La voz resonaba en la nada, susurros perdidos en la vastedad de un espacio sin forma. La figura, envuelta en una luz blanquecina, era etérea, como si sus contornos se difuminaran entre dimensiones desconocidas.
En su desorientación, la figura buscaba entender el enigma de aquel lugar misterioso. La extensión que la rodeaba carecía de rasgos definidos; era un vacío sin límites, una amalgama de nada que, paradójicamente, transmitía una sensación de plenitud indescriptible.
De repente, como un estallido cósmico, una luz intensa inundó el espacio. La persona, deslumbrada, luchaba por abrir los ojos mientras la claridad invadía cada rincón. Aquella luz prometía revelar secretos cósmicos, pero parecía huir de cualquier intento de comprensión, como si desafiara las leyes de la percepción.
Con la misma efímera intensidad, la luz se desvaneció, sumiendo el entorno en una oscuridad profunda. Solo quedó el eco de la incertidumbre, dejando a la figura en un estado de perplejidad ante lo que vio.
La magnitud de aquel ente desafiaba cualquier intento de comprensión; no bastaba con tildarlo de enorme, era monstruosamente colosal, una presencia que desdibujaba la línea entre lo tangible y lo abismal.
La oscuridad que emanaba era profunda, devorando la luz y transformándose en un negro absoluto, comparable solo a la ausencia misma. Recordé la antigua advertencia: "cuando miras el abismo, el abismo te mira". Sentí esa mirada, como un juicio etéreo que escrutaba mi ser, evaluando con desdén si merecía ser recompensado o condenado.
El tiempo, en su relativo capricho, se distorsionaba, convirtiendo lo que pudieron ser segundos en una eternidad insondable. La sensación de ser observado se volvía palpable, como si el abismo tuviera conciencia propia.
Entonces, en un instante indefinido, un tirón invisible, una fuerza gravitacional inexorable, me atrapó. Cada intento desesperado por resistir era como nadar contra una corriente imparable. La incertidumbre crecía con cada paso hacia el abismo, como si este tuviera el poder último de determinar mi destino en un ballet de sombras y desconcierto.
En un destello de esperanza, cuando parecía que todo estaba irremediablemente perdido, una ráfaga de conocimiento inundó mi ser. Era como si las puertas de la sabiduría universal se hubieran abierto de par en par, revelando secretos desde la magia hasta los relatos de las criaturas fae, las epopeyas de héroes valientes en tiempos pasados, presentes y futuros, así como información sobre armas legendarias y misterios insondables que desafiaban cualquier comprensión.
A medida que el tiempo, o la ilusión de este, se deslizaba, experimenté una metamorfosis, una evolución que me permitió comprender finalmente mi entorno. Gracias al recién adquirido conocimiento en astrofísica, se desveló la verdad: estaba en un agujero negro, un abismo cósmico donde las leyes conocidas de la realidad se retorcían y distorsionaban.
Esta revelación llevó consigo un peso, una comprensión de que los humanos, en su frágil existencia, no deberían acceder a estos objetos estelares impíos. El velo del misterio se desgarró, dejándome en un lugar donde la frontera entre lo prohibido y lo desconocido se desvanecía, y yo me encontraba en el epicentro de este enigma astronómico.
A pesar de abarcar un conocimiento vasto, una incógnita persistía: ¿cómo escapar de este confín astral? En el abrazo inexorable del espacio-tiempo, me acercaba vertiginosamente al monstruo del agujero negro, y la comprensión crecía de que la salida era un enigma impenetrable.
En el preciso instante en que la vorágine estelar amenazaba con devorarme, la realidad misma pareció resquebrajarse. Era como si los cimientos del universo se desgarraran, atrapándome y catapultándome a velocidades que desafiaban la lógica, superando los límites de la propia luz. En un destello deslumbrante, me desprendí de las ataduras conocidas como Akasha, precipitándome hacia un rincón ignoto del cosmos.
En este vértigo cósmico, la percepción se desvaneció, y una penumbra etérea envolvió mi conciencia. El tejido mismo del universo parecía torcerse y ondular, guiándome hacia un destino enigmático mientras mi mente se sumía en la inconsciencia, como una marioneta en las manos caprichosas de la realidad cósmica.
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Al despertar, me encontré en la acogedora confianza de una habitación de hotel. La cama, un refugio mullido, sostenía mi cuerpo mientras mi mente volvía a la realidad. Al erguirme, dirigí mi mirada hacia la ventana a la derecha, donde los primeros rayos del amanecer iluminaban tímidamente la ciudad de Londres, pintando un cuadro de transición entre la oscuridad y la luz.
Aún sumido en la nebulosa de la confusión, mis ojos exploraron el espacio. A la izquierda, una puerta de madera, cerrada pero sugiriendo posibilidades desconocidas. Al frente, un escritorio meticulosamente organizado, sus papeles listos para contar historias aún no reveladas. A la derecha, junto a la cama, una mesita de luz sostenía una lámpara, cuya luz cálida se derramaba sobre una carta, emitiendo un resplandor que invitaba a la intrigante lectura, como si la habitación misma guardara secretos por desvelar.
Con la carta entre mis manos, sus palabras se desplegaron como un manto de misterio. "Buenos días, joven," iniciaba el mensaje, un saludo que resonaba con una mezcla de cortesía y urgencia. El remitente se presentaba como Solomon, el Rey de la Hechicería, una figura que destilaba tanto poder como misterio.
La tinta en el papel llevaba consigo una súplica: Solomon me convocaba al Mundo de Fate, describiéndolo como un reino peligroso pero maravilloso. Mi llegada no era casualidad; era un llamado para auxiliar en una crisis inminente. Solomon confesaba su impotencia y señalaba que, al igual que conmigo, no podía intervenir directamente en los acontecimientos.
En un tono casi suplicante, Solomon delineaba la amenaza que se cernía sobre este mundo extraordinario. Seres oscuros amenazaban con destruirlo, y los humanos, según sus palabras, no estaban preparados para enfrentar tal adversidad. Aunque reconocía mi falta de motivación inicial, rogaba por mi ayuda, describiendo el reino como un lugar hermoso que merecía preservarse.
La carta, ahora un puente entre dos realidades, transmitía la seriedad de la situación y el peso de la responsabilidad que ahora recaía sobre mis hombros. "Se que usted estará preguntándose de qué si acepta cómo podría ayudar, bueno, para eso le tengo unas noticias, dependerá de usted si son buenas o malas," continuaba Solomon en su relato.
El rey hechicero revelaba un acto extraordinario: al borde de mi desaparición, había utilizado todo su poder para evitar mi aniquilación y otorgarme poderes más allá de mi imaginación. No obstante, esta nueva fortaleza venía con un precio. Mis habilidades eran peligrosas, atrayendo la atención de entidades hostiles que buscaban destruirme. Solomon explicaba el uso de sus diez anillos como un mecanismo para transferirme estos dones sin exponerme directamente a tales seres.
"En los papeles del escritorio sabrá más de lo que hablo," concluía Solomon, dejando un velo de misterio que prometía revelaciones en los documentos frente a mí. "Con mis últimas palabras, le pido nuevamente que por favor salve a mi mundo y lo proteja," cerraba su súplica, dejando la responsabilidad y la incertidumbre suspendidas en el aire de la habitación de hotel.
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Tras un tiempo reflexionando, me alzé de la cómoda cama y me dirigí hacia el escritorio, ansioso por explorar los misteriosos papeles.
Entre los pliegues de los papeles, la narrativa se desplegaba como un pergamino cósmico, revelando los secretos de Akasha, un lugar donde la sobrecarga de información moldearía el tejido del espacio-tiempo, dando a luz a una Singularidad. En el horizonte de sucesos, surgiría un remolino metafísico, un vórtice que albergaría las infinitas posibilidades del multiverso.
La crónica detallaba cómo Akasha guardaba la esencia misma de la creación, siendo portador de la energía primordial de donde emanan todas las almas, incluso las de los Espíritus Heroicos que reposan en el Trono de los Héroes y regresan tras la muerte. La Raíz, anhelada por los magos, se erigía como su búsqueda constante, prometiendo poderes insondables conocidos como las 5 magias verdaderas.
La primera magia, 'la negación de la nada', confería el don de crear a partir de la nada, utilizando el vacío cuántico como lienzo para la manifestación.
La segunda magia verdadera, 'Operación de Mundos Paralelos', abría portales a realidades alternas, deformando el continuo espacio-tiempo con una maestría cósmica.
La tercera magia verdadera, 'Heaven's Feel', ofrecía la verdadera inmortalidad y una fuente infinita de energía mágica al elevar el alma a dimensiones superiores.
La cuarta magia verdadera, 'imposición de la verdad', otorgaba el poder de la destrucción, empleando el vacío cuántico para desintegrar la realidad misma.
La quinta magia verdadera, 'magia azul', se adueñaba del tiempo, llevando el concepto de dar y recibir a sus límites máximos.
Poseer una de estas magias confería un estigma, marcando a quien las controlara como una amenaza a erradicar. La información, tejida con palabras cósmicas, me sumergía en un cosmos de posibilidades, donde la magia y la realidad danzaban en una sinfonía de misterio y peligro al darme cuenta que yo poseía a las 5 juntas.
En el papel siguiente, se desvelaba el origen de la hechicería a través de las manos de Solomon, una habilidad para alcanzar lo posible fusionando ciencia y medios sobrenaturales. Este proceso, aunque considerado un milagro, trascendía hacia resultados que escapaban de la clasificación meramente milagrosa. Los límites de la hechicería, un fenómeno siempre en mutación, se moldeaban con el avance de la ciencia, transformando los antiguos misterios mágicos en realidades tangibles.
La hechicería moderna, según los escritos, no conocía imposibilidades dentro de las reglas del mundo y los límites de la mente humana. A pesar de esto, emergían restricciones en ciertos aspectos, donde ciertas posibilidades parecían alcanzables solo en la superficie. La magia actuaba como una recreación de fenómenos ya existentes, y, incluso con una exploración interminable, se topaba con un "muro" que limitaba la capacidad humana en la era contemporánea.
Este reino más allá del "muro" se identificaba como Magia verdadera, un dominio donde la creación de nuevos misterios se volvía intrínsecamente imposible. Los escritos desentrañaban las complejidades de la hechicería, subrayando cómo, a pesar de todo el conocimiento y la investigación, persistían fronteras infranqueables que mantenían ciertos secretos más allá del alcance de la sabiduría humana contemporánea.
Todo este asombroso dominio de la hechicería se tejía alrededor de los 10 anillos otorgados a Solomon por la divinidad misma, una dádiva destinada a la ejecución de milagros. Estos anillos, ahora en mi posesión, se me confiaron cuando se reconoció que mi capacidad para utilizar las 5 magias era limitada sin atraer la atención no deseada. Solomon me legó estos anillos con la esperanza de que los empleara.
Los anillos, como se desvelaba en los antiguos manuscritos, no eran simples adornos; eran arcanos instrumentos cuyo poder se manifestaba a través de un mecanismo exquisito. Un círculo mágico especializado, delicadamente trazado, actuaba como un imán para el Maná de Akasha, permitiendo la manipulación de los fenómenos en el vasto telar del universo. Pero esta revelación solo constituiría la mitad de la fórmula mágica.
La otra mitad residía en el portador de estos anillos, en mí. Mi energía mágica se entrelazaba con el círculo mágico, completando los intrincados cálculos de los fenómenos universales. Cada giro de los anillos se convertía en una contribución vital a esta danza cósmica.
No obstante, la verdadera maravilla yacía en la conexión entre los anillos y mi conocimiento. Con cada nivel más profundo de comprensión, los anillos se elevaban de simples artefactos a herramientas de prodigio. Cada rotación de estos anillos se convertía en un acto de creación, una colaboración mágica y sabia que desencadenaba maravillas más allá de la frontera de lo ordinario. La magia no solo fluía en la energía y el círculo, sino también en la maestría y la sabiduría del portador, dando forma a un espectáculo de asombro en el escenario del cosmos.
En el éxtasis de la comprensión, me adentré en el último pergamino, donde se desplegaba el arte de desencadenar el poder de los anillos que ahora reposaban en mi ser. La conexión intrínseca de estos anillos con el alma del portador se reveló como un sólido bastión de seguridad, una atadura que resguardaba el tesoro mágico en lo más profundo de mi ser, fuera del alcance de cualquier intruso.
En un párrafo lleno de resonancia, la clave para activar estos anillos se revelaba: un aria. Las Arias, como cánticos de autohipnosis lanzados sobre el mago, emergían como la llave maestra para liberar el potencial de los anillos. Al sumir la mente del magus en un estado donde el dominio sobre los poderes mágicos alcanzaba su clímax, las Arias no solo permitían la generación de más energía mágica, sino también la capacidad sin precedentes de dar forma a esta energía, actualizando hechizos con base en complejas teorías mágicas.
La singularidad de las Arias residía en su dirección hacia el mundo interior del mago, hacia su propio alma. Este matiz imbuía cada canto con un significado y una importancia que debían reflejar la naturaleza del hechizo o el alma del individuo para surtir efecto. Solomon afirmaba que la variabilidad de estas Arias entre las personas constituía la llave para utilizar los anillos, ya que, al estar entrelazados con mi alma, adquirirían instintivamente mis conocimientos y deseos.
Con esta Aria, cuya esencia se diferenciaba de individuo a individuo, me convertí en el maestro de los anillos. Con tan solo un pensamiento, podría guiar su poder, pues al estar vinculados a la raíz a través de mis magias verdaderas, el repertorio de hechizos que podía convocar era prácticamente ilimitado. No obstante, en la advertencia de Solomon resonaba la verdad: aunque los anillos ofrecían un poder inmenso, la maestría para controlar esa potencia descansaba en mí. La danza entre el deseo y la responsabilidad se erigía como un arte, una práctica constante y una profunda comprensión de las fuerzas místicas que los anillos desataban en cada movimiento.
Después de sumergirme en las revelaciones del último pergamino, me embarqué en una introspección profunda en busca de mi Aria. El tiempo parecía desvanecerse en la penumbra de la habitación, oscilando entre minutos y horas, mientras mi mente danzaba en sintonía con la melodía que resonaría con mi esencia. En un instante casi trascendental, la comprensión de mi Aria se materializó como un eco suave del destino.
Alzándome de la silla de madera, me retiré del escritorio para encontrar mi lugar en el centro de la habitación. Sentado en el suelo, la concentración se apoderó de mí, y comencé a entonar mi Aria con palabras que sellarían mi voluntad en la trama misma del mundo: "Que el conocimiento imponga mi voluntad en el mundo". Una fuerza desencadenante se liberó, transformando mi percepción en algo más profundo y significativo.
Dirigí la mirada hacia mis manos y me encontré sosteniendo 10 anillos de oro puro, desprovistos de ornamentos superfluos. Su simplicidad irradiaba una magia que parecía forjada por las propias deidades, una luminosidad sagrada que trascendía lo terrenal. El tiempo, en su fluir misterioso, se volvía impreciso mientras me sumergía en este estado revelador.
Al emerger de esta comunión con el misterio, solo una certeza dominaba mis pensamientos: poner a prueba mi recién descubierto poder. Junté las manos en un gesto de concentración, y ante mí, una sinfonía de chispas de luz danzó entre mis dedos. El despliegue de esta luz creció hasta que la realidad misma pareció ceder ante mi voluntad. En mis manos, se reveló algo celestial, hermoso y radiante.
Este objeto desafiaba las leyes conocidas de la física, una estrella en miniatura, una paradoja ante la ciencia moderna. Su fulgor era abrumador, y la lógica sugería que su presencia debería ser destructora, ya sea por su incandescencia o por la intensidad de su gravedad. Sin embargo, ahí estaba, como un regalo cósmico que me invitaba a comprender el poder recién liberado. Aunque el asombro me envolvía, recordé con humildad que la arrogancia en este viaje de misterio y maravilla podría ser mi perdición.
El encanto de mi recién descubierto poder se desvaneció ante la cruda realidad: mi falta de control dejó escapar la magnífica estrella, deshaciéndose hasta retornar a la nada. Con la determinación de mejorar mi dominio sobre este inmenso poder, me levanté del suelo, dispuesto a explorar la habitación en busca de alguna pista.
Al volver la vista hacia el escritorio, un pequeño espejo a la derecha de este captó mi atención, resaltando sobre una carta que, sin duda, provenía de Solomon. Sin embargo, lo que realmente me sorprendió fue mi reflejo en el espejo. Mi yo actual ya no guardaba similitud alguna con mi versión anterior. Emergí como un joven de 18 años, con cabello blanco corto que enmarcaba una cara fina y rectangular. Pero lo que cautivó mi atención fueron mis ojos, ahora imbuidos en un tono dorado intenso, como la luz del sol. Parecían contener un conocimiento infinito y un poder sagrado sin igual, revelando la transformación profunda que mi encuentro con los anillos había engendrado en mi ser.
Después de completar mi asombrosa transformación, me encamino nuevamente hacia el escritorio, donde la carta de Solomon aguarda para desvelar más de mi destino.
Al agarrarla, siento la textura del papel entre mis dedos, un recordatorio tangible de la conexión entre mi existencia y la misión en la que me he embarcado. La caligrafía de Solomon, elegante y distinguida, danza ante mis ojos, llevando consigo la solemnidad de la tarea que acepté.
"Saludos de vuelta, joven Hadrian", resuena en mi mente mientras absorbo las palabras. Cada sílaba es como una guía para el camino que se despliega frente a mí. La expresión de gratitud por haber aceptado la misión resuena en las líneas, recordándome la responsabilidad que ahora recae sobre mis hombros.
La mención de mi aún inestable control sobre los poderes recién adquiridos me hace reflexionar sobre la magnitud de la tarea que tengo por delante. Es un recordatorio de que el camino hacia el dominio es un desafío que requiere paciencia y dedicación.
La revelación sobre un antiguo estudiante de Solomon, portador de la segunda magia verdadera, añade una capa de intriga a la situación. Visualizo a este misterioso aprendiz, un guía potencial en este vasto mundo mágico, con la capacidad de compartir su sabiduría y ofrecer un refugio político en momentos críticos.
Al finalizar la lectura, el sonido distintivo de un golpeteo en la puerta irrumpe en la habitación, rompiendo el silencio con una promesa de encuentros y revelaciones. Un instante de suspenso llena la estancia, y la anticipación se cierne en el aire, dándole al momento un matiz intrigante y emocionante.