• Jessica •
Las situaciones embarazosas eran algo habitual en mi vida. Si buscabas "inminente desastre" en el diccionario, seguramente mi foto saldría a un lado de la definición.
Lo más gracioso de estas no era la situación en si, sino las reacciones de las personas involucradas. El rostro de Stephen había sido un espectáculo al notarse descubierto con la esposa de Edmund Hamilton III.
No pude evitar mi risa cuando la vi con su rostro repleto de líquido vizcoso transparente, mucho menos de la expresión de horror del tatuado al percatarse de mi presencia allí.
—No me has dicho de donde conoces a Cheryl —exclamó abriendo la puerta de la limusina que nos llevaría hacia el restaurante.
Me sorprendía las similitudes que le encontraba a mi padre. Era excéntrico, inteligente y estructurado al igual que Vittorio. Amaba los lujos casi tanto como él y no se molestaba por simularlo.
—¿No podríamos ir en un taxi? Me parece un exceso llegar en esto.
—Sube, Jessica —ordenó, señalando el interior.
La limusina se detuvo al llegar a Liberty Street, más específicamente Osteria Delle Pace, un restaurante que ofrecía la exclusiva experiencia gastronómica centrada en la simplicidad de la comida italiana.
Al estar ubicado dentro del mercado Eataly, ofrecía esa privacidad que el distrito financiero no poseía.
El camarero nos acercó a la mesa, y luego de pedir la sugerencia del chef y un buen Chardonnay, la mirada color azul profunda de Stephen se posó en mi.
—¿Que tienes contra las limusinas? —dijo, apoyando los codos en la mesa.
—Me parecen frívolas e intrascendentes.
—Extraño para una mujer que vive en un pent house del Upper East Side —dijo, frunciendo el ceño.
Entrecerré los ojos y emití una sonrisa. No pensé que era de esas personas, pero parecía que Stephen prejuzgaba de más.
—El pent house pertenecía a mi tía Leigthon. Cuando se fue dé Manhattan me lo ofreció ya que yo intentaba desesperadamente escapar de la casa de mis padres. Si fuese por Vittorio todavía viviría en la mansión.
—¿Por qué se fue de Manhattan?.
—Tuvo una experiencia cercana a la muerte en un crucero, decidió dejar sus excentricidades y hacer una vida más espiritual. Vive en Bangladesh desde hace cuatro años.
Leigthon Romanov no parecía pertenecer a mi familia. Era desinteresada, amable, considerada y sobre todo buena persona. Su camino espiritual la había guiado hacia la bahía de bengala al oeste de la india, y dedicaba sus días a enseñar a mujeres, hacerlas despejar del mundo patriarcal en el cual vivían y dejando que se expresaran viviendo la experiencia occidental.
Las pocas veces que había hablado con ella estos años, no mostraba arrepentimiento de su nueva vida ni intenciones de volver.
La admiraba.
—Vaya, cambiar Nueva York por Bangladesh es algo extraño —dijo Stephen enarcando las cejas.
—No lo es si es con un propósito. Yo pretendo hacer algo parecido.
—¿Irte de espiritual al oriente? —preguntó, reprimiendo una sonrisa.
—No, no tan al extremo. Cuando a mi padre se le pasen las ganas de tenerme como sucesora de su empresa, pretendo alejarme lo más posible de esta ciudad.
Sus facciones se contrajeron.
—¿Por qué harías eso?.
—No lo se, no quiero estar estancada en un lugar únicamente.
Estaba mintiendo y podía intuir que él lo sabía, pero agradecí que no preguntara más. La única razón por la cual quería escapar de esta ciudad eran los recuerdos y las pesadillas horribles tan recurrentes. Necesitaba un nuevo comienzo y sabía que en Nueva York eso sería imposible.
Un hombre con vestimenta de cocina se acercó a nuestra mesa con una sonrisa. Stephen se levantó de su silla y abrazó al extraño.
—¡Stephen James! —dijo, palmeando su espalda. Cuando se separaron, el tatuado me señaló y yo me levanté para presentarme.
—Jessica, el es Riccardo Orfino, ex chef de Ladybu Milán y cabeza corporativa de la franquicia aquí en Nueva York.
—Piacere di conoscerti, bellissima —dijo en un perfecto italiano, tomándome de los hombros para dejarme un beso en cada mejilla.
—El gusto es mío.
Era un poco más bajo que Stephen, delgado de pequeños ojos celestes, con un rastro de crecimiento de vello en la barbilla color rojizo al igual que su cabello, portando esa amabilidad y galantería que solo los italianos podían tener.
—Non hai bisogno di parlare italiano. Non è una conquista, coglione —exclamó Stephen dándole una mirada de advertencia.
El hombre sonrió de lado y se separó unos centimetros. Iba a decirles que entendía a la perfección el idioma, pero preferí callar. Me divertía la manera en la que Stephen intentaba marcar el territorio que no le correspondía como si fuese un animal.
—Puedo sugerir como entrada Carpaccio de Salmón, seguido por un Orecchiette de brócoli rabe y culminando con una Panna Cotta con salsa de frutas —propuso hablando nuestro idioma.
—Me parece genial, gracias.
Riccardo se retiró haciendo una reverencia, y yo ladee la cabeza observando al tatuado. Se veía completamente relajado y eso lo hacía más que apetecible.
¡Podría comérmelo vivo y no quedar satisfecha!.
Intenté alejar cualquier pensamiento obseno de mi cabeza, aclarando mi garganta.
—¿Son amigos hace tiempo?
—Desde unos seis años. No somos muy amigos pero cuando vino de Italia, lo ayude a establecerse en Nueva York.
—Ah.
—Está comprometido —sentenció con seriedad.
—No te lo he preguntado —agregué intentando no reírme en su rostro por la forma tan brusca que tenía de aclarar ciertas cosas.
—¿De donde conoces a Cheryl?
—La he visto en algunos eventos, tu amante si que llama la atención —exclamé con diversión.
No era el estilo de dama que se acostumbraba ver por esos eventos. Se notaba a leguas que no había nacido en cuna de oro y su forma de vestir era estridente y llamativa.
—No es mi amante.
—Lo siento, tu eres su amante —corregí sonriendo —A quien si conozco es a su esposo.
—Oh, por Dios —sopesó juntando las manos en súplica —¡No digas que has tenido algo con el!.
—¿Tener algo? —me eche hacia atrás —Yo estaba enamorada de Edmund Hamilton y me dejó por ella. Llore por semanas y prometí nunca más amar a otro.
No obtuve más que silencio. Su respiración se agitó y una mueca de horror apareció en su rostro Perfecto.
—Perdí el apetito —aclaró, alejando el plato frente a él. La situación me causó tanta gracia que varias personas se voltearon al escuchar mi estruendosa risa.
—¿Por quien me tomas, James? —pregunte ante su confusión —¿Has visto a su esposo? Le ha robado bastantes años a la parca.
—¿Has estado o no has estado con Edmund Hamilton?.
—¡Claro que no! Ha sido una broma.
Su ceño fruncido me divertía, no podía entender que en su cabeza creyera que podría haber tenido un romance con Hamilton.
—Una muy mala. Casi me da un infarto —dijo llevándose la mano al pecho —Pero igualmente no se explica de donde lo conoces a él.
—Mi padre me obligó a ir a un evento benéfico hace unos años y Hamilton estaba allí. Se la pasó persiguiéndome y preguntando si podía concederle una cita.
—Dime que es otra broma.
—Lamentablemente no. Tenía diecisiete años y ni siquiera le importaba la amplia diferencia de edad.
—Asqueroso.
—Me enviaba presentes todas las semanas, incluso llegó a esperarme a la salida del instituto. Había mandado a alguien a seguirme.
El solo recordarlo me causaba escalofríos. Solo Scott sabía del miedo que me había provocado el acoso de uno de los joyeros más importantes de Nueva York.
—Eso es muy grave —dijo, mostrando su preocupación.
—Si que lo es. Mi mejor amigo lo amenazo con exponer todo a los medios y lo denunciaría por acoso a menores.
—Vaya.
—Dejó de molestarme, pero siguió enviándome presentes. El hijo apareció un día a pedirme disculpas por la actitud de su padre y terminamos teniendo una cita.
Su mirada se volvió más oscura, mostrando su disgusto. Me resultaba sumamente interesante la forma en la que cambiaba drásticamente su humor, yo parecía ofuscarlo y relajarlo al mismo tiempo; y eso era extraño.
Comenzaba a creer que quizá el de las múltiples personalidades era el.
—De tal padre, tal hijo —masculló entre dientes.
—Nada más alejado que eso. Ethan Hamilton es de las pocas personas realmente buenas que me he cruzado en este mundo de millones, excesos y frivolidades.
—Parece perfecto, ¡no entiendo porque no funcionó entonces! —esbozó una sonrisa irónica, de esas que emitía cuando estaba realmente frustrado.
Eso tenía solo una palabra en respuesta: Nicolae. Recordarlo me hacía mal, aún no caía en cuenta de las malas decisiones que había tomado y que me habían llevado justamente al punto en el que me encontraba.
—Conocí a alguien y creía haberme enamorado —trague duro al recordarlo y el relajó su mirada — Ethan escapó de la élite neoyorquina y se mudó a Miami, Hamilton padre contrajo matrimonio con la hermosa morena que tenias entre las piernas y ya no supe de él hasta mi último cumpleaños.
—¿Te persiguió nuevamente?
—No, me envió un reloj con incrustaciones de diamantes.
No pudo disimular la sorpresa que le había dado mi declaración. Apretó la mandíbula, mirando hacia un costado, como si hubiese tenido una revelación.
—Parece estar muy interesado. ¿Lo usas?
—Lo done para que lo subastaran y usaran ese dinero para ayuda social. No creo que esté muy contento después de aquello —exclamé tomando un sorbo de mi copa —Y tú, ¿como has terminado con Cheryl Hamilton arrodillada debajo de tu escritorio?
Trago la comida que tenía en su boca y limpio está con la servilleta. Inspeccione cada uno de sus movimientos. Era demasiado guapo, llamaba la atención de todo el público femenino y parte del masculino.
—La conocí hace unos años, en ese entonces era Cheryl Ramírez, no tenía dinero y aún era bonita.
—Es una mujer muy bonita. Muchas cirugías para mi gusto pero es muy exuberante para una mujer de su edad —defendí a la morena.
—Tiene veintisiete años —aclaró.
Bien, eso no me lo había esperado.
Cheryl Hamilton era una mujer bella, pero simulaba una edad mucho mayor a la que realmente tenía.
Quizá el tener que convivir con una persona mayor la había avejentado.
—Procuraré alejarme de las cirugías estéticas. Demonios, pensé que tendría treinta y cinco como mínimo.
—Tu no necesitas un cirujano. Eres perfecta.
Su comentario me sofoco y no pude evitar sonrojarme. Stephen emitió una media sonrisa muy seductora que empeoró aún más mi estado.
—Lo se, James —dije, intentando recuperar la compostura.
—A veces siento pena por ella, tener que soportar a alguien que no amas solo por el dinero —expresa pensativo —Pero luego pienso en él y siento más empatía. No se como me sentiría si mi esposa solo estuviese conmigo por mi cuenta bancaria.
—El dinero a veces es una maldición, no sabes quien es real y quien no —asegure —Igualmente si funciona para ellos, no hay que juzgar.
Humedeció de forma muy provocativa sus labios y se echó hacia atrás, con una ceja enarcada y curiosidad en la mirada.
—¿Realmente crees que funciona para ellos? —preguntó.
—Una vez leí una frase que decía "No juzgues a un hombre hasta que hayas caminado dos lunas en sus zapatos" —cite llamando aún más su atención —Me gusto el sentido que transmitía y se convirtió en mi filosofía de vida.
—No creo que sea aplicable a todo en la vida —exclamó con certeza.
—Analízalo de esta manera: Cheryl busca a un hombre que le brinde los lujos que necesita. Es bonita, joven, seductora. El es un hombre bastante grande, no es atractivo pero posee el dinero que ella requiere.
—Pero eso sería como tener un contrato.
—Exacto. Es un convenio de mutuo acuerdo, el cede el dinero a cambio de la compañía de una hermosa mujer joven. Funciona para ellos y mientras lo haga, los demás no tienen porque opinar.
Se aproximó hacia adelante, con vestigios de intensidad en sus ojos azules, quedándose en silencio por un largo rato mientras me analizaba con la mirada.
—Si quisieras escribir un libro yo te financiaría. Tienes una visión extraña sobre las relaciones pero de una forma u otra suenas muy convincente.
—Tendría que pensarlo.
—Eso o un culto. Tendrías muchos seguidores con esos pensamientos liberales.
—¿Tu crees? Podría ser la nueva Charles Manson.
—Mejor escribe el libro, no quiero tener que visitarte en una prision federal.
Se me cerró la garganta.
En mi cabeza no existía que un completo extraño apostara por mí más de lo que lo hacían mis padres. Me dio tristeza y realicé lo que estaba acostumbrada; esbozar la sonrisa más falsa que tenía simulando que todo estaba bien.
A medida que pasaba el tiempo con Stephen me daba cuenta que era más divertido de lo que aparentaba debajo de esa faceta de empresario serio y estructurado.
Teníamos una personalidad muy similar, aunque nuestra diferencia era que yo no me guardaba nada y él se reprimía bastante.
Comprendía la razón por la cual mi padre había exigido que el tatuado me capacitara. Debe pensar que soy capaz de controlar mis impulsos, aunque había un pequeño detalle.
Lo que se reprimía siempre llegaba a un punto que se hacía tan magnánimo y no le quedaba otra que buscar por donde salir.
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