había presentado a su novio reciente.
Sinceramente eran como una pareja dispareja, el hombre era pequeñito y delgado, con grandes gafas y ortodoncia en los dientes.
Se había pasado toda la cena hablando sobre juegos en línea en donde competía con chiquillos de trece años y computadoras.
No podía entender que era lo que le atraía de él, pero quizá era bueno en la cama, así que no tendría que juzgarla.
—Ni lo menciones, ¿Puedes creer que me ha abandonado? —masculló con molestia.
—¿Qué?
Eso no podía ser posible.
Era una broma.
Definitivamente era una broma.
—Lo que escuchas, al parecer se enrolló con su jefa y rompió conmigo —suspiró levantando una ceja, mirándome expectante.
—Lo siento mucho amiga. —dije tocando su hombro mientras tomaba la copa y le daba un sorbo —¡Has caído muy, pero muy bajo!.
Lance una carcajada que contagió a mi amiga. Sin duda estaba esperando alguno de mis comentarios sarcásticos.
—Si que eres la mejor levantando el ánimo —susurro con paciencia, apretando con fuerza su copa.
—¡Perdón pero debía decírtelo!.
—¿Quieres escuchar algo peor? —preguntó y asentí con la cabeza a la espera de la información —¡Lo hizo por Whatsapp! ¡Por whatsapp!
—Por el amor de Dior, ¡Eres la nueva Katty Perry! —exclamé largando otra carcajada que retumbó en toda la habitación.
—¡Oye! —golpeó mi brazo —¡Eres un demonio rubio muy malvado!.
—¡Tranquila, morena! Si ella pudo superar su rompimiento con un actor de Hollywood, tú también superarás a ese nerd que sabía más de películas de súper héroes que de mujeres — respondí con seguridad en mis palabras —¡Eras demasiado caviar para alguien que se alimentaba con atún barato!.
—Gracias, Jess —dijo pensativa —En serio te extrañe mucho.
—¡Yo también!.
Cassy era divertida y lo pasábamos bien, pero nada era igual que tener a mi mejor amiga conmigo.
[...]
Después de un sinfín de palomitas y una película melosa de las que les gustaba a Mackenzie, estábamos desparramadas en mi enorme cama eligiendo cuál sería la siguiente.
—Mi padre me dijo que Vittorio te obligaría a asistir a la reunión de empresarios.
—¿Me Obligaría?.
¿Obligarme? ¿A mi?.
Me había hecho la psicológica con el cuento del padre comprensivo para que concurriera y poder salirse con la suya. No quería trabajar con el, no podía entender porque no lo aceptaba de una vez.
—Si, dijo que si te negabas a asistir nuevamente, iba a obligarte. Va a presentar a su nuevo socio y parece ser que es una persona muy importante.
—Seguramente sea uno de esos ancianos asquerosos con mujeres jóvenes y operadas que pasan sus días tomando viagra e intentando tener sexo con su secretaria.
Por mi cabeza se cruzó el desagradable Edmund Hamilton, dueño de una de las joyerías más importantes de Manhattan, y también el benefactor del hermoso Rolex de oro y diamantes que yo había donado a la caridad.
—No lo sé, no lo he visto personalmente, pero es muy importante. Se dice que es socio incluso del mismo Donald.
—¿El pato? —pregunté divertida.
—¡No, idiota! —dijo, arrojándome las palomitas —¡Donald Trump!.
—Ah, ese. Me convencía más que fuese amigo del pato, así me conseguía su maldito autógrafo —dije sonriendo divertida mientras seguía en mi búsqueda de una película decente —¡Pensar en el otro Donald me hace recordar las fotos de sus desnudos que circulaban en twitter y me da escalofríos!.
—¡Que horror, Jessica! ¡Tendré pesadillas por tu culpa! —gritó horrorizada —Ya está bien, deberías hacerle caso a tu padre y comenzar a preocuparte por la empresa.
—No empieces tu también —le lancé la mirada más amenazante que pude haber creado.
—¿No te interesa ni un poquito? —preguntó curiosa.
—Si me interesa, pero no me gusta que me impongan algo que aún no siento estar lista para realizar.
"Deberías ser responsable"
"Tu eres la única heredera"
"¿No te das cuenta que avergüenzas a la familia?"
"¿Que será de esta empresa cuando tu padre muera?"
"¡No puede ser que no tomes nada en serio, Jessica! "
Eran las frases que solía escuchar cada vez que pisaba la mansión Romanov. Mi madre se la pasaba reprochándome la manera en la que no lograba hacerme cargo de mi futuro legado.
La realidad era que no me interesaba. Prefería mil veces tratar con criminales peligrosos que con las personas de la élite millonaria.
Mackenzie se quedó en silencio por la forma en la que mi expresión había cambiado, se percató que ya no debía insistir con eso.
Bastante tenía con mis padres.
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Intenté concentrarme en mi portátil mientras tomaba mi café en un restaurante cerca de la empresa de mi padre antes de reunirme con el profesor asignado para ayudar con mi tesis, pero mi mente estaba completamente vacía.
Refunfuñe con molestia y maldije por lo bajo, lo que causó que la camarera se acercara.
—¿Necesita Alguna otra cosa? —preguntó, observándome con curiosidad.
—Inspiración —dije, concentrada en mi pantalla.
—Eso no puedo traerle —esbozó una sonrisa amable —¡Pero un rico pie de limón quizá haga volar su imaginación!.
Solo alguien que realmente adoraba la comida podía creer que un pie de limón haría volar mi imaginación. Me sentí en la película del ratón que cocinaba en el restaurante Gousteau.
Después de un largo rato de nula creatividad, decidí volver a la universidad. Pagué mi cuenta dejándole una buena propina a la camarera agradable y fui directo a la salida, pero al notar que olvidaba mi móvil en la mesa me volví chocando de bruces con un hombre, lo que provocó que mi culo sintiera la dureza del piso sin ningún reparo.
—¡Mierda! —dije, notando como el dolor se acentuaba en toda mi columna vertebral.
—¡Lo siento mucho!—dijo una voz gruesa —¿Estas bien?.
—Si, estoy bien —masculle, aceptando una mano repleta de tatuajes que me tendían para ayudarme a levantar.
Genial.
Recién había vuelto a Nueva York y había estado más en el piso que caminando.
—¿Puedo ayudarte? —dijo el extraño.
Podía sentir su mirada clavada en mi pero yo seguía concentrada en rezarle a todos los dioses que no existen para que mi portátil no se hubiese hecho trizas con el golpe ya que la necesitaba para mi reunión. Al notar que estaba en perfectas condiciones, suspire de alivio.
—¡Señorita, olvidó su celular! —la camarera llegó, tendiéndome el aparato.
Sus mejillas se tiñeron de carmesí al observar al hombre frente a mi, y acomodó el mechón de cabello platinado que tenía sobre su rostro.
—¡Gracias! —dije, regalándole una sonrisa.
Me di media vuelta y salí de allí, sin reparar en el extraño que me llamó varias veces para que volviera. Tenía cosas más importantes en mi cabeza y no necesitaba ninguna distracción.
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