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EN LA OTRA PUNTA DEL MUNDO

Era una tarde tormentosa en el poblado, llovía a cántaros y bastaba con quedarse un segundo al aire libre para que el agua calase hasta dentro del cuerpo. Aunque la temperatura era fría, como habitualmente.

Corría el rumor de que cuando había tormenta era porque el jefe de esa aldea estaba desahogándose en sus penas con rabia, y arrollando todo lo que viese a su paso. Y así era, la gente desconocía el motivo de su enfado, tampoco les convenía saberlo, ya que eso podría incluso provocar una inundación. 

Ahí estaba Harald, tirando todo lo que encontraba en su salón, arrancaba los trajes de las perchas, gritaba a los cuatro vientos, lanzaba vasijas por los aires... Sus sirvientes huían despavoridos y por temor a salir heridos.

Entonces, uno de los portones de hierro que llevaba a esa sala se abrió chirriando lentamente. Harald se mantuvo en silencio, pues se quedó perplejo por la visita.

Se trataba de la anciana del pueblo. Agda. Siempre llevaba consigo un aire misterioso, como si supiese algo que nadie en el mundo sabe. Aunque iba encapuchada se distinguía su rostro, que indicaba que debía de tener más de setenta años. Dos mechones del color de la nieve sobresalían a los lados de la capucha. Llevaba un vestido marrón castaño desgastado y largo, que lo cubría el poncho negro que le llegaba hasta los pies. Por alguna extraña razón, ella estaba seca, ni una gota impregnada en sus prendas.

Al quitarse la capucha para saludar cortésmente a Harald, se descubrieron sus ojos, eran negros y profundos, como si al fondo de ellos se pudiese encontrar el misterio de los misterios. Su tenue voz habló:

- Harald, debe acompañarme, siento interrumpirle y no darle explicaciones, pero esto ha de hablarse en privado. 

- Ahora no puedo, estoy ocupado con cosas de la aldea - Respondió cortante.

- Esto es de suma importancia. - Replicó ella.

- Si es tan importante, dígamelo aquí.

- Señor, escúcheme, - Agda cambió su voz totalmente y abrió los ojos como platos - Esto no puede esperar, nos tenemos que ir a mi cabaña ya. Le repito que este es un tema muy privado y personal, de hecho me sorprende que todavía no sepa de qué se trata.

Harald abrió los ojos con mucha atención.

- Sigo sin saber de qué se trata. Pero sospecho algo.

Finalmente la anciana logró convencer al jefe, este se abrigó y salieron afuera. La tormenta amainó un poco, pero dio paso a una fuerte nevada, aún así no se detuvieron y marcharon hasta la cabaña de Agda, la cual estaba a las afueras del poblado, dentro del bosque que rodeaba la aldea.

A medida que iban avanzando las cabañas de la aldea escaseaban hasta que solo quedaban unas desperdigadas abandonadas y destrozadas.

Cuando llegaron al pie del bosque, Harald se detuvo, se negó a pasar entre la penumbra, pues lo único que les podía servir de faro era la luna y las estrellas, que parecían que alguien desde arriba había derramado un bote de sal y sus granos se habían caído quedando todos repartidas por el cielo.

Agda, al ver el temor de su líder empezó a pronunciar unas palabras incomprensibles para el oído humano. Tras decir la última palabra, ante ella se generó lentamente una esfera de luz blanca que desprendía pequeños destellos cada cierto tiempo. La anciana cerró los ojos con tranquilidad y tras suspirar profundamente los volvió a abrir, así se vinculó con la esfera flotante.

Al ver esto, Harald se quedó aterrorizado, dio unos pasos atrás por precaución, él sabía que en algún tiempo remoto se utilizaba la magia, pero su padre que también lideró la aldea la prohibió por el abuso que se estaba recibiendo de ella. Por eso ordenó quemar todos los libros que albergaban ese contenido junto a ya las pocas personas que seguían empleando la magia. 

Pero Agda, siendo en aque pasado una mujer de treinta años más o menos, logró escabullirse de las llamas junto a algunos restos de libros que seguían intactos. Y desde ese momento mantuvo ese secreto en su cabaña, sin que nadie se enterase y creando ella misma el rumor de que estaba loca.

- Puede que tengamos una charla sobre el destino de los libros que aguardas aún en tu cabaña cuando acabemos con este tema.

Dicho esto siguieron camino adelante, adentrándose en el bosque. Distintos sonidos de aves e insectos nocturnos llegaban a los oídos de Agda y Harald, se podría decir que era incluso agradable si no fuese por los aullidos de los lobos que se oían a lo lejos.

La luna brillaba más que nunca. El jefe no pudo evitar comparar la luz deslumbrante de esta con los ojos de Milie, la joven más bella de aquella aldea, pero aún no se ha llegado hasta el punto en el que debe ser mencionada.

Después de un rato llegaron a una pequeña cabaña de madera oscura, la cual estaba escondida entre los árboles. Aunque no lo estuviese parecía estar abandonada debido a que algunos tablones estaban tirados por el suelo, y lo que parecía ser el hogar estaba muy descuidado. Al lado de la casa había un árbol que debía tener más de cincuenta años, estaba muy frágil aunque aún soportaba un columpio que colgaba de él. Esto indicaba que ahí habitó el alma de un niño inocente.

Subieron unos peldaños que llevaban a la puerta delantera de la cabaña, los escalones crujían, recordaban a alaridos de almas perdidas entre la madera. En la puerta se encontraban algunos agujeros dispersados por esta.

La anciana sacó de dentro de su bolsillo un aro del tamaño de una cabeza del que colgaban cerca de cien llaves que tintineaban cuales campanas haciendo un estruendoso ruido, ambos se quedaron paralizados durante unos segundos temiendo que lo hubiesen escuchado los lobos, pero la suerte estuvo de su lado. 

Entre todas las llaves escogió una que tenía incrustada una barra de metal dorada en la que había una descripción con símbolos desconocidos para la raza humana. Metió la llave en la cerradura, detrás de la puerta empezaron a sonar pequeños golpes, como si alguien o algo estuviese quitando todos los pestillos detrás de la puerta. Finalmente está se abrió con un crujido lentamente y produciendo escalofríos en la espalda de Harald.

Agda, acostumbrada a ese episodio avanzó en la penumbra de la cabaña, guío con un suave movimiento a la esfera de luz haciendo que se colocase en el centro del salón. Este, al igual que la llave era de lo más peculiar: carecía de mesas, sillas y camas. Pero las paredes estaban llenas de estanterías con diversos libros antiguos, cuernos de diferentes animales, bocetos de paisajes incomprensibles y abrigos de muchos tipos de pelaje.

Agda se sentó en un escritorio de madera casi podrida, en ella había un libro de tamaño colosal que ocupaba casi toda la mesa, un tintero y una pluma plateada. 

La anciana casi automáticamente, cogió su pluma suavemente, la mojó en el tintero y empezó a escribir. Harald, sin encontrar una silla en la que acomodarse, se quedó ahí, esperando a que Agda empezase la conversación. Pasaron unos interminables minutos hasta que esto pasó.

- Señor, ¿le suena " La desgracia del niño"? - Preguntó conociendo la respuesta. 

Harald no respondió, pero no pudo evitar dejar caer unas lágrimas al recordarlo.

"La desgracia del niño" Fue un hecho que ocurrió hace diecisiete años, en aquella aldea: Después de casi un año intentando tener un bebé, Elena, la esposa de Harald en aquel entonces, quedó embarazada. Al pequeño decidieron llamarlo Ivar, como su abuelo. La familia rebosaba felicidad, pues la paciencia les había compensado con un niño tan simpático y adorable, que hasta el que dice no tener corazón, se ablanda al verlo. La aldea parecía más tranquila desde el nacimiento de Ivar. Aunque toda la felicidad se desvaneció en menos de tres años.

Un día, cuando el chiquillo tenía apenas dos años recién cumplidos, le estaba dando un paseo su madre, saludando a algunos aldeanos y haciéndole monerías a Ivar. Un monstruo de tres metros, cuernudo, y de color negro apareció de la nada, sin pensárselo dos veces, devoró al pequeño dejando a Elena con sus brazos vacíos.

Ante este hecho, la gente buscó por todos los poblados de la zona al pequeño. Pero no se obtuvo más información de él ni de aquel cruel ser que había arrebatado la esencia de la aldea.

Elena y Harald quedaron destrozados ante el suceso. Elena no aguantó más y un mes después se quitó la vida ahogándose en un río.

El jefe no sonrió ni una sola vez después de quedarse sin lo que más amaba, su vida se volvió gris y la de casi todo el poblado también. Harald se inventó el rumor de la tormenta para no ser interrumpido por nadie mientras estaba en mitad de sus ataques de rabia, cuyo origen era siempre el mismo: Su familia.

Desde entonces es llamada "la desgracia del niño" cuando una familia no ha podido tener un bebé.

- Veo que sí, - interrumpió los pensamientos de Harald la anciana - bien, estuve investigando durante años sobre aquellos seres, y, según dice aquí - Agda volvió unas páginas atrás en aquel manuscrito y señaló un dibujo del ser que se llevó al hijo del jefe. - Estos monstruos son seres llamados "Zhilaks" y se dedican a visitar los mundos del universo, teniendo en cuenta que hay billones y billones de mundos paralelos y no paralelos al nuestro, es muy poco probable que puedan llegar a visitar este, y no son muy abundantes en el universo. 

Harald estaba expectante, solo miraba el aterrador dibujo del monstruo y los símbolos que le rodeaba y que solo la anciana entendía. 

- Pero hay más, aquí relatan que los Zhilaks hacen esto por una razón, son enviados por alguien superior que les advierte que deben hacer un cambio para cambiar el destino del universo. 

- Entonces... Si se llevaron a Ivar...

- Fue por una razón, tiene que cambiar algo para que el universo pueda volver a fluir como siempre ha hecho...

- ¿Volverá cuando lo consiga? - Harald estaba intentando disimular inútilmente una sonrisa.

- No lo sé, tal vez para que el universo esté de nuevo en armonía él se tenga que quedar en otro lugar. Y si no fuese así, arreglar un desperfecto en el universo no es algo que se pueda hacer de un día para otro, es cuestión de años o incluso décadas.

- Pero hay algo que no encaja para mí, ¿Por qué no averiguó sobre los Zhilaks antes? Han pasado diecisiete años...

- Ahí es donde quería llegar, en el libro habla sobre una excepción: " ... Pero si sin embargo ese Zhilak ha confundido a algún ser con otro, este mismo ser deberá ser ejecutado por su error, ya que podría cambiar el destino del universo negativamente. Otro Zhilack se ocupará de cambiar al engendro equivocado por el correcto, y se le enviará una señal a todos los seres que pueden llegar a tener algún contacto con los Zhilaks para recibir al ser que ha sido erróneamente elegido." - Agda miró fijamente al jefe con misterio en sus ojos - Esto lo leí hace años, pero fue ayer cuando percibí ese mensaje. Fue en un sueño, y vi a un Zhilak por primera vez.

- ¿Qué pasaba en el sueño?

- Parecía que un Zhilak se había escapado y se había llevado a tu hijo, que curiosamente seguía siendo un bebé, estaba dispuesto a demostrar que no se equivocaba. Aunque ahora parece que Ivar está en nuestro mundo, no sé en qué parte de él, el sueño no lo especificaba.

Unos minutos de silencio definieron que Harald pensaba y meditaba con mucho detenimiento. Agda seguía sin despegar la mirada de él, esperaba su respuesta, aunque no podía adivinar por primera vez cuál iba a ser. Tras este silencio el hombre habló:

- Tenemos que ir a por él, ya.

- He de recordarle lo inmenso que es el mapa. 

- No importa, sé que lo encontraremos. - Harald estaba decidido

- Pero nos costará semanas o incluso meses, y yo no podré aguantar tal viaje.

- No hay necesidad de que vengas, sé lo que debo hacer. Y ordenaré a la mejor flota para que me acompañe.

- Está bien, - Accedió Agda - Pero deja que te dé un artilugio que igual te será de suma ayuda. 

Agda se levantó lentamente de su silla y fue a por una de sus estanterías, sin dudar agarró un broche del tamaño de una margarita con la forma de una flor de lis dorada, en la parte de abajo se encontraba una inscripción de símbolos como todos los que Harald había presenciado hasta ahora. 

- Ten, - la anciana le tendió la mano con el broche en ella - la flor de lis brillará cuando estés cerca de tu destino, pero para ello la debes de llevar puesta siempre, para que pueda leer tu misión dentro de ti.

Con estas palabras la mujer le dió el broche y acto seguido suspiró. Cuando Harald fue a agradecerle el obsequio, la anciana de había esfumado. Se encontraba solo en la cabaña.

lo siento LO SIENTO por tardar tanto en subir este capítulo, he estado muy muy ocupada todo este mes, lo siento de verdad. He visto que ya le han echado una ojeada a mi libro cerca CIEN personas, no me lo esperaba AAAA.

Es que en verdad yo estaba pasando todo el libro a digital solo por diversión, pero no me esperaba q 120 personas se hayan metido en él. guau. Graciasssss

Actualizo, lo han visto ya casi 200 personas AAAA

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