Un comunicado había hundido la zona en el silencio inquieto, de miradas frecuentes desde los ventanales cubiertos por telas que permitían dar paso a la luz.
--No entiendo porque no puedo tener mi espada. --Refunfuñó, golpeando la roca cercana con el pie.
--Ya te dije, ver a un niño con un arma no es algo que infunda tranquilidad.
--No soy un niño, soy un guerrero. --Admitió orgulloso, levantando la mirada para observarla.
--Hoy serás un niño, mañana puede que sigas siendo un guerrero. --Volteó nuevamente, solo para encontrar que todo continuaba siendo igual en la lejanía.
--Al menos puedo quedarme con mi cuchillo. --Dijo, haciendo ojos de cachorro herido.
--No --Respondió de inmediato, no dejándose manipular por el astuto chiquillo--, sin armas para ti.
--¿Y si las necesito?
--Si eso ocurre, significará que estoy muerta. --Le miró, solemne como solo ella podía representarlo.
Lork calló, no tuvo palabras para refutar la fatídica afirmación de la dama, sintiendo que por esta única ocasión cedería ante ella y su versión de las cosas.
--Llegamos, será mejor que te comportes --Advirtió Fira antes de golpear la puerta tres veces--. Hola, señor Wuar --Dijo al ser abierta--, disculpe, señora. --Corrigió al ver la delgada silueta de Elisa.
--Oh --Sonrió con sorpresa--, señora Fira, es nuestro honor tenerla en nuestra casa. Por favor, adelante.
Fira y Lork ingresaron con calma por el umbral de la entrada, permitiendo que su vista se aclimatase a la oscuridad, vislumbrando a los dos infantes que con curiosidad miraban al pequeño niño.
--¿Podría preguntar a qué debo su visita? --Su tono fue cortés y respetuoso, con un acento distinto al muchas veces empleado por los Kat'o. Le sonrió al niño, quién observaba con desinterés los alrededores.
--Al igual que en la vez anterior, he sido enviada para brindar protección a su familia. --Respondió, sin perturbar su solemne expresión.
--Pues he de darle mi más sincero agradecimiento, señora Fira.
--El agradecimiento debe ser dirigido a nuestro Barlok, él es quién se preocupa por la seguridad de la familia Wuar. Yo solo soy el instrumento de su orden.
Elisa sonrió por fuera, pero por dentro experimentó sentimientos complicados, algo recurrente cuando el hombre joven que gobernaba Tanyer era mencionado.
--Espero pueda expresar entonces mi agradecimiento.
--Lo haré gustosa.
--Madre, escuché ruido...
La voz susurrante y tranquila de una fémina envolvió las cercanías, permitiendo que Fira llevará su mirada a la silueta delgada de la joven al pie del estrecho del pasillo. Quién se encontraba arropada por un vestido gris opaco que le llegaba hasta debajo de las rodillas, un pantalón de cuero y unas botas de cazador desgastadas.
--Dama Nina. --Saludó cortésmente.
La hija mayor de los Wuar asintió con calma, volteando para regresar a su habitación.
--¿Gusta una bebida caliente? --Interrumpió el silencio, no queriendo que la bella dama malinterpretase a su hija.
--Por supuesto. --Sonrió.
--Yo prefiero líquido frutal. --Intervino Lork, causando que ambas damas lo mirasen, con expresiones completamente distintas.
--Lork, te advertí que te comportaras.
Tronó la boca, insatisfecho por no conseguir lo que deseaba, pero, incluso con la molestia, no se atrevió a responder, temiendo que su boca lo traicionase. Bastian y Viviana comenzaron a reír, complacidos con la actitud del recién llegado.
--Lo lamento, pequeño, pero no tengo extracto de frutas. --Su cálida sonrisa hizo sentir al infante extraño, pero no de una mala manera, no obstante, continuó mostrando la indiferencia en su mirada.
Caminó un par de pasos, acercándose a la dama de cabello platinado.
--¿Quién es el niño? --Preguntó cerca de su oído para evitar que los pequeños la escuchasen, una acción que no sirvió a ojos de Lork, ya que él pudo escuchar con gran detalle sus palabras.
--El protegido del Barlok. --Respondió, no muy dispuesta a compartir más información, pues ni ella misma conocía la verdadera posición del infante.
∆∆∆
En las cercanías del patio trasero del palacio, justo al lado de los tres árboles de hojas rojas, un grupo que rondaba entre los cincuenta a setenta individuos se encontraba reunido, en su mayoría portando vistosas armaduras completas de color azabache, sin distinciones complementarias.
--Los ancestros miran y aprueban nuestros actos, hermanos míos --Dijo Mujina en un tono extraño, gutural y animalesco, que a oídos de extraños sería difícil de entender. Tragó saliva, caminando de un lado a otro mientras inspeccionaba con la mirada a los presentes--. La maldición ha sido casi destruida de nuestro pueblo, la verdadera sangre corre nuevamente por nuestros cuerpos y hemos de estar agradecidos con Trela D'icaya --Concordaron al afirmar con la cabeza--. Hemos jurado servirlo en la vida y en la muerte, ser suyos hasta que las cadenas de la existencia misma sean destruidas, y así como la alta divinidad impuso la maldición a nuestra especie por la desobediencia, la benevolencia de Trela D'icaya nos permitió recobrar nuestro honor... la batalla que se acerca, hermanos míos, es nuestra prueba, el momento de mostrarle a Trela D'icaya que somos de utilidad, que su decisión de permitirnos servirle fue buena, que nos merecemos la segunda oportunidad que nos ha concedido.
Las tres damas pintadas de forma amorfa en los brazos con tonos rojizos caminaron al frente con un cuenco en sus manos, comandadas por un hombre de traje ceremonial abierto en la altura de su pecho, barba larga y rayas negras decorando varias partes de su rostro, abdomen y cuello.
--La sangre de Zeer ha vuelto a nosotros --Dijo el sacerdote después de un lapso de silencio, con un tono más calmo, pero igualmente inentendible para los extraños-- por manos de Raina (Gran) Trela, quién oyó nuestros rezos para perdonar la transgresión de los ancestros... Adelante.
Las tres damas se acercaron a cada uno de los presentes, pintando sus rostros con el material compuesto al interior de los cuencos en sus manos. Haciendo líneas largas, pequeñas, círculos o figuras con significados profundos de su propia especia con la ayuda de las yemas de sus dedos.
--Los envidio, pero mi corazón sonríe de alegría al poder presenciarlo, hermanos míos --Respiró profundo, recuperando la solemnidad que su título obligaba--... Juro brindar en la gran fogata y escupir al cielo, juro bailar y vengar la caída, prometo conservar el honor de nuestro pueblo y nunca traicionar la verdadera sangre. Hermanos míos, que la bendición de Zeer siempre les pertenezca. --Se tocó la frente con cuatro dedos, retrocediendo tres pasos para darle nuevamente el protagonismo a la Sicrela de su raza.
--En la vida y en la muerte --Comenzó con ligero titubeo, eran escritos sagrados de su pueblo, que no habían sido ocupados en siglos, por lo que tenía miedo de interpretarlo mal. Los casi setenta individuos repitieron sin error las palabras de la dama con una raya blanca horizontal cruzando su nariz y tres pequeños círculos decorando sus mejillas--, con espada o sin ella hemos de pelear. En vida servir con devoción, en muerte acompañar con honor. Zeer el siempre confiable, avisa nuestra victoria, E'la, la Más Grande de Todas guía nuestros movimientos, bendice nuestras armas y maldice a nuestros enemigos... En la vida y en la muerte somos islos, islos de carne, islos de sangre, islos de corazón... ¡¡Por Trela D'icaya!!
El estallido de fuerza fue tal que por un momento el cuerno de aviso fue ignorado.