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EL OSCURO DESIGNIO (45)

Flotando a cuatrocientos cincuenta metros de altitud, el Parseval dio un rodeo en torno al barco. Desde aquella altura parecía un juguete, pero las fotografías, rápidamente ampliadas, demostraron que era efectivamente el barco del Rey Juan. Era magnífico. Jill pensó que sería un crimen destruir algo tan hermoso, pero no dijo nada. Firebrass y de Bergerac sentían una absoluta aversión hacia el hombre que les había robado su fabuloso Barco Fluvial.

Aukuso transmitió la localización a Greystock, que dijo que el Minerva alcanzaría al Rex al día siguiente. Comprobó también la localización del Mark Twain.

Me hubiera gustado sobrevolarlo para que Sam pudiera echarle una buena mirada a la nave que está a punto de hundir al Rex dijo Greystock.

No te apartará mucho de tu rumbo el hacerlo dijo Firebrass. Y le proporcionará a

Sam un gran placer.

Tras cortar la comunicación con Clemens, Firebrass dijo:

Creo realmente que Greystock se ha embarcado en una misión suicida. El Rex está provisto de cohetes, y lleva dos aeroplanos armados con cohetes y ametralladoras. Todo depende de que Greystock pueda pillar o no al Rex por sorpresa. No hay muchas posibilidades de ello si el radar de Juan detecta al Minerva. Por supuesto, puede que esté

desconectado. ¿Por qué debería estar funcionando? El sonar basta para la navegación diurna.

Sí dijo Piscator. Pero la gente del Rex debe habernos visto. Deben estar preguntándose quiénes somos, y puesto que no pueden determinar nuestra identidad, es probable que conecten el radar por precaución.

Yo también lo creo dijo Jill. Pueden imaginar fácilmente que sólo Parolando es capaz de construir un dirigible.

Bien, ya veremos. Quizá. Cuando el Minerva alcance al Rex, nosotros estaremos detrás de las montañas polares. No creo que debamos esperar una buena recepción de radio allí. Tendremos que aguardar hasta que volvamos a estar sobre ellos.

Firebrass parecía pensativo, como si estuviera preguntándose sí el Parseval iba a volver.

El sol se ocultó tras el horizonte, aunque a aquella altitud el sol permanecía brillante durante largo tiempo. Finalmente, llegó la noche con su cortejo de resplandecientes enjambres estelares y nubes de gas. Jill habló durante algunos minutos con Anna Obrenova antes de retirarse a su cabina. La pequeña rusa parecía muy amistosa, pero había algo en su comportamiento que indicaba que no estaba a gusto. ¿Se sentía realmente resentida porque no había obtenido el puesto de primer oficial?

Antes de dirigirse a sus apartamentos, Jill dio un largo paseo por el corredor semipresurizado que conducía hasta la sección de cola. Allá bebió un poco de café y charló brevemente con algunos de los oficiales. Barry Thorn estaba presente, pero él también parecía un poco nervioso, más reticente aún que lo habitual. Quizá, pensó Jill, se sentía todavía resentido por haber sido rechazado por Obrenova. Si, por supuesto, esta había sido la causa de su discusión.

En aquel momento fue cuando recordó que los dos habían hablado en un idioma desconocido para ella. Ahora no era el momento de preguntarle nada al respecto. Era posible que nunca pudiera plantear la cuestión. Hacer eso seria admitir que había estado escuchando furtivamente.

Por otra parte, se sentía realmente curiosa. Algún día, cuando no hubiera cosas más importantes que tener en cuenta, se lo preguntaría. Afirmaría que simplemente pasaba por allí camino de su casa lo cual era cierto, y había oído tan sólo unas pocas palabras del diálogo. Después de todo, si ella no había podido comprender nada de lo que estaban diciendo, no podía haber estado escuchando, ¿verdad?

Se dirigió a su cabina, donde se metió en su litera y se durmió casi inmediatamente. A las 04:00 horas un silbido por el intercom la despertó. Se encaminó a la sala de control para relevar a Metzing, el tercer oficial. El hombre se quedó por allá un momento, hablando de sus experiencias como comandante del LZl, luego se fue. Jill no tenía mucho que hacer, puesto que Piscator era un competente piloto y las condiciones atmosféricas eran normales. De hecho, el japonés había puesto el piloto automático, aunque no dejaba de controlar el panel de indicadores.

Había otras dos personas presentes, los operadores de radio y de radar.

Deberíamos ver las montañas a las 23:00 dijo ella.

Piscator se preguntó en voz alta si serían tan altas como había estimado Joe Miller. El titántropo había calculado que tendrían unos seis mil metros. Joe, sin embargo, no era un buen juez apreciando distancias, o, al menos, no lo suficientemente bueno como para convertir distancias en metros.

Lo sabremos cuando lleguemos allí dijo Jill.

Me pregunto si los misteriosos ocupantes de la Torre nos permitirán regresar dijo él. O siquiera entrar en la Torre.

Aquella cuestión tenía la misma respuesta que las anteriores. Jill no hizo ningún comentario.

Pienso dijo Piscator, que quizá nos permitan sobrevolarla.

Jill encendió un cigarrillo. No se sentía nerviosa, pero sabía que, cuando estuviesen cerca de las montañas, iba a sentirse bastante más inquieta. Aquello representaría entrar en lo prohibido, en lo tabú, en la zona del Castillo Peligroso.

Piscator, sonriendo, sus negros ojos brillando, dijo:

¿Has considerado alguna vez la posibilidad de que alguno de Ellos pueda estar en esta nave?

Jill casi se atragantó con el humo de su cigarrillo. Cuando hubo despejado sus pulmones tosiendo, dijo jadeando:

¿Qué demonios quieres decir?

Podrían tener agentes entre nosotros.

¿Qué te hace pensar así?

Es sólo una idea dijo él. Después de todo, ¿no es razonable creer que Ellos hayan estado observándonos?

Creo que has visto más de lo que estás admitiendo. ¿Qué es lo que te hace pensar así? No te hará ningún daño decírmelo.

Es sólo una especulación ociosa.

En esta especulación ociosa, como tú dices, ¿hay alguien que tú creas que puede ser uno de Ellos?

No sería discreto decirlo, aunque hubiera alguien. No me gustaría señalar con el dedo a algún miembro inocente de la expedición.

¿No sospecharás de mí?

¿Seria tan estúpido como para decírtelo? No, sólo estoy pensando en voz alta. Una costumbre más bien lamentable, de la que debería desprenderme.

No recuerdo haberte oído pensar nunca en voz alta antes.

Ella no prosiguió el tema, puesto que Piscator mostró con toda evidencia que no iba a añadir nada más. Durante el resto de la guardia Jill intentó pensar en lo que él podía haber observado y luego reunido para formar un esquema. El esfuerzo hizo que su cabeza empezara a zumbar, y volvió a la cama sintiéndose muy frustrada. Quizá él simplemente había querido burlarse un poco de ella.

Por la tarde, con sólo dos minutos de diferencia de la hora que había predicho, las cimas de las montañas polares estuvieron a la vista. Parecían como nubes, pero el radar mostró su auténtica naturaleza. Eran montañas. Mejor dicho, eran una única montaña ininterrumpida que rodeaba el mar central. Firebrass, leyendo la indicación de su altura, gruñó.

¡Casi diez mil metros de alto! ¡Mas que el monte Everest!

Había una buena razón para su gruñido, y para que los otros se mostraran inquietos. La aeronave no podía remontarse a más de nueve mil metros, y Firebrass dudaba en llevarla hasta esa altura. Teóricamente, ese era el tope de presión de las cámaras de gas. Ir más arriba significaba que las válvulas automáticas en la parte alta de las cámaras podían soltar hidrógeno. Si no lo hacían, las cámaras podían estallar, habiendo alcanzado su límite de inflado.

A Firebrass no le gustaba llevar la nave hasta el límite de presión. Una inesperada capa caliente de aire podía hacer que el hidrógeno en las cámaras se expandiera aún más, dándole así a la nave una flotabilidad más allá de su límite de seguridad. Bajo esas condiciones, el Parseval ascendería rápidamente. El piloto debería actuar con rapidez, apuntando el morro del dirigible hacia abajo e inclinando los propulsores de modo que compensaran el movimiento ascendente. Si esta maniobra fallaba, el gas, expandiéndose bajo la más tenue presión atmosférica, podía dilatar las paredes de las cámaras hasta más allá del punto de ruptura.

Aunque el dirigible soportara sin daños esta situación, su pérdida de gas a través de las válvulas lo haría más pesado. La única forma de aligerar la nave sería desprenderse de

lastre. Si era descargado demasiado lastre, el Parseval podía adquirir un exceso de flotabilidad.

Si son así a todo alrededor dijo Firebrass, estamos perdidos. Pero Joe dijo...

Se detuvo un instante, pensando, observando la oscura y ominosa masa que se agrandaba por momentos. Bajo ella el valle se enroscaba como una serpiente, cubierto eternamente de brumas en aquella zona fría. Hacía rato que habían pasado la última de la doble línea de piedras de cilindros. Sin embargo, el radar y el equipo de infrarrojos mostraban que crecía vegetación alta en las colinas. Otro misterio más. ¿Cómo podían desarrollarse los árboles entre frías brumas?

Descendamos a tres mil metros, Cyrano dijo Firebrass. Deseo echarle una buena mirada a las fuentes del Río.

Por “mirada" entendía una buena exploración con el radar. Nadie podía ver a través de las masivas y remolineantes nubes que cubrían el enorme orificio en la base de las montañas. Pero el radar mostró una salida colosal para el Río, una abertura de casi cinco kilómetros de ancho por tres y medio de alto en el punto mayor de la bóveda.

El enorme flujo de agua avanzaba horizontalmente durante tres kilómetros antes de verterse por el borde del acantilado y caer desde una altura de novecientos metros.

Joe pudo exagerar cuando dijo que uno podía hacer flotar la luna sobre el Río allá donde sale de la caverna dijo Firebrass. ¡Pero es impresionante!

Sí dijo Cyrano, es realmente grande. Pero el aire aquí es más bien turbulento. Firebrass ordenó que el Parseval ganara altitud y siguiera un rumbo paralelo a la

montaña a una distancia de doce kilómetros. Cyrano tuvo que hacer derrapar al dirigible y girar los propulsores para impedir que la nave fuera arrastrada hacia el sur, y se mantuvo en diagonal a lo largo de la cordillera rocosa.

Mientras tanto, el operador de la radio intentó entrar en contacto con el Mark Twain.

Sigue intentándolo dijo Firebrass. Sam deseará saber lo que estamos haciendo. Y

yo estoy interesado por averiguar cómo le han ido las cosas al Minerva.

Volviéndose hacia los demás, añadió:

Vamos a buscar esa hendidura en la montaña. Tiene que haber una. Joe dijo que el sol destelló momentáneamente por un agujero o lo que él pensó que era un agujero. No pudo ver la brecha, pero puesto que el sol nunca asciende a más de media altura sobre el horizonte aquí, no podría reflejarse sobre el mar a menos que la abertura se iniciara al nivel del suelo.

Jill se preguntó por qué Ellos habrían erigido una barrera tan enorme sólo para dejar una abertura.

A las 15:05, el radar informó que había una abertura en la vertical. Ahora la aeronave estaba sobrevolando unas montañas en la parte exterior de la pared principal. Esas montañas no formaban parte de la cordillera continua que rodeaba el mar sino que eran picos aislados, algunos de los cuales alcanzaban los tres mil metros. Luego, mientras se acercaban a la abertura, vieron que entre las montañas más bajas y la pared había un inmenso valle.

Un auténtico Gran Cañón, si es tal como me lo habéis descrito siempre dijo Cyrano. Un abismo colosal. Nadie puede descender por sus paredes a menos que disponga de una cuerda de seiscientos metros de largo. Ni puede tampoco trepar por el otro lado. Tiene la misma altura, y sus paredes son tan lisas como el trasero de mi querida.

Al otro lado de las montañas más bajas se alzaba imponente la gran montaña que vallaba el Río. Sí un hombre conseguía superar las primeras alturas y salir del valle, luego iba a tener que cruzar una abrupta cadena montañosa por más de ochenta kilómetros. Tras lo cual debería enfrentarse al infranqueable valle.

Ginnungagap dijo Jill.

¿Qué? murmuró Firebrass.

De la mitología escandinava. El abismo primordial en el cual Yamir, el primero creado a la vida, el antepasado de la maligna raza de gigantes, nació.

Firebrass lanzó un gruñido y dijo:

La próxima vez me dirás que el mar está poblado de demonios.

Firebrass parecía bastante tranquilo, aunque Jill se preguntó si no sería una fachada. A menos que tuviera nervios sobrehumanos, su cuerpo estaba bajo tensión, la adrenalina derramándose a chorros, la presión sanguínea subiendo. ¿Estaba pensando también, como ella, que debería haber a los controles un piloto mucho más experimentado? La capacidad de juicio y los reflejos del francés eran probablemente más rápidos que los de cualquier otro. Habían sido probados infinidad de veces en emergencias simuladas durante el entrenamiento. Pero... no tenía los necesarios miles de horas de vuelo en dirigible bajo condiciones terrestres, es decir, condiciones rápidamente cambiantes. De hecho, el viaje había sido demasiado tranquilo. Pero el entorno polar era desconocido, y pasar por encima de las montañas podía enfrentar a la nave a repentinas fuerzas inesperadas. No podía. Debía.

Allá en la cima del mundo, los rayos del sol eran más débiles y por lo tanto hacia más frío. El Río se vaciaba en el mar polar al otro lado del anillo circular, despojándose de todo el calor que le quedaba tras miles de kilómetros de vagar por la región ártica. El contacto del frío aire con las cálidas aguas causaba las nieblas que había señalado Joe Miller. Incluso así, el aire era relativamente más frío que fuera de las montañas. La alta presión del aire frío del interior del anillo de montañas fluía hacia el exterior. Joe había descrito los vientos que aullaban a través de los pasos.

Jill deseaba desesperadamente pedirle a Firebrass que reemlazara a Cyrano por ella. O por Ana o por Barry Thom, las únicas otras personas con mucha experiencia. Ambos eran, considerados objetivamente, tan buenos como ella. Pero ella deseaba estar a los controles. Sólo entonces se sentiría tranquila. O tan tranquila como permitiera la situación.

Era probable que Firebrass fuera de la misma opinión. Sin embargo, no lo demostraba, y ella tampoco podía decir nada al respecto. Un código no escrito, de hecho ni siquiera formulado, lo impedía. Era el turno de Cyrano. Ordenarle que entregara los mandos a un piloto más cualificado seria humillarle. Demostraría una falta de confianza, le haría sentir menos «hombre».

Ridículo. Absolutamente ridículo. Toda la misión y un centenar de vidas estaban en juego.

Pese a lo cual, ella no iba a decir nada aunque interiormente pensara que era necesario. Como los demás, estaba ligada por el código. No importaba cuán contrario a la supervivencia fuera. No podía culparle a Cyrano. Además, para ella, sugerir que el hombre fuera reemplazado la avergonzaría a ella también.

Ahora estaban enfrentados a la abertura. No era la fisura en forma de V que habían esperado. Era un círculo perfecto cortado en la pared de la montaña, un agujero de tres kilómetros de diámetro a mil metros por encima de la base. Por él surgían nubes, arrastradas por un viento que, si pudieran oírlo, sería indudablemente «aullante». Cyrano se vio obligado a orientar el dirigible directamente hacia el orificio para impedir ser arrastrados hacia el sur. Pero incluso entonces, con los motores funcionando a toda potencia, el Parseval podía avanzar tan sólo a quince kilómetros por hora.

¡Vaya viento! dijo Firebrass. Vaciló. El aire que surgía por encima de la montaña añadía su fuerza al que soplaba a través del orificio. Y el piloto tenía que confiar en el radar para controlar la distancia de los lados del agujero.

Si las montañas no son más anchas que las que hay a lo largo del Rio dijo Firebrass, podremos cruzarlas más rápido que un perro salta a través de un aro. Sin embargo...

Mordisqueó su puro, luego añadió, entre dientes encajados:

¡Es como entrar por las puertas del infierno!