Cuanto más entraba Gabriel en el Jardín de las Sombras, peor se volvía. Después de un tiempo, Ezil fue incapaz de ver algo en absoluto. Incluso con sus ojos únicos, falló en ver una sola cosa. Era como si no fuera nada más que una persona ciega que sólo podía confiar en sus sentidos.
Sin embargo, por alguna razón, Gabriel todavía podía ver hasta cierto punto. Aunque su visión también estaba afectada, haciéndole incapaz de ver más allá de unos pocos metros, al menos podía observar sus pasos.
Notó que Ezil caminaba con más cuidado aún, comprobando su entorno con las manos. Esto le hizo darse cuenta de que finalmente había perdido la capacidad de ver las cosas del todo.
—¿Ya no puedes ver nada, verdad? —preguntó.
—Como si tú estuvieras mucho mejor, —Ezil giró los ojos. No creía que Gabriel estuviera en mejor condición que ella.
—Al ritmo que estamos caminando, nunca vamos a salir de aquí. Yo todavía puedo ver. Concéntrate en la barrera a nuestro alrededor, y déjame guiarte.
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