Un paso a la vez, se dijo a sí mismo cuando comenzó a descender al ritmo lento de la marcha. Beau no levantó los ojos hasta que vio sus pies a salvo en el piso de abajo, aunque pudo escuchar los murmullos y el susurro de la audiencia cuando apareció a la vista de todos. El chico estaba tan nervioso que agradecía nuevamente que la sangre ya no pudiera subir a las mejillas; claro que todo el mundo cuenta siempre con que la pareja esté nerviosa.
Tan pronto como sus pies pasaron las escurridizas escaleras le buscó con la mirada. Durante un segundo escaso, le distrajo la profusión de flores blancas que colgaban en guirnaldas desde cualquier cosa que hubiera en la habitación que no estuviera viva, pendiendo en largas líneas de vaporosos lazos, pero arrancó los ojos del dosel en forma de enramada y buscó a través de las filas de sillas envueltas en raso, poniéndose más nervioso mientras caía en la cuenta de aquella multitud de rostros, todos pendientes de él. Hasta que la encontró al final del todo, de pie, delante de un arco rebosante de más flores y más lazos.
Beau apenas era consciente de que estuviera Carine a su lado y su amigo Allen detrás de los dos. No veía a su madre ni a su padre donde debían de estar sentados, en la fila delantera, ni a su nueva familia ni a ninguno de los invitados. Todos ellos habían desaparecido.
Solo podía distinguir el rostro de Edward, que llenó la visión de Beau e inundó su mente. Sus ojos brillaban como la mantequilla derretida, en todo su esplendor dorado, y su rostro perfecto parecía casi severo con la profundidad de la emoción. Y entonces, cuando su mirada se encontró con la suya, turbada, rompió en una sonrisa de júbilo que quitaba el aliento.
De repente, fue sólo la presión de la mano de su amiga en la suya lo que le impidió echar a correr hacia delante atravesando todo el pasillo.
La marcha era tan lenta que luchó para acompasar los pasos a su ritmo. Menos mal que el pasillo era muy corto. Hasta que por último, al fin llegó allí. Edward extendió su mano y Alice tomó la mano de Beau y la colocó sobre la de Edward. Beau rozó el exquisito milagro de su piel y se sintió en casa.
Un horripilante calambre recorrió por todo su antebrazo izquierdo, lo que provocó que tuviera que soltar a Edward por unos instantes; apretó con fuerza su antebrazo pero el dolor no se calmaba, era intenso. Cuando alzó la vista Edward había desaparecido, miró entre la multitud, pero ninguno de ellos parecía estar consciente de lo que estaba pasando, miraban a Beau con una sonrisa de oreja a oreja. El chico miró la ropa de la gente, que estaba lleno de sangre, no humana, eso le quedaba claro.
Sangre de hada.
Devolvió su mirada al frente, donde estaba parado un brujo. Lo reconoció. Era el mismo que había aparecido cuando estaba en su conversión de humano a vampiro, el mismo que estaba ayudando a Alice. El mismo que se le había aparecido en el mercado negro y le había pedido cabello suyo. La cara distorsionada del brujo tom�� forma de repente. Lo reconoció por primera vez.
«¿Allen?» Preguntó Beau.
El chico no respondió, estaba serio, apreciando el dolor de Beau en su antebrazo.
Y entonces, volvió a la realidad. Beau tomó una gran bocanada de aire, como si esta vez realmente necesitara del aire. Miró aterrado a su alrededor sin soltar su mano del antebrazo que tanto le dolía.
Las paredes de aquel lugar estaban recubiertas por formas rocosas que terminaban en una peligrosa y filosa punta de la cual escurría un líquido, Beau se preguntaba si se trataba del mismo que había caído en su boca; se escuchaba el murmullo furioso de una docena de personas, rebotando por las paredes causando un estruendo aterrador. Caminó a pasos lentos para saber en dónde lo habían metido, solo distinguió la misma clase de jaulas en la que los habían encerrado a sus amigos y a él. Solo que estas estaban más viejas, y las espinas de las ramas estaban llenas de sangre, seguro de los prisioneros.
Cuando Beau se dio la vuelta, su primer instinto fue mirar hacia arriba, y allí, mirándolo con curiosidad, estaba el rey de la hadas esperando disfrutar de algún espectáculo. Le susurró en el oído a uno de sus guardias y este salió de su vista.
Beau estaba a punto de hablar, pero entonces un estruendo ensordecedor estremeció el lugar. La poca luz que entraba del sitio en el que se encontraba el rey se extinguió en un parpadeo. Sus palabras se quedaron congeladas, sin salir.
En un primer momento, la oscuridad fue absoluta, y se sintió como si flotara a la deriva por el vacío. Oía los gritos de los demás prisioneros; algunos daban hurras, otros llamaban a gritos a los guardias para que devolviesen la luz y unos golpeaban alguna especie de cristal dentro de sus jaulas o se lanzaban contra las ramificaciones, como para ponerlas a prueba. Beau era incapaz de oír algo más en medio de aquel barullo, y el dolor en su antebrazo seguía martirizándolo. Pero fue otro sonido el que le quito el dolor de inmediato.
El movimiento de las ramas deslizándose sobre otras ramas, idéntico al que escuchó cuando lo liberaron de su jaula.
Apareció una luz escarlata, desde la parte de arriba de la cueva, que bañó el lugar en sangre. Beau divisó a dos internos que salían de sus jaulas, mientras una voz de liderazgo sonó por todos lados. Era la voz del rey.
«El que mate al chico será libre de largarse de Elfame».
Los reos que acababan de salir de sus jaulas parpadearon varias veces antes la luz de un rojo sangre. Uno de ellos miró confuso hacia el mismo lugar en el que estaba el rey mirando a Beau.
Otro observó a Beau con incredulidad, como si no terminara de creerse que pudiera escapar de su encierro si mataba a ese niño.
Beau echó una rápida ojeada a la puerta que estaba hasta el fondo, un timbrazo resonó en todo el lugar. La mayoría de los prisioneros estaban enrabiados sin perder de vista aquella puerta, como si les fuera más fácil derribar esa puerta que matarlo. «Corre», se dijo. «Huye.» Clavó la mirada en el primer interno, que se dirigió a la carrera hacia la puerta. Sin ser consciente de lo que hacía, pero al tocarla, su cuerpo terminó en el suelo, sin moverse, así como de rápido corrió, asimismo se había convertido en un cadáver.
«Debía comprobar que estábamos en un lugar seguro antes de dejarlo suelto». Había dicho Edward y eso molestó a Beau. «No soy un animal», se dijo a sí mismo. «Yo ni siquiera estoy segura de que sea de verdad un vampiro, así que mucho menos uno reciente. Es demasiado comedido». Dijo Eleanor.
NO SOY DÉBIL. Se dijo.
Uno de los reclusos le enseñó los dientes a Beau y se abalanzó sobre él, intentando morderle.
Beau retrocedió con pasos firmes, como si supiera lo que hacía. Descargó un puñetazo en la mandíbula del hombre, un derechazo limpio. El preso se tambaleó y soltó blasfemias al ver que su cara había quedado cubierta de su propia sangre.
Volvió a lanzarse contra Beau. En sus ojos había fiereza, una desesperación ciega. Al oír su voz, una extraña sensación recorrió a Beau.
—¡Ya muérete maldito imbécil! —bufó—. ¡Solo así podrán dejarme salir…!
Beau se retorció de dolor cuando el antebrazo se volvió a acalambrar, la furia lo inundó por primera vez, como un ansia de sangre contra el reo.
Retrocedió y se lanzó con todo su peso contra él, empujándolo. El recluso perdió el equilibrio. De un placaje, Beau lo derribó y consiguió arrancarle el brazo al hombre, él gritó por la agonía provocada pero no era impedimento para que se quisiera lanzar nuevamente contra Beau; justo cuando trataba de ponerse en pie. Le descargó un golpe con su propio brazo en las espinillas que lo hizo gritar. Beau se agachó y repitió el movimiento, descargándole otro golpe en el vientre. El preso se dobló por la mitad, con los ojos desorbitados, y se desplomó hacia un lado.
Beau levantó la cabeza y vio a otro preso. Este no miraba hacia la salida, sino que estaba corriendo en su dirección. Beau se estremeció, pero no sabía si por miedo o por la excitación.
Justo cuando estaba por golpear al chico, Beau lo apartó de una embestida. Pero el recluso le sacaba treinta centímetros. Le dirigió una siniestra sonrisa. «Voy a morir aquí», pensó Beau, y la sola idea provocó una descarga de adrenalina que corrió por todo su cuerpo. El hombre se acercó a él. Beau se agachó, evitando por poco el puñetazo, y bloqueó con sus brazos un siguiente golpe.
El preso se preparó para golpear de nuevo, pero otro de los reos tiró una roca sobre la nuca de este y se derrumbó al instante. Beau se encontró cara a cara con el reo.
El hombre gritó y levantó la roca. Pero era demasiado tarde. Beau lo golpeó con violencia en la mandíbula. Fue un golpe certero: las piernas del hombre flanquearon instantáneamente. Beau lo agarró antes de que tocase el suelo y apoyó su cuerpo, inerte y pesado, contra el suelo. Miró a su alrededor nuevamente.
Aparecieron otros dos reos. Beau se echó cuerpo a tierra cuando el primero lanzó una ráfaga de cuchillas que pasaron silbando por encima de sus hombros. ¿De dónde las había sacado? «No pienses, actúa.» Se dijo para sí. Agarró al primero por las piernas y lo derribó hacia atrás. El segundo intentó darle un codazo en el cuello, pero Beau lo esquivó mientras otra ráfaga de cuchillas impactaba contra la roca detrás de él.
Una de las filosas rocas que colgaba del techo cayó e impactó contra el reo y otros tres que estaban atrás de él.
Beau sonrió por librarse de ellos así de fácil.
Otro de los reos le salió al paso, pero Beau ya lo había visto desde lejos y estaba preparado. Lo atacó sin darle oportunidad de que soltara su primer golpe. Le propinó un rodillazo en las costillas y cayó al suelo ahogando un grito.
Un hombre mantenía sujeta una de las cuchillas, sin que soltara de su otra mano una roca que terminaba en filo, y se disponía a descargar sobre Beau la cuchilla, cuando de pronto el chico le dio un puñetazo en un lado de la cabeza. El tipo se tambaleó y Beau le golpeó la sien con la piedra que cargaba él mismo. El hombre se tocó la cabeza y cayó de espaldas sobre el suelo.
Beau cambió de dirección al sentir como venía un nuevo reo y golpeó con fuerza contra el vientre de él, haciéndolo volar por los aires.
Uno de ellos retrocedió a rastras, con el brazo izquierdo goteando sangre. Parecía menos asustado que enfurecido, como si no pudiera comprender por qué el rey quería que atacaran a ese chico.
Beau sintió un fuerte golpe en las rodillas que lo obligó a tirarse al suelo.
Se giró para mirar al que lo atacó. Este avanzó y Beau retrocedió cauteloso.
—Ahora ya no tienes escapatoria. Me pregunto que se sentirá volver a estar allá afuera, respirando el verdadero aire de la naturaleza —dijo él, cerrando los puños.
Golpeó hacia el suelo y Beau lo esquivó. A continuación se puso de pie, pero un gancho con la derecha impactó contra el vientre del chico con una fuerza tremenda. Beau gruñó pero no de dolor y el hombre soltó un gemido y se echó hacia atrás sorprendido.
Se recuperó rápidamente de su sorpresa y se lanzó hacia el chico. Beau pivotó, con la intención de encajar ambos tobillos y utilizar el impulso para derribarlo. Pero ahora el prisionero era más rápido. Este detuvo el movimiento, lo garró por los hombros y giró, tirándolo al suelo.
Gruño como si fuera él quien hubiera caído de espaldas, y se dio la vuelta como si esperara encontrar a alguien detrás.
Beau tomó impulso y se puso de pie de un salto.
El reo se abalanzó sobre el chico, soltando una serie frenética de puñetazos y codazos; Beau se agachó a derecha e izquierda y le golpeó en el estómago. Él levantó la palma de la mano y le pegó en la barbilla; el cuello de Beau crujió, el hombre mordió su propia mano sintiendo el característico sabor fuerte de la sangre que le llenó la boca y lo soltó sobre Beau.
Sin embargo, el cuello del chico se restauró nuevamente. Y este se par�� rápidamente realizando una serie de movimientos hacia el reo.
El hombre retrocedió tambaleándose; se llevó la mano a la mandíbula como si le hubieran golpeado. Se tocó la boca con los dedos, que estaba recubierta de sangre. El hombre tenía los ojos enloquecidos.
—¿Qué fue lo que me hiciste? ¿Por qué mi sangre no te mató?
Beau lamió la sangre del hada que estaba en su labio. Ahora era él el que sonreía.
—Esto es lo que significa ser una estrige. Soy superior a cualquier criatura que exista sobre la faz de la tierra. Cada herida que trates de infringirme será el triple de heridas que te haré.
El hombre terminó por desangrase en el suelo; Beau sonrió al ver su triunfo, se volvió para ver a otros reos que lo miraban con temor.
Por la puerta de la cueva entró un grupo de guardias con cascos, con los escudos en alto y sus espadas desenfundadas…Eran como borrones negros que gritaban a los internos (que sobrevivieron) que se tiraran al suelo. Uno de ellos estaba demasiado enojado y miró hacia ambos lados cuando lo rodearon. Abrió la boca en un gruñido y se retorció de dolor cuando un guardia descargó su daga sobre su costado y lo derribó.
Beau miró como lo arrastraban hasta su celda, mientras él gritaba y se resistía.
El resto de los reos no se resistió a las órdenes de los guardias. Incluso uno de ellos suplicaba a gritos que sacaran a «esa cosa» de ahí y el resto se unió a su súplica. Beau se miró las manos bañadas en sangre de hada, y por primera vez entendía a lo que se refería Edward con sentirse como un monstruo.
Los soldados tenían miedo de acercarse a Beau porque ya ni sus armas bastaban para poder derribarlo. Eso era una gran ventaja, podía salir por aquella puerta, liberar a Edward y sacar a sus amigos de esas jaulas. Largarse. No volver ahí nunca más, sin embargo, nada le aseguraba que el rey los dejaría en paz, podría aliarse con Sulpicia y las cosas se podrían peor de lo que ya están. Podía haber actuado de cualquier forma pero no lo hizo.
Se agachó y alzó las manos en forma de rendición.
***
Silas y Julie llegaron al final del pasillo por el que Adão los guio, ahí se hallaba la puerta de la Sala de Reuniones. Por lo que Valter le había contado a Seth, tiempo atrás, las palabras «Hijos de la Luna», en letras plateadas, había adornado la puerta. Pero ya solo quedaba la silueta de las letras. Las bisagras chirriaron como ratones asustados cuando Érico empujó la puerta para abrirla.
Cuando Leah echó una mirada al interior de la Sala de Reuniones pensó que era una broma. Una enorme sala, en el piso más alto del castillo, donde el techo estaba hecho de un grueso cristal que filtraba la luz. Uno de los guerreros, Danilo, les contó que durante el tiempo que el castillo permaneció desierto, antes de la llegada de la manada de Adão, unos enormes árboles habían echado raíces en la tierra bajo el suelo. Silas comentó que parecían tener la fuerza de los robles de Elfame. Nadie tenía tiempo ni el dinero para arrancarlos. Se habían quedado allí, rodeados del polvo de las piedras rotas; las raíces habían quebrado el suelo y serpenteaban entre las sillas y los estantes. Las ramas se extendían por encima y formaban un toldo sobre las estanterías que cubría las sillas y el suelo de hojas muertas.
En ese momento, Julie le preguntó a Silas si le gustaba estar allí porque le recordaba un bosque. Él se pasaba la mayor parte de su tiempo en la corte, pero cuando llegaba a tener reuniones con los hombres lobo se quedaba en el asiento de la ventana, leyendo, a la espera de que sus invitados aparecieran, todo lo que había en la pequeña biblioteca escondida en la sección de las hadas. Comentó que una vez había hecho una pila de libros que consideraba que reflejaba la verdad. Era una pila pequeña.
Otro hombre estaba ahí, este alzó la mirada cuando entraron todos ellos. Su pelo era de un negro tirándole al violeta, el color de las flores al otro lado de la ventana. Éste había puesto dos libros en la mesa central y estaba leyendo un tercero: La anatomía de las hadas.
—¿Planean experimentar con hadas? —preguntó Seth en tono burlón.
—Si esa es la razón por la que estamos aquí, cuenten conmigo —dijo Leah, Silas la miró al instante—. No te lo tomes como algo personal —repuso.
Ella acercó una silla y se sentó en aquella mesa redonda. Podía ver a todos los presentes reflejados en la ventana. Las muñecas llenas de cicatrices de Valter sobresalían de las mangas de su uniforme ajustado. Seth las había visto mientras le ayudaba a entrenar, pero no quiso preguntarle, no quería verse muy imprudente, de por sí no le quitaba los ojos de encima como para que también le estuviera preguntando por cosas que no eran de su incumbencia.
Adão miró a las ocho personas que estaban acompañándolo en esta reunión; no le gustó mucho que Julie y los Clearwater estuvieran en la reunión, de por sí en estos momentos ni siquiera estaba seguro de confiar en Silas, mucho menos en tres extranjeros, sin embargo, su hermano le aseguró que eran buenas personas y que dos de ellos eran descendientes de una de sus ancestros por lo que tuvo que aceptar a la fuerza.
Silas y Julie ya sabían por qué estaban ahí, pero no podían decir nada porque sería demasiado raro, incluso para Adão, que se acababa de enterar. El líder la manada le dirigió una mirada a Érico, y este le entregó un mapa, era de un papel muy antiguo, como el papiro, cuando lo extendió, lo hizo con cuidado de no romperlo, más que nada para que no se arruinara aquella reliquia.
Todos apreciaron el mapa de Elfame, Valter le explicó a Seth lo obvio, Leah no entendía por qué estaba ella ahí, pero guardaba silencio, no quería verse como una amargada y fría chica lobo.
Danilo tardó unos segundos en entender lo que estaba pasando. El mapa de Elfame le ayudó a ordenar las ideas.
—Pensábamos... ¿Ya has ido a hablar con Oberón en persona? Creía que él sería quien resolvería todas las dudas sobre el tratado —dijo Danilo.
Adão alzó la mirada.
—No ha sido necesario —contestó.
Érico seguía mirando el papiro que tenía en la mesa, con el rostro blanco y consternado. Si bien era un simple mapa de Elfame, jamás se habían percatado de que El Castillo de los Hijos de la Luna estaba rodeado de accesos secretos para las hadas.
—¿Hay algún problema? —preguntó Valter, ansioso.
—Podríamos decir que sí. —Adão habló en un tono ligero, pero sus ojos azules pronosticaban tormenta. Levantó el papel—. El informante me dio un mensaje de la Corte que iba dirigido para las dríadas. Según dice, el rey Oberón nos culpa por las muertes de decenas de hadas.
—¿Qué mierda? —dijo uno de los hombres que hasta ahora no había soltado ni una palabra.
—Léelo en voz alta, Zé —ofreció Adão—, para que vean que no miento.
Zé tomó la carta angustiado y comenzó a leer:
«Freyja, nuestra señora del Prado Mágico y el Bosque Encantado:
Estandartes negros de luto volarán hoy sobre nuestro pueblo, al igual que banderas verdes para demostrar la esperanza que todavía queda en nuestros corazones.
Siete de nuestros mejores guerreros de Elfame, Abiio, Jhulyan, Wjaen, Orhiun, Ktxal, Riomphel y Laxuz, han muerto por manos de hijos de la luna. Ellos solo servían a la corona del rey mientras cumplían con su misión, y sus muertes se festejarán como la muerte de los héroes esta misma noche. Sus cuerpos aún no han sido recuperados.
Tal brutal violación del tratado acordado con los Hijos de la Luna debe tener sus consecuencias. A partir de este momento hasta el final, en Elfame deberemos considerarnos en estado de guerra contra los lobos. Los miembros del Comité se han puesto en contacto con El Castillo para parlamentar y buscar reparación. Sin embargo, no se ha puesto interés de su parte, por lo que si un lobo es visto fuera de su castillo, seremos libres para capturarlo y traerlo a la Corte para ser interrogado. Si debemos matar al lobo en cuestión, no será una violación de nuestro Tratado.
Los lobos son astutos, pero venceremos y vengaremos a nuestros guerreros. Como siempre durante un estado de guerra, todas las hadas y criaturas mágicas, a título particular, deben regresar al pueblo para incorporarse a filas en las próximas doce horas. Por favor, notifiquen a la Corte vuestra decisión tomada, ya que realmente contamos con su apoyo en esta batalla.
LYAHM II DE ELFAME, VIRREY
P. D. Como nuestro rey Oberón, se halla ocupado con los asuntos de la estrige de los Cullen, me ha pedido que yo mismo me encargara del asunto hasta que todo quede solucionado.»
—¿Beau? —preguntó Seth, incrédulo—. ¿Todavía lo tendrán encarcelado a él y a los demás?
—Ya estamos tratando de localizar a los lobos que tienen allá —contestó Adão con voz tensa—. Tratarlos como a sus perros guardianes es una cosa, pero esta es otra. Mi informante de por sí ya está de nervios.
—¿Quién sabe que tenemos esta carta? —preguntó Érico, dirigiéndose a su hermano—. ¿Y quién sabe que lo que dice esa carta no es cierto?
Adão lo miró perplejo.
—La gente que está en el castillo. Simón... ¿Dónde está Simón?
—Entrenando —respondió Valter.
—¿Y no hay nadie más aquí dentro?
—No, solo nosotros. Incluyendo a los tres quileutes: Julie, Leah y Seth. Y Silas. Eso es todo. —Dijo Érico despegando la mirada del mapa—. ¿Por qué? ¿Crees que debemos ir al pueblo de las hadas? ¿Demostrar que mienten?
—No —contestó Silas. Su voz era firme y clara—. No pueden hacerlo.
—¿Por qué no? —preguntó.
—Porque no es un error —respondió el hada—. Es una operación de bandera falsa. Ellos creen que realmente uno de ustedes mató a sus soldados; no se arriesgarían a decir esto si no lo creyeran, pero así culpan a toda tu gente para animar a la pelea.
—¿Y por qué querría alguien que hubiera pelea? —Inquirió Zé—. Prometimos que ninguno de nosotros haría algo contra su corte.
—Durante las peleas, hay gente que se hace con el poder —explicó Silas—. Si convierte a los hijos de la luna en el enemigo, los tacharán de bestias insolentes y despiadadas. Todo el mundo sobrenatural entenderá a lo que se referían los vampiros hace miles de años sobre los de su clase. Se unirán por una causa común. Una pelea puede comenzar con una sola muerte. Aquí tiene siete, y eran los mejores hombres que la Corte nunca antes tuvo.
Tanto Adão como Érico parecían incómodos.
—Veo un fallo en el plan —dijo Adão—. El rey Oberón todavía tiene que luchar y ganar la pelea.
—Quizá —repuso Silas—. O quizá no. Depende de cuál sea su plan.
—Yo veo otro fallo —aportó Valter—. Hasta donde sabemos, hay siete personas desaparecidas, nadie puede asegurar que estén muertas porque ni siquiera hay cuerpos a los que festejar esta noche. Y quién sabe, pero a las hadas les gusta retorcer la verdad a su conveniencia, y sin testigos que demuestren que exista una criatura allá afuera o de que algún lobo lo haya hecho, las cosas parecieran estar manipuladas a su favor. Apuesto a que quieren esta pelea.
—Pero seguramente las Dríadas no apoyarán realmente la idea de una pelea contra los lobos —dijo Zé—. Son sabias y justas ¿O realmente creen que hemos perdido todas nuestras alianzas?
Julie estaba sorprendida; Érico miraba a Silas como si estuviera muy interesado en su respuesta, aunque él fuera un posible infiltrado de las hadas. Le resultaba extraño confiar en la brillante agudeza de Silas aun con esta situación encima, sin embargo, siempre ha habido algo en él que lo hacía confiar hasta la raíz.
—Son los suficientes —respondió Silas—. Muchos ya se han apuntado a la Corte y su mensaje... Los Vulturis podrían involucrarse de no ser por sus intereses personales con la estrige. De todas formas eso no quita que pronto lo hagan ya que el rey tiene lo que Sulpicia desea. Incluso le interesan los quileutes.
—Pero no vamos a volver con ellos —dijo Leah—. No podemos ir a ese maldito lugar ahora. Nos tienen en la mira incluso estando aquí.
—Y la última vez que estuvimos allí, nos encerraron en esas jaulas del pantano —señaló Seth.
—No creo que estemos a salvo en Elfame. —dijo Valter como un pensamiento triste; Elfame era su hogar, y se suponía que debía ser el lugar más seguro del mundo para los hijos de la luna y las hadas.
—No vamos a ir —concluyó Adão—. No solo no sería seguro, sino que lo verían como una declaración de una batalla eterna, suficiente tenemos con que los Vulturis nos odien.
—Pero Silas sí que puede ir al pueblo de las hadas —repuso Zé. Tenía su negro cabello en una alborotada masa de punta y apretaba los puños—. Podría presentarse a la fiesta, averiguar que traman, avisarnos si algo va mal y atacar antes que ellos lo hagan.
—No estás pensando con claridad —dijo Adão con autoridad—. Esta carta demuestra que el rey Oberón pide mi cabeza.
—¿Por eso ya no fuiste a la Corte para hablar con él? —preguntó Érico, pensando en cuánto rato llevaría su hermano observando ahí, mirando la carta horrorizado.
—Pero tiene que haber algún modo —dijo Danilo, que hasta ahora se había mantenido pensativo, luego miró a Adão con desesperación—. Todos nosotros podríamos hacer una visita a su pueblo, o...
—No podemos —lo interrumpió Valter—. Hay partes de todo esto que no entiendo, pero les puedo asegurar una cosa: las hadas están empleando éstas supuestas muertes para conseguir lo que desean. Si vamos al pueblo de las hadas y la Corte oye algo sobre esto, aunque solo sea un susurro, harán todo lo posible para matarnos, por encubrimiento y mentirosos.
—Valter tiene razón —repuso Silas—. Si ustedes van allá a declararse inocentes, el rey los llamará mentirosos.
—Entonces, iré yo solo —dijo Adão—. Trataré de recordarle todo lo que estaba en ese tratado, donde recuerdo que alzar falsos para el beneficio propio estaba incluido…
—Adão, no. Esta gente te necesita aquí —replicó Érico—. Además, eres el Alfa de esta manada y el hombre lobo con más guerreros. A la Corte le encantaría ponerte las manos encima para que todos nosotros quedemos como oveja sin rebaño.
Silas se aclaró la garganta.
—Ninguno de ustedes puede ir, iré yo —dijo—. Lo que les falta a todos ustedes es la sutileza. Ya les dije que en cuanto entren al pueblo de las hadas, traerán el desastre a toda su gente. Sin embargo, Zé tiene razón y deben de prepararse para una batalla, las hadas pueden entrar aquí tan rápidas como una sombra y destruir todo a su paso. Conseguiré la ayuda de un brujo para que se prepare para lo que se avecina.
—¿Un brujo? —Zé alzó una ceja—. Me parece que aquí solo hay un brujo. Bruja. Y hasta donde sé, la tienen encerrada junto con los Cullen y sin poderes.
Zé parecía molesto.
—Los brujos son tan ermitaños que dudo mucho que quieran poner pie en Elfame —apuntó Valter—. Preferirían ver al mundo arder antes que ayudar al prójimo.
—Créeme, no todos son así —dijo Silas, Julie sabía que se refería a Amblys o… ¿Allen?—, y el brujo al que yo conozco sé que ayudará.
—Que conveniente que el hada —inició Danilo— que ha estado rondando por este lugar todo este tiempo conozca a un brujo que nos ayude a salir de nuestro propio hogar.
—Juro por mi vida que no es una trampa —dijo Silas.
—No lo sé… —continuó Danilo.
—Yo le creo —dijo Julie.
Leah y Seth alzaron una ceja, estaban igual de confundidos que el resto. Ese chico básicamente los secuestró y los había metido en todo esto sin razón alguna. Cuando Seth miró de nuevo a Julie, una sonrisa juguetona apareció en su rostro sabía que estaba pasando dentro de ella. Así que él dijo:
—Yo también le creo, si Julie confía en él, estoy con ellos.
—No sé qué esté pasando aquí, pero —dijo Leah confundida— no dejaré que mi hermano se meta en esto solo.
Seth giró los ojos.
—Yo también le creo —dijo Valter mirando a su Alfa y luego sonriéndole a Seth.
—Ahora mismo sé dónde podrían estar Beau y los demás —dijo Silas comenzando un plan—. Lo primordial sería ir por ellos…
—Es una forma un tanto brusca de ofrecer ayuda —repuso Zé interrumpiendo a Silas, y cruzó una mirada con Danilo—. Pero me apunto —añadió—. ¿Te estás ofreciendo a ayudar a los hombres lobos y traicionar a los tuyos?
Silas se irguió cuan alto era, sabía que tenía que contar algo antes de hacer un plan. Por primera vez, Julie le vio algo familiar, en el porte y en el rictus del mentón.
—Soy caballero de Elfame por una misión de los repudiados —afirmó—. Hay tantas cosas que he ocultado por mucho tiempo, pero creo que es hora de decir la verdad —el chico se quitó unos lentes de contacto y dejo al descubierto su verdadero yo—. Yo soy la otra estrige.