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Capítulo extra

◊ Misael Hernández ◊

 

Estela, Rey y yo, por decirlo de alguna manera, éramos hermanos de diferentes madres.

Fuimos afortunados al nacer el mismo año y compartir una amistad heredada.

¿Por qué amistad heredada? Pues nuestros padres eran mejores amigos desde la primaria, antes de que respectivamente se convirtiesen en parejas con el paso del tiempo.

Según mamá, la historia de su amistad con papá y los padres de Estela y Rey empezó tan pronto iniciaron la escuela primaria. Los seis se llevaron bien desde el momento en que empezaron a jugar y se hicieron inseparables.

La primera pareja que se formó, ya en secundaria, fueron los padres de Rey, quienes confesaron estar mutuamente enamorados tras una insinuación de unos compañeros de clases.

Luego, aprovechando el día de San Valentín, papá confesó sus sentimientos a mamá en tercer año, pidiendo noviazgo frente a todos y obsequiándole un ramo de rosas.

Finalmente, tras finalizar el acto de graduación de secundaria, los padres de Estela, al pensar que irían a diferentes universidades debido a lo indecisos que estaban, declararon estar enamorados y se hicieron novios.

La amistad de estos era tal que, incluso, fueron a la misma universidad, por lo que siguieron pasando tiempo juntos hasta que las responsabilidades de la adultez los obligaron a tomar caminos diferentes.

Claro que ya cuando se establecieron en la sociedad, las tres parejas acordaron casarse el mismo año e incluso comprar casas en la misma urbanización, lo cual hicieron para terminar siendo vecinos.

Entonces, Estela, Rey y yo nacimos con esa fortuna de ser amigos desde el nacimiento, al punto de poder considerarnos hermanos.

Gracias a eso crecimos juntos, fuimos al mismo jardín de niños y escuela primaria.

En mi caso personal, desde niño me caractericé por ser tímido y tener dificultades para socializar, pero gracias a la presencia de Estela y Rey en mi vida, con ellos podía sentirme libre de disfrutar mi niñez con buenos amigos.

Además, como los padres de Estela eran artistas plásticos reconocidos en el país, solían viajar mucho a eventos y conferencias relacionados con su profesión, por lo que dejaban a mi amiga bajo el cuidado de papá y mamá.

Mientras que Rey, que vivía al lado de mi casa, nos visitaba todos los días.

Además, en cada temporada vacacional, nuestros padres, como buenos amigos de la infancia que eran, planificaban viajes increíbles con los que disfrutábamos al máximo.

Es así como nos hicimos inseparables, o eso creí.

♦♦♦

Sucedió una mañana de martes, cuando cursábamos quinto grado de primaria y la escuela, a modo de promover el arte, organizó una competencia.

Estela, como hija de reconocidos artistas plásticos, era increíble para el dibujo, por lo que tenía una gran ventaja sobre el resto de estudiantes. Mientras que Rey y yo, al ser sus amigos, habíamos aprendido lo suficiente como para destacar.

—Oye, Estela, creo que no deberías participar sabiendo que eres mejor que todos en la escuela —comentó Rey.

—Quiero el premio en efectivo. Me gustaría comprarme una consola de videojuegos —respondió Estela.

—¿Qué opinas, Misael? ¿Verdad que Estela no debería participar? —me preguntó Rey, con claras intenciones de ponerme de su lado.

—¿Eh? Bueno, yo creo que Estela es libre de hacer lo que quiera —respondí.

Rey rascó su entrecejo con un dejo de molestia.

—Tengo que buscar agua, acompáñame Misael —dijo Rey de repente.

No tuve más alternativas que acompañarlo, por mucho que Estela se mostrase extrañada. Así que salimos del salón aprovechando el receso y nos dirigimos a una zona de áreas verdes.

—Idiota, tenías que seguirme la corriente —reclamó Rey.

—¿Eh? ¿Por qué tendría que hacerlo? Además, ni siquiera me diste una señal —respondí.

—Si te la di, pero al parecer no te diste cuenta —replicó.

—¿Por qué no quieres que Estela participe? —pregunté.

—Porque es seguro que ganará… Pero, si no participa, lo más probable es que gane yo, y me gustaría ganar ese dinero para comprarle un regalo —respondió.

—¿Un regalo? —inquirí confundido.

Ante mi confusión, Rey respiró profundo a la vez que se ruborizaba.

—Sí… Quiero darle un regalo y decirle que me gusta —reveló Rey con repentina vergüenza; su rostro se enrojeció completamente.

—¿Eh? ¿Te gusta Estela? ¿Acaso sabes lo que es que te guste alguien? —pregunté confundido y alarmado.

—No sé, pero papá me contó que se enamoró de mamá en primaria y le pidió en secundaria ser su novia… Y yo quiero hacer lo mismo con Estela —respondió con repentina determinación.

Había cierto grado de verdad en sus palabras, pero no me pareció que fuese un pretexto para actuar con tal egoísmo, ya que a fin de cuentas, si tanto le gustaba Estela, tan solo tenía que decírselo.

—¿No estás siendo caprichoso? —pregunté.

—¡No! —exclamó—. Quiero mucho a Estela y me casaré con ella.

—Pero, yo no quiero casarme contigo —dijo Estela de repente; nos estaba escuchando a escondidas.

—¿Hace cuánto estabas ahí? —preguntó Rey, alarmado.

—Lo suficiente —musitó Estela—. Vine para avisarles que la segunda clase está por empezar.

—Será mejor que vayamos a nuestro salón y…

—¿Por qué no querrías casarte conmigo? —le preguntó Rey a Estela, ignorando mis palabras.

—Porque eres mi hermano… Está mal que los hermanos se casen —respondió Estela.

—Tonta, no somos hermanos —reclamó Rey.

La situación empezó a ponerse tensa, así que hice el intento de intervenir, pero se me dificultó hacerlo.

—No digas cosas crueles, Rey —dijo Estela con repentina aflicción.

—Pero, no somos hermanos —insistió él.

—Chicos, debemos volver al…

—Cállate, Misael, si quieres vuelve tú —dijo Rey con severidad al interrumpirme.

—Volveremos los tres, y ya deja de insistir con eso de casarnos —replicó Estela.

—No, Estela, tú te casarás conmigo —exclamó Rey con un tono infantil.

—¡Que no quiero! —respondió Estela.

La situación, a pesar de ser infantil, se estaba saliendo de control, pero no era gran cosa lo que podía hacer al respecto.

—¿Sabes qué? Estaba pidiéndole a Misael que me ayude a convencerte para que no participes en el concurso de arte, pero en vez de eso te reto —dijo Rey, sumido en su egoísmo infantil.

—¿Me retas? —preguntó Estela, confundida.

—¡Sí! Es un duelo —respondió Rey—. Si gano el concurso de arte, tendrás que casarte conmigo, y si tú ganas, te dejaré en paz.

La determinación de Rey fue admirable, pero la realidad era totalmente opuesta a lo que supuse que imaginaba.

Estela, por su parte, prefirió ignorarlo y regresar al salón, por lo que la tensión empezó a crecer entre nosotros.

A fin de cuentas, y con el paso de los días, pasó lo inevitable.

Estela ganó el concurso y se jactó de ello frente a Rey, razón por la cual este se enojó y, en su inmadurez infantil, dijo que dejaría de ser nuestro amigo.

Pensamos que su rabia era producto del calor del momento, pero los días pasaron y se convirtieron en meses, y luego en años.

Rey realmente no volvió a hablarnos, y esto afectó tanto a Estela que, de pronto, se aisló y dejó de hablarme con regularidad, incluso cuando vivíamos en la misma casa.

Así fue como empecé a depender de mí mismo, aunque dado que siempre tuve problemas para socializar, me convertí en un solitario que apenas se relacionaba con Estela para algunas cuestiones académicas.

Ya en segundo año de secundaria, Estela regresó con sus padres y mi soledad aumentó de manera exponencial. Por ende, busqué distraerme con los deportes de combate y tratando de mantener un excelente rendimiento académico.

Sin embargo, la situación entre Estela y Rey se tornó preocupante, pues con notable rencor, este se dedicó a molestarla siempre que podía, e incluso empezó a difundir rumores sobre ella que no eran ciertos.

Tal vez Estela nunca mostró debilidad y se limitó a ignorar a Rey, pero yo sabía que por dentro estaba sufriendo.

Sin embargo, esos días de tensión entre Estela y Rey acabaron cuando una mañana, durante el tercer año de secundaria, un inesperado compañero de clases con quien ocasionalmente hacíamos tareas, intervino en defensa de ella.

Todo cambió para bien a partir de entonces.

Estela y Rey hicieron las paces cuando él se disculpó con ella e incluso pasaron toda la tarde en un parque de nuestro vecindario hablando.

Me dio gusto que mis amigos se reconciliasen, pero dado que un repentino sentimiento de atracción surgió entre ambos, quien quedó un tanto aislado de nuestra amistad, fui yo.

Aun así, no me molestó con tal de verlos juntos y que, sobre todo, lo que empezó como un capricho infantil fuese convirtiéndose en una posibilidad.