Rosina observó cómo la manada de la Corona de Sable caía en ruinas. Miró más allá, donde se podían ver las casas de la manada de las otras manadas.
—¿Debería atacarlos o hacer que me sirvan? —murmuró Rosina mientras se frotaba la barbilla. Luego sintió una presión debajo de ella cuando una enorme roca fue lanzada hacia su dirección. Intentó evitarla, pero su ala izquierda fue golpeada.
—¡Ah! —exclamó Rosina, y comenzó a caer en espiral hacia abajo. Se aseguró de aterrizar segura en el suelo. Miró de dónde había venido la roca, pero se sorprendió al ver quién estaba frente a ella.
«¡Draco!», pensó Rosina conmocionada. Le sorprendió ver a su pareja, junto con sus tropas. La estaban rodeando.
—¿Dónde está Rosina? ¡Sé que la tienes! —gritó Draco y dio un paso adelante. Sus tropas estaban en posición ofensiva en caso de que Rosina atacara.
Rosina inclinó la cabeza confundida y se dio cuenta de que Draco no la reconoció. No le importó, ya que su apariencia era completamente diferente.
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