El rumor empezó como algo insignificante. Una charla en el pasillo, un comentario en la cafetería, un susurro entre clases. Para cuando me enteré, ya era un hecho: nuestra banda tenía una presentación confirmada en el festival del colegio. Ana fue quien nos dio la noticia, reuniéndonos a todos después de clases en el aula de música.
—¿Un concierto? ¿Nosotros? —pregunté, incrédulo, esperando que fuese una broma.
—Exactamente. Nuestra primera presentación será la próxima semana, en el festival de primavera —respondió Ana con una sonrisa tan amplia que casi parecía un grito de victoria.
Luis celebró con un estruendo de baquetas y Alejo lo miró con un brillo en los ojos. Diana, como siempre, sonrió de manera discreta, pero se notaba emocionada. Y yo… yo solo pude quedarme allí, sintiendo que el suelo se movía bajo mis pies. La idea de presentarme frente a todos mis compañeros, de subir al escenario y ser el centro de atención, era algo que nunca había imaginado.
—No te preocupes, Sam —dijo Ana, posando su mano sobre mi hombro, como si leyera mis pensamientos—. Estamos listos para esto. Solo tienes que confiar en ti mismo.
Las palabras de Ana siempre lograban calmarme, aunque el miedo seguía latente. La práctica se volvió más intensa con cada ensayo, cada canción repetida hasta el cansancio y cada ajuste en las letras y en el ritmo. No era solo una banda de estudiantes; empezábamos a ser algo más. Sentía que cada uno de ellos, con su talento y personalidad, aportaba algo especial. Luis, con su energía incansable; Diana, con su precisión y calma; Alejo, con su pasión en la guitarra, y, claro, Ana, con su liderazgo y visión. Era ella quien mantenía todo en armonía, y yo, de alguna forma, estaba comenzando a comprender qué era lo que me había traído hasta allí.
Día tras día, nos quedábamos ensayando después de clases, perfeccionando cada detalle. Empezamos a conocernos mejor, compartiendo historias y bromas entre canciones. Luis siempre tenía alguna broma lista para romper la tensión, y Diana, aunque tímida, soltaba comentarios tan oportunos que todos acabábamos riendo.
—Oye, Sam, ¿qué harás cuando todas las chicas del colegio te miren en el escenario? —bromeó Luis una tarde, mientras guardábamos los instrumentos.
—Probablemente esconderme detrás de ustedes —respondí, tratando de sonar relajado, aunque en el fondo sabía que eso era lo que realmente quería hacer.
Pero Ana no dejaba que mi inseguridad la convenciera. Siempre encontraba la manera de recordarme que tenía algo especial, que mi lugar en la banda era fundamental. Ella creía en mí con una certeza que a veces me asustaba, como si viera algo en mí que ni yo mismo lograba ver.
Finalmente, llegó el día del festival. El colegio estaba adornado con guirnaldas y luces de colores, y la gente iba y venía entre los puestos de comida y los juegos. Nosotros nos reunimos detrás del escenario, revisando los últimos detalles y ajustando los instrumentos. Pude escuchar el murmullo de la multitud al otro lado del telón, y mi corazón latía tan rápido que apenas podía concentrarme en otra cosa.
—Recuerda, solo tienes que disfrutarlo —me dijo Ana, sujetando mi mano por un instante. Su sonrisa fue todo lo que necesité para calmarme.
Cuando salimos al escenario, el bullicio aumentó y sentí cómo los nervios se mezclaban con una extraña emoción. Luis empezó a marcar el ritmo con su batería, y Diana y Alejo se unieron con sus notas, mientras yo respiraba hondo, concentrándome en la primera línea de la canción. Las luces me cegaban un poco, pero, al mismo tiempo, me hacían sentir como si estuviera en otro mundo, lejos de la timidez y el miedo que solían acompañarme.
Abrí la boca y dejé que la música fluyera, permitiendo que mi voz se mezclara con los acordes de la banda. Poco a poco, los nervios desaparecieron, y sentí cómo la adrenalina se transformaba en algo parecido a la alegría. Podía ver a algunos compañeros en el público, pero, por primera vez, no me importaba. No era Samuel, el chico callado; en ese momento, era solo alguien que amaba cantar.
La canción terminó con una explosión de aplausos y gritos, y cuando volví a la realidad, sentí una oleada de satisfacción tan grande que me dejó sin aliento. Ana, Luis, Diana y Alejo se acercaron, rodeándome con sonrisas de triunfo.
—Lo lograste, Sam —dijo Ana, sus palabras apenas un susurro en medio del bullicio.
No supe qué decir, pero no hacía falta. Sabía que había encontrado algo importante en ese escenario, algo que iba más allá de la música y de los aplausos. Había encontrado una parte de mí que desconocía, y supe que, pasara lo que pasara después, siempre recordaría esa noche como el comienzo de algo grande.