No había más que silencio, las flechas habían descendido, golpeando las hojas y ramas de los árboles, no obstante, la táctica no fue percibida como exitosa, pues, aquellos que advertían ser enemigos no se mostraron en escena, ni sus cuerpos inertes.
--¡De nuevo!
Otra ronda cubrió el cielo estrellado, pero al igual que la anterior, el ataque fue inefectivo, avivando las llamas de cólera en el corazón del general.
Tal vez fue la alta confianza o las ganas de demostrar su valía, pero un osado arquero repitió la fórmula, desatando poderosos proyectiles a los caballos y jinetes de la caballería de los invasores, siendo imitado por sus compañeros cubiertos por la oscuridad de la noche.
El relincho, los golpeteos de los enloquecidos animales, que con las riendas intentaron tranquilizar, pero el ánimo de esos bellos y entrenados equinos no era para nada óptimo, habían sido influenciados por la atmósfera innatural de las tierras malditas, habían tenido descansos mínimos y comida reducida. Eran caballos de guerra, pero hasta los más orgullosos de su especie tenían su punto de quiebre.
--¡Calmen a los malditos caballos! --Gritó el comandante de la caballería, haciendo lo propio con su animal, que parecía no obedecer el vínculo que él creía que poseían.
Algunos cayeron, recibiendo coces en sus armaduras de cuero o cabeza. Era un continuó desorden, pero nadie desistió de la tarea de tranquilizar a sus monturas.
--¡Por los Sagrados, que los calmen!
La caballería había sufrido una considerable reducción de cincuenta jinetes, una tercera parte de lo que eran inicialmente, volviendo la tarea de mantener la moral algo muy difícil.
--¡Avancen en línea de tres, escudos en alto! ¡Arqueros, a mi orden!... Si es necesario, destruyan el puto bosque, pero quiero a esos malditos muertos --Dijo con un tono amenazador, provocando que hasta los propios magos inhalaran un poco de aire para tranquilizar sus acelerados corazones--. ¡Ahora! --Se dirigió a sus soldados, para después dejar caer su mirada en los desafortunados hombres que para nada eran guerreros--... ¡Ustedes! Tomen las armas, cascos y escudos de los caídos y avancen ¡Háganlo!
Los hechizos golpearon las copas de los árboles, con vistosos y largos relámpagos, fuertes ráfagas de viento, y tierra solidificada en forma de pica o esfera.
--¡Regresen! --Notó el error, sus magos eran demasiado valiosos para hacerlos cansar en un asunto tan trivial, por lo que perdonó por el momento a sus osados enemigos.
El tiempo de espera había sido el idóneo, pues las llamas de los troncos habían permitido el libre tránsito de dos hombres en fila, siendo el tercero de la derecha el que tenía la probabilidad de sufrir quemaduras leves.
--¡Avancen, avancen! --Coreaban los comandantes con el miedo floreciente en sus rostros, causado por el incierto del poderío enemigo.
Las flechas de los arqueros fueron incesantes, permitiendo la huida de los magos al campo de batalla, al tiempo que ellos igualmente se retiraban, pero, parecía que los enemigos eran más resistentes a la muerte de lo que habían creído, ya que, con una terquedad inhumana decidieron continuar con su ataque en una clara posición de desventaja, sin embargo, fueron más certeros y mortales, cosa que se le atribuía a la luz lunar y de las altas llamas.
--¡Recuperen formación! --Gritó Lucian desde lejos, vislumbrando con rapidez al enemigo persistente en el bosque--. Parecen ratas --Se dijo, tentado de ir él mismo a matarlos, impedido solo por su responsabilidad a con el ejército-- ¡Formación inicial! --Gritó, pasando con mala cara por el umbral ígneo, observando con pesar la suma de al menos cien buenos hombres muertos, o malheridos, regados por la inclinada superficie-- ¡Incorpórense, maldita sea! --Bramó a los desmoralizados granjeros que acompañaban al escuadrón ligero por el flanco derecho e izquierdo.
*Las cosechas de tus tierras, madre, van a sufrir una gran reducción las próximas temporadas verdes. --Pensó, lamiendo la sangre seca de su labio inferior.
∆∆∆
Había quietud en su mirada, desolada de emociones, que reflejaba como un espejo las llamas de la lejanía y la cuantiosa cantidad de enemigos.
--Prepárense. --Ordenó, sin apartar su mirada del frente.
--¡Arqueros! --Gritó el comandante, una orden que fue haciendo eco por toda la muralla hasta llegar a la cima de las tres torres provistas de buenos tiradores-- ¡Arcos!
Los orgullosos hombres y mujeres estiraron la cuerda con flecha en ella, midiendo distancia para un disparo certero y mortal.
--¿Mi señor? --Preguntó el comandante, nervioso por la aproximación del ejército enemigo, por su cuantiosa cantidad y su falta de confianza.
Hubo silencio de su parte, callaba, no por miedo, por supuesto que no, sino por lo difícil que le estaba siendo mantener el control. Deseaba saltar y atacar de frente, estaba seguro de que mataría a tantos que desmotivaría al rival, sin embargo, en su análisis también se encontraba la muerte segura, no era idiota, conocía sus propios límites, ya no estaba en el laberinto, no tenía sus desafiantes habilidades, ni la posibilidad de volver a intentarlo si fallaba, siendo esto último la interrogante que más inconformidad le causaba a su tiempo de sueño.
--Tu lanza. --Ordenó, con un tono gutural y poderoso.
El comandante dudó, quiso preguntarle la razón, pero al final desistió de su idea, obedeciendo y acercando a sus manos una larga y fina lanza, la cual su señor lanzó al segundo siguiente con toda su fuerza. Se clavó a diez pasos de la línea de vanguardia del ejército invasor, provocando que el general diera la orden de detenerse.
[Grito de guerra]
--Han pisado mis tierras --Su voz fue como mil truenos simultáneos cayendo a sus cercanías a oídos de los desmotivados, látigos con pinchos para los que aún conservaban un poco de espíritu, y atronador para los caballos, quienes retomaron su estado enloquecido--, han quemado mi empalizada y se han atrevido a atacar a mis hombres, pero he despertado misericordioso. Observen la lanza, pero, osen cruzarla y están muertos ¡Yo mismo me encargaré de asesinarlos si es necesario!
*Tu discurso ha provocado un efecto negativo en tus adversarios*
Muchos dudaron, amaban a su general, estaban dispuestos a luchar por su señora, a morir por ella y su casa, otros respetaban el honor de la encomienda de un favor dado, y el resto lo hacía solo por obligación, nada más que por eso, por lo que, a sabiendas de que desde que habían salido de la durda de Helt no habían encontrado otra cosa que desesperación y muerte, malos sueños y miradas persistentes, sus sentimientos de amor, honor u obligación, se volvieron solo una ilusión de algo que alguna vez existió, pero que ahora ya no podían encontrar dentro de sí mismos.
Fue uno de la vanguardia el primero en tomar decisión, arrojando su espada y escudo al frente, y saliendo de la fila con dirección a las espaldas del ejército. No el único, otros tantos lo imitaron, no demasiados como el señor de Tanyer había creído, pero si suficientes para desmotivarlos aún más.
--Maten a los traidores. --Ordenó el general sin temblor en su voz.
Una decisión que reforzó la desmotivación de su ejército, pero que, incluso con ello no decidieron retirarse. La orden fue efectuada por los más fieros y leales del ejército, sin un ápice de vacilación en sus ejecuciones.
--¡Los Sagrados observan está pelea! --Gritó, desafiando con la mirada a la silueta oscura a lo alto de los muros-- ¡Hoy se decidirá si somos dignos de su bendición, si somos los elegidos para compartir la gloria eterna! --Regresó a ver a los suyos-- ¡Observan que nos enfrentamos al bando de los sangre sucia, al maldito bando de los esclavos! ¡Ya los hemos derrotado! ¡¡No son nada!! ¡Perder sería deshonrar a los Sagrados! ¡Así que avancen soldados míos, avancen y demuestren el valor de los humanos! ¡Hagan saber a esos sangre sucia porque dominamos los continentes! ¡Por qué somos los elegidos de los Dioses! ¡Avancen! ¡¡Y si hemos de morir, lo haremos con espada en mano!! ¡¡Por los Sagrados!!
Había momentos donde lo extraordinario sucedía, se contaban epopeyas de extraños sucesos, de héroes derrotando calamidades, entidades fuera de la imaginación con solo una espada y valor, sucesos que al presenciarlos, marcarían la vida de cualquiera, y fue en este preciso momento, cuando el general Lucian terminaba su discurso que Orion lo presenció, pudo distinguir una luz rojiza con matices dorados descender del cielo para envolver el cuerpo del general enemigo, que reforzó en gran medida su apariencia de Señor de la Guerra.
--Tomaron su decisión --Dijo para sí, recobrando su digna compostura y su imponente mirada--. Ataquen.
--¡Flechas al aire! --Gritó la orden, y como una tormenta que se acerca, aquella oleada de proyectiles apagó la poca luz del cielo.