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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · War
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Los recién llegado (2)

--Victoria a los míos, Señora de la batalla, que la sangre de mis enemigos corra como agua de río, que sus lamentos despierten a tu divino hijo, que duerme en el regazo de la noche. Victoria a los míos, Señora de la batalla, porque con mi cuerpo haré que su santo nombre sea temido y respetado. Pendora, Señora de la batalla, le ruego conduzca a nuestra victoria.

Alzó el rostro, decorado con un matiz rojizo debajo de sus ojos, labios y frente. En su mano descansaba una daga ceremonial con una piedrecilla roja negruzca en su pomo, misma que llevó a la liebre a su muerte y al pájaro verde. Pintando con su sangre las yemas de sus dedos, y dejando marcado los cinco puntos en su túnica reforzada por encantamientos protectores.

La luz de las dos antorchas golpearon su rostro al ponerse de pie, vislumbrando con libertad el pequeño recinto provisional dónde su ritual estaba llevándose a cabo.

--Acércate. --Dijo, sonriendo con calidez.

Sus pasos lentos y tímidos obedecieron, mirando con nerviosismo a la señora de la casa Lettman.

--Que está sangre te proteja. --Recitó, con un tono que se asemejaba al canto de un hechizo.

Gala sonrió al aceptar los cinco puntos en su atuendo, sintiéndose bendecida por la benevolencia de la Durca.

∆∆∆

--...¡Muerte a nuestros enemigos! --Terminó su discurso, mirando con seriedad a todos los presentes, quienes por un solo momento sintieron de vuelta el espíritu de la batalla en sus cuerpos, vitoreando un único canto de victoria.

Se colocó su hermoso casco dorado, percibiendo el atronador sonido del cuerno en la lejanía.

--Ya saben que estamos aquí. Podemos estar en camino a una trampa. --Dijo Aldurs, serio y expectante, deseoso por rebanar al malnacido que había secuestrado a su hermana.

--Eso es lo que espero, que me subestimen --Dijo Lucian. Sujetó las riendas con fuerza, guiando su caballo al frente-- ¡Soldados, avancen!

El suelo retumbó cuando los más de mil quinientos hombres golpearon con sus pies la dura tierra, creando un cántico bélico e inspirador.

La línea que marcaba el final del bosque, de la oscuridad por las anchas copas de los árboles, las incesantes miradas de extraños y no vistos, por fin era visible, pero, como dicen los Sureños: "me limpio la caca de pájaro, para que pise la mierda de perro".

--No sabía que asaltaríamos una fortaleza --Dijo Aldurs, vislumbrando el gran edificio de la lejanía--. El maldito sangre sucia nunca habló de ello. Estoy seguro de que esto es una trampa.

--Tranquilizate y ordena tus pensamientos. De nada sirve hacer conclusiones ahora.

Lucian apretó el puño, él también ignoraba que la razón que lo separaba de su hermana y la victoria era una fortaleza, y para nada una simple, ya que, por lo lejana de la construcción le fue imposible observar sus detalles, aunque su conocimiento y experiencia le advertía que lo que sobresalía de los muros eran las llamadas torres de vigilancia, posiblemente con arqueros diestros en su interior.

--Nada cambia. --Dijo, tranquilizando sus propios pensamientos.

*Maldita sea, sabía que debimos haber esperado...

Los soldados mantuvieron su posición, en espera de la orden que con mucho anhelo deseaban nunca recibir.

--¡Comandantes! ¡Línea de tres y dos! ¡En mi orden! ¡Vanguardia, pesados y arqueros! ¡Ligeros por los flancos!

--¡Sí, Cuarto General! --Respondieron al unísono, cumpliendo con la encomienda.

--¡Caballería, refuercen la retaguardia y esperen nuevas órdenes!

--¡Sí, Cuarto General!

--No soy bueno comandando magos --Dijo, mirando a los ocho arcanos individuos--, por lo que confiaré en la sabiduría de sus vocaciones para entender el flujo de batalla y saber cuándo atacar y cuando retirarse.

--No es nuestra primera batalla, niño. --Dijo una de las magas presentes, indiferente por lo que estaba por acontecer.

--Me preocupo más por la bestia que hemos traído, que por el bastardo dentro de la fortaleza. --Sonrió el más joven, masajeando el medallón que colgaba de su cuello.

--¿Bestia? --La confusión fue visible, pero la urgencia de sus decisiones le impidió profundizar la incógnita.

--Cuarto General, el sangre sucia hablaba con la verdad, hay una empalizada que bloquea nuestro camino al final de la pendiente. No podemos avanzar en formación, ni la caballería podrá pasar. --Informó Aldurs.

--Puedo verla --Respondió, dejando posar su mirada en cada uno de los rincones visibles de la vahir--, pero dudo que sea el único impedimento en nuestra avanzada --Dirigió su mirada a los ocho-- ¿Alguno de ustedes puede destruir la empalizada? --Preguntó, respetuoso, pero sin ser excesivo.

--Mis hechizos pueden --Dijo la maga de expresión indiferente--, pero dudo estar en óptima condición para la batalla.

Meditó la respuesta, destruir la empalizada, al menos para hacer un camino era algo necesario, no obstante, la maga era la única convocadora de fuego, si bien los demás poseían sus propios catálogos de hechizos destructivos, no eran tan devastadores como los de la maga.

--Le pediré que los destruya, al menos para que diez hombres puedan entrar en fila.

--Bien. --Respondió, preparando su mente y cuerpo para la conjuración.

--Espere, a mi orden.

La maga interrumpió su ritual, molesta con el joven, pero sin el poder de decir nada.

--Bien.

Lucian continuó estudiando la zona, no quería mandar a sus hombres a morir, deseaba y estaba esperanzado que el bastardo que se ocultaba detrás de aquellos altos muros observara la cantidad de sus tropas y optara por rendirse, más sabiendo por el nativo que el que se hacía llamar señor de Tanyer no contaba con más de cuatrocientos soldados, una suma más que respetable para un pequeño poblado, pero risible para un enfrentamiento frontal contra su ejército.

*Asediar provocaría la muerte de Helda, si es que aún continua con vida --Pensó, masajeando parte de su mentón--. Un enfrentamiento frontal acabaría con esto rápido, pero dudo que sea tan imbécil como para salir de la fortaleza... No puedo dejar mi esperanza en ese sangre sucia, no si esto siempre fue una trampa.

--Els...

--Aels --Interrumpió con la dureza en su semblante--, eres familia de magos, por lo que usted, general, más que nadie, entiende la importancia del título.

--No fue mi intención --Fue sincero, pues no conocía que la maga ya se hubiera convertido en una dominadora de elementos--. Aels, le pido destruya la empalizada.

La orden fue clara, pero con un tono que no manchaba ni el honor ni el orgullo de la maga. La Aels avanzó un par de pasos, perdida en su mirada, con movimientos apenas perceptibles de sus manos. Habló, en una lengua muerta, con un tono misterioso y pausado, haciendo protagonista a su garganta en las últimas sílabas de las oraciones. Gritó el último encantamiento, entrecortado y poderoso, al tiempo que florecía de ella una estela rojiza, que guio con la ayuda de una vara negra.

--¡En formación y estar preparados! --Rugió Lucian, iluminado tenuemente por la débil luz del hechizo.

La primera llama se hizo bola, comprimida y hermosa, que fue expulsada a lo alto de la pendiente, donde la empalizada descansaba sin hacer daño a nadie. El silencio se volvió estruendo, alzando al viento una ráfaga de aire caliente, con el crujir de las llamas al consumir la madera de los troncos, no obstante, el ataque no había logrado partir más de dos ejemplares, y aunque con el tiempo el fuego consumiría otros pocos, dejaba claro que se necesitaría un par de hechizos más para cumplir con la encomienda del general.

Inspiró profundo, su ceño se relajó, engañándose sobre que aquellos troncos poseían propiedades defensivas, y fue tal su creencia a la mentira que la confianza resurgió en su corazón, al momento que comenzaba con un nuevo cántico, más especializado e imbuido con tonos más fieros e imponentes.

Un proyectil ígneo navegó repentinamente el firmamento, dejando a los soldados confundidos por el actuar del enemigo.

El primer gemido fue acompañado de otro, luego de otro y este de un grito ahogado, una maldición y un nuevo grito, luego un par más, creando confusión y alerta en los presentes.

--¡Escudos en alto, nos atacan! --Gritó la orden, mientras perdía el equilibrio de su semental por la flecha que el viento misericordioso desvío de su pecho. Se levantó, vislumbrando sus alrededores en busca del enemigo, solo para encontrar nada más que oscuridad y silencio.

--Mi general, la hechicera. --Dijo alguien en la multitud.

En sincronía, como si solo aquello fuera importante, los más de mil quinientos hombres desviaron su atención a la trágica dama, que se ahogaba con su sangre por la fatídica flecha impactada en su garganta.

Los arcanos no necesitaron orden, o consejo para activar sus dichosos objetos encantados, que por orgullo y alta confianza la maga había decidido no activar.

Una nueva oleada de flechas azotó a los confundidos soldados, llevándose a un poco menos de media centena, en su mayoría los aldeanos sin armadura, o escudos que estaban sirviendo como vanguardia.

--¡No es del frente! --Gritó, encolerizado por su retrasada observación-- ¡Nos atacan desde el bosque! --El viento calmo delató a uno de los opositores, que por el descuido hizo temblar las ramas de árbol donde se encontraban-- ¡En las copas de los árboles! ¡Arqueros, a mi orden!... ¡¡Ahora!!