Mi corazón se detuvo por unos momentos y volvió a latir más fuerte que la vez anterior.
Era esa mujer, la que vi en las fotos del álbum familiar. La esposa de mi supuesto padre. Ella me estaba observando enfurecida, buscando alguna respuesta que Evliyaouglu nunca le dio.
Tenía mucho miedo, pero a la vez me sentía totalmente aliviada; supongo que ella no iba a consentir esa relación que Emir estaba teniendo conmigo, ya que su hija era su esposa. Era evidente por cómo le gritó. Y eso era algo que me tranquilizaba totalmente, porque por fin tenía la posibilidad y el poder de ser completamente libre. Libre de irme lejos de él, con mi hermano.
—¡Estoy esperando tu maldita respuesta! —presionó en un tono agresivo—. Pero ya veo que no se necesitan muchos argumentos para llegar a una conclusión.
Él ni siquiera se descompuso por su tono amenazador; me sorprendía cómo esa mujer lo había descubierto y él se mostraba indiferente, como si no le importara absolutamente nada, como si ella no fuera nadie y sus reclamos estuvieran de más.
—¿Podemos hablar en privado? —le pidió de una manera calmada—. No grites, estoy estresado.
Rió sin gracia alguna e irónicamente. Ni siquiera ella podía creer lo cínico que era.
—¿De qué estrés estás hablando? ¡Si la estás pasando muy bien con esta zorra!
Abrí los ojos de par en par por ese insulto. Ese insulto que había recibido tantas veces por culpa de él. Primero fue la pelirroja y luego esta mujer. Y en realidad, me estaba cansando de lidiar con esto sin siquiera ser responsable.
Lo que ellas ignoraban es que lo que hice con él fue en contra de mi voluntad; fui usada, ultrajada y pisoteada tantas veces que me convertí en una persona masoquista, mal de la cabeza, que solo quería estar con ese hombre, pero ellas no me iban a entender porque nunca habían vivido lo que yo.
Intentaba alejarme de él, pero no era nada fácil. Emir me había provocado sensaciones que jamás sentí. Era adicta a esa sensación de placer.
La mujer continuó observándome con odio y frialdad; su mirada era intimidante, sus ojos marrones entrecerrados. Acomodó su velo y dejó su bolso en uno de los muebles para acercarse lentamente a mí.
—Espera, ya sé quién eres —concluyó mientras terminaba de estudiar mi rostro—. No te bastó ser la hija de esa zorra —me rodeó lentamente—, te metiste con el esposo de mi hija.
¿Cómo sabía que yo era la hija de Anastasia? ¿Quién se lo dijo? Mi corazón se aceleró cuando noté su intención. Esta mujer estaba a punto de estallar en mi contra. No quería pasar por esto una vez más, no.
—Melek, cállate —ordenó Evliyaouglu airado—. Deberías hacerme caso.
—¡No! ¡Tú cierra la boca! —le gritó—. Cállate, Emir —volvió a mirarme con desdén—. Aprendiste bien de la zorra de tu madre a acostarte con hombres casados... ¿No es así?
Mi respiración era un caos, pero tenía que defenderme.
—No le voy a permitir que me hable de ese modo sin saber cómo fue que pasaron las cosas —intenté que el tono de mi voz fuera seguro y lo logré. Lo que menos quería era demostrar que estaba aterrada por lo que pudiera pasarme.
—¿Acaso yo te pedí que hablaras? —cuestionó con incredulidad—. ¿Planeas justificar lo zorra que eres? Niña estúpida.
—Y usted, ¿quién es para decirme cuándo o no debo hablar, señora? Usted no me da órdenes.
—¡No te atrevas a hablarle de ese modo! —ordenó Evliyaouglu, firme—. No te voy a permitir que le grites así a mi mujer. Lo que sea que tengas que decir, me lo dirás a mí.
¿Acaso estaba loco? Me sentía nerviosa y abrumada, tanto así que tuve que alejarme lentamente hasta recargar mi cuerpo en la pared.
La mirada de sorpresa e incredulidad que le dedicó no pasó desapercibida.
—Admites que te acostaste con ella —era una afirmación—. ¿Te acostaste con la hija de la asesina de Murad?
Evliyaouglu no tenía ninguna expresión en su rostro; solo estaba serio. Era como si las palabras de esa mujer siguieran sin afectarle. Y me miró y me sentí tan pequeña.
—¿Qué es lo que comes que adivinas? —se mofó en un tono sarcástico.
—¿Dónde está su madre? ¿Dónde está esa zorra? ¡¿Dónde está esa maldita perra asesina?! —estaba agitada, colérica, furiosa—. Mi hijo Murad siempre tuvo razón —eso lo dijo en un leve farfullo—. Él no mintió cuando dijo que tú ayudaste a esa asesina. ¡Eres un maldito! —sollozó—. ¡Nos traicionaste! ¡Sabes que nuestra familia durante estos últimos años no ha tenido paz porque esa desgraciada se ha escondido muy bien y los hermanos de mi difunto esposo no han podido encontrarla! Pero tú aprovechas la situación para acostarte con esa zorra. Y no solo eso. ¡En su vientre está creciendo un maldito bastardo! ¡Un maldito bastardo!
Sus ojos se cristalizaron y lentamente su rostro se desencajó en una mueca de dolor ligado con todo ese cóctel de emociones negativas.
—¡Eres una atrevida!
Quería escapar. Después de lo que aconteció con esa mujer pelirroja, le tenía miedo a todas esas mujeres que se relacionaban con ese hombre loco que me mantenía cautiva. No me extrañaba que esas mujeres, de igual forma, estuviesen desquiciadas al igual que él.
—No —se movió rápido para evitar que me fuera y agarró mi brazo con tanta brusquedad que casi provocó que mi cuerpo se tambaleara—. No te vas a escapar de la paliza que te daré, por perra.
Tiró de mi cabello haciéndome lanzar un grito de dolor.
—¡Y tú no te muevas, no te metas en esto!
Me llevó al suelo y caí; el golpe fue contundente en mi cadera y empecé a llorar. Pero Emir no permitió que ella me continuara golpeando. Con ira, tomó a esa mujer por el velo y luego, cuando ella cayó al suelo, tomó su cabello y la giró con facilidad, sujetándola por el cuello.
—¡Desgraciada! ¿Con qué derecho vienes aquí a reclamar si tu hija es una cualquiera?!
—¡¿Estás loco?! —le grité llorando al ver que estaba dispuesto a matarla—. Déjala ir.
Pero él me ignoró y continuó arremetiendo con sus palabras hirientes y amenazas en contra de una señora que podría ser su madre.
Apretó más su agarre y la señora se quejaba intentando apartar sus brazos para que su mano dejara de apretarse en su cuello.
—No soy un asesino, Melek —farfulló iracundo—. Pero por ella lo sería. ¿Te ha quedado claro? ¡No vuelvas a tocar lo que es mío!
Y la soltó de golpe. Ella se inclinó hasta abajo tosiendo e intentando respirar el aire que se le robó y, cuando pudo calmarse, le volvió a gritar.
—¿Cómo te atreves? —quiso abalanzarse encima de él para abofetearlo; sin embargo, él logró controlar sus movimientos sosteniendo sus manos.
—Tranquilízate o voy a revelar ante la tribu que tu hija es una cualquiera —caminó hasta mí y me cedió la mano y, luego, cuando me ayudó a levantarme, me ayudó a sentarme—. No me tientes, Melek, no querrás ver de lo que soy capaz; todavía no me conoces y no te conviene ver las cosas que puedo hacer cuando me propongo ser el villano.
—¿De qué demonios hablas? —intenté alejarme al notar cómo él peligrosamente se acercaba.
—Sabes muy bien a lo que me refiero. No te hagas la tonta.
Se movió lentamente hacia él—. No lo puedo creer, ¡maldita sea! —entrecerro los ojos—. ¡Volvió a verse con ese hombre!
—Así es —concluyó—. Hablemos esto en privado. No querrás que se enteren, ¿o sí? Espérame en la biblioteca; iré en cuanto me desocupe.
La mujer tomó su bolso con las manos temblorosas y ni siquiera volvió a mirarme; solo se limitó a caminar. Estaba confundida. Al parecer, lo que le dijo Evliyaouglu era más delicado, ya que dejó de gritar.
La mujer desapareció de mi campo de visión y Evliyaouglu me tomó del brazo.
—¿Estás bien? —acarició mi mejilla.
Lloré con desconsuelo—. Me golpeé la cadera, Emir.
—¿Sientes dolor?
Negué—. Jamás me había sentido tan humillada en mi vida... Todo esto es tu culpa.
—Ve a tu habitación —ordenó—. Es mi última palabra.
—¿Tienes miedo de que tu suegra les diga a todos la clase de hombre que eres? —insistí en sacarlo de quicio a pesar de la situación delicada que estaba a punto de desarrollarse. Me sequé las lágrimas con violencia y volví a encararlo.
—Me tiene sin cuidado lo que pueda decir —contestó con seguridad—. ¿Crees que soy un cobarde?
—¡Por supuesto que lo eres!
—Dime algo, ¿por qué estás así? ¿Por qué de repente estás actuando de esa manera conmigo? ¿Son tus hormonas?
—No tengo que estar embarazada para detestarte —repliqué—. Tengo demasiados motivos para hacerlo.
—Ve a tu habitación, es una orden.
—¡Tú a mí no me das órdenes! Imbécil.
—Necesito asegurarme de que estés a salvo; no te puedes quedar aquí merodeando por estos pasillos sin asegurarme de que Melek no habló de esto con alguien.
—Estaré a salvo cuando por fin esté lejos de ti.
La expresión de su cara cambió; ya no parecía estar molesto.
—Alek —elevó mi mentón—. No voy a volver a repetirlo... ¡No quiero hacerte daño ni a ti ni al bebé, así que sube por tu voluntad!
Mi corazón latió tan apresurado por lo atemorizada que ese comentario me puso.
—¿Me vas a golpear? Debí saberlo.
—No lo haré; sin embargo, puede que te lastimes si te llevo a la fuerza, ya que eres muy terca. Si de verdad quieres estar a salvo, debes hacer lo que te digo —continuó—. Si esas personas llegan aquí, no voy a poder protegerlos.
Zhera apareció en nuestro campo de visión.
—Bravo, Emir —dijo, cruzándose de brazos—. Mira lo que has provocado.
—¿Fuiste tú?
—No, pero ganas no me faltaron. No lo hice por ella, porque está sentenciada a muerte; sin embargo, no dudes que iba a decirlo si no tuviera que ver con la muerte de Murad.
—¿Sabes quién lo hizo?
—Monica Coslov —reveló—. Ella no está aquí; salió a su día libre y es muy apegada a Melek.
—Mataré a esa mujer, lo juro.
—Lo dudo; ella debe estar lejos de aquí. ¿Crees que ella dejará que la encuentres? Con esa información que le dio a Melek no se fue con las manos vacías.
—Cuida a Alekxandra mientras yo hablo con Melek.
—Debes dejar que se vaya, Emir —le sugirió—. Debes dejarla ir. Melek dijo en la puerta que ya habló con el consejo de la tribu y están en camino.
—¿Ella dijo eso? Ya veo; entonces no hay nada que negociar.
—¿Qué planeas hacer?
—Si Melek entrega a Alekxandra, entonces yo entregaré a su hija, su queridísima mina de oro.
Fruncí el ceño sin entender lo que sea que estuviesen diciendo. No podía entenderlo.
—¿De qué estás hablando? —cuestioné.
Zhera negó, más decepcionada de él. Al parecer, cada día le sorprendía más de qué estaba hecho el hombre que cuidó por tantos años.
—No te incumbe; ve a tu habitación.
Pero no me bastó su respuesta; así que, envuelta por la curiosidad y la desesperación, me vi tentada a insistir.
—¿Tienes que ver con ella? —presioné, ignorando su orden—. ¡¿Planeas hacerle daño a mi hermana?! ¡No te lo voy a permitir!
—Tú siempre tan salvadora, ¡pero eres tú o ella! Y no pienso sacrificarte —tomó mi mentón—. No lo haré. Entiende que nadie va a lograr hacerte daño mientras yo esté vivo.
—No esperaba menos, Emir —habló Zhera—. Te has convertido en el diablo. Te desconozco.
Su comentario lo hizo sonreír con aire de grandeza y su gélida mirada de cielo se posó en su dirección, demostrando una vez más lo aterrador que podía parecer.
—Puedo ser más temido que el diablo cuando alguien intenta tocar lo que es mío, Zhera. No lo dudes.
Zhera lo miró desconfiada y, al escuchar mi sollozo, su atención quedó en mí.
Lloré con desconsuelo al entender que no me libraría de él y que lo único que me quedaba era escaparme. Nada de lo que pasaba podía salvarme de él. Estaba en una posición totalmente difícil. Porque si escapaba, no sabía qué podría pasarme; y si me quedaba, él iba a volverme loca.
—Tengo mucho miedo —confesé aterrada al comprender que esa jauría de lobos podría aparecer en cualquier momento y quitarme la vida sin importarles que estaba embarazada. Toqué mi vientre como si tan solo eso hubiera sido necesario para mantenerlo a salvo, incluso de mi rechazo hacia él.
—Ven —me pidió, abriendo sus brazos para recibirme. Dudé unos segundos, pero lo hice; me dejé envolver por sus brazos y, por primera vez, me sentí completamente protegida por mi verdugo—. Perdóname —los latidos de mi corazón se aceleraron al escuchar esas palabras—. Solo quiero protegerte.
Separó su cuerpo levemente del mío y besó una que otra vez mis labios de una manera superficial sin importar que Zhera estuviese ahí, presente—. No hagas esto más difícil; ve a tu habitación.
—Me estoy volviendo loca —solloce—. Te odio, te odio tanto.
—No me importa; escucha, no me importa que me odies.
—Eres un grandísimo cretino, ¡maldito psicópata! ¡Entiende que yo no te quiero cerca!
Quise alejarme; sin embargo, me apretó más en sus brazos, impidiendo totalmente mi movilidad.
—No te dejaré; ambos sabemos que eso no es lo que quieres. Quieres estar conmigo.
Su tono era tan seguro, como si pudiera pensar por mí.
—¡No! No quiero estar contigo; te odio.
—¿Entonces por qué no te alejas de mí?
Me quedé pensativa en silencio buscando una respuesta en mi cabeza.
—Porque no tengo otra opción —le dije—. Porque juegas con mi mente. Porque no puedo escapar de ti, aún si lo intento.
Desvié la mirada; el pulso se me aceleró; tenerlo así a mi lado, tocándome de esa forma, me debilitaba.
—Entonces, deja de intentarlo porque no lo vas a lograr. ¿Me escuchas? —miró a Zhera—. Llévala y quédate con ella. Voy a tomar una decisión en cuanto hable con Melek.
—Ven, cariño —me guió de una manera delicada—. Debemos ir arriba.
Las lágrimas no tardaron en deslizarse por mi mejilla. Lloré hasta hipar y acaricié mi vientre mientras nos movíamos.
—Ayúdame, por favor —le supliqué—. Ya no lo soporto más; necesito escapar de aquí. Ya no me importa lo que pueda pasar afuera. Prefiero morir antes que estar al lado de ese hombre.
—Debes pensar en tu hijo —me recordó—. Aguanta por él. Hasta que esto se solucione. Te prometo que yo te ayudaré, solo tengo que elaborar un plan y conseguir dinero para ponerte a salvo. Necesito que seas paciente, ¿sí?
—Yo no quiero ser paciente, solo deseo ser libre —estaba desesperada—. Tú no lo entiendes, pero es un infierno lo que vivo.
—Cariño, sé que estás cansada, pero morir a manos de esos hombres es peor que estar aquí. Sé que Emir está loco y que te hizo daño, pero esto no se compara con las cosas horribles que pueden hacerte.
Cuando subí a mi habitación, cerré la puerta. Lo que más deseaba era estar sola, olvidarme de lo descolorida y miserable que se estaba convirtiendo mi existencia. Detestaba estar aquí, detestaba todo lo que tuviera que ver con ese hombre.
No estaba ciega; el deseo no podía destruirme el conocimiento, y me negaba rotundamente a dejarme llevar por este deseo carnal. Debía escapar de esto; eso sería la única solución para salir ilesa de toda esta mierda que por meses había estado soportando.
Debía tener coraje y no quedarme estancada por el miedo. Si me quedaba aquí, estaba segura de que iba a terminar muerta de todos modos, porque si ellos no me mataban, entonces lo iba a hacer yo. Iba a cometer un pecado con mi existencia y la existencia de mi bebé.
Estaba dispuesta a liberarlo de su padre, aun si eso significaba dejar de existir.
(..)
Narra Emir
Maldije tantas veces aquella noche a los ineptos guardias de seguridad por no avisarme quién entraba y salía de la casa. Pero luego me encargaría de ellos; ahora toda mi atención estaba totalmente centrada en Melek Yildiz, esa desgraciada que iba a desear no haber nacido si esos hombres intentaban hacerle algo a mi mujer.
Nunca pensé que este día llegaría; había movido mis cartas con inteligencia, pero no contaba con esa maldita sirvienta metiche. Entré; estaba ella esperándome. Su postura ya no era de una fiera.
—No puedo creer que nos hayas hecho esto —no sabía cuáles eran sus expectativas conmigo y tampoco me importaban; lo único que me importaba en ese momento era la información que diría a continuación. Incluso sus reproches me tenían hastiado; ella sabía que yo nunca hice méritos de bondad, así que no podía entender su drama.
—Deja el drama —le pedí—. Ya me tienes harto. Mejor deja el rodeo y dime, ¿qué diablos fue lo que les dijiste?
Presioné con hostilidad. Yo no era partidario de la paciencia, y ella me la colmaba, la poca que aprendí a tener.
—¡Les confesé todo! Les dije que había encontrado a la hija de esa asesina.
Su confesión me dejó sin palabras y me quedé estudiando la expresión en su rostro; sin duda, estaba disfrutándolo.
—Les vas a decir que te equivocaste —repliqué—. Vas a aceptar que eres una estúpida delante de tus cuñados por haber hecho que perdieran el tiempo viajando. Les vas a decir que no viste absolutamente nada.
—No —negó con la cabeza—. No lo haré; voy a decirles que tú eres un traidor y la empresa estará en manos de mi hijo Murad. No te mereces ese puesto y menos después de lo que hiciste.
—Si yo caigo, tu hija también —dije—. Ese hijo que está esperando, ni siquiera es mío.
—¿Qué?
—¿Crees que Bahar iba a jugar a la casita feliz conmigo después de todo? ¿Eso creíste, suegra?
Palideció ante esa confesión y se dejó caer lentamente en la silla, estupefacta.
—¡Nos arruinó! —gritó—. ¡Esa desgraciada nos arruinó!
Se quedó mirando al vacío, tal vez intentando entender cómo, a pesar de que hizo tantas cosas por amedrentar a su hija, no lo logró. Y ni siquiera podía descubrir quién era ese hombre; ni siquiera yo.
—Alekxandra es la hija de Murad —le confesé—. Es intocable. Debes entender que, aunque hables, jamás le quitarán la vida; puesto que eso la exime de la muerte y le otorga el perdón.
Esa revelación hizo que Melek se levantara y volviera a acercarse a mí.
—¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo dijo? —cuestionó con desesperación.
Fruncí el ceño, buscando alguna expresión de sorpresa; sin embargo, no la pude encontrar.
—¿Tú lo sabías?
Reí sin gracia.
—¡Por supuesto que sí! Sabía que Murad tuvo una hija fuera de nuestro matrimonio. Por eso la quiero muerta, para que no ocupe el lugar de Bahar. La única hija de Murad es mi hija; esa solo es un parásito que estoy a punto de exterminar.
—Sobre mi cadáver.
—¿Así que te vas a oponer?
—Estoy dispuesto a oponerme a cualquiera que intente hacerle daño a mi mujer. Si provocas eso, Bahar terminará muerta, y tú vas a terminar en la calle.
—No lo creo.
—Es tu palabra contra la mía; puedo decir que encontré a la chica y que descubrí que era la hija de Murad y puedo utilizar ese argumento como defensa.
—¿Planeas tomarla como esposa? —inquirió al ver mis verdaderas intenciones brillar en mis ojos.
—Ella es mi mujer, un papel solo sería la confirmación. Además, tiene a mi hijo en su vientre, a diferencia de tu hija, que lleva a un bastardo.
—No por mucho tiempo, Emir —sonrió con malicia—. Ese hijo jamás verá la luz del día. Si tengo que volver a repetir lo que hice hace diez años, no dudes que volveré a hacerlo miles de veces más.
—Esta vez no lo voy a permitir; no voy a permitir que le hagas daño a su hijo, siempre y cuando tú no intentes nada. Sin embargo, intenta jugar sucio y veremos quién es la que pierde.