—¿Qué pasa mi querido pervertido?
Estas palabras fueron como un potente hechizo al resonar en los oídos de Leon, enviando deliciosos escalofríos por todo su ser. Su cuerpo se quedó inmóvil como si la vista de ella y esas palabras que habían salido de su boca fueran armas letales que lo habían dejado completamente inofensivo. Frente a ella, actualmente era como un pequeño conejo blanco.
No podía ni abrir la boca para hablar ni mover los dedos. Todo lo que podía hacer era quedarse allí, mirándola. Sus ojos morados estaban dilatados, oscureciéndose mientras su corazón se detenía un largo momento. Nunca esperó que se reuniría con ella de esta forma. La visión de ella simplemente lo dejó mudo, pero su sangre corría en sus oídos mientras su cuerpo temblaba, reaccionando a la vista impresionante que ella ofrecía. No sabía si saltar de excitación o caer de rodillas.
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