• Stephen •
Si decidiera quién podría generarme más irritabilidad, sin dudas Jessica Romanov estaría en el podio ya que lo hace a niveles inimaginables.
¿Como puede esa mujer con rostro de ángel estar tan jodida?.
Le encantaba provocarme, su manera de contestarme tan combativa y agresiva, me divertía bastante. Lejos estaba de aquella mujer con quien había contraído matrimonio en Las Vegas.
—Deja de mirarla —expresó luca, elevando su comisura derecha en una media sonrisa.
—No lo estoy haciendo —respondí por inercia, aunque mi vista estaba clavada en ella.
—Si lo haces. Y la observas tan concentrado que tengo miedo que tu cerebro use todo su potencial y la mujer explote en pedazos —reclamó.
Mi amigo era amante de las películas, y de vez en cuando también se creaba algunas en la cabeza. Era como estar todo el tiempo con un cinéfilo, todo lo asociaba.
—¿Como se te ocurren tantas tonterías juntas? —espete girándome para verle la cara.
—Te gusta, ¿Verdad?.
—Es atractiva, pero esta loca.
—Las mejores personas lo están —repuso.
Fruncí el ceño, sorprendido.
—¿Eso no es de "Alicia en el país de las maravillas"? —pregunté.
—Si —apretó los labios y encogió los hombros.
—Deberías dejar esos cuentos de niños.
—Oye, Ese libro plantea muchas perspectivas sobre la lógica neurótica de lo social. Tu deberías leerlo, no te haría mal —dijo negando con la cabeza.
Observe a mi alrededor. No sentía que fuese mi mundo, pero aún así mi trabajo me encantaba. Lo que no me gustaba era tener que convivir con estas personas tan frívolas y materialistas.
Mi madre me había enseñado muchas cosas antes de morir y entre ellas a ser humilde y desinteresado.
—Lo que si me hace mal es seguir en esta fiesta tan aburrida y rodeada de hombres que se creen importantes y mujeres que son la copia exacta de Brunella Dunnoff —respondí exhalando un suspiro.
—Podríamos ir a un bar por unas cervezas artesanales —los ojos azules de mi amigo me observaron y ladeó la cabeza a un costado.
—Ahora si hablas mi idioma, Stevenson.
—Estoy familiarizado con el idioma de los psicopatas obsesionados.
—No estoy obsesionado —bufé con disconformidad.
—Si lo estás. Te salvaste de una grande en Las Vegas y aun así, la has ido a buscar dos veces esta noche y no has dejado de observarla. En vez de alejarte de los problema, pareciera que quisieras tenerlos cerca —agregó con satisfacción.
Maldita sea, tenía razón.
—Vámonos ya o te golpeare —dije, encaminándome hacia la salida.
En el bar, Lucka no hizo más que detallarme minuto a minuto lo que había realizado en Chicago. Había ido a cerrar un contrato y todo salió Perfecto.
Mientras me hablaba, dos mujeres se acercaron con la intención de pasar un buen rato reflejada en sus miradas.
—¿Estan solos?.
Una de ellas era castaña de baja estatura y cabello corto, con un escote demasiado pronunciado que parecía no querer quedarse dentro del vestido.
La otra en cambio era morena, de cabello largo, labios grandes e hinchados Gracias al cirujano. La última no quitaba su vista de Lucka y este parecía corresponderle.
—¡Mi amigo aquí está celebrando su divorcio! —expreso el desdichado de mi mejor amigo.
—Bien, hay que celebrar entonces —dijo la castaña chocando su copa con mi vaso de whisky en un brindis — Alaska.
—Stephen... —dije dedicándole una mirada seductora.
Era una mujer muy hermosa, aunque mi cabeza estaba adueñada en pensamiento por otra que no quería salir de allí.
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Desperté en la mañana con una hermosa resaca y las piernas de la castaña enrolladas en mi cintura. Mi dolor de cabeza provocaba que el mal humor me inunde, observé pacientemente a la mujer antes de despertarla con el dedo índice.
—Hey.
—Un ratito más —dijo amodorrada, golpeando mi mano.
—Tengo una reunión importante y tú necesitas irte a tu casa.
—Yo no lo necesito, el que lo necesita eres tú —reclamo abriendo los ojos con desagrado.
—Lo siento, no puedo dejarte aquí.
Baje las escaleras hacia la cocina mientras la escuchaba maldecir por lo poco caballero que fui, para encontrar a Lucka en la barra tomando un café y a Meryl haciendo wafles.
—Buenos días, Stephen. ¿Te sirvo café? —preguntó mi ama de llaves.
—Si, gracias.
Meryl era muy servicial y agradable. La había conocido siendo una de las empleadas de Óscar Dubstatter y cuando este falleció, prefirió mil veces venir conmigo a tener que trabajar para Kevin.
Suplantaba la falta que me hacía Annie en casa, ya que por más que había tratado de convencerla de mil maneras diferentes, había decidido quedarse en Rhode Island.
Annie era como una segunda madre tanto para mí como para Lucka, y su presencia me hacía falta.
Tendría que visitarla pero aún no me sentía listo psíquicamente para volver a la casa que fue de mi madre.
—Que cara de muerte que portas —reclamó Lucka observándome de soslayo.
—Se me parte la cabeza. Necesito una aspirina urgente.
—Aquí tienes —Meryl me tendió la píldora que había sacado de uno de los cajones
—Eso es porque no me haces caso, por cada copa de alcohol tienes que tomar una de agua. Al otro día amanecerás sin resaca.
Le dediqué una mirada asesina.
—Y con la vejiga explotada —agregue.
No estaba en condiciones para escuchar sus sermones de vida sana en este momento.
La castaña del bar bajo la escalera refunfuñando, me dedicó una mirada llena de resentimiento y salió por la entrada dando un portazo que retumbó en toda la sala.
—Ni siquiera se despidió —exclamó lucka sorprendido.
—Se ofendió porque le he dicho que debía irse.
—¡El karma te devolverá el doble de lo qué haces!—Meryl negó con la cabeza, sirviéndome los wafles y una taza de café —¡No se trata así a las mujeres!.
—Ya se lo está devolviendo... —expresó mi mejor amigo sonriendo mientras tomaba su café.
Lo escudriñe con molestia y el hombre junto a mi se quedó callado, en cambio Meryl apoyo los codos en la mesa esperando que siguiera con su relato.
—Échame el cuento, Lucka.
—Una rubia que lo trae loco. Jessica se llama.
Puse los ojos en blanco ante tal apreciación, mientras el olor a café inundaba mis fosas nasales haciendo que mi estómago sonara de hambre.
—¿Jessica? —preguntó Meryl —¡Me gusta ese nombre! ¿Es linda?.
—Si lo es, tiene unos... —Lucka hizo un gesto obseso sobre los atributos de la rubia.
—¡Ya cállense ambos, o terminarán compartiendo el taxi con la que se acaba de ir! —espete con molestia ya que me molestaba de cierta forma que mi mejor amigo la hubiese observado con tanta atención.
—Te lo dije, lo trae de las narices.
—Es el karma —volvió a decir mi ama de llaves.
Mi celular sonó con una notificación de mi abogado, donde me informaba que estaba por llegar a mi casa y necesitaba hablar urgentemente conmigo.
Fruncí el ceño, esperaba que no tuviera que ver con Kevin Dubstatter una vez más. Desde que Oscar me había dejado su fortuna, no había hecho más que intentar evitarlo.
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Estaba en el despacho arreglando unos asuntos cuando la puerta sonó con tres golpes. Owen Richards apareció, con su piel oscura aún más bronceada por el sol de las canarias, su mandíbula cuadrada, unos grandes ojos negros y su sonrisa de lado. Era muy esbelto y al caminar transmitía mucha seguridad y deferencia.
—Stephen, espero no importunar un sábado pero esto tenemos que solucionarlo cuanto antes. El hombre me tendió la mano y se sentó frente a mi, dejando el portafolios sobre el escritorio.
—¿Sucedió algo con Kevin?.
—No, la última apelación fue negada con una sentencia firme. Oficialmente todos los bienes de Oscar Dubstatter son tuyos.
—¿Entonces? —pregunté con curiosidad.
—Tiene que ver con tu aventura en Las Vegas —dijo, esbozando una sonrisa.
Owen Richards era un hombre muy famoso por todas las conquistas que había tenido a lo largo de su vida, era un hombre que jamás se había asentado en una familia, y le encantaba tener parejas jóvenes que consumieran todo su dinero.
Sentí palpitaciones al recordar que podría haberme pasado lo mismo, solo que había chocado mágicamente con alguien a quien la cuenta bancaria no le interesaba.
—Creía que estaba solucionado —dejé escapar un suspiro —La mujer del papel no existe.
—Por más que "Juliet Stone" no exista, tu sigues casado con ella —repuso.
—Pero...
—Necesito que la mujer que se ha presentado con ese nombre firme la anulación —agregó, abriendo el maletín y sacando de él un papel.
—¿No quedó anulado?.
—Quedaría anulado si la denunciáramos por falsificación de documentación pública y fraude, y la mujer puede quedar encerrada varios años por eso. Lo mejor será que firme como Juliet Stone y listo —explicó.
Denunciar a la hija de Vittorio Romanov por falsificación y fraude no estaba dentro de las cosas que me interesaban hacer esta semana.
Me aplaudí mentalmente porque sentía que esta vez, yo tenía las de ganar ante esa mujer tan desagradable y atractiva que me daban ganas de ahorcar cada vez que abría la boca, porque seguramente tuviera una ofensa que decir hacia mi persona.
—Entiendo.
—¿Puedes localizarla? —preguntó levantándose de su asiento.
—Si, claro.
—Nos vemos cuando tengas ese documento —me tendió la mano nuevamente —Adiós, tengo una reunión en media hora y no puedo retrasarme.
Me quedé pensativo por un momento, no sería correcto pedirle la dirección de la casa de su hija a Vittorio, ya que debía explicar por qué o para que la querría. La única persona que se me ocurrió tendría alguna información, era Theo.
Tomé las llaves de mi auto y conduje hasta el Midtown Manhattan y aparqué en la entrada del edificio donde vivían mis primos. Había sido mi apartamento hasta el momento que compré la casa en las afueras de la ciudad y le tenía aún un cierto aprecio.
Su construcción estuvo a cargo de Ramhar Corp cuando aún Oscar estaba vivo, y su estilo renacentista en la decoración había sido elegida por la misma Dianna.
—Stephen, ¿Que haces aquí? —preguntó theo sorprendido.
Estaba con la portátil en la mesa de la sala tomando apuntes. Theo era muy aplicado en la universidad, y si bien había comenzado su carrera mucho después de haber terminado el bachillerato, sus calificaciones eran excelentes.
—Necesito que me hagas un favor —dije, revisando sus notas.
—Claro. Dime en qué puedo ayudarte.
—¿Podrías averiguar la dirección de Jessica Romanov? Tengo un asunto que atender con ella.
Abrió los ojos sorprendido.
—¿Con Jessica? —preguntó —¿Que asunto tendrías que resolver con Jessica?.
—No es asunto tuyo —dije con determinación.
—Si lo es, es a mí a quien me pides la direccion de su casa —Theo se relajó y emitió una sonrisa.
Le tenía mucho cariño, sin duda era mi primo preferido. Sabia que lo que dijera no lo divulgaría, y jamas haría nada para perjudicarme.
—No puede salir de estas cuatro paredes, ¿Has escuchado?.
—Perfectamente.
Le eche todo el cuento, desde la fiesta hasta el matrimonio falso de Las Vegas, ante su mirada atónita y varias carcajadas de su parte.
—¡No puedo creerlo! —dijo casi atragantado de risa —¡Admiro mucho a esa mujer!.
—No es gracioso.
—Descuida, a mi también me ha dicho que se llamaba Juliet —expresó limpiándose las lágrimas que le habían saltado de tanto reírse.
Me quedé mudo y tragué saliva. Se me cerró la garganta al solo imaginar que ella y Theo hubiesen estado juntos.
—¿Ustedes han...? —no pude continuar, ya que este negó con la cabeza.
—No, tranquilo. No dormí con tu esposa.
—No es gracioso, Theodore —reclame.
—Si lo es. Igual para tu suerte, se donde vive.
Frunci la nariz. Para no haber estado con ella sabía mucho sobre Jessica Romanov, y me intrigaba saber el porqué.
—¿Como lo sabes?.
—Tuve que llevarla un día que se embriagó con la amiga. Vive en el Pent House del edificio Lenox Hill, en Upper East Side.
—Que cliché.
Una rubia, carismática, sensual, adinerada. Si no vivía en una buena zona de Manhattan, no sería lógico. Al fin y al cabo, seguía siendo la niñita de papá.
—Ella es todo menos un cliché, Stephen. Y tu más que nadie ya deberías saberlo. Deberías tener cuidado, es de esas mujeres de las que te enamoras y terminan rompiéndote el corazón.
—Yo soy inconquistable.
Theo negó con la cabeza.
Lo único que me interesaba en este momento era resolver ese maldito problema y así poder volver a mis asuntos.
Jessica Romanov era como un huracán, fuerte, abrasadora y complicada. Destrozaba todo a su paso, y yo no estaba para ese estilo de mujeres.
No iba a caer en ese juego absurdo al que le gustaba jugar.
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