—¿Cómo puedo liberarte? —preguntó Gabriel al diablo.
—Sangre... —el diablo habló en un tono oscuro.
Al oír sus palabras, Gabriel no pudo evitar recordar la estatua. Millones de personas fueron sacrificadas para liberar la estatua y aún así, no estaba completamente libre. No pudo evitar preguntarse si aquí sucedía lo mismo.
—¿Sangre humana? —preguntó, frunciendo el ceño. No creía que hubiera humanos aquí, aparte de él mismo. Y él no iba a matarse para liberar a este diablo.
Afortunadamente para él, el diablo negó con la cabeza en respuesta. —La Sangre del Abismo...
—Necesito la Sangre del Abismo para volverme más fuerte, para recuperar mi pleno poder —continuó el diablo, sus ojos brillando con una feroz determinación—. ¡Consígueme sangre, y me liberaré yo mismo!
—¿Qué es la Sangre del Abismo? ¿Dónde puedo encontrarla? ¿Y cuánta necesitas? —inquirió Gabriel.
Sin embargo, como respuesta, el diablo cerró los ojos. Levantó su mano derecha, acercándola a su rostro.
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