Cuando Kain volvió a su casa, el martillo y el yunque en su taller no paraban de sonar. Era un tintineo armónico y constante, de vez en cuando sonaba como si se resbalara. Kain pensó que Mikoto estaba mejorando a buen paso. Por otro lado, la pequeña alborotadora, Tsubaki, estaba durmiendo en el patio, bajo el manzano. Estaba sentada en una silla en un posición incómoda. Kain al verla negó con la cabeza y la recogió en sus brazos. La niña no se despertó, pero como un efecto reflejo se aferró a su cuello y siguió durmiendo. Por otro lado, Kain la llevo a su casa y la recostó en uno de los sillones. Tsubaki tenía una respiración suave, apenas perceptible, pero de vez en cuando roncaba dejando salir unos sonidos similares a los de un cerdito. Kain se reía cuando pasaba eso, ya que la niña fruncía la nariz.
Kain dejo a Tsubaki dormir y después se fue a la cocina a preparar algo para comer. Lo más probable es que su pequeña vecina se despierte en unos minutos más y con su usual desvergüenza, le pregunte por comida. Mientras Kain preparaba algo, a los pocos minutos llego Mikoto. Hoy solo llevaba su hakama y su sarashi, sobre ello ocupaba un delantal de cuero y utilizaba una pañuelo para amarrarse su largo cabello oscuro.
Por el color de la piel y las marcas en el borde de las tetas, Kain pudo decir que ese hakama estaba demasiado apretado. Mikoto agacho la cabeza y se cubrió mientras se sonrojaba. Kain sonrió y se dedicó a cortar las verduras para preparar la comida.
-Hola, Mikoto- dijo Kain -ese hakama está un poco apretado, te harás daño-
Mikoto miró una vez hacia abajo y solo negó -no se preocupe, está bien así-
-Bueno, como quieras, pero te harás daño-
Mikoto miró a Kain mientras cocinaba, después miró hacia sus tetas otras vez y se acercó.
-Si no le molesta- dijo Mikoto -puede decirme como se hace-
-No hay problema- respondió Kain como si nada. Se lavo las manos con agua y se las seco con un paño de cocina. Después se dio la vuelta para mirar a Mikoto.
-Permiso- dijo Kain y estiro sus manos para soltar el sarashi conformado por una larga tela blanca, continuo -mi esposa también utilizaba este estilo de vestimenta. Ella decía que para que un sarashi estuviera bien puesto, debía ser capaz de pasar su dedo índice entre la tela y la piel, claro, sin tener que forzar su paso-
Las enormes tetas de Mikoto quedaron poco a poco al descubierto. Ella nunca pensó que esto llegaría tan lejos, se sentía avergonzada, pero al ver que Kain no estaba incomodo ni excitado, pensó que no era la gran cosa. A lo mejor, era solo ella que pensaba que estaban haciendo algo indebido. Por otro lado, Kain bordeo a Mikoto y le fue recolocando el sarashi desde las costillas hacia arriba. Pudo apreciar que las tetas de Mikoto, no solo eran grandes, también eran firmes. Parecían dos monticulos apuntando hacia adelante. Trato de mantener la calma para no molestarla, pero si dijera que no estaba excitado, sería un mentiroso ¿Cuántos años habían pasado desde que vio unas tetas tan buenas?, muchos, es lo que pudo pensar. El problema es que como estaba acostumbrado a ayudar a Maaya con estas cosas, lo hizo como un reflejo involuntario. Solo ahora se dio cuenta de que la había cagado.
Al poco rato después, Kain termino de colocarle el sarashi. Por su parte, Mikoto lo miraba de manera especial, más allá de lo que una discípula debería mirar a su maestro ¿Pero quién la podía culpar? Desde que su marido las dejo, no le había dado de comer nada a su sexo. Ahora que un hombre guapo y alto la tocaba, sentía que no solo su boca se le hacía agua. No obstante, las cosas no pudieron progresar más.
-Kain, tengo hambre- sonó una voz infantil. Era Tsubaki que entraba a la cocina mientras se rascaba los ojos. Tenía un mechón levantado y una cara de sueño.
Como un acto reflejo, tanto Kain como Mikoto se separaron.
-¿Paso algo mamá?- pregunto Tsubaki mientras llegaba frente a su madre.
Mikoto la tomo en brazos y le pregunto -¿Por qué lo preguntas?-
Tsubaki le puso su mano sobre la mejilla derecha y le respondió -tienes las mejillas rojas y la cara caliente ¿Tienes fiebre?-
-No, para nada- respondió Mikoto -debe ser el efecto del fuego de la fragua-
Después de eso, Kain, Mikoto y Tsubaki comieron en un ambiente un tanto incómodo.
-o-
Al día siguiente, una pareja de aventureros se dirigía a la torre de Babel. Uno era un alto elfo de cabello blanco y la otra era una mujer de apariencia asiática y cabello oscuro como la noche. Por un lado, él caminaba con la soberbia y la confianza que solo tienen los poderosos guerreros. Por otro lado, ella caminaba detrás de él con un andar sutil mientras le seguía el paso. Más que una compañera de aventura, parecía una esposa sumisa, de estas jóvenes aristócratas que nacieron para casarse con los primogénitos de otro clan. Estos eran Kain y Mikoto. Esta última al escuchar los planes que tenía Kain, insistió en acompañarlo. No obstante, aunque caminaban sin hablar, se podía sentir la incomodidad entre ambos. La situación de ayer los hizo consientes del otro.
Pero dejando de lado la complicada situación, Kain miraba las extensas calles de Orario. Estaban un poco frías, el sol recién estaba saliendo, los comercios estaban cerrados, pero aun así, los aventureros se dirigían en grandes grupos al calabozo. Por lo menos, en tres cuadras, se podían contar unos cien aventureros.
Una vez que llegaron a la plaza que antecedía a la torre de Babel, Kain se detuvo y miró a Mikoto -¿Tienes todas tus cosas?- pregunto
Mikoto al mirarlo a los ojos se ruborizo, asintió en silencio y trato de concentrarse en el momento. Levantó su rostro y puso una cara de guerrero, muy diferente a la de la damisela de hace un momento.
Kain al verla tan decidida, asintió complacido y le dijo -vamos, iras a la vanguardia como hablamos y te daré soporte-
-Como usted diga, maestro- respondió Mikoto en un tono serió
Después de eso se adentraron en el calabozo y poco a poco fueron alejándose de los otros aventureros. Muchos se quedaban en la entrada esperando a sus colegas, otros eran novatos y sus fuerzas solo alcanzaban para vencer a unos pocos enemigos. Llevando una media hora de exploración, entre pasillos de tierra y roca sólida, solo se escuchaban las pisadas de Kain y Mikoto. Al girar en una esquina del primer piso, llegaron a un pasadizo custodiado por un pequeño kobold.
Mikoto se paró por delante de Kain y con un gesto diestro, desenfundo su katana y la empuño con ambas manos. Kain por su parte pudo sentir el cambió en Mikoto. Antes quedaban algunos rastros de la damisela consiente del sexo opuesto. Ahora, solo quedaba el guerrero.
Mikoto se acercó manteniendo su postura con su espada hacia adelante y los brazos firmes pero relajados. Avanzaba un paso a la vez esperando el inminente ataque del Kobold. A su vez, medía la longitud de su espada y la distancia que los separaba. El kobold comenzó a correr en cuatro patas y de repente salto para pillar desprevenida a su presa. Al mismo tiempo, Mikoto paso por el lado y realizo un corte horizontal hiriendo al kobold en el estómago. El kobold cayó al suelo y casi al instante se desintegro dejando una piedra purpura y cristalina.
Kain asintió y saco una katana de su anillo. Camino hasta Mikoto y de paso recogió la piedra purpura -tu técnica es buena- dijo -pero eres demasiado rígida-
Mikoto asintió sonrojada, pero algo cabizbaja, esperaba impresionarlo. Después recordó que este elfo entreno a los tres mejores aventureros de la familia Hera. No obstante, aunque agacho la cabeza apenada, sintió un cálido tacto en su cabeza.
Mientras Kain le acariciaba la cabeza, le dijo -no te preocupes, te daré unos punteros y con eso mejoraras. Claro, si quieres llegar más allá, dependerá de ti-
Mikoto levanto su rostro y lo miro a los ojos -entiendo, no te defraudare- dijo la guerrera
Después de eso, empezó un largo avance por los pasillos hasta llegar a la escalera. En ese lugar se volvieron a encontrar con una gran cantidad de aventureros. Unos iban subiendo y los otros iban bajando. El estado en el que estaban era totalmente opuesto. Mientras los que iban bajando estaban descansados, limpios y llenos de energía, los que iban subiendo eran todo lo contrario. Daban la impresión de haber ido a la guerra, tenían vendajes y suciedad por todas partes.
Kain y Mikoto siguieron su camino mientras esta última iba elevando su nivel de esgrima. Kain noto que Mikoto era un mujer bastante perspicaz en lo que se refiere al combate, solo unos cuantos pasos por detrás del trio de idiotas. Por otro lado, Mikoto atesoro cada lección que le dio Kain, cada palabra de sabiduría que compartía. Cada vez que le daba un ejemplo se esforzaba por quemar esa imagen en su retina. Los movimientos de Kain eran veloces para Mikoto, incluso si él trataba de ralentizarlos al máximo. No obstante, la explicación de Kain era sencilla y fácil de asimilar. Mikoto llego a pensar que incluso su hija podría haberlo entendido.