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Melek Yildiz

Narra Murad

—¡Abre la puerta!— le ordené a Kadir— necesito hablar con nuestro huésped.

El hombre me observó, temeroso; sus manos temblorosas tomaron el candado con rapidez. No quería hacerme esperar; tal vez pensaba que iba a reaccionar de una manera agresiva. ¿Tanto miedo me tenían? ¿Por qué? Solo mataba a las personas que lo merecían.

—¿Por qué estás temblando?— quise saber y, en lugar de darme una respuesta, solo me estudió, al parecer pensando en las palabras que contestaría— no te haré daño si no osas traicionarme.

Le aseguré después, en respuesta a su silencio.

El hombre tragó saliva; ni siquiera me sostuvo la mirada, y no lo culpaba. En los últimos días había actuado desde la ira; sin embargo, yo sería incapaz de hacerle daño a alguien inocente.

—Es por todo lo que ha pasado— contestó, titubeando— los que nos quedamos aquí contigo estamos hasta el final; sin embargo, no sabemos si vamos a morir o a vivir.

—Los dejaré vivir siempre y cuando aprendan a respetar lo que es mío.

Asintió con la cabeza; parecía comprender lo que estaba diciendo, pero había algo en su compostura. No estaba conforme con las cosas que habían pasado; sin embargo, tenía tanto miedo que era difícil expresar lo que sentía.

—Esos hombres que asesinaste eran familiares nuestros— argumentó— incluso me golpeaste hace varias horas solo porque...

—Kadir, sabes que a esos hombres no los maté por nada. Los maté porque tocaron a mi mujer. Y en cuanto a ti, debes entender que mi mujer se respeta, mi mujer no es una prostituta, ¿o sí?

Negó.

—Tienes una esposa en Estambul— replicó, excusándose— todo lo que ellos hicieron siempre lo han hecho. Tú dejaste a esa chica hermosa sola con esos hombres... ¿Qué te hizo pensar que ellos la respetarían? Además, ¿qué les vas a decir a sus familiares cuando se den cuenta de la carnicería que has creado derramando su propia sangre tan solo por una mujer que no tiene que ver con nosotros?

—La tomaré como mi esposa— repliqué— así que, sí, es mi mujer.

—Sabes muy bien que los ancianos del consejo no van a consentir esto. No estamos en la edad medieval y tú no eres un sultán.

Sonreí con malicia. Claro que no iban a consentir esto pero, mientras estuvieran ellos controlando todo, no sería por mucho tiempo porque los Evliyaoğlu iban a caer por su propio peso.

—Pues terminaré con la abolición de esa vieja costumbre cuando tome el poder de la empresa de mi padre. Es una buena idea. E incluso podemos casarnos con varias mujeres herederas y así nuestro poder se incrementaría.

—Esa costumbre no es bien vista en nuestra tribu— replicó— nuestra ley dice que no podemos ser codiciosos porque sería un pecado. No malogres nuestras costumbres.

—Kadir, no puedes tener dos esposas porque tú no tienes los recursos necesarios para mantenerlas. Pero yo sí, y cuando sea el nuevo jefe, las cosas van a modificarse. Tu opinión no es importante porque tu poder es inexistente.

Cuando el anciano abrió la puerta, vi al chico amarrado de pies y manos con una cadena oxidada. Desde que sintió movimiento, él se puso alerta, aún cuando tenía vendados los ojos.

—Llegó la hora de despertar— hablé, fuerte, y el chico empezó a temblar como una verdadera damita. Ni siquiera la chica había llorado tanto como él.

—¡Calla!— ordené, posicionándome de cuclillas— ¿Acaso tu padre no te enseñó que los hombres no deberían llorar?— toqué su barbilla con brusquedad— ¡No llorabas cuando la tocabas! Debería darte vergüenza, Agustín Volcova; incluso tu novia no gritó tanto como tú.

Gruñó en respuesta; lo solté con brusquedad y me incorporé.

—Dale agua— ordené— no queremos que nuestro huésped se deshidrate. ¿Verdad?

—Como órdenes, Murad.

El teléfono vibró en el bolsillo de mi pantalón. Descolgué la llamada tras varios intentos de la persona al otro lado de la línea, cuyo nombre era Dominik. Ese detective. Lo había denominado el hombre más desesperado de Rusia desde que lo conocí; desde un principio, así lo fue.

—Me he comunicado con Agus Volcova— habló— no tengo buenas noticias, Murad.

—¿Qué sucedió?— cuestioné intentando entender qué hizo mal.

—El hombre ya sabe que supuestamente mataste a su hijo— contestó— alguien le envió un mensaje y viene por ti. Debes dejar el lugar donde estás ya que el hombre tiene contactos por todas partes. Abandona y vete a Estambul.

—¿Crees que le tengo miedo?

—Deberías— su tono era preocupado— regresa a la chica, Murad; vete a Estambul y no vuelvas a Rusia.

—Eso nunca— afirmé— nunca la dejaré.

—En eso no quedamos, Murad. Quedamos en que ibas a acostarte con ella y luego la ibas a regresar. Debes tener palabra y regresarla.

—Él no está muerto— revelé— puedo devolverle a su hijo y llegaremos a un acuerdo.

—Pero él cree que su hijo está muerto.

—No lo está— aclaré— solo fue una estrategia para comunicarme con él. ¿Crees que soy un estúpido? Te aclaro que no te voy a devolver a mi mujer.

—¿Tu mujer?— inquirió— es la novia de un mafioso y si crees que ellos te dejarán ir con ella, estás equivocado. Si le tocas un pelo a esa chica, te matarán, ¿me oyes? Así que te sugiero que ya no la toques.

—¿La única que puede impedir que eso no ocurra es la chica? Ni tú ni el mafioso tienen la facultad de decidir a quién me voy a follar.

—Entiende que no solo tu pellejo está en peligro, también está el mío y el de mi familia. Él me amenazó, Murad, me dijo que mataría a mis dos hijos y que mi mujer sería violada tantas veces que quedaría...— ni siquiera pudo decirlo— el punto es que he tenido que mover a mi familia y no sé cuántas veces más lo tendré que hacer.

—Cuando quedamos en el acuerdo no te escuchabas tan asustado; claro, como tus bolsillos estuvieron forrados de billetes— murmuré con ironía— pero debes saber que, si haces un trabajo sucio, hay consecuencias, Dominik. Así como esos billetes que te di, que son muchos, de esa misma magnitud o peor son las consecuencias. Debes pagar un precio muy caro si decides tomar un dinero sucio...

—¿A qué te refieres?— sonaba desesperado.

—Que deberás hacer lo que yo te diga, pedazo de estúpido— dije con autoridad— yo compré tu lealtad y tu silencio; ahora tu vida me pertenece y la de tu familia por igual... Y si le tienes miedo al Zar Cherny, deberías tenerme más a mí. ¿Crees que solo soy un empresario inofensivo? ¿Eso crees, Dominik? Pues lamento decirte que no. Puedo ser tu peor pesadilla, y ¿sabes qué es lo que me hace más peligroso? Que no necesito ser un mafioso para quitarte la vida; lo haría por placer, y eso es más peligroso que la venganza.

—Quiero que me envíes su número a este celular— le ordené— en cuanto esta llamada culmine. Fui bastante claro y te dije que me dejaras hablar con él, pero no; hiciste todo lo contrario.

—Intenté decirle que querías hablar con él; sin embargo, a él ni siquiera le importó; solo me amenazó.

—Y te pusiste a temblar como una maldita mariquita— la furia que me provocaba lo atrevidas que podían llegar a ser las personas no era pequeña.

—No— negó— solo quiero proteger a mi familia.

—Pues te aconsejo que no me traiciones porque si no te mata el zar Cherny, lo haré yo.

—Evliyaoğlu le confesó que tú mataste a Agustín; él creyó que así fue. Al parecer es más inteligente de lo que pensé.

Como si yo no lo supiera. Por supuesto que estaba esperando a que eso ocurriera, era parte del plan. Así lograba comunicarme con él. El plan era que pareciera un asesinato que se tratara de venganza. Yo tenía las pruebas suficientes para incriminarlo después de su muerte. Diría que estuvo protegiendo a esa mujer y se estuvo acostando con su pequeña hija. Y así el padre de Evliyaoğlu no hubiera podido meter sus narices en la nueva elección del director de la empresa por honor y por vergüenza. Sería totalmente expulsado del consejo de los ancianos y de los integrantes de la tribu Takdir.

Emir Evliyaoğlu pensó que me estaba ganando nuevamente y que estaba totalmente perdido. Solo me quedaba hacer una cosa y era presionar al Zar Cherny con su querido hijo, Agustín Volcova.

Me rehusaba a hacerlo. No quería dejarla después de que había fantaseado tanto con ella. Y al fin la tenía entre mis manos. No quería entregar ese bello tesoro y quedarme con las ganas de estar con ella. Quería que fuera mía.

De tan solo imaginar que la oportunidad de embestirla se me podía escapar de las manos, me turbaba por completo porque el tiempo corría y solo lograba que me odiara más que el día anterior por mantenerla cautiva.

Miré su cuerpo desnudo y se me hizo agua la boca; quería probarla, devorarla, hacerla temblar de placer, pero no podía atreverme a tocarla sin su consentimiento. No quería cometer un crimen. Jamás iba a forzarla a estar conmigo, aunque eso significase aguantar la lujuria que envolvía mi cuerpo.

El celular timbró una y otra vez, avisando que Dominik había acatado mi orden. Revisé con rapidez el número del mafioso y lo apunté en la pantalla.

Tres tonos, solo bastaron tres tonos para que alguien atendiera, y cuando eso pasó, no fui yo quien habló primero.

—¿Quién es?— cuestionó esa voz autoritaria.

—Tu peor pesadilla— contesté— así que te aconsejo que me escuches atentamente.

—¿Quién crees que eres para hablarme de ese modo, miserable turco?

—Escúchame bien, si sabes lo que te conviene— ordené— tengo a tu hijo Agustín Volcova; si no haces lo que te digo, lo voy a enviar, pero por pedacitos, imbécil.

—Agustín está muerto y el que te va a cortar en pedazos soy yo— aseveró, muy directo— por eso estás escondido como una rata; pero no te preocupes, Murad Yildiz, yo mismo te mataré con mis propias manos. Seré el autor intelectual de tu muerte y desearás no haber nacido.

—Supongo que ahora debo temblar— me encogí de hombros— por tus amenazas. No lo creo. Todavía no tienes el placer de conocerme, pero no querrás hacerlo. No me tiembla la mano para matar a alguien.

Río.

Le quité la mordaza a Agustín y lo tomé de la mandíbula con brusquedad.

—¡Anda!— ordené— dile a tu padre que estás vivo y cuéntale qué va a pasar contigo.

—¡Papá!— gritó— ¡Ayúdame!

—Ya cállate— y volví a amordazarlo.

—Ya sabes, si no quieres que lo mate, harás lo que yo te ordene.

—¿Qué quieres que haga?

Me parecía increíble cómo su tono altivo había cambiado en un santiamén; ahora se había convertido completamente en alguien sumiso.

—Quiero que mates a Evliyaoğlu.

—¿Por qué no lo matas tú si eres tan valiente?

—Porque no puedo asesinarlo; es un miembro de mi familia, por desgracia. Planeo hacer tantas cosas. Pero no te las diré. Te llamaré pronto, cuando todas las cosas que tengo planeadas empiecen a alinearse. Así que, si quieres recuperar a tu hijo con vida, entonces harás lo que yo te ordene.

Narra Emir

Cumplí mi promesa, así que llamé a la cuidadora de Andrés para que Alekxandra pudiera conversar con su pequeño hermano. Estaba recostado, vistiendo su pijama, que tenía estampados de Buzz Lightyear; esa era su favorita.

Ella le sonrió y le dedicó una mirada compasiva; al parecer no le gustaba para nada verlo así, tan apagado; sus ojitos no tenían el brillo de siempre y su estado no era el habitual. Se veía enfermo.

—¿Cómo estás? ¿Ya te sientes mejor?— preguntó. Lo noté, estuvo a punto de llorar, pero quiso mostrarse fuerte para no dejar caer lágrimas; sin embargo, fue imposible no llorar e intentó limpiarlas rápidamente.

—¿Por qué no vienes?— su tono denotaba necesidad, y noté cómo desvió la mirada; se sentía totalmente culpable por no poder estar con él.

No supo qué contestar, así que me animé a responder por ella.

—Tu hermana no se siente bien, campeón— le sonreí. Y su mirada se encontró con la mía. Quise consolarla, tocar su mejilla y decirle que todo estaría bien, pero me contuve.

—¿Tienes gripa?— esa pregunta hizo que volviera toda su atención a la pantalla— pues dile a Zhera que te prepare un jarabe. No quiero que te mueras como mamá.

El niño tenía miedo; el tono de su voz denotaba temor, como si por su cabeza pasara la idea de verse solo, y era totalmente normal porque no había pasado mucho tiempo desde la supuesta muerte de su madre. Estaba intentando entender el proceso que pasamos los seres vivos cuando partimos físicamente; la psicóloga se lo había explicado; sin embargo, su cuidadora me contó que todavía era muy pronto para superar la muerte de su madre.

Mordió su labio y no pudo detener sus lágrimas; tal vez al recordar cómo la abandonó y la dejó aquí conmigo.

—Eso no pasará— dijo con voz llorosa— jamás te dejaré solo. Te prometo... que en cuanto me cure, iré a verte; solo espera. Jamás te abandonaría, mi niño.

—Te quiero, hermana; ya no llores, ¿sí?

—Y yo a ti— volvió a sonreír— cuéntame, ¿cómo vas en la escuela?

—Hice una amiga; se llama Marie. Ha sido buena conmigo y me ayuda con las sumas y restas.

Frunció el ceño.

—¿Ya te dan sumas y restas?— cuestionó, con confusión. Pero no estaba sorprendido, porque yo mismo me encargué de que así fuera. No quería que Andrés perdiera el tiempo dibujando; quería que aprendiera desde pequeño, a temprana edad. Eso, sin duda, era lo mejor que podría pasarle.

—Sí— contestó muy animado— y me gustan mucho. Son mi favorita.

—¿En serio?

Bostezó y se estrujó los párpados con el dorso de su mano; luego asintió.

—¿Sabes, Alex?— le prestó atención— he soñado con mamá— murmuró con inocencia— la extraño mucho.

—Andrés, hay algo que quiero decirte— dijo en respuesta, pero toqué su muñeca y negué.

—No— pronuncié en un murmullo— no le digas.

Me miró, extrañada.

La cuidadora de Andrés avisó que era hora de su medicina, así que Alek se despidió de él y me regresó el teléfono móvil. Luego me miró inquisitiva, esperando una respuesta de mi parte.

—¿Por qué no me dejaste decirle?— cuestionó al ver que no estaba dispuesto a hablar.

—No podemos decirle que Anastasia está viva— contesté— no es necesario, ya que Andrés se quedará conmigo.

—¿Contigo?— rió sin gracia— no, él no se quedará contigo.

—¿Quién me lo va a impedir? Tengo su custodia. Antes de que Anastasia decidiera morir y desaparecer, ella me cedió su custodia.

—Cuando cumpla mi mayoría de edad, puedo quedarme con él ya que es mi hermano; no eres quien para decidir.

—Alek, no pretendo alejarte de él— intenté explicar— quiero que vivamos tú y yo, juntos.

—¿Vas a obligarme al igual que la primera vez?— su voz sonaba angustiada y me miró con desilusión— ¿estás dispuesto a volver a hacerlo?

No quería obligarla e incluso me sentí culpable al recordar cuánto había sufrido por mi culpa; y cada vez que me lo recordaba, me sentía miserable.

—¿Para qué lo pregunto? Eres experto en eso— expresó con amargura— solo quieres cumplir tus caprichos y alimentar tu estúpida obsesión que tienes conmigo.

—No te alteres— le pedí, intentando ser paciente, pero ella continuó.

—¿Crees que después de lo que pasó entre tú y yo algo cambió?— sus ojos se cristalizaron; sus palabras despectivas estaban haciendo que la bestia quisiera salir. No soportaba su desprecio; quería que volviera a ser esa Alekxandra que me acariciaba, que me besaba, esa Alekxandra sumisa; no esta Alek prepotente. Pero al parecer eso no iba a ser posible porque continuó— cada vez que me tocas me siento asqueada— sus lágrimas se derramaron.

Incrédulo, no dejé de estudiar lo que estaba diciendo. Y mi pecho se contrajo tanto que creía que mis pulmones se iban a quemar por todo lo que ardían. Me agobiaba sentirme de ese modo y no poder mantener bajo mi control mis sentimientos.

—¡No me toques!— chilló, estresada— ¡Quiero que te largues! Desaparece de mi vista.

—No grites.

—¡Todo es tu culpa, Emir! Que no pueda ver a mi hermano es tu culpa— declaró furiosa.

Tragué ese nudo que se instaló en mi garganta.

Pero pensé en algo, y ese pensamiento que invadió mi mente hizo que me detuviera.

—Si no quieres al bebé— mi tono fue serio— eres libre de no tenerlo.

Esa sugerencia hizo que toda su atención estuviera puesta en mí.

—Lo quiero— dijo con voz llorosa— pero detesto que tengas que ser su padre, Emir.

—Lo mejor será que intentes comprender que soy su padre y, aunque no quieras que esté junto a ti, estaré.

—¿Crees que lo que hice contigo anoche fue porque siento algo por ti?— continuó; no sabía qué intentaba hacer, pero si quería lastimarme, lo estaba logrando— ¿Eso crees?

Me quedé en silencio.

—¿Qué demonios te pasa? ¿Estás loca? Hice lo que quería; ya viste a tu hermano.

—Lo hice porque estoy confundida, no es porque esté enamorada de ti. Así que no vuelvas a decir que te quieres casar conmigo. ¿Me has entendido?

—Eso lo dices porque estás furiosa conmigo— pero aunque me maldigas miles de veces más, jamás voy a renunciar a ti— declaré— así que guarda tus energías.

La atraje hacia mí; chilló, y aunque intentó soltarse, no pudo. Toqué su mandíbula en un agarre brusco e hice que me mirara a los ojos.

—No hay nada bueno dentro de mí— miré sus labios; la intimidé y lo supe cuando tembló bajo mi agarre; lo podía sentir, tanto que optó por quedarse en silencio— así que te aconsejo que no intentes provocar mis demonios, Alekxandra.

—No eres más que un cretino— volvió a hablar, mirándome ahora con frialdad— ¿crees que te tengo miedo?

—¿Entonces por qué estás temblando?— lancé, sonreí con aire de suficiencia.

—¿Por qué debería temerte? Dime. Muéstrame qué harás.

—¿Eso quieres?

—Sí, quiero saber de qué más eres capaz.

—Te vas a arrepentir— halé su brazo y la tomé con fuerza. Tuvo la voluntad de enterrar sus pequeños pies en el suelo, evitando que la atrajera hacia mí, pero fue inútil porque mi fuerza sobrepasaba la suya.

—¿Quieres que te castigue?— inquirí, tras enredar mis dedos en los cabellos que crecían cerca de su nuca; mi agarre era brusco— ¿eso quieres?

Gimió cuando incrementé la intensidad de este.

—¿Eres de las que les gusta pelear y luego follar?— el tono de mi voz se volvió más ronco y sus párpados se abrieron con sorpresa. Sus mejillas se ruborizaron en un evidente sentimiento de vergüenza— ¿o planeas deshacer la paciencia que estoy teniendo contigo?

—¡No tienes vergüenza! Eres un hombre sin vergüenza y sin escrúpulos.

—Y tú eres una hipócrita; sí, lo eres— asentí con la cabeza como si mis palabras no hubieran sido suficientes— actúas como una inocente mojigata; ¿olvidas cómo gemías anoche mientras te comía el coño?

Tragó saliva.

—Ah, ahora te quedas callada, ¿no es así? ¿Por qué si tanto te asquea estar conmigo, entonces por qué cada vez que te toco me gimes... así?

Y elevé su mentón y envolví mis labios en los suyos. Me empujó, pero no logró moverme; sus labios no se movían; estaba intentando contenerse ante mis caricias.

—¡Emir!— escuché una voz femenina y tuve que soltarla de golpe a Alekxandra— ¿qué significa esto?

Era la madre de Bahar, Melek Yildiz.

—¡¿Quién es esta mujerzuela?!