Horrible. Eso era la mejor manera de describir lo que estaba pasando, de cierta forma, Beau ya estaba harto de ese lugar y ni siquiera había pasado un día, o al menos eso era lo que él sentía, porque…bueno, es difícil de explicar el paso del tiempo en tierra de hadas. No tenía la necesidad de hacerse más preguntas de aquel «paraíso». Y justo lo pensaba entre comillas porque sabía que realmente era un infierno.
Nuevamente se daba cuenta de que las leyendas y los cuentos que hablaban de hadas eran una total mentira. Ni una de esas asquerosas y bellas criaturas del bosque era piadosas. Ninguno había mostrado piedad. Lo tenía que haber supuesto desde que Victoria apareció en sus vidas. Pensaba que el reino de las hadas era un lugar lleno de seres mágicos que convivían en paz y armonía, justo como los cuentos que leía de niño le decían. Que justo que por esa razón habían sacado a esa hada pelirroja de su pueblo porque iba contra todo lo que creían.
Que equivocado estaba Beau.
Gerrit y otro tipo, al que había llamado Ronan, trasportaban a Edward y a Beau por otro pasillo. Uno más elegante y lleno de luz a comparación de la cueva en la que lo habían dejado. «Creí que no sobrevivirías» le había dicho Edward en cuanto lo volvió a ver saliendo sano y salvo, «No te escaparás de mi tan fácil» respondió Beau con una sonrisa de oreja a oreja; claro que no lo tocó porque estaba cubierto de sangre de hada. Otra de las cientos de cosas que eran una incógnita para el chico, Silas le dijo que solo ellos dos sabían que la sangre de las hadas no era peligrosa en él. Pero como se dijo anteriormente: no tenía la necesidad de hacerse más preguntas de aquel «paraíso».
Giraron a la derecha, donde una alfombra amarilla resplandecía por lo limpia y hermosa que era. Los soldados no traían calzado, por lo que no tenían problema en pasar, sin embargo, Beau y Edward tuvieron que quitarse los zapatos —a la fuerza— para que pudieran pasar. A Beau ni siquiera se le ocurrió preguntar el porqué, pero Edward ya le estaba diciendo que no dijera nada. Era obvio que no diría nada. Ronan era menos amigable que Gerrit y al parecer estaba de mal humor porque una chica, de nombre Tara, había decidido cancelar su boda.
Edward rió por lo bajo al oír la razón en su mente. En cuanto Ronan recordó que el chico podía leer mente volvió a activar su escudo; sus pensamientos ahora solo se escuchaban como un canal de televisión con mala señal, había murmuraciones en ellos, poco perceptibles, pero allí estaban. Edward no tenía interés alguno en averiguar si podía seguir escuchando algo, por lo que simplemente abandonó la señal y siguió caminando.
Luego de otros tres pasillos, los soldados los metieron en una habitación oscura, Gerrit aplaudió dos veces y las lámparas iluminaron la habitación. Era igual de aburrida que el armario que Alice había hecho para ambos en la casita de Beau. Claro que la ropa era más extrovertida y elegante, jamás podría encontrar unos simples jeans y alguna franela que ponerse.
Beau resopló.
—Esto es… —Edward hizo un gesto a sus alrededores—. Esto es… —parpadeó, incapaz de encontrar las palabras.
—¿No es genial? —dijo alguien que no era ni Gerrit y Ronan.
Pero sin duda una voz que ya habían escuchado antes.
Silas.
Detrás de él venían Elli, Royal, Erictho y Julie, sorprendentemente sana y salva. Beau corrió a los brazos de su amiga y este la recibió con amor. Se estrecharon como nunca, pues ahora la fuerza de Beau era mayor a la de la su amiga, así que ella tuvo que apartarse primero si no quería terminar asfixiada.
—Lo siento, es que me alegra que estés sana y salva.
—No te preocupes, creo que te la debía.
Beau sonrió.
—Bien, entonces estamos a mano.
Mientras tanto, Silas les dijo un par de cosas a los soldados y estos salieron nuevamente al exterior. En el preciso momento en el que quedaron a solas con el hada. Eleanor fue la primera en atacar. Llevó al hada hasta una de las paredes impactando su cabeza contra el concreto frío y duro; sosteniéndolo del cuello sin poder realizar otro movimiento.
—¿Qué estamos haciendo aquí, niño bonito? —preguntó ella—. Y más te vale que Carine y Earnest no estén aquí si no quieres que te degollé ahora mismo.
Eleanor estaba claramente a punto de formular varias preguntas más cuando Julie se movió de manera que se colocó entre ambos.
—Disculpa.
—¡Qué! —Eleanor pareció notarla por primera vez desde que habían llegado ahí. Su mirada estaba llena de coraje.
—Así no vas a resolver nada —dijo Julie, tratando de controlarse para no soltarle un puñetazo.
Hubo una pausa momentánea.
—¿Qué? ¿Ahora lo defiendes? —dijo Beau.
Hubo más silencio.
—Eh, lo siento —dijo Silas mirando a Julie pero hablando para todos—. Estaba demasiado ocupado siendo estrellado con la pared para hacer las presentaciones apropiadas. Mi nombre es…Silas, y aunque no lo crean, la razón por la que los secuestré fue por una buena causa.
—Ajá ¿y pretendes que me trague ese cuento? —dijo Eleanor. Erictho permanecía quieta de forma pacífica.
Silas seguía mirando a Julie. Beau se preguntaba si su amistad con una quileute también traería problemas sobre ella y su mini manada.
—Si —dijo Beau rompiendo el silencio—. Como sea, volvamos a las preguntas.
—También tengo una pregunta —dijo Royal imponente—. ¿Quién te crees que eres, campanita de cuarta, y por qué hablas con nosotros como si fuéramos amigos de la infancia cuando claramente sabemos que no es así?
—¡Solo estoy tratando de ayudarlos! En ningún momento he tratado de hacerles daño.
Beau rió.
—Para empezar, nos agrediste estando en nuestra estancia para traernos hasta aquí.
—Yo nunca los agredí, fueron los soldados con las órdenes del rey —dijo Silas justificándose—. Y tuve una mejor idea al dormirlos con una pequeña cantidad de sangre de hada.
—¿Esa es la única forma que conocen para arreglar sus asuntos? —susurró Julie para sí.
—Además me amenazaste cuando me encerraste en ese asqueroso lugar.
Silas frunció el ceño.
—Eso no es cierto.
—«Todos ustedes deberán ser leales a la corona… Si no quieren perder la cabeza» —citó Beau al hada—. «…te prometo que no voy a despegar ni un ojo de ti. Incluso mientras duerma. Voy a vigilarte en mis sueños».
Ahora Silas fue quien rió.
—Tal vez lo decía de broma, Beau —dijo Julie.
—No hay amenaza en eso. ¿Acaso no fue, más bien, una advertencia sobre lo que el rey podría hacerles a ti y a los tuyos? —apuntó—. Y en cuanto a lo de no despegarte ni un ojo de encima, era en el buen sentido…
—¿En el buen sentido? No hay nada de buen sentido en eso.
Julie bufó.
—Tu novio te vigilaba mientras dormías noche tras noche, dime que tiene eso de romántico.
Edward y Beau miraron un poco incomodos, pero a la vez molestos, a Julie.
—Además, ¿no le hemos hecho ya suficientes preguntas para un día? —preguntó Julie, con la voz algo más aguda de lo normal debido a la tensión—. Está bien, es verdad que Beau tiene todo el derecho del mundo de sentirse molesto por todas las horripilantes cosas por las que ha pasado, pero no llevemos las cosas demasiado lejos. Él dice que trata de ayudarnos y…quizá tenga razón.
Beau le echó una mirada malintencionada de pura irritación. Edward se removió inquieto a su lado, claro que en su cabeza esto era demasiado divertido. Todos estaban apiñados tan cerca unos de otros que cualquier movimiento, por pequeño que fuera, parecía muy grande.
—¿Cuál es tu problema, Julie? —le exigió Beau. Se acercó a Silas a pasos lentos y Julie dio un paso hacia él. Ahora estaban apretados contra sí, con Silas a un lado de ella.
Edward le siseó.
—No me pongo a la defensiva contigo, Julie, porque lo entiendo, pero para Beau las cosas son demasiado distintas, así que no las compliques.
—Y lo mismo va para ti, campanita —dijo Royal, con la voz hirviendo de irritación—. Tengo tantas ganas de darte una buena patada.
Beau le echó una mirada envenenada a la ansiosa expresión casi enfadada de Julie. Tenía los ojos clavados en el rostro de Silas. Con todo el mundo apretado a su alrededor, debía estar en contacto físico con al menos cuatro vampiros diferentes y un hada en ese momento, pero eso ni siquiera parecía molestarle.
Beau se preguntaba varias cosas a la vez. ¿De verdad estaba dispuesta a pasar por todo esto solo para probarle a todos que el hada podía estar en lo cierto? ¿Qué había ocurrido durante el lapso de tiempo en el que él y Edward estuvieron en la corte para probar que no se había cometido ningún crimen? ¿A dónde la había llevado Silas para convencerla de apoyarlo?
Beau se rompió la cabeza sobre ese asunto, observándola mirar a Silas. Mirándolo como si fuera un ciego que viera el sol por vez primera.
—¡No! —jadeó Beau, a la vez que su antebrazo volvía a arder, solo que ese no era el mayor de sus problemas ahora.
Los dientes de Silas se juntaron y los brazos de Edward se cerraron en torno al pecho de Beau como boas constrictor. Julie se había puesto en medio de él y de Silas en el mismo segundo y Beau no intentó detenerla. Porque lo sentía venir, el ataque que todos ellos habían esperado por muchísimo tiempo, mostrando la bestia que podía ser siendo una estrige.
—Royal —le dijo Beau entre dientes, con lentitud y precisión—. Aparta a Julie de mi vista.
Royal, con ayuda de Eleanor y Erictho se llevaron a Julie para protegerla, la chica se resistía, pero eran tres contra uno. Los cuatro se apartaron de Beau, andando hacia atrás.
—Edward, no quiero hacerte daño, así que por favor, suéltame.
Él vaciló.
—Vete con los demás y no dejes que Julie intente nada —le sugirió. Edward deliberó, y después lo dejó ir.
Beau se inclinó hasta adoptar su posición de ataque, agazapada, y dio dos pasos lentos hacia Silas.
—¿Qué fue lo que le hiciste? —le rugió.
Él retrocedió, con las palmas de las manos hacia arriba, intentando razonar con Beau.
—¡Beau, por favor déjalo en paz! —gritó Julie—. Ya sabes que es algo que no puedo controlar.
—¡Tú, maldita hada! ¿Qué le hiciste a mi amiga para que creyera que se imprimó de ti? ¡Qué es lo que quieres de nosotros!
—Te juro que yo no tengo nada que ver en eso.
—¡Ha sido involuntario! —insistió Julie detrás de todo el tumulto.
—Beau, ¿te importaría escucharme sólo un segundo? ¿Por favor? —suplicó Silas—. Entre más te permitas cegarte por la ira, más fácil será dejarte consumir por ella.
Julie se mordió el labio en su dirección, tratando de zafarse.
—¿Por qué tengo que escucharte? —bramó. La furia dominaba su cabeza, nublando cualquier cosa. El dolor del antebrazo iba en aumento.
—Porque yo ya he estado en tu posición muchísimo antes de su llegada, sé cómo se siente la rabia, toda esa ira moviéndose como un rayo por toda tu cabeza, cegando cualquier otro pensamiento, la satisfacción de que la adrenalina corra por todo tu cuerpo sin importar el daño que puedas causar. Sé lo que es desear tanto que una persona muera por cosas tan insignificantes. ¿O me equivoco? ¿No es eso lo que quieres? —se justificó Silas—. Por favor solo quiero ayudarlos, en serio.
Beau le lanzó una mirada feroz, aunque realmente sabía que lo que él decía era cierto. Pero su nuevo y rápido cerebro iba dos pasos por delante de aquel sinsentido.
—Y pretendes formar parte de mi familia, ¡haciéndole creer a Julie que tiene una conexión contigo! ¿O solo nos estás engañando para que su rey obtenga todas nuestras cabezas? —le chilló. La voz cantarina de Beau repiqueteó ascendiendo dos octavas pero aun así era como la música.
Eleanor se echó a reír.
—Por favor detenlo, Edward —pedía Julie—, él no quiere hacer esto. No me hagan esto a mí.
Pero Beau no sintió que nadie saliera en su persecución.
—Te vas a mantener apartado de ella —le siseó Beau a Silas.
—Yo tampoco puedo hacer eso.
Y después Beau le saltó a la garganta. El hada supo frenar el golpe cuando se volvió borroso. Al siguiente ataque de Beau supo apartarse y tomarlo de su mejilla. Enseñándole solo lo que necesitaba saber en ese momento. Por la cabeza de Beau pasó todas esas imágenes. Su encuentro con Julie, el paseo en el prado mágico, su reunión con los lobos cuando les reveló que él era…
—Una estrige —murmuró Beau.
Edward también había visto lo que Silas le mostró a Beau. Ambos quedaron anonadados al saber eso. Pero para Beau ya no había nada que negar, él era la estrige que Amblys le había mencionado en el mercado negro, la misma a la que debía de encontrar. Solo que con todo lo que les había sucedido lo había olvidado. «No se resistan» le había dicho Alice en esa carta.
Así que esto era lo que ella había visto.
—¿Ahora ya me crees?
—Eso explica por qué estás siendo increíblemente sospechoso —respondió Edward.
—Silas es muy honorable —dijo Julie aprovechando que nadie entendía qué estaba pasando—. Nunca haría nada para dañarnos.
—Nos trajo a la fuerza consigo a este mundo de locos en el que las hadas se creen lo mejor de lo mejor, lideradas por un rey responsable de la muerte de cada uno de los presentes —dijo Eleanor—. Y lo único que lo respalda es la palabra de una chica lobo que desde el inicio no ha hecho nada más que odiarnos a muerte y culparnos por todo lo que ha ocurrido desde la llegada de Joss y Victoria.
Silas tragó saliva.
—Bueno, si lo pones así, sí suena sospechoso —admitió Julie.
Eleanor asintió.
—Sin embargo, hay una explicación para todo —dijo Erictho.
—¿Y esa es? —preguntó Eleanor.
—Bueno, no lo sé —dijo Erictho—. O sea, sí lo sé. Pero preferiría no ser yo quien lo diga.
Silas y Beau se miraban fijamente. Silas era más alto que Beau, lo miró por sobre su nariz. Los ojos de Beau se estrecharon.
—Claramente, a ninguno de ustedes le agrado mucho —dijo Silas mientras Royal y Eleanor gritaban un gran «NO»—. No me importa. Lo que me importa es resolver todo esto y liberar a Beau de este lugar antes de que las cosas se pongan feas. Y eso lamentablemente incluye a todos estos Cullen que lo protegen, así que prefiero que no se interpongan en mi camino y podamos trabajar juntos.
—Si Silas estuviera haciendo alguna clase de emboscada —agregó Julie—, ¿por qué habría permitido que esos soldados se largaran sabiendo que podrían matarlo aquí mismo?
Beau le lanzó una mirada a Julie.
—Es suficiente, Elli —dijo Edward—, él está hablando con la verdad.
—Okey, no creo que nada de esto esté bien —dijo Eleanor—. Pero creo que han sido seducidos y engañados por este soldado malvado del rey de las hadas.
—¿No hablas en serio? —dijo Edward.
Sus ojos se habían apartado de los de Beau y Silas ante la palabra «seducir».
—Silas no quiere que el rey nos asesine, ni siquiera a Beau —argumentó Julie.
—Si no he usado mis poderes para sacarnos de aquí es porque conozco lo que debe suceder —dijo Erictho.
—¿De qué estás hablando? —dijo Royal bruscamente.
—Yo puedo explicar eso —dijo Silas.
Beau se quedó en silencio. La dura mirada azul verdosa de Silas se suavizó.
—Si están aquí es porque ya tienen suficiente con que los Vulturis los tengan en la mira, así que es mejor librarse del rey Oberón antes de que ambos grupos se unan para acabar con ustedes —les dijo—. Tenemos que conseguir las pruebas suficientes de que el rey ha estado trabajando para su propio beneficio, las muertes de esos soldados no han sido más que una simple distracción para que la gente le siga temiendo a las estriges como Beau y yo…
—Aguarda ¿qué acabas de decir? —preguntó Eleanor.
—Yo soy la estrige a la que tanto le teme el pueblo de las hadas, pero al igual que Beau, no soy más que una nueva criatura, una estrige diferente.
—Lo siento —le dijo Eleanor—. Entiendo que quieran confiar en él. En serio lo entiendo, de verdad. Yo confío en Erictho y otras tantas hadas con las que me he cruzado. No tengo razón alguna para desconfiar de las hadas, aunque una pelirroja me haya estresado hace unos meses. Pero hay que ver que esto se ve mal.
—Silas no ha hecho nada malo —dijo Julie de forma obstinada.
—Finjamos que te creemos —dijo Royal—. ¿Cuál es el plan?
Silas sonrió.
—Tengo que explicarles antes…
—Pues hazlo —pidió Eleanor.
—Vine aquí en cubierto, engañar al rey para hacerme su caballero y cuando este momento llegara, o sea, su llegada, pudiera ayudarlos a escapar. Todo iba bien hasta que me descubrió quitándome mis lentes de contacto —en ese momento, también se quitó sus lentes, dejando sorprendidos a Eleanor y a Royal, los demás ya lo sabían—. Estuvo a punto de matarme, hasta que le mostré mis dones, enseñándole una mentira; me creyó al instante, pero dijo que esta era la oportunidad perfecta para que las hadas pudieran atacar a los hijos de la luna, así que mató a uno de sus soldados; metiendo el temor entre las hadas.
»Y no se detuvo ahí, continuó haciéndolo hasta que al final terminamos cuatro cadáveres de hadas; por el tipo de heridas se pudo decir que alguien se había alimentado de ellos. Así que ahí fue cuando comenzó el rumor de que había una estrige en Elfame, un asesino de hadas. La gente ya no quería alejarse de la corte, así podrían mantenerse seguros cuando alguien atacara��
—Y qué tienen que ver los lobos en todo esto —preguntó Royal—, ¿cuál es la conexión?
—A eso iba —dijo Silas—. Creí que todo seguiría normal hasta que Beau llegara, pero fue peor cuando me enteré de que Puck ya estaba enterado de esto. Los escuché hablando en El Salón de los Reyes, planeaban matar a más soldados, y si alguien empezaba a sospechar de ellos, entonces ahí me dejarían al descubierto, pero que si su plan seguía manteniéndose bien…
»Pues entonces podrían culpar a los lobos por romper el tratado que firmaron hace muchos años. Recuperarían el castillo en el que están viviendo actualmente y podrían matar a muchos antes de sacarlos de allí.
»Puck ha estado anotando desde entonces cada una de las cosas que están por pasar. La carta en la que fingen haber descubierto a los lobos y se la hacen llegar a las dríadas para unir fuerzas; el gran baile en tributo a los guerreros muertos; el ataque al castillo, todo.
»A pesar de que la llegada de Beau alteró un poco a la población, los planes se mantienen iguales e incluso se han acelerado. Por lo tanto, la muerte de Beau es un hecho para Oberón, posiblemente también la de todos ustedes e incluso la mía.
—Por Dios —susurró Royal—. ¿Entonces hay un plan en camino o no?
—Por supuesto que lo hay —aseguró Silas—. Si tenemos esa libreta en nuestras manos, habremos matado a dos pájaros de un tiro. Podremos amenazar a Oberón con revelar esta información si no deja en paz a los lobos y a todos nosotros. Los salvamos a ellos y salvamos a Beau.
Beau suspiró y asintió.
—Eso suena bien.
—El rey les ha permitido vivir hasta ahora porque quiere tenerlos en su Gran Baile —apuntó Silas.
Beau miró nuevamente a su alrededor.
—¿Por eso nos trajeron aquí?
—Exacto —respondió Silas—. Escojan la ropa que quieran, pero en mi opinión, si quieren que la gente no los vea con asco, será mejor que se pongan lo mejor que encuentren…
—Bueno ¿y luego? —vociferó Eleanor.
Silas miró con irritación a la chica.
—La libreta de Puck debe de estar en la parte de abajo del Salón, y como pretendo que Beau y Edward sean los que vayan a conseguirla, el resto de nosotros se encargará de distraer a Oberón y a Puck. A eso cabe añadir que habrá hadas, brujos y lobos en la fiesta, por lo que deberemos protegerlos en caso de que nos descubran. Zé va a estar afuera, esperando, por si ellos nos llegan a descubrir. Nada tiene porqué salir mal.
—¿Y por qué Beau y Edward tienen que ir? Podemos ser Royal y yo, así evitamos que el rey sospeche de algo…
—Porque Amblys me pidió que así fuera.
Hubo un silencio. Las cosas eran demasiado raras y Edward odiaba no poder entrar en la mente de Silas porque tenía su escudo de hada activado. Ni siquiera pudo obtener nada de la mente de Erictho porque ella igual se había puesto un escudo.
El resto aceptó, incluso Eleanor, pues conocía ese nombre.
—¿Así que estabas ayudando a Amblys desde un inicio? ��preguntó Eleanor.
—No desde el inicio, pero nuestros caminos terminaron por unirse.
—Ya que está todo claro —dijo Eleanor, aún demasiado sorprendida para hablar—. Un Gran baile. Sí. Bien. ¿Qué usas para una fiesta en este tipo de lugares?
Beau se inclinó sobre unas bolsas de ropa cuando Silas comenzó a desplegarla.
—¿Me puedo presentar con solo una bonita chaqueta y jeans? Ya sabes, de todas formas no voy a estar todo el tiempo en la fiesta.
—Beau —lo reprendió Royal—. Este es el Gran Baile de las tierras de Elfame. Usarás esmoquin.
***
En cuanto a los trajes de etiqueta, Royal había aprendido durante mucho tiempo a ser purista. Las tendencias iban y venían. Y le encantaban los colores que resaltaban sus ojos, era cierto. Pero las chaquetas que había escogido Edward y Beau eran negras, con solapas de pico de grosgrain y un frente de dos botones.
Las corbatas de moño eran negras. Beau no tenía idea de cómo atar una.
—¿Dónde podría haber necesitado usa una corbata antes en mi vida? —dijo Beau en cuanto Royal se fue, dejándolo a solas con Edward. Edward concedió el punto y ató la de Beau por él, sin reírse, a pesar de que ambos entendían que era lógico burlarse de tal situación.
—No lo sé, en un baile de graduación, fiestas familiares…nuestra boda.
Beau agachó la mirada mientras una sonrisa aparecía en su rostro.
Edward sabía, por culpa de la experiencia de Royal, que el secreto del esmoquin era que todo hombre lucía bien en uno. Si ya era un hombre muy atractivo, como Beau, te verías muy, pero muy bien en un esmoquin. Edward se permitió un breve momento de ensueño para simplemente ver a Beau con una corbata negra, jugueteando con los remaches en su camisa. Beau llamó su atención y una lenta y tímida sonrisa surgió cuando se dio cuenta de que Edward había estado mirando.
—Te ves fantástico —dijo Edward apreciándolo de pies a cabeza.
—Sí, creo que me veo…bien —respondió este.
—¿Alguna queja?
—Bueno —dijo Beau—. Estos pantalones podrían dificultar el movimiento en una pelea.
—Pero no necesitamos pelear. Yo puedo pelear por ti, si es necesario.
—Si…ya no soy el débil y frágil Beau.
Erictho lo escuchó, así que no dudó en acercarse a ellos.
—Si ese es un problema para ti, déjame encargarme de eso.
—Aprecio tu oferta, pero así estoy bien —dijo Beau en cuanto supo con quién estaba hablando.
Ambos desaparecieron de repente.
Después aparecieron, Royal que llevaba un traje sin cuello con una capa corta desigual a juego colgando descuidadamente de sus hombros, y Eleanor vistiendo lo que parecía ser una combinación de armadura con un vestido de novia.
Al final, Beau terminó luciendo un brillante traje blanco decorado con lo que parecían ser escamas resplandecientes de dragón, cubriéndolos de una luz opalescente. Llevaba también una capa marfil que colgaba hasta sus rodillas, con el cuello de la camisa desabrochado. Material perlado enroscándose contra la pálida piel del chico.
Después de probarse algunos vestidos simples, Julie había visto a Erictho desfilar por el cuarto de espejos vistiendo un vestido dorado vagamente basado en una cámara mortuoria egipcia de Cleopatra VII, y salió después en un elaborado diseño que al final no la convenció; Julie escogió un vestido A-Line, era de color durazno. Beau y Edward ofrecieron algunos cumplidos, pero sin duda estaba esperando (por primera vez) a que Silas la viera en cuanto se reencontraran de nuevo; y después procedió a sentarse.
Erictho había decidido apostar por lo mejor, con un vestido negro adornado con listones que saltaban alrededor de sus caderas, intrincadas enredaderas de plata colgaban desde su cuello hasta el piso y una fuente de rosas detrás de su cabeza.
Le pidieron a Royal que los ayudara eligiendo las máscaras que iban a usar. Pero Royal no se decidía entre una máscara dorada con plumas anaranjadas formando un medio círculo o una máscara con un adorno tipo dominó plateada con un brillo tan deslumbrante que casi no podía mirarse. Las opciones de Erictho eran una máscara completa de mármol lisa o una delgada máscara sin adornos que casi no cubría la cara. Ambas, opciones muy irónicas. Edward resolvió esto de manera más sencilla, tomó una máscara que solo cubría sus ojos, estilo antifaz y de color negra con bordes dorados para él; tomó las dos opciones de Royal, escogió la plateada. Erictho se quedó con la sencilla, dándole su otra opción a Eleanor.
Julie prefirió dejar su rostro descubierto.
—Te ves bien —le dijo Edward a Beau. Sus ojos se deslizaron hacia su prometido y le extendió una media máscara de seda, del color azul profundo que poseía el difuminado en crepúsculo. Beau la aceptó y Edward le sonrió.
—Y tú te vez perfecto —respondió el chico colocándose la media máscara—. Andando.