Bai Zemin abrió ligeramente los ojos y a través de sus pestañas vio un cabello blanco como la nieve desplazándose sobre su pecho. Al mismo tiempo, la sensación suave y húmeda de un par de delicados labios carnosos brindando afecto a su torso superior enviaba escalofríos directamente a su cerebro.
—Realmente necesito acostumbrarme a tu nuevo aspecto —dijo mientras extendía su mano derecha.
La belleza que lo inundaba con su afecto se detuvo por un momento al escuchar su voz y sentir su gran mano acariciando gentilmente su sedoso cabello.
Un par de ojos más azules que el cielo y tan expresivos como un millón de palabras se clavaron en sus ojos rojos como la sangre. Aquellos ojos tan preciosos como zafiros escudriñaban los suyos, tratando de encontrar la más mínima emoción negativa.
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